A fines del año pasado participé de un encuentro en
la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
en el que se discutió, entre otras cosas, el uso de la libertad (como retórica
y como práctica) en esta ciudad (y ojalá se multiplicaran y se recopilaran en
publicaciones los debates de esta índole que se realizan en Guayaquil y que no
solo participemos en ellos quienes somos críticos con la administración del
Municipio local sino también sus autoridades y los pensadores de derechas que
sintonizan con sus prácticas, para que rindan cuentas y las justifiquen). En
esta columna quiero, a contramano del pensamiento homogéneo que impera en
tiempos de fiestas julianas, incordiarlos un poco para que meditemos el
contenido de la palabra “libertad” en el contexto local.
En principio, ¿realmente creen ustedes que Guayaquil
merece representar la libertad? Yo no creo. Yo tengo la convicción, forjada en
el análisis y el contraste, de que Guayaquil es una de las ciudades de América
Latina en la que se restringen en mucha mayor medida los usos de la libertad: a
guisa de ejemplo, los espacios públicos (esto es, el ámbito por excelencia de
deliberación pública y de expresión) son escasos y controlados, la ciudadanía
es pasiva y la posibilidad de discusión de las políticas públicas (que se nos
impone sin consulta) es nula. Podríamos (sería lo justo y necesario) discutir
todos estos hechos en función de los principios democráticos que mejor definen
la libertad en un contexto político, esto es, la autonomía individual y el
autogobierno colectivo. Pero lo afirmo enfático: no creo, de verdad, que estas
características en materia de espacios públicos, ciudadanía y participación
merezcan el nombre de “libertad”.
En realidad, la retórica de la libertad en Guayaquil
se refiere, en esencia, al ámbito económico. Guayaquil, a lo largo de su
historia, ha sentido que el Estado le queda lejos y que depende de su esfuerzo
emprendedor. Pero ante este discurso me asaltan dos dudas: 1) a pesar
del antecedente histórico, no creo que la libertad merezca reducirse solamente
al ámbito de la libertad: no creo que la letra del himno a Guayaquil, cuando
canta “Libertad, Libertad” merezca complementárselo solo con las palabras “de
comercio, de comercio”. La libertad, si nos tomamos en serio la palabra,
implica las más amplias libertades individuales y de desarrollo de la personalidad
de cada uno y la mayor libertad de intervención en la gestión de los asuntos
públicos; 2) a pesar de lo hermosa que suena la palabra, la libertad
parece que fuera exclusiva de quienes tienen la cultura suficiente para
ejercerla. La respuesta fácil ante la falta de cultura ciudadana para ejercer
la libertad suele ser la exclusión de aquellos a quienes se considera
“incultos” para ejercerla (que suelen ser siempre, en definitiva, los más
pobres), en vez de tener un genuino interés en la inclusión de ellos mediante
mecanismos de participación y de educación, para honrar, en debida y cabal
forma, el ejercicio individual y colectivo de la libertad.
Solo son dos observaciones de las varias posibles,
para discutir la retórica y la práctica de la libertad en el contexto local.