Lo contrarrevolucionario en la 'Revolución del 10 de agosto' (becoming a weirdo)

30 de agosto de 2020


Hay una historia ‘oficial’ del Ecuador, en la que lo que se conoce como la ‘Revolución del 10 de agosto’ se ha hecho pasar como la fecha fundacional del Estado del Ecuador, como el origen de su independencia política.

Como lo ha advertido Antonio Annino, el origen de esta historia ‘oficial’, o ‘clásica’, se encuentra en ‘los imaginarios liberales del siglo XIX y de los nacionalistas del XX’, que ‘en su afán de construir historias patrias según los cánones de las dos épocas, inventó el exitoso paradigma de unas «naciones» oprimidas que se liberaron de una «tiranía» de una metrópoli colonialista*.

El problema de esta historia es que, aunque conveniente, es falsa. Hace muchos años que los nuevos estudios históricos han superado esta historia ‘clásica’ u ‘oficial’, porque se ha llegado a comprender que la historia de las independencias en América es ‘un proceso global que empieza con la irrupción de la modernidad en una monarquía de antiguo régimen, y va a desembocar en la desintegración de ese conjunto político en múltiples Estados soberanos, uno de los cuales será la misma España**.  

En esta nueva comprensión, se le nota lo contrarrevolucionario a la ‘Revolución del 10 de agosto’. Frente a las luces de la modernidad, originada en Francia con su célebre Revolución de 1789, los revolucionarios de agosto le opusieron una Junta Suprema ‘que gobierne interinamente a nombre, y como representante de nuestro legítimo soberano, el señor Don Fernando Séptimo’ (Acta del 10 de agosto) y pidieron a los pueblos de América unir sus esfuerzos para enfrentar al ‘sanguinario tirano de Europa’ (Napoleón): ‘conspiremos unánimemente al individuo objeto de morir por Dios, por el Rey y la patria. Esta es nuestra divisa, esta será también la gloriosa herencia que dejemos a nuestra posteridad’ (Proclama del 16 de agosto). Dios, Rey y Patria española: ha aquí una trilogía contraria a los ideales de la modernidad, a la que en los escritos se demoniza.

En esta nueva comprensión, el propósito de los revolucionarios de agosto fue defender el ancien régime y no buscar la independencia. Y en ese contexto, lo suyo fue un proyecto de autonomía política para la superación de la varias veces centenaria subordinación de la Audiencia de Quito a las jurisdicciones virreinales (primero a Lima, luego a Santafé). Su propósito fue romper con esta subordinación y asumir una primacía, siempre como parte de la Monarquía Católica, frente a sus provincias vecinas que formaban parte de su jurisdicción como Audiencia de Quito: las provincias y Gobernaciones de Popayán, Guayaquil y Cuenca (v., sobre esto, ‘Siglo y medio de miseria y derrotas’ y ‘El 10 de agosto no fue obra de canallas’).

El final de esta contrarrevolución ocurrió por la negativa de estas provincias y Gobernaciones de hacer caso a la propuesta de primacía de Quito sobre ellas. No sólo se negaron, sino que ellas se opusieron de forma activa, al punto de enviar tropas a Quito. La horrible matanza del 2 de agosto de 1810 fue una de sus consecuencias (v., sobre esto,  ‘Todo les sale mal’).

En la historia ‘oficial’, a las víctimas de esta masacre se los ha hecho pasar por mártires de la independencia. Esta idea fue conveniente a la propaganda anti-española en tiempos de la independencia, pero es falsa, porque como ellos nunca aspiraron a la independencia, por ende, mal podían ser unos mártires de algo en lo que nunca creyeron. Los revolucionarios estaban presos en Quito, resguardados por tropas limeñas, debido a la reacción de sus provincias vecinas frente a su ‘Revolución del 10 de agosto’ que quiso darle a Quito una primacía que ellos no le permitieron (sobre las interacciones entre Quito y las provincias, v. ‘Las relaciones exteriores de Quito en 1809’). Así, el 2 de agosto de 1810 fue un punto extremo de esta reacción contra Quito: frente a la ejecución chapucera del plan para liberar a estos presos, la reacción de las tropas extranjeras, venidas del Sur, fue eliminar a todos los presos que pudieron y, acto seguido, pasar por las armas a alrededor del 1% de la población de Quito. Brutal.

Así, debemos situar, aunque nos pese, a la ‘Revolución del 10 de agosto’ en su justa dimensión: una acción de hondo tufo contrarrevolucionario, hecha en nombre de los valores del ancien régime (Rey, Dios y Patria en Europa), que no buscó jamás la independencia ni de la provincia Quito ni mucho menos de un inexistente Estado del Ecuador, y que tuvo un final triste y brutal.

Visto desde esta perspectiva ofrecida por los nuevos estudios históricos de François-Xavier Guerra, Antonio Annino, Federica Morelli, Manuel Chust, entre muchos otros, no considero que haya, a nivel nacional, nada que festejar el 10 de agosto. Porque es un hecho provincial (dado que su falso ‘heroísmo independentista’ le corresponde únicamente a la provincia de Quito y fue rechazado por las otras dos provincias que llegaron a constituir, muchos años después, el Ecuador) y porque es un  hecho esencialmente fracasado, que no tendría porqué festejarse.

Pero el Ecuador es este país raro (a weirdo) que ha convertido en su fecha fundacional a un rotundo fracaso. Aunque, a la final, ello tenga plena lógica: llevamos 190 años siéndolo (un fracaso, a weirdo).  

* ‘Lo imperial en la América hispánica’, en: Annino, Antonio, ‘Silencios y disputas en la historia de Hispanoamérica’ (pp. 137-179), Taurus, Bogotá, 2014, p. 138.
** Ibíd. La frase es de François-Xavier Guerra.

La revancha popular

29 de agosto de 2020

El Gobierno de Lenin Moreno ha traicionado a la voluntad popular.

Voy a explicar la frase anterior: hubo un tiempo que el pueblo confió en el Presidente Lenin Moreno, en los albores de su Gran Traición período de Gobierno. Trepado en esa popularidad, el Presidente Moreno convocó en noviembre de 2017 a una consulta popular para aprobar siete reformas. Más allá de cosas de relleno, el propósito era doble: impedir la reelección del exPresidente Rafael Correa y crear un órgano transitorio que se encargue de destituir a las altas autoridades nombradas durante el Gobierno de Correa. El pueblo ecuatoriano confió en el Gobierno de Moreno y le concedió ambas cosas. Eran los tiempos dulces.

Ya luego todo se pudrió. Para empezar, el Consejo Transitorio devino en dictatorial (v., sobre esto, ‘La dictadura inadvertida’) y, en nombre del pueblo, decidió atribuirse unas ‘facultades extraordinarias’ y nombrar a dedo a las autoridades de reemplazo para las autoridades que ellos destituyeron. Esto daba motivo para la sospecha, pero pasó casi inadvertido.

Más motivos para sospechar lo dieron ciertas designaciones que hizo el Consejo Transitorio: hubo una fabulosa y otra en la que cojudeó al pueblo. La fabulosa fue la de Fiscal General del Estado (v., sobre esto, ‘Lo de la futura Fiscal Salazar hiede a corrupción’) y en la que se aplicó el arte del cojudeo fue en la del Contralor General del Estado. Sobre esto: por su singular ‘mandato’, adoptado el 8 de mayo de 2019, el Consejo Transitorio decidió no designar a la autoridad que reemplace al Contralor General destituido (Carlos Pólit), puesto que era necesaria una ‘reestructuración de la Contraloría General’ e instaba a los poderes del Estado a ‘viabilizar en el menor tiempo posible la creación de un Tribunal de Cuentas que reemplace a la Contraloría General del Estado’. Y mientras esto ocurría, debía asumir el Contralor subrogante, Pablo Celi, un ser dúctil y conveniente a los intereses persecutorios del Gobierno del Presidente Moreno. Esto fue un ‘se queda éste, mientras se hace esto otro, que jamás se hará’, es decir, una de las variantes más comunes en la que se conjuga el verbo cojudear.  

Ahora, el motivo de haberse creado el Consejo Transitorio fue para conducir una transición cuyo objetivo era traspasar el poder a un nuevo Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, originado en la voluntad popular. A este efecto se organizaron las elecciones del 24 de marzo de 2019, pero el pueblo ya no apoyó al Gobierno de Moreno, pues a cuatro de los siete integrantes del nuevo Consejo elegidos por la voluntad popular, se los reputó ‘correístas’. Esta fue una voz de alerta de que el pueblo ya le había dado la espalda al Gobierno de Moreno, pero igual el Gobierno no se dio por vencido y buscó la destitución de los elegidos por la voluntad popular, vía un juicio político en la Asamblea Nacional.

En este punto, el Gobierno de Moreno ya no contaba con el pueblo, pero todavía podía contar con el apoyo de varios partidos y movimientos políticos en la Asamblea Nacional (a este apoyo lo galvanizaba el ‘anti-correísmo’). Y el Gobierno contó con estos mamarrachos que se dicen representantes del pueblo (es de suponer que hospitales mediante), y triunfó: logró la destitución de los cuatro ‘correístas’ vía juicio político.

Con las elecciones del 2021 cada vez más cerca, la actuación del aparato estatal frente a los ‘correístas’ adquirió una pestilencia a persecución política imposible de soslayar. La actuación de las autoridades puestas de forma arbitraria, como la Fiscal Salazar y el Contralor Celi, de las autoridades electorales, de las autoridades de ese basural có(s)mico que es nuestro sistema de justicia… Todo está hecho tan a la maldita sea, tan sin un mínimo respeto a las garantías judiciales, que únicamente en este pobre país perdido para el Estado de Derecho, estas cosas, como son parte de la cotidianidad, no nos parecen ridículas; pero cuando se la contrasta con los estándares interamericanos de protección de derechos humanos, el que sabe se caga de la risa las advierte muy ridículas. Nuestro nivel es haitiano (pero sin ese buen ron).

Y aún ante todo esto, el pueblo más o menos se había hecho al dolor. Hasta que llegó la pandemia y explotó la corrupción, los amarres y las componendas (solo digo un apellido: Bucaram). Y aquí es cuando ya todo se pudrió, de forma irreversible y definitiva. El pueblo se apercibió de la corrupción, del cojudeo, de la persecución política. Le ha retirado su apoyo al Gobierno de una forma jamás antes vista: el Gobierno de Moreno malvive con un increíble y absurdo 8% de aprobación de su gestión*. Ya no tiene ni el apoyo de esos mercachifles de la política en la Asamblea Nacional, pues hace unos días, 123 de los 137 asambleístas que componen dicho órgano, le pidieron al Presidente que remueva a esa campeona del cinismo que ejerce la cartera de Gobierno, la otrora carta progresista devenida en bulldog de la derecha, María Paula Romo. Por supuesto, ella se va a quedar, pero eso no cambia que a su Gobierno ya no lo quiere nadie. Tiene el desprecio del pueblo y el de la Asamblea Nacional: ya es un cabal APESTADO.

Y a todo esto, la derecha ecuatoriana, en su laberinto.

Y es que ya estamos en la recta final rumbo a las elecciones del 2021, cuando se debe admitir que el propósito del Gobierno de crear un escenario de superación del ‘correísmo’ únicamente está produciendo el regreso del ‘correísmo’. Son tan imbéciles en el Gobierno, que no solo no produjeron el resultado que buscaban, sino que están produciendo el resultado contrario a lo que buscaban. (Y sumado a esto, como ya fue dicho, la derecha en su laberinto.) Así, la alternativa que le está quedando al ‘anti-correísmo’ para evitar el triunfo de sus rivales es vieja: la corrupción varia, las leguleyadas, o ya de plano, la alteración de los resultados el día de la elección presidencial (tengo para mí, que así llegó a la Presidencia el lisiado mental de Mahuad; dadas las circunstancias, no me extrañaría que vuelva a ocurrir). Pero ni eso: cuando la diferencia llega a ser muy grande (Nebot lo comprobó en 1996), ya nada se puede hacer.

Visto en esta perspectiva, lo que se está viviendo es el origen de una reacción frente a una traición. No la traición de Moreno a Correa, pero la traición del Gobierno de Moreno a la voluntad popular a la que apeló en noviembre de 2017. Cuando el pueblo ecuatoriano todavía le creía, el Gobierno de Moreno le pidió el voto para luchar contra la corrupción… pero el Gobierno de Moreno terminó siendo mucho peor en corrupción y en cinismo (¡la Romo!). Y también en incompetencia, que en este des-Gobierno es brutal.

Dígase lo que se quiera de nuestro pueblo**, pero se termina por dar cuenta y recuerda otros tiempos, previos a esta época de traiciones y miseria generalizada (moral y económica). Y entonces no es difícil intuir que su reacción, ya será una revancha. Y tampoco es difícil saber quién la podrá capitalizar: aquel candidato asociado con ese pasado reciente, a quien para singularizarlo, basta con ver a quien todos los demás le hacen cargamontón.

Y será una revancha, pero expresada en votos: una revancha popular.

*

* Dice mucho de nuestra clase política que a Gutiérrez el 2005 se lo bajaron con el 33% de aprobación de su gestión, mientras que a Moreno, ahora, se lo sostiene con el 8%.  Gutiérrez pactó con Bucaram y cayó;  Moreno pactó con Bucaram y sigue. La diferencia estriba en que Gutiérrez no era un mojón en la marea de los intereses de las élites, mientras que Moreno sí. Y es por eso que se lo sostiene.
** Tengo la convicción de que nuestros políticos desprecian a sus electores. Los consideran más como un ganado al que arrear, que como seres pensantes a los que respetar, lo que se observa muy claramente en los débiles argumentos que utiliza nuestra clase política para sostener la obligatoriedad del voto.

La derecha ecuatoriana en su laberinto

27 de agosto de 2020


Poco a poco se han barajado las candidaturas de la derecha ecuatoriana de cara a la elección presidencial del 7 de febrero de 2021, hasta quedarse con el banquero Guillermo Lasso como la alternativa de la tendencia. Pero para que se consolide la unidad de la tendencia y tenga su oportunidad de triunfar Lasso, se requiere del concurso de Jaime Nebot, el CEO de esa empresa electoral llamada Partido Social Cristiano (PSC).

Ahora, lo de Nebot es un gran dilema: o va por la suya y arruina a la tendencia (Nebot como el Gran Chimbador) o se une a la alternativa que representa Lasso. Si esto último ocurre, Lasso acrecienta sus posibilidades de ganar, no sólo porque consolida a la tendencia sino porque obtendría el control del órgano clave para su triunfo electoral, en este país de tan disminuida institucionalidad: el Consejo Nacional Electoral.

Así, si Nebot pliega a su causa, Lasso obtendría para esta elección presidencial de 2021 las dos condiciones que se dieron para el triunfo del lisiado mental de Mahuad por la Democracia Popular en las elecciones presidenciales de 1998, triunfo que lo trajo a Guillermo Lasso (Willy Pompón, at the time) a la escena política nacional. Esas dos condiciones son: 1) La ausencia del PSC en la papeleta; 2) Un órgano electoral cautivo.

Pero si Nebot no pliega a la candidatura de Lasso, entonces Lasso está en graves problemas. Correa es el Gran Elector y con su tendencia partida en dos, ni un Consejo Nacional Electoral servil podría salvarlo a Lasso, quien, por sí mismo, es un candidato muy pobre, cuyo mejor atributo es ser millonario. Depende, entonces, de Jaime Nebot (porque eso de que dependa de Cristina Reyes es para cagarse de la risa). Así, la pesada cruz de Lasso es la misma de siempre, desde que emergió como candidato el año 2013: depender de Nebot.

Y Nebot, como se dice en la calle, es un chuchas. Es chance irreal pensar que el más aplicado discípulo de Maquiavelo en lo que va de este siglo en la política ecuatoriana se vaya a entregar a Lasso, cuando su negocio pasa por tener un candidato presidencial de su partido para llegar a la Asamblea Nacional con un más alto número de asambleístas. Y así, gobernar desde allá, metiéndole presión al Gobierno del gil que llegue a la Presidencia. Es obvio: a mayor número de asambleístas, mayor presión se puede ejercer. Y resignar esto, ¿a cuenta de qué?

Ese es el laberinto de la derecha: depender de Nebot para encontrar la salida al triunfo de la tendencia, cuando Nebot siempre juega para sí. Y es por eso que la tendencia corre el riesgo de perderse.