Iba en mi carro por la
calle Pedro Carbo, cuando lo veo a Jamil Mahuad en la que era la esquina de la
casa de mis bisabuelos, donde ahora venden batidos, parado, como el vohue, con un batido de mango casi vacío
en su mano derecha. Sudaba como suelen sudar los serranos en la costa:
ostentosamente.
Bajé la ventana y le
grité: “Jamil, suba, que tengo algodón de azúcar. Y aire acondicionado”.
No terminaba de decir
“…nado” que ya estaba Mahuad abriendo la puerta de mi carro. Una vez sentado,
puso su cara frente a la rejilla del aire acondicionado por unos segundos, refrescándose
el ostentoso sudor, para luego exclamar:
- “¡Qué fresquiticidad!”
- “¿Fresquiticidad?”
- “Perdón, me emocioné”.
Me reí.
- “Antes que nada quiero
que sepa, expresidente Mahuad, que siempre he deseado a usted la misma suerte
que tuvo Alfaro.”
- “¿Que en el futuro me
reconozcan los esfuerzos que hoy me niegan?”
- “No, morir incinerado
por una turba.”
Hubo un silencio, que
interrumpió un sorbo del batido. Calmo, Mahuad me dijo:
- “Deberías escucharme
antes”.
- “Okey, hable”.
- “Te voy a explicar
algo”, me dijo asumiendo un cierto tono profesoral, “que te ayudará a entender
la situación en la que yo me encontraba”. Y añadió, no desprovisto de sorna: “Y
tal vez te haga pensar que no merezco la muerte por el fuego, o la muerte del
todo, o quizás, incluso, que merezca tu clemencia”.
- “Dígalo, Jamil”.
- “Mi explicación será
práctica. Hazme el favor de respetar a rajatabla las leyes de tránsito. Cuando
llegues a la intersección con la calle Clemente Ballén, detente en el semáforo
y muévete únicamente cuando éste te lo indique”.
Llegué a la luz roja y la
respeté. Algunos me pitaban para que aproveche y me mueva, porque había espacio
delante. Varios me rebasaron por la derecha para ocuparlo. Total, cuando se
puso en verde, el espacio para avanzar estaba bloqueado.
Mahuad habló:
- “Una primera
observación: en este país, como puedes apreciar, el respeto a la legalidad es
una desventaja. Esto explica a nuestra sociedad”.
Yo era el único que no
avanzaba. Se puso de nuevo en rojo y no me moví. Los carros volvían a rebasarme
por derecha y los que viraban desde Ballén bloqueaban la intersección. Era un
caos.
- “Una segunda
observación: hay reglas, los semáforos, pero no hay quién las haga cumplir. Y
créeme, esto es muy común, hay demasiadas personas interesadas en que las
reglas no se cumplan. Palabra de presidente.”
Iba a hacerle un
comentario sobre su período de gobierno, cuando arremetió de nuevo:
- “Una tercera
observación: si no ocupas un espacio, otro lo ocupará por ti. Esto explica a
nuestra clase política”.
- “¿A qué se refiere?”
- “A su canibalismo. Solo
están preocupados en hacerse daños unos a otros, sin proyectos en común. Fíjate
que su gran éxito en políticas públicas, que lo firmé yo, orillado por las
circunstancias, es la dolarización. De todas las cosas hechas en decenas de
años, es esto lo que quieren conservar. Pero, ¿qué es la dolarización? Es la
renuncia a una de las facultades del Estado, la de dictar política monetaria.
Es decir, lo que quieren conservar es la imposibilidad del ejercicio de una
facultad, una que es normal y consustancial a todos los Estados del mundo. Y la
quieren conservar, porque saben por experiencia que es mejor para este país ser
incompetente que competente: sin competencia, no tienes la posibilidad de
cagarla, lo que con competencia, invariablemente sucedería, porque esto es
Ecuador. La dolarización no hace más que poner en evidencia que Ecuador es un
país tan, pero tan pobre, que se celebra ser un subnormal”.
Me quedé sin palabras.
Siempre había visto a la dolarización como una ventaja, no como la demostración
de una celebración de la subnormalidad.
- “Ahora”, me dijo, “actúa
normal. Como un guayaquileño al volante”
Hice lo que tenía que
hacer. Atravesé mi carro, me impuse. No pasaron ni 20 segundos, un par de
conductores a quienes corché reaccionaron un poco mal, pero normal, ya estaba
del otro lado, casi a la altura de la agencia de CNT. En este punto, Mahuad
volvió a intervenir:
- “La última observación: en
este país, gana el que se impone. Todos sabemos que el juego está arreglado,
pero la mayoría piensa que tiene cómo ganarlo, que tiene padrino, billete,
fuerza, el cómo usar las mañas a su favor para imponerse. Eso es exactamente lo
que tú acabas de hacer. Ganaste porque no respetaste las normas, porque fuiste
como el resto, sin respeto a tu prójimo, sacando ventajas y aprovechándote de
la impunidad. Eso es este tráfico, esta ciudad, este país”.
Las observaciones de
Mahuad eran filosas. Pero no estaba dispuesto a darle la razón tan fácil.
- “Tu campaña decía ‘Sé lo
qué hay que hacer y cómo hacerlo’. Y claramente no tuviste idea”.
- “Las circunstancias me
sobrepasaron. Pero es lo normal en el Ecuador. Hoy estamos viviendo lo mismo
con Moreno”.
Caí entonces: el Ecuador
de finales del siglo pasado está de vuelta. La presidencia como un mojón en la
marea de los poderes tribales y caníbales. Necesité a otro presidente que fue
un mojón en la marea de los poderes tribales y caníbales para verlo claramente.
Quise ahondar por allí:
- “¿Qué opina de Moreno?”
- “Meh.”
- “Moreno es una marioneta
que le allana el camino al líder de los socialcristianos”.
- “Ah, esos fascistas de
fachada democrática” dijo, y atacó a lo que quedaba del algodón de azúcar.
- “Epa, buena definición ahí,
Majahuad”.
Me miró de reojo con el ceño
fruncido cuando escuchó su apellido en versión original, pero relajó de
inmediato. Lamió lo que quedaba en el palito del algodón de azúcar. Acto
seguido, sorbió el resto del batido de mango. Se volteó a mí, y me preguntó:
- “¿Tú fumas marihuana?”
- “Sí señor.”
- “No me preguntes cómo lo
sé, pero tómate uno de estos batidos de mango y fúmate un blunt tres horas después. Luego me lo agradeces.”
- “Es la cosa más rara y
grata que me ha dicho un expresidente en 40 años. Gracias, presi.”
Mi imagen de Jamil Mahuad Witt
ha cambiado en unos pocos minutos, en menos de dos cuadras de tránsito
caotizado. Lo sentí como a un tipo a quien la historia le pasó por encima, más
víctima que actor de un desastre, en un país compuesto por hordas de caníbales.
Y en lo personal, lo sentí como a un fellow
stoner. Un tipo que pasó por todas esas turbulencias, lotta ins, lotta outs, que ahora disfruta de las cosas sencillas
de la vida. Del algodón de azúcar, de un café, de la amistad de Dussan Draskovic.
- “Aquí me bajo”, me dijo
cuando llegamos a la intersección siguiente, con la calle Aguirre. “Tengo una
cita para tomar café con Dussan en el Doral y ya voy tarde. No me había dado
cuenta de la hora”.
- “Ha sido un gusto Jamil.
No pensé que de querer quemarlo pasaría a querer quemar uno con usted”.
- “Gracias a ti por el
algodón de azúcar y el aire acondicionado. Pero sobre todo por el aire
acondicionado”.
- “¿Fresquiticidad?”
- “Fresquiticidad total”.
Nos reímos. Se botó del
carro y empezó a caminar por la calle Aguirre rumbo al Doral.
3 comentarios:
Me gustó tanto esa historia que me gustaría pensar que fue verdad. Pero lo mas triste del caso es que no deja de ser verdad su observación. y a casi 20 años después de la debacle bancaria, nuestra clase política sigue siendo tan caníbal como lo fue incluso desde el tiempo de Alfaro.
Excelente
"Ah, esos fascistas de fachada democrática”
Maravillosa definición. Y lo peor es que siguen defendiéndolos. Me apena, pero por casa hay un abuelo (y varios otros familiares) que están enfermos de socialcristianismo. (Fanáticos nivel correístas)
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