Recuerdo que iba en un
carro cuando en la radio escuché a Correa decir, en el cierre de campaña de
Augusto Barrera para la Alcaldía de Quito, que voten por Barrera porque era
como votar por él. Tal vez en la efervescencia del momento ésta pudo parecer
una decisión acertada, pero fue sustancialmente estúpida. El pueblo se le rió
en la cara a Correa y votó por un auténtico y emergente bobazo: Mauricio Rodas,
un cuarto puesto en unas elecciones presidenciales recientes, con ambiciones y la
asesoría de Durán Barba*.
Tras escuchar esta
plegaria del Presidente Correa pensé: “Es
el principio del fin” (intuí que a Barrera le pasarían por encima, como
sucedió). Era claro que fue la desesperación la que habló a través de Correa, pues las plegarias
no proceden cuando hay el dominio de sí y de la situación. Dada su
desesperación, Correa personalizó la
política hasta un nivel extremo: instó a que se vote por otro porque era como
votar por él, una movida que entrañaba poner en riesgo su propio capital
político si Barrera perdía en la capital, pues sería como decirle NO al
mismísimo Correa, que finalmente fue lo que pasó: a Barrera le terminó
por ganar, no Rodas (que en política era, es y será un palurdo) sino el
anti-correísmo azuzado por los medios de comunicación… y por el propio Correa,
con esta movida de principiantes.
Esta derrota de Barrera
marcó el tono de la época por venir: un Presidente dispuesto a comprarse todos
los pitos en nombre de su administración hasta que no sea posible hacerlo más
(en cuyo caso los fusibles pasaban a engrosar una creciente lista de
“traidores”). Este proceder le acumuló un fastidio generalizado que fue
convenientemente azuzado por unos mercachifles medios de comunicación… Con un
resultado final que fue favorable a ellos: del Presidente creador de sus
primeros seis años, lo pasaron a la resistencia (Correa se peleó hasta con Twitter, por Jebús), a soportar un creciente y triste desgaste. Alcanzó Correa eso
sí, antes de irse, a nombrar a un sucesor: hoy es un nombre maldito que engrosa
la lista de los traidores.
Tal vez ahora es fácil
concebirlo, pero la administración 2013-2017 de Rafael Correa fue un exceso que
nunca debió ser. Debió soltar el poder y dejar abierta la posibilidad de
perder, que de eso va la democracia. Los cuatro años del 2013 al 2017, con el
Ecuador en las manos de la derecha, nos íbamos a la mierda de bajada y sin
frenos. En un escenario así, Correa hubiera mantenido su capital político
intacto y habría vuelto el año 2017 como una tromba a gobernar cuatro años (N.B.: en este escenario Nebot no pinta
nada), no desde la resistencia inútil, sino en la creación de reformas urgentes
en este país casi invariablemente de mierda.
Era cuestión de timing, de saber retirarse y de volver
al ring cuando correspondía (mérito
que sí ha tenido Nebot –de allí que hoy sea su hora). Pero apreciar esto
requiere tener perspectiva. Y en la personalización extrema de la política en
la que se embarcó Correa, el margen para fracasar se amplía de una manera
considerable, pues conduce a vivir de reacciones a ataques en una constante y
aburridora división del mundo entre los “buenos” y los “malos y traidores”: es
decir, queda perdida la perspectiva para crear y se empieza a resistir el
asedio de la maldad (o de la “maldak”,
que diría L. Roldós).
Hasta que sucede la
derrota de los “buenos”, que acaso no sea definitiva**.
* Dicho
en crudo: Durán Barba imbecilizó esas
elecciones para Alcalde de Quito, porque detectó un surplus de imbéciles motivados por el odio. Él simplemente moldeó
el barro.
** A pesar de los denodados esfuerzos del Consejo Transitorio por extirpar de las instituciones y borrar de la memoria a estos “buenos”, los que desde su perspectiva (tambien maniquea) son, a su vez, los “malos”.
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