Ayer nomás, Felipe Burbano de Lara expresó la existencia entre los quiteños de una percepción:
“la idea de que el modelo municipal de Guayaquil
modernizó la ciudad, tiene una estructura eficiente, funciona bien y generó un
sentido identitario fuerte”. Esta es una pendejada de percepción porque es una
distorsión de la realidad en beneficio del auto-flagelo. Porque es frente a
esta paja de Guayaquil que se contrasta, según Burbano de Lara, una “sensación
general de los quiteños frente a su municipio: espesamente burocrático,
ineficiente, desconectado de las lógicas modernizadoras de la ciudad,
extraviado de los referentes culturales de la identidad quiteña, y con sus
concejales engrilletados”.
Cereza del pastel: Burbano
de Lara dice que el escenario referido “describe un cambio profundo en la
historia de las dos ciudades en los últimos 30 años: hasta la década de los 80
del siglo pasado se tenía al municipio capitalino como referente de eficiencia
y calidad frente al desastre de Guayaquil. En tres décadas, la historia dio la vuelta”.
No, en realidad, no dio la
vuelta. Simplemente, son los guayaquileños ratificando la historia política de
este país, como ha sido desde tiempos inmemoriales, desde antes incluso de ser
República: los guayaquileños comiéndose al cuento a los quiteños*.
Me explico: Burbano de
Lara plantea en su artículo el debate de “la idea de imitar el modelo
guayaquileño”, para lo que propone cuatro ejes. A los cuatro le entro.
“Primero, sus modelos de
gestión: estructura del gasto, peso de las burocracias, calidad y cobertura de
los servicios y fortalezas institucionales. Las diferencias, en este campo, son
abismales y delinean dos modelos radicalmente opuestos en el uso de los
recursos públicos”. El elogio del gasto público esconde que existe un enorme
maquillaje de cifras, por las transferencias del Municipio a las Fundaciones,
donde es real que existe un manejo opaco de los recursos públicos que se les
entregan. Pero mucho más jodido, es cómo el Municipio distribuye los recursos:
en esencia, la normativa y las políticas públicas han producido un escenario de
desigualdad estructural y persistente, que los 30 años del PSC en la
ciudad no han hecho sino acentuar.
El segundo eje: “el
vínculo del municipio con la sociedad. Mientras el modelo guayaquileño impulsa
una modernización muy articulada con la inversión privada y el horizonte
globalizador…”. La modernización que propone el Municipio de Guayaquil es una
versión del “Capitalismo de Amigos”: si hablamos de crecimiento urbano, este
está pensado para beneficiar a élites económicas vinculadas al negocio de la construcción. Si lo vemos desde su horizonte “globalizador”, es risible: unas
fuentes de colores son las que nos ponen al nivel de Barcelona o Las Vegas
y, claro, tenemos una rueda moscovita. En su programa para reelegirse el 2014,
Jaime Nebot propuso la continuidad de un montón de cosas, pero sólo dos cosas
nuevas: una Aerovía y una rueda moscovita. La primera es una evidencia de su
fracaso, porque ofrecida al 2017, estamos al 2019 y todavía está haciéndose. La
segunda, la rueda moscovita, es una muestra de lo que entiende el Municipio de
Guayaquil por modernizar. Y el chiste da vueltas y se cuenta solo.
“Tercer eje, sus modelos
de liderazgo y estructura de gobierno. Desde que León Febres-Cordero llegó a la
alcaldía de Guayaquil en 1992, y la continuidad posterior con Jaime Nebot, el
liderazgo ha sido férreamente personalista, casi caudillista, salido de las
élites, y con un potente vínculo a redes populares”. Madre de Dios, esto es
desconocer cómo se ha sostenido ese estilo “caudillista”, en términos de represióna los pobres y de cooptación de la participación ciudadana. Es,
básicamente, aplaudir una buena dosis de fascismo funcional a la derecha
(porque si esto mismo fuera atribuible Correa, Jebús, que todo arde y todo se
pudre: no se lo vería nunca como el atributo “positivo” que a Nebot se le anota).
El cuarto eje: “la
configuración de la ciudad como espacio de autogobierno. Guayaquil creció
cuando tomó como horizonte la autonomía de su gobierno local sobre la base de
una potente identidad cultural diferenciada y opuesta al centro-nación”. Esto
es celebrar la manipulación mediática que ha sostenido a un modelo excluyente
en beneficio de unas élites políticas y económicas, que son las que se llevan
la parte del león. Aquí, en Guayaquil, no hay tal cosa como un modelo exitoso
de desarrollo: hay una colosal metida de dedo por unas élites que han hecho del
guayaco “sabido” de nuestra mitología ecuatoriana, un gil.
Un intelectual quiteño como Felipe Burbano de Lara
concluye su artículo con la siguiente pregunta: “¿Debemos los quiteños imitar a
Guayaquil para que la ciudad cambie y se modernice?”. La respuesta, de un
guayaco que le ha tirado cabeza a su ciudad largo rato, es: “No, no se te ocurra, pana. No vayas a hacer
pendejadas”.
Porque, de plano, ya lo es, el haber desperdiciado
la ocasión para hacer unas merecidas críticas a un modelo de desarrollo
inequitativo y excluyente, a cargo de un Alcalde que más que un gran
administrador (su éxito “mi rueda moscovita” lo descarta para ello) es un Gran Sabido, que no a todos, pero a
muchos serranos, sí que se los come al cuento. En eso, es el continuador de una
larga y más que bicentenaria tradición.
Así, contrario a la percepción serrana, más falsa
que dólar celeste, yo puedo caracterizar al Municipio de Guayaquil de la
siguiente manera: “espesamente burocrático, ineficiente, desconectado de las
lógicas modernizadoras de la ciudad, extraviado de los referentes culturales de
la identidad guayaquileña, y con sus concejales engrilletados”. Y todo eso sería cierto, en este Babahoyo gigante con bolsones de Miami. Lo curioso, es que esa definición coincide
con la percepción que los quiteños tienen de su propia ciudad. Así que es por
eso que les digo que “no vayan a hacer
pendejadas”: es de bobos el agitarse tanto para llegar a nada. Y los
esfuerzos inútiles, como decía el profesor Gregorio Peces-Barba, “conducen a la
melancolía”. La que se acentúa por el clima de allá.
Entonces no serán, como les dicen algunos por acá, “serranos
bobos”. No se dejarán comer al cuento. ¡Verán!
* Podría llamarse
“Síndrome de Ascázubi”, por la historia política de Manuel de Ascázubi, que fue
el primer Presidente de la República del Ecuador de origen quiteño. Su ascenso
a la Presidencia significó la primera vez en nuestra agitada historia
republicana en la que un vicepresidente asumía la presidencia: sucedió en 1849,
al término del mandato del guayaquileño Vicente Ramón Roca (1845-1849), cuando
el Congreso Nacional no pudo decidirse entre dos candidatos guayaquileños
(Antonio Elizalde y Diego Noboa) por lo que optó por el vice que era quiteño y
así lo elevó a la Presidencia como encargado al concluir las sesiones de ese año.
Llegó a la Presidencia en noviembre, y no había pasado ni siquiera un semestre,
que Diego Noboa le organizó un golpe de Estado que le quitó la Presidencia al
de Quito. Así, como quien le dice: “Presta
acá, conchatumadre, que esto es mío”. Y allí quedó Ascázubi para la
historia, a quien casi nadie recuerda salvo por el detalle de haber sido cuñado
de otro guayaquileño célebre: Gabriel García Moreno, casado con su hermana Rosa.
Esto es que te recuerden porque un man
se comía a tu ñaña. Todo le sale mal.
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