Algunas decisiones condicionan la historia de
un país. En el caso del que desde el año de N. S. de 1830 es el Estado del
Ecuador, este condicionamiento ocurrió muy temprano, en agosto de
1534. El 28 de ese mes y año se fundó la villa de San Francisco de Quito, con
el propósito de trasladarla 30 leguas al Norte para, sobre las ruinas de un
poblado nativo llamado Quito, construir una nueva población sujeta al dominio de
un Emperador europeo (1). Así, a Quito
se la trasladó a una ubicación muy favorable para su defensa militar de los eventuales
ataques de los nativos, pero muy mala para el intercambio comercial.
Durante el tiempo que fuimos una posesión de pálidos reyes, Quito ostentó
muchos nativos para explotar pero muy escasa capacidad para llevar lejos el
producto de la explotación de sus nativos. La geografía la condenaba. A Quito
le habría convenido muchísimo la apertura de un camino por Esmeraldas para
comunicarse de una forma más directa con Panamá, pero ello fue imposible por costo/beneficio
y la resistencia de los nativos (v. ‘Esmeraldas no way’). Quito siempre
pudo contar con Guayaquil como el puerto de salida para sus productos, pero el
viaje de Quito a Guayaquil era un auténtico parto de los montes (2) y esto no cambió hasta que el
ferrocarril acercó, en julio de 1908, a las dos ciudades. El Presidente que
consiguió que ocurra este acercamiento histórico, Eloy Alfaro, murió en enero de
1912 en Quito, adonde él fue llevado, obviamente, en el ferrocarril. Lo que no
resultaba tan obvio era que allá lo ultimen, lo arrastren, vejen su cadáver, le
corten sus huevos y reduzcan su cuerpo a cenizas y fragmentos chamuscados en un
parque de la franciscana ciudad (v. ‘Quito gore’, para este carnaval de
sangre). Menos que obvio, esta macabra sucesión de hechos fue anómalamente
brutal (3).
En los orígenes, ocurrió otro alejamiento entre Quito y Guayaquil,
causado por las guerras entre los propios invasores europeos por el reparto de
la rapiña. En 1547, la ciudad de Guayaquil trasladó su sitio de la margen
derecha del río a su margen izquierda, a fin de poner río de por medio a las
pretensiones de castigo de un tal Pedro de Puelles (v. ‘Los orígenes: Guayaquilse aleja de Quito’). A pesar de las protestas que Quito elevó a Lima, este
alejamiento no varió (4). Tuvieron
que pasar 423 años hasta que se lo salvó de una manera eficaz y moderna [!] con la construcción del llamado ‘Puente
de la Unidad Nacional’, inaugurado en 1970 (5).
El territorio que sería el Ecuador empezó, entonces, con el pie
izquierdo. En la misma llanura y en una misma quincena de agosto de 1534 se
crearon las dos ciudades que serían las más importantes y populosas de la República
del Ecuador, Quito y Guayaquil. En diciembre de 1534 se trasladó a la que sería
la capital del Ecuador desde 1830, donde ella tendría dificultades casi
insalvables para prosperar. Cuando en 1547 se asentó en la Costa la ciudad que
debía ser el puerto para Quito, se lo hizo de manera tal de obstaculizar la
comunicación de ese puerto con Quito. Y para peor, durante todo el tiempo en
que la mal ubicada Quito fue parte del régimen pigmentocrático de un reino
europeo, debió haber sido una de las ciudades donde el invasor europeo explotó
de la manera más inmisericorde a los nativos que fueron sometidos en los
tiempos de la conquista del territorio (6).
A mayor inri, según uno de sus historiadores más reconocidos, en Quito, la
administración pública se caracterizaba por la corrupción (7).
Durante el tiempo de los pálidos reyes centroeuropeos de la Casa
Habsburgo (hasta 1700 aprox.), Quito conoció una situación algo boyante (8). Pero la llegada de la casa
francesa Bourbon y sus reformas económicas del siglo XVIII la perjudicaron y
causaron un declive tan brutal en su economía, que incluso sus clases altas tuvieron
que rebajarse a la práctica del trueque (9).
Ya en tiempos de la República del Ecuador, durante el gobierno del guayaquileño
más quiteño de todos los tiempos, Gabriel García Moreno, el primer Embajador de
los Estados Unidos en el Ecuador, Friedrich Hassaurek, se lamentó del misérrimo
estado de Quito en un libro que escribió a partir de su experiencia diplomática:
‘En Quito existen otras carencias además
de las de los hoteles: la escasez de baños y de letrinas, que no son
consideradas como muebles necesarios en las residencias privadas. Este
inconveniente ha hecho de Quito lo que ahora es –una de las capitales más
sucias de toda la cristiandad’ (10).
Cuando Hassaurek se refiere a la carencia de hoteles, es porque en Quito,
capital de una República, no había uno solo.
Pero el hecho cierto es que aislada, paupérrima, explotadora
inmisericorde de los nativos, sin una producción económica diversa y sin otro
mercado que el suyo propio y el de los pintorescos pueblos de los alrededores, con
todo en contra, de todas maneras Quito se erigió como la capital del nuevo
Estado del Ecuador en 1830. Este hecho, registrado en el origen del Ecuador,
condicionó su desarrollo. Fue, se podría decir, lo que correspondía por la
historia, habiendo sido Quito la capital de una de las Audiencias en las que se
dividían los dominios americanos del Reino de España (11). Pero geográficamente era un disparo al pie, porque hacía de una
ciudad con estas características de miseria generalizada la imposible capital
de un territorio mucho mayor que aquel que gobernaba cuando fue una provincia
española (12).
El resultado, a lo largo de casi doscientos años de vida de este
país bicéfalo, es que Guayaquil y Quito se han disputado el poder (Guayaquil
por su poderío económico originado en las mismas reformas borbónicas que tanto perjudicaron
a Quito, y Quito por su condición rentista de la capitalidad desde 1830)
mientras que una tercera provincia, Cuenca, se dedicó a cultivar con esmero lo
suyo (13). Como consecuencia de esta
falta de cemento social, en el Ecuador no se han encontrado casi nunca fórmulas
de consenso y su economía está atrapada en una situación de miseria espantosa
originada en la explotación pigmentocrática de los tiempos europeos y realmente
jamás alterada por unas élites locales acostumbradas a la rapiña.
El desarrollo del Ecuador habría sido distinto si sus dos ciudades
más importantes se habrían fundado con criterios de integración comercial. Pero
eso estaba fuera del alcance de los invasores europeos porque su fundación ocurrió
en los tiempos de la brutal conquista y sometimiento de los nativos, así como
de las luchas intestinas de los europeos entre ellos por repartirse el fruto de
su rapiña.
Pero como país, sobre todo, nos condenó la pobreza material y
mental de seguir en tiempos de la fundación del Estado del Ecuador el patrón
histórico de tiempos de la Monarquía Española, careciendo de una visión de
futuro. Estados Unidos y Australia, cuando se fundaron como países, pensaron en
fundar una nueva capital para que las ciudades importantes de la época en sus
respectivos territorios (New York, Boston, Filadelfia; Sídney y Melbourne) no
tengan una primacía una de ellas sobre el resto. Así surgieron Washington D.C.
y Canberra (14). Una capital en una
ubicación geográfica distinta y adecuada para el intercambio comercial habría
significado un motor potente para el desarrollo del Ecuador.
La debilidad de Quito como capital se demuestra cuando se
comprueba que ella es una anomalía latinoamericana, pues sacando el obvio caso
de Brasilia (otra capital creada para quitar una primacía a los motores del
desarrollo del Brasil, Sao Paulo y Río de Janeiro), todas las capitales de los
países en que se partieron las posesiones americanas del Reino de España son
invariablemente los motores económicos y las ciudades más pobladas de su país,
en ocasiones, por una enorme diferencia. Pero Quito es la rara, porque es la capital
de su país pero no es su ciudad más poblada desde la década de 1880, cuando le
cedió ese puesto a una pujante Guayaquil, tropical y cacaotera (15). Y Quito, de motor económico, ni
hablar. (Salvo que consideremos al Señor Barriga como un motor económico, v. ‘Marx y Quito’.)
Pero mucho peor es que la situación actual de Quito hace sentir
que la que es ciudad capital desde 1830 no es que ya no pueda gobernar los
destinos del Ecuador (cosa en que la ha pifiado espantosa y multisecularmente) sino
que ya no puede gobernar ni aún sus propios destinos. Como no se cansan de
repetirlo sus más ilustres talking heads,
Quito está a la deriva (16). Es como
si Quito, como capital, fuera el administrador borracho de un edificio, un caso
de dipsomanía crónica fortalecido por las fiestas de diciembre. A un tipo así,
habría que declararlo en interdicción.
Si aprendemos de la historia y observamos su lamentable estado
actual, a la vieja Quito habría que declararla interdicta. Debemos empezar a
pensar en este país la creación de una nueva capital, un hub tecnológico de eficacia y rapidez y políticas públicas basadas
en la evidencia, una capital futurista y organizada. Algo así como lo contrario
de Quito.
~*~
(1) La fundación de
las que serían las ciudades de Santiago de Guayaquil y San Francisco de Quito
ocurrió cuando el rey de la conquistadora Castilla era el Emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico, Carlos V de Alemania, bajo su alias peninsular de
Carlos I de Castilla. Así, las que serían Guayaquil y Quito nacieron juntas, en
una misma quincena y en la misma llanura, para de inmediato (como un sino
fatal) separarse. En el acta de fundación de Quito del 28 de agosto de 1534 se
establece expresamente que la villa que se fundaba, de inmediato se la debía
emplazar ‘en el sitio y asiento donde
está el pueblo que en lengua de indios ahora se llama Quito, que estará treynta
leguas más o menos de esta ciudad de Santiago’ (v. ‘Guayaquil nació en Ricpamba’). Esta ciudad de Santiago, que se había fundado el 15 de agosto, se
la trasladó a la Costa para servir de puerto al nuevo Quito español.
(2) Este ‘parto de
los montes’ es descrito en detalle en los dos volúmenes del libro ‘La ciclópea travesía en viaje de Guayaquil a
Quito en la República 1830-1930’, de Alfonso Sevilla Flores.
(3) Se puede
entender a estos hechos atroces como la venganza popular y macarra de Quito
contra el vencedor de la revolución liberal, quien había entrado en Quito el 4
de septiembre de 1895 para imponer el nuevo régimen. Sobre el ingreso de Alfaro
a Quito, v. ‘Alfaro, a balazos’, y sobre la resistencia de Quito a su
ingreso a la capital, v. ‘Mala estrategia’. Así, lo que la Virgencita
del Quinche (a quien se trasladó a Quito como ‘refuerzo’) no pudo evitar en 1895, el pueblo canalla y la
clerigalla convirtieron en cenizas en 1912, en la que es la exhibición más sádica
y brutal de violencia política en la historia ecuatoriana.
(4) En 1549, el
cabildo de Quito protestó a la Audiencia de Lima: ‘Pedir que por quanto la cibdad de Santiago se pobló de próximo en el
paso de Guaynacaba e para ir a venir se ha de ir con balsas y por ser puerto
desta cibdad le viene daño’. Las protestas de Quito para que las cosas se
devuelvan al estado anterior fueron invariablemente ignoradas. Un puente de hormigón
resolvió el incidente, 423 años después.
(5) Al ‘Puente de la
Unidad Nacional’ se lo conoció como ‘el eslabón
perdido’, porque ‘unió al mono con el
hombre’, según comentaba la sal quiteña.
(6) La crueldad a los
nativos la expone el historiador González Suárez, cuando reseñó que el negocio
de los obrajes ‘fue ocasión también para
que se les hicieran muchos agravios a los indios; en cada obraje había cárcel,
cepo, grillos y azotes; los indios eran maltratados con crueldad; de su jornal
se sacaba la tasa del tributo y la pensión sinodal del cura; el indio se
costeaba su alimento y su vestido, y muchas veces se le descontaban de su
miserable jornal hasta las medicinas, que se le vendían muy caras, cuando el
exceso de trabajo lo postraba con alguna enfermedad; trabajaba a la sombra, es
cierto; su labor se hacía bajo techado, no hay duda; pero amarrado al torno,
encadenado al telar, veía el indio levantarse el sol y oscurecerse el día, sin
que le fuera lícito extender sus miembros entumecidos para recobrar el vigor,
agotado en la monotonía de faenas interminables; la condición de estos
infelices era peor que la de los mismos negros esclavos. Había obrajes donde se
les obligaba a los indios a recibir adelantadas sumas considerables de dinero,
para que los fueran pagando poco a poco con su trabajo personal; los indios,
siempre imprevisivos e indolentes por naturaleza, derrochaban en un solo día de
borrachera y diversión el producto anticipado de uno y hasta dos años de
trabajo; de este modo quedaban endeudados para siempre; no volvían a recobrar
su libertad, y aun muertos eran todavía deudores; en algunos obrajes se dejaban
adrede transcurrir varios años seguidos sin ajustar cuentas con los indios, a
fin de retenerlos sujetos trabajando; muchas veces acontecía que ni siquiera
los domingos, se les permitía acudir a la iglesia para que cumplieran sus
deberes religiosos. La vida de los obrajes viene a ser, pues, terrible; y
condenar a un individuo a labor forzada en un obraje era más penoso que
condenarlo a muerte’. (‘Historia
general de la República del Ecuador’, Tomo IV, p. 473-4)
(7) Si hemos de
creerle al historiador ibarreño Federico González Suárez, es la ubicación de
Quito la que provocó la corrupción y la falta de efectividad en su
administración pública: ‘la enorme
distancia a que se encontraban de la Corte y la tardía administración de
justicia por parte del soberano, cuyas resoluciones se dictaban al cabo de años
de cometido el delito, les daban cierta impunidad, muy perjudicial para la
moral y las buenas costumbres’. González Suárez advirtió un sino fatal en
la ciudad capital: ‘Por una especie de
fatalidad hasta los hombres buenos y mejor intencionados, cuando venían a Quito
investidos de autoridad, se dañaban’. (De la Torre Reyes (comp.), ‘Escritos de González Suárez’, Vol. IV,
pp. 214-5). Que Quito como la caña, te daña, dijo el curita.
(8) En palabras de
John Leddy Phelan, ‘[d]urante el siglo XVII, la Sierra de Quito se
convirtió en el taller textil de Sudamérica. La región producía lana y algodón
de alta calidad y abundancia, además de muchísima mano de obra barata […] Quito enviaba sus productos textiles a todo
el Virreinato del Perú, desde Panamá y Cartagena, en el norte, hasta Chile y
Charcas, en el sur’ (‘Historia
demográfica y económica de la Audiencia de Quito’, pp. 116, 118).
(9) Por el declive
de la producción obrajera, la situación económica de Quito, en el primer siglo
de gobierno de los Borbones, fue de una pobreza escandalosa: ‘Cualquier lector o investigador de la
historia ecuatoriana del siglo dieciocho no puede sino impresionarse con los
continuos reportes sobre la lamentable situación económica de la Audiencia de
Quito […] Con su pasada gloria venida a menos, las ciudades de la Audiencia y su
población estaban ahora cayendo en ruinas. La élite estaba reducida a la
pobreza […]. Incluso las clases altas
se habían visto en la necesidad de conseguir bienes y servicios mediante el
trueque, lo cual, en palabras del Presidente Mon y Velarde ‘es la señal
indefectible de la miseria y la pobreza de los países donde se ejerce’’ (‘Historia demográfica y económica de la
Audiencia de Quito’, p. 237)
(10) El diplomático Hassaurek
le entró con un hacha a la franciscana ciudad, v. ‘Putas por error: las damas quiteñas en el período garciano’ y ‘Sobre la burocracia capitalina’.
(11) Las audiencias
eran tribunales de justicia y la audiencia de Quito fue una de las tres audiencias
subordinadas del Reino de España en América (las otras dos fueron Charcas y
Guadalajara), por lo que sus decisiones las podía revisar una audiencia de
rango superior. Para Quito, en un principio, esa audiencia fue la de Lima, pero
más adelante fue la de Santa fé (hoy Bogotá, o Drogotá, as you like it).
(12) Lo que se conoce
como la ‘Revolución del 10 de agosto de
1809’ fue realmente un fracasado movimiento para que sus provincias vecinas
la reconocieran a Quito, su capital audiencial, como su nueva máxima autoridad
administrativa. Las tres provincias que fueron aludidas por la pretensión
quiteña, Popayán, Guayaquil y Cuenca, se resistieron y le hicieron la guerra a
Quito (v. ‘Las relaciones exteriores de Quito en 1809’). De resultas, Quito
perdió y el asunto culminó en la masacre del 2 de agosto de 1810, con el
asesinato de los cabecillas de la revolución y de bocha de gente. Pasó el
tiempo y la conformación del Estado ecuatoriano en 1830 le otorgó a Quito, por
su condición de capital del Estado, la primacía sobre dos de las tres
provincias que la habían derrotado una generación atrás, en los años 1809-1810.
Desde esta perspectiva, entonces, para Quito, Popayán es ‘the one that got away’. Y no porque Quito no la haya querido, pues
incluso se hizo la guerra para incorporarla al nuevo Estado (el ejército
ecuatoriano llegó a ocupar Popayán en 1831), guerra que el Ecuador perdió (‘1832: una de cal, única de arena’). En todo caso, es este triunfo administrativo de
Quito en 1830 el que produjo que, de manera ‘oficial’, se reescriba la historia
del 10 de agosto de 1809 para contar el cuento de la patria, destinado a
justificar una primacía (vía capitalidad) de la provincia de Quito por sobre
las demás provincias constitutivas del Ecuador, a través de una mentira
colosal. Como lo he dicho en otra parte (‘Siglo y medio de miseria y derrotas’), hay que derrumbar esta mentira ‘a combazos’.
(13) Cuenca sabe su
rol secundario en la historia ecuatoriana: si Cuenca fuera un personaje, sería Donny
de The Big Lebowski. Sobre el
efecto diverso de las reformas borbónicas en Quito y Guayaquil, v. ‘It’s the economy, stupid!’.
(14) Por supuesto, es
casi obsceno comparar la boyante situación económica de los Estados Unidos de
América y de Australia con la condición paupérrima del Estado ecuatoriano. Esta
invariable escasez es la que ha provocado que en el Ecuador hayamos tenido y tengamos
una visión de túnel, cortoplacista y
aficionada a la miseria generalizada en beneficio de una minoría coyuntural.
Sobre esta visión de túnel que nos
aqueja, v. ‘Escasez. ¿Por qué tener
poco significa tanto?’, de Eldar Shafir y Sendhil Mullainathan.
(15) Sobre esto, v. Hamerly,
Michael, ‘Recuentos de dos ciudades:
Guayaquil en 1899 y Quito en 1906’.
(16) Sobre esto
último, v. ‘Quito, sin liderazgo’. El único quiteño que parece (o
parecía) creer que Quito es ‘una ciudad
cosmopolita y firmemente encaminada en el siglo XXI’ es Roberto Aguilar. De
este desvarío he dado cuenta en ‘La descripción de un ‘cojudo’’.