13 de marzo de 2019

Guayaquil frente a Quito y el "Síndrome de Ascázubi"


Ayer nomás, Felipe Burbano de Lara expresó la existencia entre los quiteños de una percepción: la idea de que el modelo municipal de Guayaquil modernizó la ciudad, tiene una estructura eficiente, funciona bien y generó un sentido identitario fuerte”. Esta es una pendejada de percepción porque es una distorsión de la realidad en beneficio del auto-flagelo. Porque es frente a esta paja de Guayaquil que se contrasta, según Burbano de Lara, una “sensación general de los quiteños frente a su municipio: espesamente burocrático, ineficiente, desconectado de las lógicas modernizadoras de la ciudad, extraviado de los referentes culturales de la identidad quiteña, y con sus concejales engrilletados”.

Cereza del pastel: Burbano de Lara dice que el escenario referido “describe un cambio profundo en la historia de las dos ciudades en los últimos 30 años: hasta la década de los 80 del siglo pasado se tenía al municipio capitalino como referente de eficiencia y calidad frente al desastre de Guayaquil. En tres décadas, la historia dio la vuelta”.

No, en realidad, no dio la vuelta. Simplemente, son los guayaquileños ratificando la historia política de este país, como ha sido desde tiempos inmemoriales, desde antes incluso de ser República: los guayaquileños comiéndose al cuento a los quiteños*.

Me explico: Burbano de Lara plantea en su artículo el debate de “la idea de imitar el modelo guayaquileño”, para lo que propone cuatro ejes. A los cuatro le entro.

“Primero, sus modelos de gestión: estructura del gasto, peso de las burocracias, calidad y cobertura de los servicios y fortalezas institucionales. Las diferencias, en este campo, son abismales y delinean dos modelos radicalmente opuestos en el uso de los recursos públicos”. El elogio del gasto público esconde que existe un enorme maquillaje de cifras, por las transferencias del Municipio a las Fundaciones, donde es real que existe un manejo opaco de los recursos públicos que se les entregan. Pero mucho más jodido, es cómo el Municipio distribuye los recursos: en esencia, la normativa y las políticas públicas han producido un escenario de desigualdad estructural y persistente, que los 30 años del PSC en la ciudad no han hecho sino acentuar.

El segundo eje: “el vínculo del municipio con la sociedad. Mientras el modelo guayaquileño impulsa una modernización muy articulada con la inversión privada y el horizonte globalizador…”. La modernización que propone el Municipio de Guayaquil es una versión del “Capitalismo de Amigos”: si hablamos de crecimiento urbano, este está pensado para beneficiar a élites económicas vinculadas al negocio de la construcción. Si lo vemos desde su horizonte “globalizador”, es risible: unas fuentes de colores son las que nos ponen al nivel de Barcelona o Las Vegas y, claro, tenemos una rueda moscovita. En su programa para reelegirse el 2014, Jaime Nebot propuso la continuidad de un montón de cosas, pero sólo dos cosas nuevas: una Aerovía y una rueda moscovita. La primera es una evidencia de su fracaso, porque ofrecida al 2017, estamos al 2019 y todavía está haciéndose. La segunda, la rueda moscovita, es una muestra de lo que entiende el Municipio de Guayaquil por modernizar. Y el chiste da vueltas y se cuenta solo.

“Tercer eje, sus modelos de liderazgo y estructura de gobierno. Desde que León Febres-Cordero llegó a la alcaldía de Guayaquil en 1992, y la continuidad posterior con Jaime Nebot, el liderazgo ha sido férreamente personalista, casi caudillista, salido de las élites, y con un potente vínculo a redes populares”. Madre de Dios, esto es desconocer cómo se ha sostenido ese estilo “caudillista”, en términos de represióna los pobres y de cooptación de la participación ciudadana. Es, básicamente, aplaudir una buena dosis de fascismo funcional a la derecha (porque si esto mismo fuera atribuible Correa, Jebús, que todo arde y todo se pudre: no se lo vería nunca como el atributo “positivo” que a Nebot se le anota).

El cuarto eje: “la configuración de la ciudad como espacio de autogobierno. Guayaquil creció cuando tomó como horizonte la autonomía de su gobierno local sobre la base de una potente identidad cultural diferenciada y opuesta al centro-nación”. Esto es celebrar la manipulación mediática que ha sostenido a un modelo excluyente en beneficio de unas élites políticas y económicas, que son las que se llevan la parte del león. Aquí, en Guayaquil, no hay tal cosa como un modelo exitoso de desarrollo: hay una colosal metida de dedo por unas élites que han hecho del guayaco “sabido” de nuestra mitología ecuatoriana, un gil.

Un intelectual quiteño como Felipe Burbano de Lara concluye su artículo con la siguiente pregunta: “¿Debemos los quiteños imitar a Guayaquil para que la ciudad cambie y se modernice?”. La respuesta, de un guayaco que le ha tirado cabeza a su ciudad largo rato, es: “No, no se te ocurra, pana. No vayas a hacer pendejadas”.

Porque, de plano, ya lo es, el haber desperdiciado la ocasión para hacer unas merecidas críticas a un modelo de desarrollo inequitativo y excluyente, a cargo de un Alcalde que más que un gran administrador (su éxito “mi rueda moscovita” lo descarta para ello) es un Gran Sabido, que no a todos, pero a muchos serranos, sí que se los come al cuento. En eso, es el continuador de una larga y más que bicentenaria tradición.

Así, contrario a la percepción serrana, más falsa que dólar celeste, yo puedo caracterizar al Municipio de Guayaquil de la siguiente manera: “espesamente burocrático, ineficiente, desconectado de las lógicas modernizadoras de la ciudad, extraviado de los referentes culturales de la identidad guayaquileña, y con sus concejales engrilletados. Y todo eso sería cierto, en este Babahoyo gigante con bolsones de Miami. Lo curioso, es que esa definición coincide con la percepción que los quiteños tienen de su propia ciudad. Así que es por eso que les digo que “no vayan a hacer pendejadas”: es de bobos el agitarse tanto para llegar a nada. Y los esfuerzos inútiles, como decía el profesor Gregorio Peces-Barba, “conducen a la melancolía”. La que se acentúa por el clima de allá.

Entonces no serán, como les dicen algunos por acá, “serranos bobos”. No se dejarán comer al cuento. ¡Verán!

* Podría llamarse “Síndrome de Ascázubi”, por la historia política de Manuel de Ascázubi, que fue el primer Presidente de la República del Ecuador de origen quiteño. Su ascenso a la Presidencia significó la primera vez en nuestra agitada historia republicana en la que un vicepresidente asumía la presidencia: sucedió en 1849, al término del mandato del guayaquileño Vicente Ramón Roca (1845-1849), cuando el Congreso Nacional no pudo decidirse entre dos candidatos guayaquileños (Antonio Elizalde y Diego Noboa) por lo que optó por el vice que era quiteño y así lo elevó a la Presidencia como encargado al concluir las sesiones de ese año. Llegó a la Presidencia en noviembre, y no había pasado ni siquiera un semestre, que Diego Noboa le organizó un golpe de Estado que le quitó la Presidencia al de Quito. Así, como quien le dice: “Presta acá, conchatumadre, que esto es mío”. Y allí quedó Ascázubi para la historia, a quien casi nadie recuerda salvo por el detalle de haber sido cuñado de otro guayaquileño célebre: Gabriel García Moreno, casado con su hermana Rosa. Esto es que te recuerden porque un man se comía a tu ñaña. Todo le sale mal.

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