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Las inundaciones en la
ciudad de Guayaquil son un problema recurrente. Unos inviernos más, otros
inviernos menos, pero en temporada invernal lo usual es que Guayaquil sufra de
inundaciones. El alcalde ha dicho que la ciudad “está preparada para enfrentar
cualquier eventualidad que pudiera ocurrir a consecuencia de las fuertes
lluvias” (1).
Sin embargo, esta opinión del
alcalde contradice el Diagnóstico del Sistema Ecológico Ambiental del cantón
Guayaquil, que forma parte del Plan de Ordenamiento Territorial elaborado por
la propia Alcaldía el año 2011 (2). Así,
se trata de un documento oficial de la Alcaldía de Guayaquil, que el alcalde como
su máxima autoridad no puede no tener en su conocimiento, salvo extrema
negligencia. El diagnóstico ambiental del cantón Guayaquil consideró a las
inundaciones como un riesgo grave y recomendó la construcción de obras para su
prevención: “El riesgo de mayor importancia para el cantón es el riesgo de
inundación, debiéndose prever en el futuro obras de control de inundaciones”.
El diagnóstico ambiental
del cantón Guayaquil recomendó, entre otras, tres tareas que la Alcaldía debía
emprender para la prevención de inundaciones. Dos son obras físicas: establecer
bordes de protección de por lo menos 25 metros a cada lado de los cuerpos
hídricos sin tratamiento de infraestructura y construir represas de marea
ubicadas en el estuario. La tercera tarea es una reforma administrativa: “Es
necesario que el departamento de Ambiente municipal replantee su esquema,
incorporando una política de planificación de los recursos naturales
conjuntamente con la oficina de planificación urbana de la ciudad”. Nada de
esto se ha hecho.
Así, la “ciudad preparada”
para enfrentar las fuertes lluvias sólo existe en la imaginación del alcalde. Esto,
por dos razones. La primera, porque el diagnóstico ambiental elaborado por la
Alcaldía de Guayaquil recalcó que la infraestructura de drenaje de la ciudad es
deficiente, al punto de notar que “la vulnerabilidad provocada por la falta de
sistemas de drenaje potencian el riesgo de inundación especialmente en las
zonas populares y en las zonas urbanas consolidadas por exceso de agua,
especialmente en las zonas cercanas a esteros y canales que son las zonas más
bajas, y aquellos canales que se encuentran taponados o han superado su
capacidad de carga de caudal”.
La segunda razón es la más
importante: la Alcaldía de Guayaquil no ha puesto en práctica ni la reforma
administrativa ni la construcción de las obras físicas que su propio diagnóstico
ambiental le recomendó. Porque además de su deficiente prestación actual, el
crecimiento del drenaje urbano de Guayaquil es costoso y poco sustentable en el
tiempo. Para enfrentar las inundaciones, la opción de la Alcaldía de Guayaquil es
la construcción de obras de canalización que aumentan la capacidad de los
cauces para conducir el agua. Según un informe técnico especializado que la propia
Alcaldía solicitó a la Corporación Andina de Fomento (CAF) y que elaboraron
expertos internacionales en junio de 2013, esta opción de construcción cuesta
alrededor de US$7 millones por kilómetro cuadrado, cuando las soluciones que
incorporan el uso de los recursos naturales a la planificación del crecimiento
urbano (como fue recomendado en el diagnóstico ambiental) no solo que son mucho
más eficaces y sustentables que la opción escogida por la Alcaldía de
Guayaquil, sino que son mucho más económicas, de alrededor de US$1 millón por
kilómetro cuadrado (3). A esto hay
que sumarle el que ninguna de las obras físicas recomendadas en el diagnóstico ambiental
(esto es, ni los bordes de protección ni las represas de marea) han siquiera
empezado a construirse.
El problema de fondo es el
modelo de desarrollo urbano de la Alcaldía de Guayaquil. En el informe técnico
especializado antes referido se describió la ocupación urbana de Guayaquil de
la siguiente manera: “lotes pequeños para las viviendas, aceras y accesos estrechos,
limitadas áreas verdes, y en general una clara tendencia hacia la
impermeabilización del suelo urbano”. Una ocupación urbana hecha de esta forma es
la evidencia plena de un modelo de desarrollo urbano despreocupado por lo ambiental.
Este dato es alarmante por varias razones, pero debería serlo en especial por
una: por los daños materiales y humanos que las inundaciones, presentes y
futuras, pueden ocasionar a nuestra ciudad.
Porque este no es un
asunto para tomarlo a la ligera. Una investigación que se publicó en la revista
Nature Climate Change en agosto de
2013 titulada ‘Future flood losses in
major coastal cities’ [Futuras pérdidas por inundación en las grandes
ciudades costeras] encontró que Guayaquil es una de las ciudades en el mundo
peor preparadas para enfrentar las consecuencias de las inundaciones. La ciudad
tendría un promedio estimado de pérdidas anuales por causa de inundaciones de alrededor
de US$3000 millones en el año 2050, escandalosa cifra que sitúa a Guayaquil como
la cuarta ciudad a nivel mundial con el estimado más alto de pérdidas anuales
de entre 136 ciudades costeras sometidas a análisis. Este escenario de pérdidas
anuales se daría siempre que las autoridades de Guayaquil ejecuten las
necesarias medidas de adaptación para prevenir las consecuencias de las
inundaciones, que es precisamente lo que la Alcaldía de Guayaquil no ha hecho. Si
este escenario de irresponsabilidad se mantiene, la investigación advierte
claramente que ello “resultaría en pérdidas inaceptablemente altas” para la
ciudad (4).
La Alcaldía no ejecuta lo
que su diagnóstico ambiental le ha recomendado por razones de cálculo político.
No tanto porque las obras para la prevención de inundaciones requieran una
inversión que podría interpretarse como un gasto innecesario (pues la prensa
privada no problematizaría este hecho) sino porque tendría que cambiar el
modelo de desarrollo urbano que tantos millones le cuesta a la Alcaldía (o
mejor dicho, a los habitantes de Guayaquil). Esto último implicaría dos cosas:
la primera, desdecirse de su discurso del ‘otro es el culpable’ (dragado) y el ‘Dios
no quiera’ (marea alta), lo que representaría un costo político. La segunda y
la más importante sería la reversión del sistema de desarrollo urbano que
funciona para los intereses de la Alcaldía, aún cuando no para las necesidades
de los ciudadanos (ni presentes ni futuros) a los que la Alcaldía dice servir.
Por supuesto, sería
injusto decir que la Alcaldía no ha hecho nada. En una de sus cadenas de los
días miércoles, el alcalde enfatizó que su Alcaldía llevaba “año y medio
trabajando en obras y planificando” para enfrentar los riesgos de inundaciones.
Un periodismo responsable cuestionaría a la máxima autoridad de la ciudad el
contenido de esas acciones y le preguntaría cuáles son esas obras y en qué
consiste esa planificación. Porque si la respuesta del alcalde es que tales
obras son la ampliación de la red de drenaje urbano y tal planificación es para
continuar con el patrón de ocupación urbana que se ha descrito en párrafos anteriores,
el que esa sea la respuesta es, precisamente, el problema. Y es que, en rigor,
el alcalde no podría responder otra cosa.
La solución es hacerlo
distinto a lo que ha hecho la Alcaldía de Guayaquil. La ciudad debe cambiar su
modelo de desarrollo urbano porque es y será cada vez más evidente, por el
cambio climático y los riesgos de la inundaciones, que tiene notorias
deficiencias. En el informe técnico encargado por la Alcaldía de Guayaquil, los
expertos internacionales le recomendaron a la Alcaldía convertirse en “una
ciudad líder en la gestión verde, inclusiva y sustentable en América latina”
porque tiene la real posibilidad de hacerlo: “Guayaquil ofrece condiciones
inmejorables para desarrollar soluciones integradas en el diseño urbano que combine
programas de vivienda, transporte, agua potable, alcantarillado, drenaje,
residuos sólidos y medio ambiente [para] diseñar soluciones sustentables en el
largo plazo”. Y es que a largo plazo, ése es el camino a seguir.
En lo inmediato, la
Alcaldía de Guayaquil debería emprender obras físicas para enfrentar los
riesgos de las inundaciones. Porque no es cierto que lo único que puede hacerse
es el dragado del río Guayas, ni tampoco lo es el que estemos condenados a
soportar daños, humanos y materiales, cuando llueve y coincide con la marea
alta. Nada de eso es cierto, porque hay varias acciones que se pueden emprender
para enfrentar los riesgos de las inundaciones, que son de entera
responsabilidad de la Alcaldía: por ejemplo, se pueden construir obras estructurales
como diques, bordes de protección, represas de marea y embalses, así como
también adoptarse medidas de prevención y reducción de la vulnerabilidad económica
y social de la población.
Todas estas son acciones de
entera responsabilidad de la Alcaldía contempladas en el informe técnico y en
el diagnóstico ambiental y, por lo tanto, en el conocimiento de las autoridades
de la Alcaldía de Guayaquil. Si no las han querido hacer, ha sido por falta de
voluntad política. Y la única estrategia para revertir esta realidad contraria
a la posibilidad de una ciudad verde, inclusiva y sustentable es la exigencia
organizada de la ciudadanía, que proponga un debate y un curso de acción diferente
para el presente y el futuro de la ciudad. El fenómeno de El Niño promete
(curiosa paradoja) avivar el fuego de este necesario debate con sus lluvias.
(2) Este documento se lo puede encontrar en Internet
en este enlace, aunque también está alojado (curiosamente, con acceso
restringido) en la página web de la Alcaldía de Guayaquil.
(3) Mejía Betancourt, Abel, Morelli Tucci, Carlos
Eduardo, Bertoni, Juan Carlos, Cabezas Vélez, Gabriel 2013, La inundación deGuayaquil en marzo 2013. Opinión de expertos internacionales, Cooperación Técnica de CAF, Informe gerencial [17 de junio de 2013].
(4) No es improbable que de verificarse este escenario
catastrófico, haya muchos guayaquileños incapaces de relacionarlo con este
período administrativo de su ciudad. Como lo advirtió Tomás Gutiérrez Alea en su película Memorias del subdesarrollo,
“una de las señales del subdesarrollo: incapacidad para relacionar las cosas,
para acumular experiencia y desarrollarse”.