En ‘Homo Juridicus. Ensayo sobre la función antropológica del derecho’, Alain Supiot consigna la historia de Robert Durand, un primer oficial de un barco que transportaba negros para ser esclavizados en América. Cita la observación de Robert Harms, un historiador que estudió el diario de a bordo del oficial Durand:
‘lo que provoca escalofríos en la lectura de Robert Durand es el tono profesional y prosaico de su relato. Hablaba de vender personas como si hubiese hablado de vender barriles de vino o cargamentos de trigo. De ninguna manera daba cuenta de algún sentimiento de vergüenza o de ambivalencia moral en cuanto a su misión; de otro modo, no hubiera dedicado la travesía con tanto fervor a ‘la mayor gloria de Dios y de la Virgen María’. Durand no era un negrero endurecido. Sólo tenía 26 años y era su primer viaje a África’ (1).
Me interesa destacar que su ‘tono profesional y prosaico’ es perfectamente entendible en contextos cercanos y actuales. Es plausible que sea el tono con el que las autoridades de la ciudad y su argolla empresarial (porque en Guayaquil se vive un ‘Capitalismo de Amigos’, amigos) forjaron el desarrollo urbano de Guayaquil, que en nombre de la ganancia de unos pocos, ha producido una ciudad escindida en dos (sobre Guayaquil como dos ciudades, v. ‘Monte Sinaí’ y ‘Guayaquil, el modelo que tocó fin’).
Por supuesto, para la élite de Guayaquil que ha impulsado su desarrollo urbano, a pesar de sus consecuencias, no ha habido en la creación de este Guayaquil que es dos ciudades, ‘algún sentimiento de vergüenza o de ambivalencia moral en cuanto a su misión’. Tranquilamente pudieron, como el oficial Durand, dedicárselo a la Virgen María.
Tanto el negrero Durand como los que han forjado el inequitativo y discriminador desarrollo urbano de Guayaquil carecen de la capacidad de imaginar a los otros como sus semejantes (salvo que esos ‘otros’, para Guayaquil, sean los de la élite político-administrativa, de la argolla empresarial, o de alguno de los descendientes avispados de los apellidos no perdidos del libro de Robles y Chambers). Seguramente Durand pensaría que ese trato a los negros era cruel e inhumano si se lo aplicaba a uno de sus semejantes (un blanco de Europa), pero como se lo aplicaba a los negros, lo daba por bueno. Ellos no eran sus iguales y el negocio de vender negros era rentable, y como seguramente Dios lo había querido así, era ajeno a Durand que le pudiera asaltar una duda moral (2).
Creo que esto que Durand pensaría de los negros, es lo que piensa la élite guayaquileña sobre la ciudad que construye. Es un problema constitutivo de nuestra élite, estudiado para la época de la independencia de Guayaquil por Camilla Townsend. En las conclusiones de su libro Tales of two cities: Race and economic culture in early republican North and South America, en el que hace un estudio comparado de Guayaquil y Baltimore, Townsend destaca que en Guayaquil la élite gobernante se imaginaba muy diferente y superior a la clase trabajadora, lo que no ocurría en la Baltimore de la misma época. Y una de las diferencias que Townsend marcaba, sigue siendo de actualidad para la élite gobernante de Guayaquil: ‘Cuando consideraban construir un camino, rechazaban la idea sobre la base de que costaría a muy pocos, demasiado dinero’ (3).
Es por eso que cuando se discutió la ampliación urbana de Guayaquil en la sesión del Consejo Municipal el 7 de octubre de 2010, para el Alcalde de Guayaquil, capo di tutti capi de la élite gobernante (esto es, de las autoridades de la ciudad y su argolla empresarial y asociados), fue apenas natural reconocer el hecho de que las obras en la ciudad debían excluir a cientos de miles de personas del desarrollo de la urbe (el que debería ser célebre ‘Yo he tomado la decisión…’ (4) -insisto, v. ‘Monte Sinaí’), porque la razón de esto es por los costos:
“… si la densidad debe ser de cien para optimizar el costo de la obra, si ahí hay una densidad de 33%, de 20%, de 25% de la real, entonces la obra por beneficiar a menos gente acaba costando tres veces, cuatro veces, cinco veces más de lo que tiene que costar…”
Demasiado dinero, pero muy pocos a quien cargárselo, por eso es inviable por costos. Es una putada, pero es lo mismo: no es negocio para la ciudad actual (sobre la idea de ‘negocio’ en el Guayaquil de hoy, v. ‘Explicando el negocio de la Alcaldía socialcristiana’), como tampoco lo era para la ciudad de ocho generaciones atrás. O para la del año de N. S. de 1722, o la de 1671 (5). Si no es negocio para la élite, simplemente no se hace.
Esto es así, porque a la élite gobernante de Guayaquil la mentalidad negrera del joven Robert Durand no le ha sido ajena. A la mayoría de las personas, a la inmensa mayoría de pobres de Guayaquil, esta élite gobernante, a lo largo de la historia, los ha mirado y ha tratado como a recursos. El resultado de ello, esta consecuencia de una ciudad dividida y de personas vistas como distintas, de mundos separados por muros (piénsese en toda la convivencia de ciudadela cerrada en Guayaquil), ha cimentado su persistente subdesarrollo, que la reduce a Guayaquil a ser unos bolsones de pseudo-Miami en medio de una irremediable y gigante Babahoyo.
(1) Alain Supiot, ‘Homo juridicus. Ensayo sobre la función antropológica del derecho’, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2007, p. 125. El libro original en francés es del 2005.
(2) Sobre la justificación cristiana del esclavismo, v. ‘Viejos prejuicios, nuevas discriminaciones’.
(3) Townsend, Camille, Tales of two cities: Race and economic culture in early republican North and South America, University of Texas Press, Austin, 2000, pp. 235-236. La cita original es: ‘When they considered building a road, they rejected the idea on the grounds that it would cost too few people two much money’.
(4) Dijo Nebot: “Yo he tomado la decisión de que aquí no vamos a legalizar un terreno ni vamos a poner una volqueta de cascajo ni un metro cuadrado de asfalto ni un metro de tubería de alcantarillado de agua potable más allá de lo que he expresado en el límite oeste, el límite de Flor de Bastión y el límite de la Sergio Toral”.
(5) El lector perspicaz entenderá que una diferencia entre la élite gobernante de uno y otro tiempo es que la actual tiene bien afilado el colmillo: avivatos de la obra pública, vuelan con los motores apagados y fuman debajo del agua. Sobre esto, la Metrovía, la Aerovía y el negocio de la recolección de la basura, deberían ser casos de estudio.
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