Con ocasión de las fiestas de julio en Guayaquil publiqué
este artículo en el que critiqué el tono celebratorio de las autoridades
y los fans de la M. I. Municipalidad de Guayaquil. El artículo mereció algunas
opiniones en redes sociales, varias de las cuales fueron tan insustanciales y
descalificadoras como las que puede esperarse que sean hechas en las redes
sociales. No en vano el periodista John Lee Anderson las ha calificado como “un gran basurero”.
Hubo, sin embargo, un economista que se animó a
publicar en su blog una crítica a mi artículo. En su opinión, no es un artículo
riguroso. Tampoco su crítica lo es. Por ejemplo, para justificar el descenso
migratorio en Guayaquil, esta persona se basa en un supuesto (“supongamos que
la mitad”) que resulta además insuficiente, porque se refiere tan solo a la
tercera parte del período bajo análisis. Este economista exige un rigor del que
él mismo carece.
Peor es, sin embargo, que este individuo haya
confundido las cosas. Mi artículo no es un artículo para “probar” los magros resultados
económicos de la M. I. Municipalidad de Guayaquil: eso está claramente fuera de
rango en un artículo de las dimensiones del publicado. Es un artículo de
crítica política que expuso información para desmentir el tono celebratorio de
derrota a la pobreza y de pujanza económica que tan fácilmente se acepta sin crítica
alguna en Guayaquil. Frente a esto, el economista emprendió una defensa de la
administración municipal, con argumentos muy débiles. Por ejemplo, para
defender los indicadores de pobreza de Guayaquil, el economista los compara con
los de Machala: el que Guayaquil tenga peores indicadores de pobreza que Quito
y Cuenca no es tan relevante como el que los tenga menos malos que la otra
ciudad administrada por socialcristianos (?). Otro ejemplo: el economista, para
defender que en los indicadores de “infraestructura y conectividad física” de
la revista América Economía Guayaquil no lo hace tan mal (obtiene un paupérrimo
34.4/100), no tiene empacho en señalar que yo no menciono “que Quito se
encuentra a solo cuatro posiciones de Guayaquil” (¡?). Vaya consuelo de tontos: el economista está para la risa. Con razón lo festejaron en redes sociales.
¿Puede una autoridad decir que se está “ganando la
guerra contra la pobreza” cuando el indicador de su administración es apenas y
únicamente mejor que el de su prima pobre socialcristiana? ¿Puede defenderse
que sea Guayaquil una ciudad de pujanza económica sobre la base, no de buenos
indicadores, sino de que otra ciudad lo hace apenas mejor? Es obvio que no. Pero
lo peor de todo no es la pobreza argumentativa, sino la complacencia para con el
discurso de las autoridades de Guayaquil, esa notoria incapacidad crítica que
existe en la ciudad (de la que hace gala el economista y que es sintomática de
la gran mayoría de “pensadores” en Guayaquil) de personas que suelen ser híper-críticas
para tantas otras cosas, pero que cuando se trata de la administración
municipal de Guayaquil, o callan, o la defienden con un servilismo a prueba
de ideas.
Cuando hayan pasado estos tiempos, la gente que sí
se animará a razonar lo sucedido en Guayaquil durante la larga administración
socialcristiana, podrá recordar y aplicar a este período la frase aquella,
escrita en la proclama de la Junta Tuitiva de la ciudad de La Paz hace
ya más de dos siglos:
“Hemos guardado un silencio bastante parecido a la
estupidez…”