Con los términos “Grito de
independencia” se alude al documento llamado “Acta de Independencia de Quito”,
del 10 de agosto de 1809, documento por el cual una “Junta Suprema” declaró
gobernar “como representante de nuestro legítimo soberano, el Señor Don
Fernando Séptimo, y mientras su Majestad recupere la Península, o viene a
imperar” al tiempo que acordó prestar “juramento solemne, de obediencia y
fidelidad al Rey en la Catedral inmediatamente y lo hará prestar a todos los
cuerpos constituidos, así eclesiásticos como seculares”, así como su obligación
de sostener “los Derechos del Rey”.
Por la contundencia de estas
afirmaciones, entender a la “independencia” como una independencia del Reino de
España es un notorio error, o peor aún, la convertiría en una independencia taimada, humillantemente hipócrita, y
mejor que así no. Esta independencia de Quito, si es un grito, es uno de reivindicación
de su oligarquía a tener un mayor espacio de autodeterminación administrativa dentro del Reino de España. En otras
palabras, aprovechar la crisis en Europa para atribuirse la administración de
territorios que incluían a “Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá”. Es
decir que lo que se buscó en el “Acta” fue acrecentar los dominios de Quito, pues
había venido a pérdida en los años recientes*. Y así Quito, la provincia de Quito, quería venirse de menos a
más: más que de independencia, este quiso ser un grito de remontada.
Pero esta aspiración a un
mayor dominio territorial era un sueño de perros. Esto, porque no tuvo sobre
quiénes materializarse (dicho en términos coloquiales: fue un pedo mental). Sus destinatarios se
pusieron en pie de guerra en contra de las órdenes emanadas por Quito de someterse
al imperio de la Junta Suprema que en esa ciudad había organizado su oligarquía
(que en todo caso, no dejaría de sacarle provecho a esta “revolución”, pues les
sirvió a los ricos de la ciudad para licuar unas cuantas deudas** -una vieja historia en las oligarquías sudamericanas, de hoy, de ayer,
de siempre).
Los dos virreyes sudamericanos
con intereses en los territorios que reivindicó Quito en su “Acta” ordenaron el
envío de tropas para aplacar esta “revolución”: desde el norte lo hizo el Virreinato
de Nueva Granada y desde el Sur el Virreinato de Perú. Los cabildos de Pasto, Popayán,
Guayaquil y Cuenca, los más próximos a la provincia de Quito, se encargaron de ejecutar
las disposiciones represivas de los virreinatos, a consecuencia de las cuales
se aplacó la que también se conoce como “Revolución del 10 de Agosto”***
Así, ese
10 de agosto de 1809 no se buscó independizar a la provincia de Quito del Reino
de España, eso no se desprende de su “Acta de Independencia”. Lo que sí se refleja
en este documento, es el afán que tuvo la provincia de Quito de adquirir la
supremacía sobre sus territorios vecinos, es decir, que las provincias de Pasto,
Popayán, Guayaquil y Cuenca se sometan a su imperio****. Y fracasó por ello miserablemente, pues a ninguno de estos
territorios vecinos les simpatizó la idea de someterse. Y juntos le sacaron la entreputa
a Quito (con masacre de sus próceres incluida).
Degradémoslo
como corresponde, en atención a estos hechos: de “Grito de la Independencia”,
pasemos a llamarlo “Grito de la Remontada Fallida” o “Fracaso de Quito”*****. Estas denominaciones, a buen
seguro, sí le harían justicia.
* Quito
iba de derrota en derrota: en 1779 la Corona española creó el Obispado de
Cuenca, por el cual privó a Quito de la jurisdicción eclesiástica de Quito
sobre Guayaquil, Cuenca, Portoviejo, Loja, Zaruma y Alausí; en 1793, por orden
del Virrey de Nueva Granada se desplazó de Quito a la jurisdicción de Popayán
el dominio sobre Esmeraldas, Tumaco y La Tola; en 1802, por Cédula Real se creó
un Obispado y un gobierno militar en Maynas, territorio que de Quito pasó a
depender directamente del gobierno central español; y en 1803, por otra Cédula
Real, se dio al Virreinato del Perú el gobierno de Guayaquil en lo militar y
comercial.
** De
acuerdo con Ayala Mora en su “Resumen de Historia del Ecuador”, Tomo 1: “Una
vez instalados en el mando [los poderosos latifundistas] hicieron desaparecer
la constancia de las cuantiosas deudas que habían contraído con la Corona por
compra de tierras”, v. “Historia…”, p. 23.
*** “Revolución”
que se retomó después por la llegada de Carlos Montúfar enviado por la Corona
Española con el cargo de Comisionado Regio, para ser aplacada de manera
definitiva en la derrota sufrida por las fuerzas de Quito en la Batalla de
Ibarra (1 de diciembre de 1812) a manos de las fuerzas realistas de Toribio
Montes. De allí, a dormir hasta la llegada de las fuerzas libertadoras del
Norte (Bolívar) y del Sur (San Martín).
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Como lo ha destacado Federica Morelli, en su brillante libro “Territorio o nación: Reforma y disolución
del espacio imperial en Ecuador, 1765-1830”: “la junta de Quito adoptó una
actitud agresiva y a menudo no esperó la respuesta de las demás ciudades
respecto de su adhesión o no al proyecto. Al contrario, destituyó a las autoridades
existentes y las sustituyó por funcionarios nuevos, elegidos directamente por
ella y en estrecho vínculo con las grandes familias de la capital. Tales
prevenciones hegemónicas de la junta de Quito sobre las restantes provincias
provocaron una viva reacción entre las élites de las últimas. El conflicto fue
particularmente visible en el caso de Guayaquil, Cuenca, Pasto y Popayán, que
no sólo constituyeron un bloque económico opuesto a la capital, sino que de ahí
llegaron a un verdadero estado de guerra entre ciudades. Así, el rechazo de la
ciudades provinciales a reconocer a la junta de Quito no debe explicarse por su
respeto a las antiguas autoridades coloniales, sino como signo revelador de la
lucha existente entre las élites provinciales y las de la capital por la
recuperación de los diferentes espacios políticos y sociales a los que la
situación de crisis había vuelto accesibles”, v. Morelli, Federica, “Territorio o nación: Reforma y disolución
del espacio imperial en Ecuador, 1765-1830”, Centro de Estudios Políticos
Constitucionales, Madrid, 2005, pp. 64-5.
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“Fracaso de Quito”, menos para los latifundistas que lograron licuar sus deudas
(y que fueron los instigadores de esta “revolución”). Los que pescaron a río
revuelto.