Este es el precio que tienes que pagar por no
entender las reglas del juego en Twitter:
El comediante inglés John Oliver se ha burlado del
presidente Rafael Correa en la primera emisión de la segunda temporada de su
programa Last week tonight with John
Oliver. La razón de su burla es porque Correa ha emprendido una batalla contra
las opiniones ofensivas hacia su gobierno en las redes sociales. En mi opinión,
Oliver tiene razón.
Pero antes de señalar el porqué considero que John
Oliver tiene razón, creo necesario analizar dos cosas. Primero, la defensa que
se ha hecho de Rafael Correa por la opinión que Oliver emitió sobre él.
Segundo, el contexto de la red social Twitter en el Ecuador.
*
Sobre lo primero, la defensa más desafortunada de Rafael
Correa ha sido la que él mismo ha ensayado. En respuesta a John Oliver, Correa
publicó el siguiente tuit:
Esta es una respuesta pésima, por la sencilla razón de que alguien debería referirle a Correa de la nacionalidad de Charles Chaplin, Peter Sellers y Ricky Gervais, o facilitarle un DVD con el Life of Bryan de Monty Python. Además que, sobra decirlo, una respuesta a partir de generalizar sobre los "comediantes ingleses" es, de por sí, inapropiada.
Una defensa más razonable que la ensayada por el
presidente la ha hecho una canadiense, de nombre Shannon Rohan. En una carta abierta a John Oliver, ha expuesto con mucho respeto la razón de su disenso con
Oliver. El núcleo de su argumento es que Correa es un líder que se toma “su
trabajo personalmente”: por lo tanto, así como ordena resolver cosas en sus
interacciones en Twitter (por ejemplo, con el muy conocido, [institución pública X]: favor atender) también
se toma personalmente las ofensas que se le puedan hacer a través de ese medio.
El problema con este argumento es que es un falso dilema: una cosa no implica necesariamente a la otra. Es
perfectamente posible que el presidente Correa se tome en serio sus compromisos
y su rol como presidente de la república, al tiempo que ignore a quienes
intentan ofenderlo.
Una tercera línea de defensa se ha ensayado en la
red social Twitter con el hashtag #JohnYouAreInvited, a través del cual se
han difundido obras y servicios que el gobierno de Rafael Correa ha
implementado en el Ecuador. A diferencia de las anteriores, ésta es una manera
inteligente de enfocar el debate en lo positivo que el gobierno de Correa ha
hecho por el país en materia de obras y de servicios (que es, en definitiva,
para lo que se elige a un gobierno).
*
Sobre lo segundo, según un estudio divulgado por
el Wall Street Journal y citado en la prensa nacional, un 44% de
usuarios de Twitter jamás ha tuiteado y tan solo un 13% ha enviado más de 100
tuits. De aquellos usuarios que sí son activos, muchos no se muestran
interesados por cuestiones de índole política. El número de tuiteros que de
manera activa se ocupa de temas políticos es, en realidad, muy menor en
comparación al número total de usuarios de esta red social en el país. Y es, en
mi opinión, un grupo bastante auto-referencial. El caso de los tuiteros que se
convocaron a una marcha para protestar por el caso de la narcovalija fue, en
este sentido, muy elocuente: del entusiasmo inicial que hubo en la red social,
al final se presentaron tan solo unas cincuenta personas. ¿Los efectos prácticos de dicha marcha? Pues
además de demostrar la pobreza de su convocatoria, ninguno en particular.
Hace tiempo que me salí de Twitter y considero que
ha sido una decisión muy acertada. En unas pocas ocasiones me he metido para
revisar opiniones sobre temas específicos (no es necesario tener una cuenta
para ello) y lo que por lo general he encontrado son razones para confirmar la
opinión del escritor colombiano Fernando Vallejo sobre esa red social:
“una red de alcantarillas donde la chusma paridora y vándala excreta sus
insultos”. Vallejo exagera, pero no está desencaminado: al menos en materia de
debate político, lo que suele existir (con excepciones, por supuesto) es un
maniqueísmo ramplón de buenos y malos, sin espacio para matices, donde quien no
está alineado en el bando de uno se merece por ello agravios y
descalificaciones. Y la inteligencia, como supo bien advertirlo Nietzsche, está
en los matices. Es muy difícil encontrarlos expresados en 140 caracteres.
Hace mucho tiempo la experiencia me enseñó, a
través de este blog principalmente, que hay gente que es simplemente inmune a
todo razonamiento. Cuando lo abrí, pensé ingenuamente en publicar y en responder
todos los comentarios que me hicieran, por ofensivos que estos fueran. Y actúe
en consecuencia, solo para darme cuenta con el paso del tiempo que estaba en un
error. En muchos casos, yo me esforzaba en razonar pero el otro, aquel “inmune
a todo razonamiento”, solo quería ofender. A esos, se los conoce como “trolls”.
Los hay por montones en Twitter (hace escasos días, el CEO de Twitter admitió “vergüenza”
por su fracaso para erradicarlos de dicha plataforma) y su único propósito es
hacer daño (sea amparados en un supuesto sentido del humor, o totalmente
carentes de él). Es esa su personal victoria. Si son psicópatas o son
pagados por intereses políticos, eso no es lo relevante. Lo relevante es que
hacerles frente es, en cualquier caso, empezar a perder.
*
En esencia, creo que John Oliver tiene razón,
porque iniciar una “batalla” contra los tuiteros es inútil y desgastante. Como
él lo dice, ganar en Twitter “es imposible”. Las reglas del juego son claras:
puedes abrir una cuenta de manera que tu identidad no sea descubierta y tienes
una amplia libertad para decir casi cualquier cosa en la medida en que cumplas
con el requisito de utilizar 140 caracteres. Cuando digo “casi” es porque
ciertas cosas no deben ser toleradas. Una amenaza de muerte es uno de esos
casos. Hace poco un fulano amenazó de muerte al presidente Obama a través del
Twitter: ahora cumple seis meses de prisión. Otro ejemplo es la apología del
terrorismo. Por estos días, en España se detuvo a 19 personas por
dicha causa en razón de sus opiniones vertidas en Twitter y en Facebook. Pero
de estas personas no se debe ocupar la máxima autoridad de un Estado: se deben
encargar sus organismos de seguridad y de justicia, como sucedió en los Estados
Unidos de América y en España.
Considero, además, que se puede utilizar de una mejor
manera las redes sociales. Como lo ha sugerido un experto en este tema como
Christian Espinoza, la iniciativa de la página Somos Más se podría transformar “en una página de desmentidos de rumores, alertar de falsificación de cuentas, bulos, oaxes que circulan como ciertos, cómo defenderte de amenazas que te hagan en redes, destinadas a educar a la población, a verificar información, tips para no caer en trampas de este tipo”. O también,
se podría continuar con iniciativas análogas a la impulsada con #JohnYouAreInvited,
propuestas con tono positivo.
Pero el que un gobierno se ponga a desenmascarar a
particulares que lo “ofenden” no es solo inútil sino contraproducente (valga aquí
como ejemplo el que a CrudoEcuador le crecieron por miles los seguidores
inmediatamente después de que el presidente Correa lo hizo famoso en una
sabatina: esto se conoce como el “efecto Streisand”). Por mucho poder
que tenga un Estado, tal vez logre “acabar” con algunos tuiteros pero siempre
habrán muchos más. Escondidos en su anonimato (alcantarillas, las llamó Vallejo)
y con el propósito de desgastar la imagen del presidente y de su gobierno, cada
respuesta que Correa les formule, solo los alimenta a ellos al tiempo que lo
perjudica a él. Porque no necesitan siquiera tener la razón: les basta, en el
mejor de los casos, con hacer notar que el otro no la tiene; en el peor de ellos,
en procurar que la pierda, a través del sencillo expediente del agravio y la
descalificación. Y podrán pasar muchos años, y un grupo con poder (el poder de
un Estado) encabezado por el presidente Correa y su equipo de comunicación,
seguirá perdiendo y desgastándose, en una batalla sin sentido porque nunca lo
tuvo desde su mismo principio.
¿Vietnam, anyone?
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