El pluralismo de religiones
en una sociedad previene el dominio legal de una única religión en dicha
sociedad. Ese fue el caso de los Estados Unidos de América.
Los países de América
latina no contaron con la fortuna del pluralismo religioso de la Yoni. En
ellos, el pluralismo se obtuvo a las bravas, en unas guerras civiles que
costaron miles de vidas y que demostraron que las tradiciones no son derrotadas
fácilmente. Mucho menos las tradiciones católicas, siendo los católicos los más
necios entre los cristianos.
La conquista de la América
hispana se justificó en la decisión de un Papa (Rodrigo Borja, no kidding) y se practicó al amparo de
la cruz. Cuando la mayoría de los países de América latina se independizaron
entre 1810 y 1830, la religión católica se convirtió en la religión oficial de
todos y cada uno de estos países. En materia de religión, todos sus inicios
fueron conservadores, de cuño discriminador y excluyente.
En el Ecuador, ese
catolicismo conservador latinoamericano tuvo a una de sus expresiones más
extremas durante el gobierno del guayaquileño Gabriel García Moreno. En su
segundo período presidencial, en 1869, el Ecuador adoptó una Constitución que
convirtió a la religión católica en un requisito para la ciudadanía. Esta Constitución (nuestra octava) fue la primera aprobada vía referéndum: un
país de miserables y analfabetos le otorgó un triunfo arrollador.
Pero este catolicismo
conservador a ultranza tenía que ceder ante una era de globalización de corte
inglés. Los países de Latinoamérica tenían que dejar de ser tan palurdos y
ultramontanos como se podía serlo cuando se era un rincón perdido de un reino
europeo y tenían que ponerse a tono con las libertades ciudadanas. En el caso
del Ecuador, esto se hizo con montoneras y a los balazos, tomó muchos años,
pero al final del siglo XIX el Ecuador era un país ganado para el liberalismo.
Y para que el liberalismo triunfe
en la república, como en 1822 con el republicanismo, hubo que entrar a ocupar Quito.
Esto ocurrió el año 1895, esquivando balas y oraciones del bando conservador
y entrando el indio Alfaro a la
capital ese 4 de septiembre (años después –enero de 1912-, en esa misma ciudad
lo quemaron). Se hizo una Asamblea Constitucional para aprobar nuestra décimo primera Constitución y, en ella finalmente, triunfó el pluralismo
religioso.
Como la primera en el “Título IV. De las garantías”, su artículo 13
disponía la siguiente: “El Estado respeta las creencias religiosas de los
habitantes del Ecuador y hará respetar las manifestaciones de aquéllas.” Pero el
artículo precedente establecía que la religión católica seguía siendo la
oficial en la República: “Artículo
12.- La Religión de la República es
la católica, apostólica, romana, con exclusión de todo culto contrario a la
moral. Los Poderes públicos están obligados a protegerla y hacerla respetar.”
En la siguiente
Constitución de 1906, por vez primera, el Ecuador desistió de ser el Estado
confesional que había declarado ser en sus diez anteriores Constituciones. Al
menos en la norma, la garantía del respeto a la libertad de religión y la
supresión de la religión católica como la oficial del Estado consolidaron el triunfo
del pluralismo religioso, a 76 años de fundada la república ecuatoriana.
76 años entonces les tomó
a los católicos, por estos pagos, aceptar en la Constitución que ya no son ni
únicos ni excluyentes, ni tampoco primus
inter pares, sino apenas una religión entre muchas y que todas las otras creencias
merecen el mismo respeto que a ella se le dispensa. Pero, por supuesto, siendo el
catolicismo la variante más necia del cristianismo, en la práctica ese respeto
a las creencias de los otros es una lección que (manque Francisco) los
católicos en el Ecuador todavía no han aprendido.