Durante la primera y la
segunda vuelta, el mejor día para Guillermo Lasso fue el 21 de febrero.
Ese día, Lasso estaba en Guayaquil frente a las instalaciones
del CNE liderando una protesta por fraude, rodeado de miles de simpatizantes y apoyado por varios políticos, entre ellos, Abdalá Bucaram Jr. y
Jaime Nebot. Los sucesos de aquel 21 de febrero parecían confirmar que Guillermo
Lasso se iba a convertir en el Gran Contradictor del Correísmo, tal vez en ruta
a la Presidencia de la República. Ese día, Lasso era legión.
Sin embargo, después de
aquel día, las cosas a Lasso se le fueron yendo como para el carajo. Los
primeros en abandonarlo, todavía en campaña, fueron los políticos. Su principal
aliado en la provincia del Guayas, Jaime Nebot, tomó distancia con una jugada propia
de un “viejo sabido” (1). También lo
abandonó Abdalá Bucaram Jr., cuyo candidato a la Vicepresidencia de la
República, Ramiro Aguilar, advirtió que CREO “es de la Sierra, es una
candidatura de clase media y por eso va a perder las elecciones. Repito, va a
perder las elecciones y después va a decir que hubo fraude” (2).
Una vez obtenidos los
resultados de la segunda vuelta, en efecto, Guillermo Lasso se lanzó a decir
que hubo fraude. Lasso advirtió que reclamaría ante la OEA, pero la OEA se
apresuró a reconocer el triunfo de Lenin Moreno. Los gobiernos de los países
extranjeros, incluido el de los Estados Unidos de América, reconocieron pronto
el triunfo de su rival. Así, las cosas a Lasso se le pusieron cuesta arriba: los
organismos internacionales y los gobiernos extranjeros le restaban potencia al
reclamo por fraude que Lasso empezaba.
Descartados así los apoyos
de los políticos ecuatorianos y de la comunidad internacional, le quedaba a
Lasso hacerse fuerte en la sociedad civil. Poco a poco, sin embargo, esos
apoyos también han empezado a desgajársele. En este sentido cabe entender la
distancia que han tomado frente al discurso del fraude opositores al gobierno
como Manuel Ignacio Gómez y Felipe Burbano de Lara.
Tanto Gómez como Burbano
de Lara, en sendos artículos elogiosos a Lasso publicados en diario El Universo,
enviaron un claro mensaje acerca de la necesidad de voltear la página. Gómez sostuvo
que ya fue, que “[q]uedó en el camino la posibilidad de un cambio”, mientras
que Burbano de Lara fue más contundente:
“Lasso cometió un solo error en la segunda vuelta:
proclamarse triunfador de la elección muy tempranamente sobre la base del exit
poll de Cedatos. De allí en adelante, en lugar de capitalizar lo
conquistado para seguir trazando las agendas del Ecuador poscorreísta, se puso
a jugar con fuego deslizándose al pantanoso terreno del fraude. Y en ese
desliz, los avances alcanzados corren el peligro de corroerse y distorsionarse”
(3).
Lasso, sin embargo, se
mantiene en sus trece con la estrategia del fraude: ayer ratificó que no
reconocerá el triunfo de Moreno (4).
En mi opinión, a Guillermo
Lasso le convendría una jugada cortazariana:
“No todo está perdido, si tenemos el valor de admitir que todo está perdido, y
empezarlo de nuevo”. Con este borrón y cuenta nueva, Guillermo Lasso podría dedicarse
efectivamente a “capitalizar lo conquistado para seguir trazando las agendas
del Ecuador poscorreísta” de cara a la siguiente batalla: las elecciones seccionales
del 2019.
Pero emperrarse en las
acusaciones de fraude es una manera de NO “capitalizar lo conquistado”, sea
dicho in the parlance of Burbano de
Lara. Todo lo contrario: es una vía segura para quedarse cada vez más solo.
Lasso ya ha perdido el apoyo de los políticos ecuatorianos y de la comunidad
internacional, y se enrumba a un cada vez mayor desgaste entre la sociedad
civil opositora al oficialismo. Esto, porque su discurso de fraude está ya en
trance de cruzar la frontera que separa un justo reclamo del berrinche y la
pataleta.
En conclusión: casi dos
meses después de aquel 21 de febrero, el hombre que aquella tarde era legión,
hoy se está quedando solo (la compañía de Páez únicamente acentúa su soledad),
emperrado en un callejón sin salida discursivo y esforzándose, con una pasión
digna de mejor causa, por dilapidar lo que había ganado en varios años de
construcción de su imagen política.