El "Libro Verde"

15 de agosto de 2025

            Publicado en diario Expreso el viernes 15 de agosto de 2025.

Un día como hoy, hace 491 años, un mariscal, hombre analfabeto y tuerto, de nombre Diego de Almagro, fundó la ciudad de Santiago de Quito en el valle de Cicalpa (hoy, Sierra central del Ecuador). Trece días después, ese mismo hombre fue el fundador de la villa de San Francisco de Quito, en el mismo lugar. La historia de estas fundaciones se cuenta en el “Libro Verde”, conservado en el Archivo Metropolitano de Historia de Quito (también accesible en su página web), que contiene las actas de fundación de Guayaquil y de Quito, ciudades (Quito lo es desde 1541) que comparten un mismo lugar de fundación y un mismo fundador.

También comparten el hecho de haber sido unas fundaciones provisionales. En el acta de fundación de Santiago de Quito (documento 6 del “Libro Verde”) se prevé que Santiago “se pueda mudar porque al presente, a causa de ser la tierra nuevamente conquistada y andar acabándola de pacificar, no se ha visto, ni tiene experiencia de los sitios donde mejor pueda estar”. El acta de fundación de San Francisco de Quito (documento 10 del “Libro Verde”) es más específica, porque hace referencia a un pueblo “que en lengua de indios, [ahora] se llama Quito, que estará treinta leguas, poco más o menos, de esta ciudad de Santiago”. Y allá se asentó la villa de una manera definitiva el 6 de diciembre de 1534. 

Diego de Almagro fundó la ciudad y la villa en nombre del gobernador y adelantado Francisco Pizarro. Consta en el documento 13 del “Libro Verde” que Francisco Pizarro aprobó el 22 de enero de 1535 lo realizado por Diego de Almagro en dos pueblos, “el uno, la ciudad de Santiago y el otro, la villa de San Francisco”, de los que tuvo “por bien de confirmar y aprobar lo que el dicho Mariscal, por virtud del dicho mi poder, hizo y proveyó en la provincia de Quito, y por la presente, en nombre de su Majestad, lo confirmo y apruebo”.

La ciudad y la villa subsistieron y ambas se mudaron del lugar de su fundación. San Francisco de Quito acudió a su destino inscrito en el acta de su fundación. Santiago de Quito empezó a peregrinar por la costa, perdió el topónimo “de Quito” y se terminó por asentar el año 1547 en un cerro que mira a un ancho río, adoptando otro topónimo (“de Guayaquil”) para acompañar a su Santiago castellano.  

Difieren Santiago de Quito y San Francisco de Quito en su relación con el momento de la negociación entre Diego de Almagro y el adelantado Pedro de Alvarado. Santiago de Quito es anterior a esta negociación que ocurrió el 26 de agosto de 1534, mientras que San Francisco de Quito es posterior. 

Esta diferencia es importante. Diego de Almagro fundó Santiago de Quito, en palabras de González Suárez, como un testimonio de “la anticipada posesión de la tierra en donde se había introducido tan incautamente el Adelantado”, es decir, como un arma ante la inminente negociación con Alvarado (en el “Libro Verde” constan los cabildos celebrados en la ciudad de Santiago de Quito para dilucidar cómo enfrentarlo a Alvarado). Almagro triunfó en la negociación del 26 de agosto y la fundación de San Francisco de Quito es el producto de su éxito. 

Este “Libro Verde” es clave para comprender el origen de las dos ciudades más importantes del Ecuador.

Sueños en el Ecuador

12 de agosto de 2025

Si tu sueño es cambiar la política del Ecuador, este no es un país para soñadores. El sistema del Ecuador está podrido, tanto que…

… si tu sueño es triunfar en negocios ilícitos al amparo del sistema político, el Ecuador es una tierra promisoria y de oportunidades, pero…

… el sueño que mejor cobija este terruño es escapar a los lugares que permitan soñar en paz. 

Tres razones para no celebrar el 10 de agosto

10 de agosto de 2025

La primera: porque fue un hecho provinciano. El 10 de agosto de 1809 es un acontecimiento que enfrentó a la provincia de Quito con sus provincias vecinas en una breve guerra civil entre aquel día y el 24 de octubre de 1809. A lo sumo, podría ser el festejo de una provincia o región (la Sierra Centro-Norte), pero para las otras provincias (Guayaquil y Cuenca) que la guerrearon a Quito no tiene lógica que festejen lo que antes combatieron. 

La segunda: porque fue un fracaso. En esta guerra civil que enfrentó a Quito con sus provincias vecinas, Quito perdió muy pronto. El 24 de octubre del mismo 1809 se devolvió el poder a quien se lo habían usurpado. Por eso es que le dicen “grito”, porque no se consiguió nada. Tras una segunda Junta y después del fusilamiento de los últimos insurgentes quiteños en diciembre de 1812, Quito se fue a dormir: “quedaron postrados, desangrados y sometidos al más riguroso dominio español; sin maneras ya de sacudirse de él por sí mismos, sino esperando en la ayuda de alguien que los rescatara.”, decía de los quiteños uno de los cronistas de Quito, Luciano Andrade Marín. Y la despertaron (la dieron despertando) en 1822.

La tercera: porque no fue de independencia. Se ha querido posicionar como una lucha contra el Reino de España lo que realmente fue una lucha contra la Francia de Napoleón Bonaparte en defensa del Reino de España. En definitiva, fue una revuelta por la autonomía: lo que las élites quiteñas quisieron fue el autogobierno del territorio de su audiencia, con Quito a la cabeza. Esto fue lo que no aceptaron las provincias vecinas (Guayaquil y Cuenca, además Popayán) y por eso la guerrearon y la vencieron.

Corolario: Se festeja como el día de la independencia del Ecuador, un hecho que no es ni nacional, ni exitoso, ni tan siquiera independentista. Si uno se detiene a pensarlo, es realmente muy estúpido. Ya es hora de dejar de creer en fábulas custodiadas por el sopor y el torpor de la muy quiteña Academia Nacional de Historia.

Una defensa del antiguo régimen

8 de agosto de 2025

            Publicado en diario Expreso el viernes 8 de agosto de 2025.

El 10 de agosto de 1809 se constituyó la Junta Suprema de Quito, como se indicó en el acta suscrita ese día, con el objeto de gobernar de forma interina “a nombre, y como representante de nuestro legítimo soberano, el señor Don Fernando Séptimo”. Y se tomaron muy en serio su relación con el rey español: “La Junta como representante del Monarca, tendrá el tratamiento de Majestad: su presidente de Alteza Serenísima, y sus vocales el de Excelencia, menos el Secretario Particular, a quien se le dará el de Señoría”. Era la concreción de una jerarquía de antiguo régimen.

Para el historiador Antonio Annino, el proceso de las independencias en América es “un proceso global que empieza con la irrupción de la modernidad en una monarquía de antiguo régimen, y va a desembocar en la desintegración de ese conjunto político en múltiples Estados soberanos, uno de los cuales será la misma España”. A la luz de esta idea, el 10 de agosto de 1809 constituye un acto de resistencia del antiguo régimen frente a la irrupción de la Francia napoleónica en la España peninsular. 

Esto se entiende mejor con la lectura de la “¨Proclama a los pueblos de América” del 16 de agosto de 1809, escrita por el Ministro de Gracia y Justicia de la Junta Suprema, Manuel Rodríguez de Quiroga. En este documento se afirmó que, en Quito, “donde en dulce unión hay confraternidad, tienen ya su trono la paz y la justicia: no resuenan más que los tiernos y sagrados nombres de Dios, el rey y la patria”. Allí se singularizó el enemigo que la América española debía combatir, que no era otro que “el sanguinario tirano de Europa” (Napoleón Bonaparte), de quien la proclama decía, en tono altivo: “Quito insulta y desprecia su poder usurpado. Que pase los mares, si fuese capaz de tanto: aquí le espera un pueblo lleno de religión, de valor y de energía”. 

Esta proclama concluyó con una petición a los pueblos de América, a fin de conspirar “unánimemente al individuo objeto de morir por Dios, por el Rey y la patria. Esta es nuestra divisa, esta será también la gloriosa herencia que dejemos a nuestra posteridad”. En este discurso de Rodríguez de Quiroga, es claro que el concepto de “patria” hace referencia al Reino de España.

La posteridad, sin embargo, no ha reconocido esta voluntad de defensa del antiguo régimen del episodio autonomista que se abrió el 10 de agosto de 1809 y concluyó el 24 de octubre del mismo año. Reconoce exactamente lo opuesto: de una defensa del Reino de España, el episodio se ha convertido en un ataque al Reino de España, hasta el extremo de considerarlo el punto de partida del proceso de independencia. Ni el acta del 10, ni la proclama del 16, autorizan esta interpretación. 

Esta conversión del episodio del 10 de agosto en parte del proceso de independencia es un hecho posterior y se enmarca, en palabras de Antonio Annino, en el “exitoso paradigma de unas ‘naciones’ oprimidas que se liberaron de una ‘tiranía’ de una metrópoli colonialista”. Este paradigma fue fruto de “los imaginarios liberales del siglo XIX y de los nacionalistas del XX” que produjeron las convenientes historias patrias u oficiales de los países de la América hispana. Y el Ecuador, por supuesto, no fue una excepción. 

Benjamín a través de los años

1 de agosto de 2025

            Publicado en diario Expreso el viernes 1 de agosto de 2025.

El lojano Benjamín Carrión (1897-1979) es la figura señera del pensamiento ecuatoriano en el siglo XX, que vivió lo suficiente para decepcionarse de su pueblo.

Benjamín Carrión era un hombre esperanzado: escribió numerosos libros sobre el Ecuador (ensayos, biografías, antologías de poesía), fue periodista, diplomático y político (ministro y legislador, candidato a la vicepresidencia de la República en binomio con Antonio Parra Velasco), fundó la Casa de la Cultura Ecuatoriana y sostenía que un país pequeño como el Ecuador debía aspirar a ser “una gran potencia de la cultura, porque a eso nos autoriza y nos alienta nuestra historia”.

Durante los años 1941-1943 Benjamín Carrión escribió en un extinto diario de Quito (“El día”) unas cartas dirigidas al Ecuador. Por aquellos años gobernaba este país el presidente Carlos Alberto Arroyo del Río y en enero de 1942 había sido firmado el Protocolo de Río de Janeiro. En el prólogo del libro que recopiló estas cartas, titulado justamente “Cartas al Ecuador”, un indignado Benjamín Carrión advierte que sus cartas tienen por destinatario un país “adormecido por todas las falacias” y presa de un secretismo con el que “se encubrió la mediocridad, la pereza, la inepcia”. Estas citas corresponden a su décimo segunda carta, que llevó por título “Sobre la vocación nacional: Inclinaciones morales del hombre ecuatoriano”. 

La indignación de Benjamín Carrión era contra los políticos del Ecuador: por un lado, él identificaba al “buen pueblo nuestro –el más resignado, el más manso de los pueblos del mundo-”; y por el otro, a “los ladrones, traidores, ineptos o farsantes que han acaparado el poder y el presupuesto en diversos períodos de nuestra historia”. El propósito de Carrión al publicar esta recopilación de las cartas al Ecuador era “mostrar al pueblo el horror de su envilecimiento y su miseria; la lepra no se cura escondiéndola con guante blanco”. Esta frase (original del escritor peruano Manuel González Prada) fue el epígrafe de su libro.

El argumento de Benjamín Carrión era de una simplicidad dórica: el pueblo ecuatoriano se esforzaba, luchaba, y en muchas ocasiones hasta triunfaba, pero finalmente se terminaban por imponer “los ladrones, traidores, ineptos o farsantes” que son unos cuantos que conformaban “la intriga de camarilla o de trinca”. En definitiva, el pueblo ecuatoriano era un pueblo heroico, unos muchos bondadosos que sufrían siempre la frustración de sus triunfos por la perversidad de unos pocos.

Benjamín Carrión publicó una segunda serie de cartas con el título “Nuevas cartas al Ecuador” entre 1956 y 1960, durante el gobierno de Camilo Ponce. Carrión intentó la publicación de una tercera serie, pero se lo impidió la muerte en 1979. 

Sin embargo, el tono de su prólogo para esta tercera serie deja muy en claro el desengaño sufrido por Benjamín Carrión de ese pueblo ecuatoriano que él había idealizado en sus cartas de los años cuarenta. En el prólogo, Carrión hablaba de este país “de mestizaje inconcluso y honda desconfianza mutua” y hacía una lapidaria descripción de los ecuatorianos: “ociositos y tristes, eso es lo que somos”.

Benjamín Carrión, al final de sus días, decepcionado por sus compatriotas.