29 de diciembre de 2018

Elizalde y Buckay


Antonio Elizalde Lamar (1795-1862) tiene un pueblo con su nombre: General Antonio Elizalde. Nacido en Guayaquil, Elizalde participó en el 9 de octubre de 1820, luchó en las batallas de Yaguachi, el segundo Huachi y Pichincha, así como en la de Ayacucho. Fue el Jefe Militar de la Revolución Marcista y el Jefe Supremo de una porción del Ecuador (Manabí, Azuay y Loja) entre marzo y diciembre de 1850. Elizalde murió en Guayaquil el 24 mayo de 1862, cuarenta años clavados después de la victoria en Pichincha.

En reconocimiento de su vida política, el 19 de agosto de 1907, el Gobierno decidió darle el nombre de “General Antonio Elizalde” a lo que antes se conocía como “El Carmen”. Pero por ese nombre casi nadie conoce a este pueblo de alrededor de 9.000 habitantes, pues la gente lo conoce como “Bucay”.

Bucay es el nombre de otra persona, un negro jamaicano de nombre Jeremy Buckay, que se casó con una blanca y se asentó en el sector*. La gente empezó a conocer a la zona con el nombre coloquial de Bucay, tomado del apellido de este vecino, por encima del nombre que había dispuesto el Gobierno y con el que pretendió homenajear a un héroe del país, uno de los pocos “ecuatorianos” que peleó en la Batalla de Ayacucho**. La gente no le da bola a lo que dispone el Estado.

Es una síntoma casi trivial de la debilidad y fracaso de nuestra institucionalidad.

* La historia se cuenta en el POT de la Provincia del Guayas, p. 376.
** Por supuesto, decir “ecuatorianos” en la batalla de Ayacucho es un anacronismo, porque en ese entonces no existía el Ecuador. El término hace referencia a los nativos de las tres provincias (Cuenca, Guayaquil y Quito) que integraron el Ecuador en 1830. De estos, en la nómina que expone Luna Tobar en su libro sobre la contribución del Ecuador a la independencia peruana constan un total de 110 en puestos militares. Antonio Elizalde fue uno de los de más alto rango: uno de los dos Tenientes Coroneles que aportó el “Ecuador” a esta batalla. Su hermano, Juan Francisco Elizalde, fue Coronel, y su tío, el cuencano José de Lamar, el Gran Mariscal: v. ‘La ayuda humana del actual Ecuador para la independencia del Perú’ y la ‘Relación de jefes y oficiales combatientes de Dammert, Cusman y Tord’, en: Luna Tobar, Alfredo, ‘El Ecuador en la independencia del Perú’, Vol. 3, Banco Central del Ecuador, Quito, 1986 [Colección Histórica, Vol. VIII], pp. 188-215.

28 de diciembre de 2018

El "absolutamente inepto"


Qué certera es esta declaración:

“Lenin Moreno es un hombre absolutamente inepto para el Gobierno, vive enfermo de por vida; su edad la de sesenta y cinco y tiene la decrepitud de ciento. No ha gobernado a nadie, y se ha dejado gobernar despóticamente de cuantos han querido, como lo podría ser un niño de cuatro años. Ya se deja comprender de aquí el abandono en que ha estado este Estado, verdaderamente anárquico”.

El texto surge de un Manifiesto, suscrito por la Junta de Quito en agosto de 1809, por el cual justificó lo actuado en Quito el día 10*. Es la copia de su segundo párrafo, salvo por unos pequeños cambios: el nombre (se cambió a Ruiz de Castilla por Moreno), la edad (Ruiz de Castilla tenía setenta y cinco años, así que el cambio es una “s” por una “t”) y la palabra “Reino” por “Estado”.

En lo demás, es idéntico al texto original y, raro para un documento de 1809, muy útil para describir con precisión la situación del Ecuador casi 210 años después. Pobre país.  

* El texto íntegro de este ‘Manifiesto de la Junta de Quito’, en: de la Torre Reyes, Carlos, ‘La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809’, Banco Central del Ecuador, Quito, 1990 [Colección Histórica, Vol. XIII], pp. 224-227.

27 de diciembre de 2018

El eterno Vice


El 2012, todavía cómodo en la Vicepresidencia, la revista “¡Hola!” entrevistó a Lenín Moreno. Una de las preguntas fue: “¿Cómo es Lenín Moreno en casa?”. El hoy Presidente contestó:

“En mi vida tengo una doble función: vicepresidente del Ecuador y vicepresidente de la casa. Le digo esto porque mi esposa Rocío es la presidenta. Ella es el amor, la compañía y la solidaridad. Además es quien maneja la casa, lo viene haciendo desde hace rato, principalmente desde mi accidente. Tomó a su cargo la empresa familiar que teníamos, que se dedica a la edición de textos. Ella fue sostén mientras pasábamos por momentos difíciles y ¡se acostumbró! Ahora no hay quien la saque (risas). Soy tan malo para los temas económicos que es ella quien maneja la chequera” (¡Hola! Ecuador, No 18, 2 de abril de 2012, pp. 47-48).

Lenin Moreno es un hombre que se ha resignado mansamente a ser un mandado. En casa esto es cosa suya, pero aplicar esa misma lógica para la administración de un Estado resulta claramente insuficiente, pues lo hace ver como un redundante (igual las cosas se hacen, y se harán después, sin él). De ahí los resultados menos que mediocres de su gestión en todas las áreas sensibles (economía, seguridad, inversión social) y su desplome en las encuestas, donde ya más de la mitad de los ecuatorianos desaprueba su gestión.

Es el eterno Vice, un segundón para siempre.

26 de diciembre de 2018

Alexander von Humboldt y el Chimborazo


Uno de los libros más interesantes que he leído en los últimos tiempos es ‘La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt’, una biografía de este viajero y científico alemán cuya vida resultó marcada por el recorrido que hizo por el hemisferio Sur a inicios del siglo XIX.

La autora del libro, Andrea Wulf, considera a Humboldt como el “padre fundador” de la idea de ecosistema. En una época en que la ciencia insistía en la especialización de los saberes, Humboldt aspiraba a observar las conexiones entre las cosas. El momento cumbre de esta mente poderosa fue durante su escalada al Chimborazo, en compañía de Carlos Montúfar, Aimé Bonpland y José, su criado fiel (no olvidar: es un viaje de burgueses). En su ascenso a esta montaña el 23 de junio de 1802 llegaron a los 5.917 metros, una altitud nunca alcanzada ni siquiera por los primeros aeronautas en Europa. Fue allí, en las alturas del Chimborazo y pispeando el horizonte desde una altura jamás alcanzada por un ser humano antes, que Humboldt concibió el Naturgemälde.

Naturgemälde es “una palabra alemana intraducible que puede significar una ‘pintura de la naturaleza’ pero que al mismo tiempo entraña una sensación de unidad o integridad”. Fue allí, en las alturas del Chimborazo, donde todo lo que Humboldt había observado en su vida “encontró su lugar en el rompecabezas. La naturaleza, comprendió, era un entramado de vida y una fuerza global. Fue, como dijo después un colega, el primero que entendió que todo estaba entrelazado con ‘mil hilos’. Esta nueva noción de naturaleza iba a transformar la forma de entender el mundo”.

El Naturgemälde "con una sección transversal del Chimborazo, era una asombrosa imagen de la naturaleza como un entramado en el que todo estaba relacionado"
 
El 17 de febrero de 1803 Humboldt y su comitiva zarparon desde el puerto de Guayaquil con destino a México. Esta ciudad fue la última en la que Alexander von Humboldt estuvo en el hemisferio Sur. Cuando se alejaba de ella, Humboldt miraba por el telescopio y “veía que las constelaciones del cielo austral iban desapareciendo poco a poco”. Cruzó la línea imaginaria del ecuador el 26 de febrero de 1803. Nunca más (murió en Berlín, en 1859) volvió al hemisferio Sur.

Y nunca fue el mismo tras su visita, pues como lo destaca Andrea Wulf, “sobre todo, se iba de Guayaquil con una nueva visión de la naturaleza. En sus baúles iba el dibujo del Chimborazo, el Naturgemälde. Este dibujo y las ideas que lo habían inspirado cambiarían la percepción del mundo natural que iban a tener las generaciones futuras”.

Si rastreemos el origen del artículo de la Constitución del Ecuador por el cual se protege a la naturaleza, que es “donde se reproduce la vida”, el que primero formuló esa idea en términos científicos, fue el sabio alemán Alexander von Humboldt durante su ascenso al Chimborazo, esa montaña que es “en cierto modo” la más alta del mundo “porque su proximidad al ecuador hace que su pico sea el más alejado del centro de la Tierra”*.

* Todos las citas (salvo la noción de “padre fundador”, que está en el Epílogo del libro) están tomadas de los capítulos VI (“A través de los Andes”) y VII (“Chimborazo”) de: Wulf, Andrea, ‘La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt’, Penguin Random House, Bogotá, 2016, pp. 107-128.

25 de diciembre de 2018

El 10 de agosto de 1809: La celebración de una mentira


En rigor, los hechos derivados del cambio de la administración en Quito sucedido el 10 de agosto de 1809 fueron mucho más una guerra civil en una Audiencia española de América que una lucha por la independencia de España en el seno de dicha Audiencia.

De hecho, esto último sí que nunca lo fue: los hechos del 10 de agosto no buscaron independizar a la provincia de Quito del Reino de España (si algo, los hacedores del 10 de agosto quisieron que Quito sea el suelo donde no resuenen “más que los tiernos y sagrados nombres de Dios, el rey y la patria”, siendo el rey, “su señor natural don Fernando VII” –eran sus fans) ni se hicieron tampoco por la Audiencia de Quito como tal. El 10 de agosto se hizo para que se reconozca la autoridad de una de las provincias constitutivas de la Audiencia de Quito, la provincia de Quito propiamente dicha, por sobre las provincias vecinas de Popayán, Guayaquil y Cuenca, que también formaban parte de esta Audiencia. 

Y en el reconocimiento de su autoridad les fue como la verga.

De ahí que haya sido una guerra civil.

Desde 1812 hasta 1822, Quito es española casi sin vacilación. Luciano Andrade Marín, bibliotecario de la Biblioteca Municipal de Quito, describió este período en el que los quiteños, tras sus esfuerzos del 10 de agosto clausurados con la Batalla de Ibarra de 1 de diciembre de 1812, “quedaron postrados, desangrados y sometidos al más riguroso dominio español; sin maneras ya de sacudirse de él por sí mismos, sino esperando en la ayuda de alguien que los rescatara”*. Lapidario, el Luciano.

La batalla en las faldas del volcán Pichincha del 24 de mayo de 1822 es la entrada de las tropas libertadoras (de Colombia y del Perú, representadas en la firma del Acta de la Batalla del Pichincha por un neogranadino, el coronel Antonio Morales y Galavís, y por un altoperuano, Andrés de Santa Cruz y Calahumana, respectivamente) a la ciudad de Quito, ciudad considerada un bastión realista. Es una liberación de Quito sin muchos quiteños en ella y ninguno en un puesto de mando relevante. Es decir, a Quito la dieron liberando.

Y no fue este 24 de mayo para independizar a Quito tampoco: fue para anexionarlo a la que resultó una efímera República de Colombia. La Audiencia de Quito siempre tuvo un lugar reservado (aunque secundario y periférico) en el diseño institucional de la familia bolivariana, desde la aprobación de la Constitución de Cúcuta de 1821 (a la que, por cierto, no asistió ningún representante quiteño). El día después de la Batalla del Pichincha, el 25 de mayo, cuando se arrió la bandera española en Quito, la bandera que la reemplazó fue un tricolor colombiano.

El sueño bolivariano se hizo añicos finalmente en 1830, año en cuyo diciembre Bolívar se petateó en las cercanías de la caribeña Santa Marta, en cuyas playas jugarían años después Vives con el Pibe. Ese año 1830 el militar venezolano Juan José Flores autorizó, como Jefe del Distrito del Sur, el desmembramiento de esa porción de Colombia para crear un nuevo Estado independiente llamado “Estado del Ecuador en la República de Colombia”, el que todavía (de manera nominal) declaraba su pertenencia a la república colombiana aunque tenía un pleno auto-gobierno (era una nación tímida, este naciente Ecuador, casi diríase acomplejada por su pobreza y atraso). Recién en 1835, tras la segunda Convención Constitucional celebrada en Ambato, los ecuatorianos pasamos a ser una “República del Ecuador”, a secas. En esta movida de secesión de Colombia, el antiguo territorio de la Audiencia de Quito perdió sus dominios al norte del Río Carchi, tras la derrota en la Guerra contra Colombia de 1832 y la firma del Tratado de Pasto. Un inicio de país muy como la guaisa.

Este Estado del Ecuador que fundó el militar venezolano Flores en 1830 se compuso de las mismas tres provincias (Quito, Guayaquil y Cuenca) que se enfrentaron en la guerra civil de 1809. Pero en este nuevo contexto histórico, la provincia de Quito ya no buscó imponerse, ni tomar la batuta del nuevo orden administrativo. No tenía las fuerzas para ello.

El nombre y el diseño institucional del naciente país así lo demostraron: Quito resignó la primacía de su nombre y “Ecuador” fue un nombre escogido por otros para no ponerle Quito a un Estado con una identidad común débil (tanto en aquel entonces, como ahora). Los tres Departamentos de Quito, Guayaquil y Cuenca que decidieron unirse y confederarse para formar este nuevo Estado tuvieron desde su fundación, en 1830, cada una de estas entidades (primero como Departamentos, después como provincias) la misma cantidad de representantes en el foro político en común (Congreso Nacional) sin relación con el número de habitantes de cada territorio. Esta anomalía de diseño que tanto perjudicó a la provincia de Quito se mantuvo hasta la Constitución de 1861, en tiempos de la primera presidencia del guayaquileño Gabriel García Moreno. Caso raro, los primeros años del Ecuador no fueron impulsados por su capital administrativa, muy débil para otra cosa que dejarse hacer**.

En lo que va a esta historia, este rol pasivo que tuvo Quito en la lucha por la independencia del dominio de un reino europeo era indigno para la capital de un nuevo país americano, así que nuestros historiadores, muy patriotas ellos, le han inventado un rol mucho más digno romantizando el 10 de agosto de 1809, diciendo que su devoción por el rey Fernando VII era una “máscara”. Es decir que estos “patriotas” de Quito buscaron la independencia, pero lo hicieron de una forma taimada. Así, a lo que ya en los hechos resulta muy indigno de heroísmo, estos historiadores le han añadido una dosis tremenda de hipocresía. Sin duda, es una revuelta aserranada.

Y es que eso es lo que fue el 10 de agosto de 1809: la revuelta de una provincia serrana que era parte del territorio de la Audiencia de Quito (la provincia de “Quito”, propiamente dicha) para persuadir a sus provincias vecinas de todos los puntos cardinales a someterse a un nuevo orden administrativo dentro de la Monarquía Española con Quito en la cúspide de este nuevo diseño… y el miserable y rotundo fracaso que Quito cosechó cuando trató de convencer a estas provincias vecinas con semejante propuesta, mismo que se lo ha disfrazado de heroísmo por historiadores que tuvieron que inventar una nación, aunque sea asentados en mitos y fábulas, en mentiras piadosas.

Así, a día de hoy, como fecha nacional, el 10 de agosto de 1809 es la celebración por el país del fracaso de la lucha política de una de nuestras provincias constitutivas (Quito), que fue aplastada de manera rotunda y sin contemplaciones por las otras dos provincias constitutivas de nuestro territorio (Guayaquil y Cuenca).

Cada 10 de agosto es, en resumidas cuentas, la recordación de un fracaso y la celebración de una mentira.

* Andrade Marín, Luciano, ‘El Ilustre Ayuntamiento quiteño de 1820 y la gloriosa revolución de Guayaquil’, en: Muñoz de Leoro, Mercedes (comp.), ‘Memorias históricas de la biblioteca municipal González Suárez’, Editorial Abya-Yala, Quito, 2003, p. 75.  
** Una evidencia de la preeminencia de Guayaquil en los primeros años de la República es el número de Presidentes de origen guayaquileño en este período de representación paritaria en el Congreso Nacional (1830-1861), que “era una clara ventaja para Guayaquil y el Austro, menos poblados que Quito” (Ayala Mora, Enrique, ‘Evolución constitucional del Ecuador’, p. 28). El número de Presidentes constitucionales originarios de Guayaquil fue de cinco (Vicente Rocafuerte, Vicente Ramón Roca, Diego Noboa, Francisco Robles, Gabriel García Moreno) y, además, se debe sumar a José María Urbina, que aunque nacido en Píllaro, hizo toda su vida política en Guayaquil, ciudad donde murió. En ese mismo período, hubo un único Presidente nacido en Quito, Manuel de Ascázubi, en un gobierno encargado que cumplió un rol de transición entre dos Presidentes guayaquileños (Roca y Noboa), que es el mismo rol que está desempeñando el inepto de Moreno por estos días.  

24 de diciembre de 2018

Los Arosemena en la Presidencia: una muestra de inestabilidad política


La guayaquileña familia Arosemena es la que mayor número de portadores de su apellido ha colocado en la Presidencia de la República del Ecuador: Carlos Julio Arosemena Tola (1947-1948), Carlos Julio Arosemena Monroy (1961-1963) y Otto Arosemena Gómez (1966-1968). Ninguno de ellos accedió a la Presidencia por el mismo procedimiento y todos ellos tienen en común no haber accedido por voluntad popular. Y, además, haberlo hecho dentro de un período de menos de un cuarto de siglo (entre los años 1947 y 1968), en una época dominada por el populismo velasquista.

1. Carlos Julio Arosemena Tola (1888-1952)

Carlos Julio Arosemena Tola y Laura Monroy Garaycoa, padres del siguiente.

El primero de los Arosemena fue el resultado de una medida transaccional entre los conservadores y el Ejército.

Período presidencial: 16 de septiembre de 1947-31 de agosto de 1948 (total: 350 días -11 meses, 15 días).

2. Carlos Julio Arosemena Monroy (1919-2004)

Like a boss con Kennedy, a quien sobrevivió por 41 largos años. Un crack.


El segundo Arosemena fue el sucesor constitucional del destituido Presidente José María Velasco Ibarra en la presidencia. A su vez, Arosemena Monroy fue destituido por un golpe militar en 1963.

Período presidencial: 7 de noviembre de 1961-11 de julio de 1963 (total: 611 días -1 año, 8 meses, 4 días).

3. Otto Arosemena Gómez (1925-1984)

Segundo en el Campeonato Nacional de Cejas Políticas, después de Bustamante.

El tercer Arosemena fue designado por una Asamblea Constituyente, logrando la proeza de ser elegido Presidente de la República como parte de un partido de tres personas (el CID).

Período presidencial: 16 de noviembre de 1966-31 de agosto de 1968 (total: 654 días -1 año, 9 meses, 15 días).

En total, los tres presidentes Arosemena registran un tiempo de 4 años, 5 meses y 4 dias en el ejercicio de la Presidencia de la República. 

Son un claro síntoma de la inestabilidad política del Ecuador.

23 de diciembre de 2018

Definiciones del buen vivir


El Plan Nacional del Buen Vivir (la última vez que fue visto): “El Buen Vivir construye sociedades solidarias, corresponsables y recíprocas que viven en armonía con la naturaleza, a partir de un cambio en las relaciones de poder” (1)

Por su parte, el Alcalde de Guayaquil, en gala de sabrosura: “El buen vivir debe ser una realidad que la gente sienta, que la gente disfrute. Ese es el buen vivir” (26:24-26:32). (2)

Lo primero fue una fantasía política, lo segundo, un cague de risa.

(1) Plan Nacional para el Buen Vivir 2013-2017, Secretaria Nacional de Planificación y Desarrollo, Quito, 2013, p. 23.
(2) Es un concepto tan amplio que puede incluir la masturbación, un aria de Puccini o una hamburguesa con tocino. Cualquiera.

22 de diciembre de 2018

Como un Lenín Moreno


El 10 de agosto de 1809, el nuevo Gobierno de Quito envió sendas comunicaciones a las provincias cercanas para informarles del cambio de gobierno acaecido en su provincia. Su objetivo era sumarlas a sus propósitos de auto-gobierno, con la provincia de Quito a la cabeza. Un acta fechada el 16 de agosto de 1809 en Cuenca da cuenta de la comunicación de los quiteños en los siguientes términos:

“Se abrió el referido pliego que visto se encontró que contenía un oficio dirigido de dicha ciudad de Quito, a los 10 de Agosto presente, firmado al parecer por el Señor Marqués de Selva Alegre, comunicando que el pueblo de dicha ciudad, temeroso de ser entregado a la dominación Francesa, se ha congregado y declarado a ver cesado legítimamente los magistrados en las funciones que tenía la Junta Central, y que en su consecuencia había creado otra igual Suprema Junta interina con el tratamiento de Magestad para qué gobierne en nombre del Señor Don Fernando Séptimo (que Dios guarde) mientras su Magestad recupera la península o viene a imperar a América, eligiendo de Presidente de ella a el referido Señor Marqués de Selva Alegre, con tratamiento de Alteza Serenísimo” (1).

Los cuencanos meditaron su decisión y el resultado que le transmitieron a Quito fue similar al recibido de Guayaquil y Popayán: “recibieron respuestas desfavorables, de manera que poco a poco Quito quedó al amparo de sus propios hijos, pues incluso las jurisdicciones que estaban directamente bajo su control y que inicialmente se adhirieron a la causa independentista, por obra de los realistas se fueron alejando y muchas actuaron con un doble discurso” (2).

El pleito en Quito concluyó el 24 de octubre de 1809, cuando los integrantes de la Junta se vieron obligados a devolver el poder a manos de aquel a quien se lo habían arrebatado la mañana del 10 de agosto, al Conde Ruiz de Castilla. El sueño de Quito duró poquito: 76 días. Quito quiso proponerse como el líder de la región, pero sólo cosechó negativas y rechazo de aquellos a quienes buscó convencer de su liderazgo. Su esfuerzo fue inútil.

Como líder, Quito fue muy Lenín Moreno.

(1) Cordero Íñiguez, Juan, ‘Historia territorial de la Provincia del Azuay’, GAD Municipal del Cantón Cuenca, Cuenca, 2012, pp. 143-144.
(2) Ibíd., p. 144.

21 de diciembre de 2018

Las batallas de Ibarra como control de insubordinaciones


San Miguel de Ibarra, la ciudad blanca, registró dos batallas en sus alrededores durante la época de la independencia americana del Reino de España. Estas dos batallas fueron parte de momentos de cierre de ciclos de lucha, que tienen un hecho en común: las dos batallas sirvieron para aplacar las insubordinaciones internas de Estados, pero ninguno de esos dos Estados fue el ecuatoriano.

La primera batalla de Ibarra sucedió en 1812, entre el 27 de noviembre y el 1 de diciembre, cuando las fuerzas del español Toribio Montes derrotaron a las fuerzas insurgentes de Quito que comandaban Carlos Montúfar y Francisco Calderón. Vencida esta insurgencia que buscó, sin éxito, una mayor autonomía para la jurisdicción que gobernaba Quito (la Sierra centro-norte) dentro del imperio español de Ultramar, reinó en Quito una calma casi ininterrumpida hasta la batalla del Pichincha en 1822.

La segunda batalla de Ibarra sucedió en 1823. Allí, el 17 de julio, el Ejército colombiano a cargo de Simón Bolívar derrotó a las fuerzas insurgentes de Agustín Agualongo. Para esta época, la agregación de los territorios de Quito, Cuenca y Guayaquil a Colombia, con el nombre del Distrito del Sur, estaba ya consumada (habían triunfado en las faldas del volcán Pichincha las fuerzas conjuntas de Bolívar y San Martín + el decisivo apoyo de la legión británica). Pero el naciente país enfrentaba un riesgo: la insurgencia de los pastusos al norte de Quito, la capital del Distrito del Sur de la Colombia que Simón Bolívar presidía (un país que comprendía los que hoy son Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá y partes de Costa Rica y Brasil). Para julio de 1823 el Presidente Simón Bolívar andaba por Quito en la grata compañía de Manuela Culea cuando asomó este riesgo y él viajó a conjurarlo en la única batalla (de las nueve que conforman el ciclo independentista de la que es hoy la República del Ecuador) que él dirigió en el territorio que sería del Ecuador unos años después. Bolívar fue a Ibarra a aplacar una “insubordinación” en la República de Colombia: fue a resolverlo por la espada, en persona. Y ganó.

Kramer disfrazado de Bolívar. Obra de Hugo Chávez.

Las dos batallas de Ibarra se diferencian en varias cosas: la de 1812 cerró el período de insurgencia por un mayor autogobierno de Quito dentro de una antigua monarquía, mientras que la de 1823 contribuyó a concluir un período de insurgencia dentro de una nueva república. En la batalla de Ibarra de 1812 triunfaron los realistas, mientras que en la batalla de 1823 perdieron los realistas. Sin embargo, ambas batallas tiene un elemento en común: la batalla de 1812 concluyó una insubordinación interna de una provincia ecuatorial del Reino de España, acaecida entre 1809-1812; la de 1823, aplacó una insubordinación interna en el Distrito del Sur de la naciente República de Colombia.

Son dos batallas sucedidas en una ciudad hoy ecuatoriana, que curiosamente no se libraron por la República del Ecuador.

20 de diciembre de 2018

La ingenuidad y las farsas


Un fantasma recorre las redes sociales: el fantasma de no saber por qué chuchas si antes nos levantábamos por menos, ahora aguantamos tanto. Este mensaje de Don Evaristo (?) es elocuente:


La idea de este ícono quiteño es cierta, siempre que se acepte como premisa que antes y ahora el pueblo ha decidido el curso de acción de los acontecimientos. Un tren de ideas en el que el pueblo se levanta, resuelve las cosas (atacando la institucionalidad y destituyendo a una autoridad corrupta y/o incompetente, típicamente un Presidente), y luego se retira una vez culminada su heroica tarea. Benjamín Carrión escribió en “Cartas al Ecuador”, a inicios de los años cuarenta del siglo pasado, sobre este melancólico* drama del ecuatoriano, por el cual:

“… el hombre ecuatoriano ha salido a la calle armado de su grito, o se ha lanzado al campo de batalla armado de su rifle o su machete, a defender su libertad. Y casi siempre ha triunfado en su empeño, aunque después del triunfo popular –bien ganado, heroicamente conquistado- haya naufragado en las aguas turbias de la intriga de camarilla o de trinca”. (p. 127)

Esto es de una tremenda ingenuidad: todos esos golpes fueron y son orquestados desde arriba (desde la “camarilla” o “trinca”) y el bravo pueblo del Ecuador ha sido un instrumento para ese re-acomodo de sus élites. Entrados en el regreso a la democracia, en la primera caída de un Presidente, la de Bucaram, el pueblo fue instrumento de los intereses del PSC. Lo que recetó Febres-Cordero por la mañana en las calles de Quito, se cumplió al pie de la letra en el Congreso Nacional unas horas más tarde. En este video (min. 3:15 en adelante) se observa al Ingeniero en su rol de DT de los destinos patrios. Es una gozada.

Todo el heroísmo del pueblo de Quito fue un tabaquito en labios del Ingeniero: todos los esfuerzos del bravo pueblo en las jornadas de febrero de 1997 (heroicos, en este imaginario ingenuo) fueron en beneficio de un caudillo guayaquileño y su “camarilla” o “trinca”, como las llamaba Carrión. Héroe, en este caso, resulta sinónimo de “tonto útil”**.

Como los noventa están de vuelta, la historia quiere repetirse, aunque no como Marx decía, que primero como tragedia y luego como farsa. En Ecuador no es así, porque ha sido una farsa siempre y en todo lugar, una larga y estúpida sucesión de farsas. La que toca ahora, la que está en cocción, se compondría una vez más del bravo pueblo de Quito en las calles para beneficiar a otro caudillo guayaquileño: Jaime Nebot, sucesor de León Febres-Cordero (a la derecha en el video de febrero de 1997).

Sigue sonando Vilma Palma de fondo y esto es el Ecuador. Todo es posible.

* Gregorio Peces-Barba decía que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía. Por eso la devoción popular al pasillo.
* El único levantamiento popular genuino fue contra Mahuad y la evidencia de esto fue la muerte lenta de su partido (es decir, la gente sí estuvo realmente arrecha contra Mahuad, por ser un maldito incompetente –me incluyo, aunque he tratado de entenderlo). Después de su destitución, la DP obtuvo 4 diputados de 100 posibles, es decir, pasó de tener 36 diputados en 1998 (cuando el pueblo -ayudado por el escritorio- eligió a Mahuad) a pasar a tener 4 en 2002. La DP languideció un rato más, para desaparecer años después sin pena ni gloria, como casi todo lo que ha hecho Oswaldo Hurtado a lo largo de su vida política. Que las otros dos destituciones fueron orquestadas por una porción de la élite política para eliminar a sus rivales políticos en el ejercicio del poder, sin contar con un genuino respaldo popular, se evidencia en el resultado de las siguientes elecciones: tras la destitución de Bucaram, el PRE obtuvo 24 diputados de 120 posibles (en 1996, cuando se eligió a Bucaram, contaba 19 de 82) con lo que se convirtió en la tercera fuerza política en el Congreso (por encima, el PSC tenía 27, la DP-UDC 36); tras la destitución de Gutiérrez, Sociedad Patriótica obtuvo 24 diputados de 100 posibles (en 2002, cuando se eligió a Gutiérrez, tenía apenas 6 de 100), con lo que se convirtió en la segunda fuerza política en el Congreso (por encima, el PRIAN tenía 28 diputados).

17 de diciembre de 2018

Isidro Ayora y Lenin Moreno


El año 1925, el Ejército ecuatoriano, en la primera de muchas intervenciones dirimentes (la última, el 2005), destituyó al morlaco Gonzalo S. Córdova (la maldición azuaya), a raíz de lo cual gobernó el país primero un cuerpo colegiado de siete personas, y después de cinco, pero dado que una invariable incapacidad de alcanzar acuerdos mataba las buenas intenciones de estos colegiados, el Ejército, en su pistolera sabiduría, decidió cortar por lo sano (?) y nombrar a un único Encargado.

Aquí es que entra Isidro Ayora, uno de los presidentes más reformistas del siglo XX. Él fue el elegido por el Ejército para dirigir los destinos del país como su Dictador, como lo relató él mismo en un escrito publicado en 1926:

“Fui llamado a media noche por un oficial que llegó a mi casa a notificarme que el Ejército quería entregarme el poder, razón por la que urgía le acompañase. Dudé un instante por cuanto la responsabilidad de ser Mandatario no puede ser producto de improvisaciones ni tampoco de presiones políticas. Un gobernante debe tener la estatura moral para cumplir con su misión por cuanto en sus manos está el destino de un país, no de un grupo que lo presiona y obliga a tomar decisiones: quien así lo hace no es digno de gobernar una república, ya que no tiene personalidad ni carácter para dirigir la nación” (Fuente).

Es claro que esta vara de Isidro Ayora para juzgar la responsabilidad inherente al cargo de Presidente de la República es mucho más alta que la estatura moral a la que ha podido elevarse Lenin Moreno en el desempeño del cargo, pues es evidente que ha sido uno de los presidentes más pasivos e inútiles del siglo XX y lo que va del XXI. El caso de Moreno es el directo resultado de ser un tipo indigno de gobernar una república, sin personalidad ni carácter para ello.

12 de diciembre de 2018

Entrevista en Palabra Suelta



En esta entrevista con Xavier Lasso tratamos de la historia del Ecuador desde sus orígenes hasta los tiempos del Señor Mojón.

Y en cuanto a hechos contemporáneos: el Señor Notario está livin' la vida loca y el Señor Mojón será, a la vez, el sepulturero de Alianza País y la materia prima para construir el puente que permita al anciano tardo-franquista de Jaime Nebot (Otto mediante) llegar a la Presidencia de la República en el segundo semestre del 2019, en un país que está siendo diseñado a gusto de su derecha más rapaz y conservadora.

27 de noviembre de 2018

Asamblea descabezada


Lo curioso y paradójico de una Asamblea Nacional descabezada es que la dirija una señora que ni siquiera es Cabeza (como el jugador del Independiente) sino en plural: Cabezas. En este caso, por muchas que haya, no hacen como ni una* para la institución que la señora de tal apellido preside, porque dicha Función del Estado, la Asamblea Nacional, por estos días anda que deambula entre los abusos y la ineficacia.

De los abusos, he publicado antes. Esto es sobre la ineficacia y la historia es así: los Zeus de la Política, los panitas del Consejo transitorio, le pidieron a la Asamblea Nacional que envíe una terna para integrar el Tribunal Contencioso Electoral. La Presidenta, acaso por mejor hacer o por no entender mismo, decidió que ella representaba a la Asamblea Nacional (lo que es cierto: Art. 12 LOFL) pero con el twist loco de que ella también representaba la voluntad de los 137 legisladores (lo cual no es cierto, ni en sus sueños más salvajes). Y decidió enviar una terna, sin contar con el Pleno del órgano que ella preside.

Incluso un órgano tan violador del Estado de Derecho (básicamente, se han bailado un cha-cha-chá de meses de duración por sobre la normativa vigente, tanto en procedimientos como en derechos) como el Consejo de Trujilloloco y sus boys, reprendió a la Presidenta de la Asamblea Nacional por su feo proceder y le devolvió su terna. Esto ya es mucho decir.

La Presidenta, entonces, metió retro, pero ya fue tarde pues el omnipotente Consejo había impuesto como plazo fatal el 26 de noviembre y no se lo cumplió (you don’t mess with Trujilloloco, lady!). Confiada en su procedimiento arbitrario, no alcanzó a organizar la alternativa que sí era legítima (y que debió hacer desde un principio, pues era la única legítima). Fracasó, y ahora la selección de los jueces del Tribunal Contencioso Electoral se la hará sin la participación de la Asamblea Nacional.

La razón es simple: está descabezada.

* Piquito dixit.

24 de noviembre de 2018

Schopenhauer sobre Alemania


“Hago constar aquí, para el caso de mi fallecimiento, que desprecio a la nación alemana debido a su exaltada estupidez y que me avergüenzo de pertenecer a ella”*.

Un cascarrabias.
Esto dijo Shopenhauer sobre Alemania: ¿Qué le deja a uno, cuando de juzgar a un país tan disfuncional como el Ecuador, se trata? ¿Quién puede estar orgulloso de que toda promesa de recuperación de la institucionalidad resulte, invariablemente, un fraude? ¿Quién no puede considerar como estúpido en grado sumo de exaltación que el Estado en el Ecuador sea más un estorbo que un aliado?

* Schopenhauer, Arthur, ‘El arte de insultar’ [Die Kunst zu beleidigen], Alianza editorial, Madrid, España, 2018 [Primera edición: 2005], p. 40. (Edición e introducción de Franco Volpi.)

20 de noviembre de 2018

Por la oreja


La adolescente judía se dio cuenta que estaba preñada, pero no quería admitir la verdad ante su comunidad. Con justa razón: esos bárbaros la matarían, si se enteraban que su embarazo no se hizo conforme a la Ley que unos nómadas inciviles se habían dado a sí mismos en sus andanzas por el desierto.

“Piensa en grande, María”, se decía a sí misma la judía, que se las traía: le atribuyó su embarazo a una cosa que se llama “El Espíritu Santo” (AKA “El Paráclito”). Tremenda, la tal María: en vez de admitir que Jonás (es un decir, puede ser otro u otros) le entró como a cajón que no cierra, por obvio temor a la muerte inminente, le atribuyó su preñez a un ente absolutamente incomprobable, manifiestamente inexistente. La japi no tuvo que ver con el embarazo de María, ni tampoco su conducto vaginal: a María le dieron por la oreja, esa es la doctrina oficial (don’t blame me, I’m just reporting).


Hay una evidencia que pudieron ser otros muchos: tres hombres llegaron el mismo día de su nacimiento con regalos para el retoño de María, aún en presencia del hombre más innecesario de la historia, José, alias El Cachudo Metafísico.

Esta historia tiene un giro muy loco: el cuento que echó María es creído y se fundó una religión en la que esta historia de El Paráclito y la oreja de la judía María tienen un lugar importante. Esa religión se impuso en el mundo y hoy uno de cada tres de sus habitantes la cree de alguna manera. Se llama Cristianismo y es uno de los agentes más nocivos que ha parido la historia, el otro nombre de la Infamia.

Y, cuesta creerlo, todo eso empezó con una man que echó el cuento que le dieron por la oreja.

* En latín, para los cultos de entre ustedes: “Per auream entrat Christus in Mariam”. Le dieron es un decir: “El Espíritu Santo” (wink, wink) fue el que le dio.