Para los creadores del
Naipe Centralista, Bonil era un “quiteño infiltrado en diario El Universo”, a
quien se acusaba (se decía: “su misión”) era la de menoscabar “el sentido del auto estima
guayaquileña lograda durante los últimos años” y “criticar con sutileza […] a
los líderes locales”.
Sin embargo, Bonil recibió
la alcaldía de Jaime Nebot el 10 de agosto del año 2000, con la siguiente
ofrenda:
Así empezó Bonil, y no
hizo críticas, ni sutiles ni de ningún otro tipo, ni antes ni después. Han sido dieciséis
años casi ininterrumpidos de silencio, cuando a la alcaldía de Jaime Nebot hay
tantas cosas para criticarla: putrefacción del estero Salado, notorias deficiencias
en la transportación pública, falencias graves en la prestación de los
servicios de alcantarillado, agua potable y recolección de basuras, represión
de las libertades civiles (de reunión, de expresión, de circulación) y, sobre
todo, la implementación inconsulta y arbitraria de un modelo de desarrollo sin
planificación alguna y orientado al beneficio de grupos de poder económico (en
especial, del sector de la construcción) que han hecho de Guayaquil una ciudad de profundas inequidades, estancada en su economía, atascada en su tráfico, sin espacios públicos ni áreas verdes, y vulnerable a los riesgos de terremotos e inundaciones (lo segundo es inminente, por efecto del cambio climático). Una Babahoyo gigante, con bolsones de “Miami”.
Y ante toda esta tamaña irresponsabilidad, el buen Bonil, silente.
Hubo un mucho de paranoia
en este naipe.
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