Publicado en
La Contra
el 21 de mayo de 2024.
Fernando Ampuero Trujillo, mi buen amigo (de decenas de años y compañero de
la singular GkillCity), me pidió una opinión para La Contra por el despido
de la directora de la Academia Nacional de Historia capítulo Guayaquil. Como
amante de mi ciudad, ofrezco estas palabras:
*
Dirijo este artículo a los miembros de la Academia Nacional de Historia
que, de manera tan reciente como este viernes, sancionaron a una persona por
salirse del relato que la Academia se esfuerza por preservar.
Presento mis mínimas credenciales históricas: En este blog, he
escrito mucho sobre el 10 de agosto de 1809 (mis artículos están agrupados
en
este enlace) y acerca de la independencia de Guayaquil. En un diario de mi ciudad,
Expreso, publico desde febrero del año 2022 una columna que lleva por título
“La otra historia del Ecuador”. En ella, publiqué este artículo el viernes
19 de abril de este año:
*
Creo que la Academia Nacional de Historia ha cometido dos injusticias. Ha
sancionado a la directora de la Academia Nacional de Historia capítulo
Guayaquil, Antonieta Palacios Jara, por haber suscrito un documento en el
que solicitó el 22 de marzo de 2024 al Municipio de Guayaquil el cambio de
nombre de la calle 10 de agosto, en el tramo comprendido entre Chile y
Malecón, a una de las siguientes dos opciones: Provincia Libre de Guayaquil
o República de Guayaquil. Esto se prueba en el Oficio No. ANH-005-O (este enlace, pp. 94-95).
Ese documento fue acogido por el órgano municipal a cargo del patrimonio en
el Municipio de Guayaquil, la Unidad Técnica de Patrimonio Cultural, cuya
directora, María Isabel Silva Iturralde, elaboró un razonado informe en el
que se escogió la denominación República de Guayaquil y se fundamentaron los
motivos para justificar dicho cambio de denominación de la calle. Esto se
puede apreciar en el Memorando No. DG-UTPC-0247-2024 (este enlace, pp. 87-93).
Por haber presentado el documento del 22 de marzo, el Directorio de la
Academia Nacional de Historia del Ecuador, en su Resolución del Directorio No. ANH 001-2024, suspendió de forma
indefinida a Antonieta Palacios Jara del cargo de directora del capítulo
Guayaquil de su institución. La razón que han esgrimido en el considerando
cuarto de su primera resolución del año 2024 (no parece que tengan mucha
actividad) es la inmersión de la conducta de la directora Antonieta Palacios
en lo dispuesto en el artículo 33 del Estatuto de su organización: “se
consideran faltas graves los actos que afecten a la unidad nacional o que
promuevan la ruptura, división o disolución de la Academia”. Es evidente que
ellos consideran que el oficio firmado por la directora Antonieta Palacios
el 22 de marzo afecta, de alguna manera, a la unidad nacional.
Como base para esta conclusión, en el considerando tercero de su
resolución, el Directorio afirma que el nombre República de Guayaquil “no
tiene el menor fundamento histórico y tiende a erradas interpretaciones,
fomentando a su vez división o regionalismo en nuestro país”.
Para interpretar esta crítica inserta en su primera resolución se debe
considerar el Informativo Electrónico No. 58 de la Academia Nacional de
Historia del Ecuador, que contiene una comunicación dirigida al Alcalde de Guayaquil. Allí se puede leer un pronunciamiento de dicha
entidad, donde consta una frase singular y en negritas: “Guayaquil nunca fue
República”. También hay que tolerar en este documento la lectura de que la
resolución del Concejo Municipal de cambiar el nombre de la calle “ha sido
interpretada, por amplios y representativos sectores del país, como un acto
de separatismo o regionalismo” y que, por ello, debe realizar un
pronunciamiento “sobre la realidad histórica, el significado del 10 de
Agosto de 1809 y la necesidad de trabajar por la unidad nacional”.
Para entender el tamaño de la injusticia cometida en perjuicio de Antonieta
Palacios, se debe criticar cuatro aspectos de lo resuelto y expuesto por la
Academia Nacional de Historia del Ecuador.
1) Guayaquil sí fue república
En rigor, creo que debemos definir los términos del debate. La corriente
que dice que Guayaquil no fue república (tomemos al doctor
Franco Loor
como su representante) sostiene que ello es así, porque en ningún documento
se dice específicamente “República de Guayaquil”. Es un argumento digno de
Lenin Moreno: “No hay texto”.
Con el debido respeto, esto es juzgar un libro por la portada, privilegiar
la forma a la sustancia. El doctor Franco Loor nos invita a una arqueología
de documentos para probar algo que no existió, empresa tan exhaustiva como
fútil. La pregunta que se debe responder es: ¿Qué significó la independencia
para Guayaquil? La tarea de los historiadores debería ser desentrañar esta
pregunta, analizarla desde distintas aristas.
Y una específica es ésta: El 9 de octubre de 1820 tuvo una consecuencia
concreta, como fue que la provincia de Guayaquil empezó a vivir bajo las
normas que dictaban sus propios representantes, no una autoridad en España;
a gozar de un régimen electivo por oposición a un régimen hereditario de
gobierno; a tener nuestra bandera, nuestra imprenta y nuestras relaciones
diplomáticas con otros Estados (fueron cinco: Perú, Colombia, Chile,
Guatemala y Estados Unidos).
Los politólogos italianos Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco
Pasquino, en su Diccionario de la Política*, empiezan su
definición de la voz “república” de la siguiente manera:
“En la moderna tipología de las formas de estado el término r. se opone a
monarquía; en ésta el jefe del estado accede al sumo poder por derechos
hereditarios, mientras que en la primera el jefe de estado que puede ser
una sola persona o un colegiado de más personas (Suiza), es elegido por el
pueblo directo o indirectamente (a través de asambleas primarias o
asambleas representativas).” (p. 1391)
Eso precisamente pasó en Guayaquil: desde el 9 de octubre, el acceso al
poder no ocurría más por herencia sino por elección hecha por
representantes, que se reunieron en asamblea entre el 8 y el 11 de noviembre
de 1820. Se reunieron en la ciudad de Guayaquil para dictar sus normas de
autogobierno un total de 57 representantes de 27 pueblos de la provincia de
Guayaquil (para que quede constancia: 1 por Balao y Puná, 1 por Canoa, 1 por
Caracol, 1 por Colonche, 1 por Palenque, 1 por Pichota, 1 por Santa Lucía, 2
por Babahoyo, 2 por El Morro, 2 por Machala, 2 por Montecristi, 2 por
Puebloviejo y Ventanas, 2 por la Punta de Santa Elena, 2 por Samborondón, 2
por Yaguachi, 4 por Baba y Pimocha, 4 por Jipijapa, 5 por Daule y 16 por
Guayaquil). El territorio que tuvo representantes en la asamblea de
noviembre de 1820 abarcó las actuales provincias de Guayas, Manabí, Los
Ríos, El Oro y Santa Elena.
El Guayaquil de la época enalteció la importancia de la reunión del Colegio
Electoral (nombre oficial de la asamblea de representantes). Los politólogos
italianos coinciden con la importancia de tener canales institucionalizados
de expresión: “En conclusión, el orden político en la r. democrática nace desde abajo, aun en medio de los
disentimientos, con tal de que tengan canales institucionalizados para
expresarse” (p. 1392). Pero hay que decirlo, mejor lo expresa la Junta de
Gobierno presidida por el poeta Olmedo en el decreto que emitió para
conmemorar la reunión del Colegio Electoral:
“Después de proclamada nuestra independencia no podíamos llamarnos
libres, hasta aquel día en que vencidos dignamente los escollos que
presentan siempre las revoluciones en su principio, pudo reunirse la
representación de la Provincia, que es el más precioso de los derechos
sociales, y el privilegio más noble de los pueblos libres. Este memorable
día fue el 8 de Noviembre de 1820…”.
Ese memorable día, destacó el decreto de la Junta, fue cuando “por primera
vez pronunció libremente su voluntad el pueblo de Guayaquil, y puso los
cimientos de su voluntad política”.
El cierre del artículo del Diccionario de la Política debería ser un
disipador de dudas: “el término republicano siempre estuvo vinculado a un
origen y a una legitimación popular del poder de aquel que sustituyó al rey,
que legitimaba su poder en la tradición.” (p. 1393)
Así, no se trata de gastar energía en encontrar una etiqueta, de lo que se
trata es de pensar un episodio de la historia que ha sido relegado al
olvido. Por la reacción desproporcionada que ha generado, se nota que
algunos todavía quisieran mantenerlo allí.
Una forma de combatir este olvido es el recuerdo en una de las calles de
Guayaquil del tiempo entre 1820 y 1822 en que hubo en Guayaquil un
autogobierno sin régimen monárquico, o lo que viene siendo para Bobbio, los
otros dos politólogos y cualquier persona sensata, el tiempo que fuimos
república.
2) La interpretación separatista del cambio de nombre
El rigor que se exige en el apartado anterior se ha desvanecido en este
apartado. Aquí no se encontrará una méndiga prueba, ni un pinche indicio,
nada. Es sólo suposiciones, basadas en la histeria no en la historia.
Tomemos al
expresidente Correa
como ejemplo: él equipara lo ocurrido el jueves en el Concejo Municipal de
Guayaquil con la intentona separatista de los socialcristianos
et alii allá por los años 2000… ¿Pruebas para esto? Ninguna, sólo
contamos con su intuición, lo que él percibe de la situación.
Es un argumento digno de Walter Mercado**.
3) El significado del 10 de agosto
En este apartado, me remitiré a un artículo que publiqué justo el día de la
destitución de Antonieta Palacios, en diario Expreso. De independencia,
nada:
4) El supuesto atentado a la unidad nacional
Sugerir que el recuerdo de un episodio ocurrido en Guayaquil entre 1820 y
1822 atenta contra la unidad nacional es absurdo. Tan absurda es esta idea
que su implementación comportaría un atentado contra la libertad de toda
ciudad para recordar y escribir su propia historia.
Lamentablemente, las ideas de la Academia Nacional de Historia capítulo
Ecuador para aplicar el artículo 33 de su estatuto en perjuicio de Antonieta
Palacios son mínimas, escuetas. De la motivación constante en el
considerando tercero de su resolución No. ANH-001-2024 se desprende que,
dado que ellos consideran que Guayaquil nunca fue una república, de ello se
debe deducir que la sola mención de su existencia fomenta “división o
regionalismo en nuestro país”. En su Boletín Electrónico No. 58 ellos
afirman que la decisión de cambiar la calle “ha sido interpretada, por
amplios y representativos sectores del país, como un acto de separatismo o
regionalismo”. Pero no se les cae un nombre de estos supuestos ofendidos, ni
una idea de cómo la sola mención de un acontecimiento produce un efecto tan
terrible.
Me ocupé líneas arriba de argumentar, al amparo de Norberto Bobbio y del
sentido común, la existencia de un Guayaquil republicano y autónomo entre el
9 de octubre de 1820 y el 13 de julio de 1822. Ahora me ocuparé de la
deducción que el directorio de la Academia Nacional de Historia del Ecuador
desprende de su premisa falsa y de la consecuencia que aquella deducción
(inválida, en términos lógicos) tendría para el libre debate de las
ideas.
Si una afrenta al 10 de agosto y a delicadas personas se registra cada vez
que se llega a plantear la existencia del Guayaquil republicano y autónomo
entre 1820 y 1822, el resultado que desearía esta institución académica
asentada en Quito es silenciar el tema para evitar que se ocasione dicha
afrenta a una fecha y a unas almitas sensibles y anónimas. Ese mismo es el
caso, y la sanción a Antonieta Palacios es uno de sus instrumentos. Sólo
hago notar que este tipo de zafia conducta resulta contraria a los fines de
ampliar el conocimiento que debería animar las acciones de toda institución
académica.
Porque una verdadera academia no silencia un debate. Una verdadera academia
lo favorece, lo estimula, lo promueve. Bienviene el libre debate de ideas. Y
no se impone con argumentos de autoridad (“Guayaquil nunca fue República”, como si esas negritas fueran una profunda meditación). Su estrategia
debería ser persuadirnos con razones bien hilvanadas, con argumentos
válidos.
Pero razones y argumentos por parte de la Academia Nacional de Historia del
Ecuador son lo único que no ha existido, ni para imponer una sanción ni para
exponer sus ideas. Por oposición, la república de Guayaquil sí existió. (O
debo decir: “Guayaquil sí que fue república”, tal vez así nos
entendemos.)
Conclusión
Quito nunca fue una república, no conoció el autogobierno. A ella la
tuvieron que ir a sacar de España para ponerla en Colombia. El tránsito de
esto tuvo un momento preciso: el 25 de mayo de 1822, a las 14h00, cuando en
la cima del Panecillo se arrió la bandera española para izar el tricolor
colombiano. (Si tanto Quito quiso la independencia, ¿por qué la calle que
sube a la cima del Panecillo se llama
Melchor de Aymerich?***). Quito siempre estuvo sometida a otra jurisdicción, hasta que en 1830
se convirtió en la cabeza del Estado del Ecuador.
A diferencia de Cuenca, que se independizó el 3 de noviembre pero después
de la derrota en la batalla de Verdeloma volvió a ser española, o de Quito
que fue española hasta que la hicieron colombiana, Guayaquil se independizó
el 9 de octubre de 1820 y nunca más volvió a ser española. En ese período
entre 1820 y 1822 que Guayaquil no fue ni española ni colombiana, ella fue
la cabeza de una provincia que se autogobernó a sí misma.
Lo específico del hecho de la independencia el 9 de octubre de 1820 es
haberse separado de un régimen monárquico con ese Fernando VII (tan “rey
legítimo y señor natural” de los quiteños) impuesto por la tradición de lo
hereditario, para pasar a un régimen republicano con un gobierno “electivo”
de los guayaquileños, como lo señalaba el artículo 1 del Reglamento adoptado
para su autogobierno por los representantes de la provincia.
Ese período concreto de autogobierno y sin Monarquía Católica que nos rija
y dirija, esos específicos 642 días, es lo que se quiere recordar. ¿Por qué
desconocer el mérito de haberse independizado Guayaquil y de haber sostenido
su independencia? ¿Por qué silenciarlo?
Creo que la respuesta es que les daña su relato. La Academia Nacional de
Historia, con sede en Quito, sostiene el 10 de agosto de 1809 porque permite
situar a Quito (de manera falaz) como el punto de partida del proceso de
independencia. Eso, hace tiempo, se ha demostrado que es falso. La Junta de
Quito, como otras de la misma época (Montevideo, Charcas, La Paz, todas
anteriores a Quito), fueron de signo conservador. Y realmente, ello no puede
sorprendernos en la ciudad que incineró a Alfaro.
Y para sostener ese relato falaz se debe opacar que cualquier otra ciudad
brille, aún a costa de la verdad histórica. Así, Guayaquil, única ciudad que
peleó, ganó y mantuvo su independencia (por 642 días y gobernada con reglas
dictadas por sus representantes) hasta que la anexionaron a la República de
Colombia, desde la perspectiva de la citada academia, debería no recordar su
pasado a mayor gloria del 10 de agosto.
Y esa es la segunda injusticia. Por eso creo que es un deber cívico hacer
lo contrario.
~*~
* Norberto Bobbio, Nicola Matteucci, Gianfranco Pasquino, ‘Diccionario de política’, Siglo xxi editores, México D.F., 2007 (primera edición en italiano:
1976).
** Originalmente, iba a ser un argumento “digno de la Guga Ayala”.
Pero conversando con un pana, me persuadió de que sea “digno de Walter
Mercado”, que es como la Guga Ayala pero versión Univisión.
*** Esta duda tiene video: