La batalla de Tarqui

25 de febrero de 2022

            Publicado en diario Expreso el 25 de febrero de 2022.

Un acontecimiento poco conocido de la historia de la América hispana es la celebración de unas elecciones generales a escala continental, convocadas el 22 de enero de 1809 por la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino de España. Esta Junta Suprema Central convocó a los territorios americanos en posesión del Reino de España a la elección de un total de nueve diputados, uno por cada virreinato (Nueva España, Perú, Nueva Granada y Buenos Aires) y uno por cada capitanía general (Cuba, Puerto Rico, Guatemala, Chile y Venezuela). Las elecciones se realizaron (en el Virreinato de Lima se escogió a José de Silva y Olave) pero los diputados americanos nunca llegaron a integrar la Junta Suprema Central, debido a su disolución en enero de 1810. 

 

El caso relevante para la batalla de Tarqui es que, para estas elecciones del año 1809, el actual territorio del Estado del Ecuador (entonces contenido en la Audiencia de Quito) se dividió en dos: la provincia de Quito votó en el Virreinato de Nueva Granada, mientras que las provincias de Guayaquil y Cuenca votaron en el Virreinato del Perú. Este hecho electoral evidencia que, desde los inicios del siglo XIX, la provincia de Quito y las provincias de Guayaquil y Cuenca se encontraron en diferentes jurisdicciones.

 

La batalla de Tarqui, ocurrida el 27 de febrero de 1829 en un portete en las cercanías de Cuenca, fue el enfrentamiento entre los Estados sucesores del Virreinato de Nueva Granada y del Virreinato del Perú, esto es, entre la República de Colombia y la República del Perú. Para Colombia, todavía gobernada por Bolívar, este enfrentamiento ocurrió para defender y mantener los territorios que ella había obtenido en tiempos ya republicanos (incluida una ocupación manu militari de Guayaquil, comandada por el propio Bolívar) mientras que, para el Perú, este enfrentamiento bélico era una oportunidad para recuperar los territorios que habían pertenecido al Virreinato del Perú en las postrimerías del período colonial (en tiempos en que los documentos oficiales en Cuenca se los firmaba como ‘Cuenca del Perú’). Por ello, resulta apenas natural que el Presidente del Perú que comandó el ejército de su país para la recuperación de estos territorios haya sido un nativo de Cuenca, José Domingo de Lamar.

 

En la batalla de Tarqui, los peruanos de Lamar conocieron la derrota. En consecuencia, las provincias de Guayaquil y Cuenca (la que, para esta época, estaba ya renombrada como Azuay) siguieron perteneciendo a la República de Colombia (en específico, al Distrito del Sur de dicha república).

 

Ahora, sostener los territorios del Sur le duró poco a Colombia. Al año siguiente, 1830, el Distrito del Sur se desmembró de la República de Colombia y se constituyó como Estado independiente con el nombre raro de ‘Estado del Ecuador en la República de Colombia’. Con el tiempo, este Estado adoptó el nombre ‘República del Ecuador’ y decidió que la fecha de la batalla de Tarqui (una batalla en la que su Ejército no tuvo ni arte ni parte, ni podía tenerla puesto que ni existía) sea la fecha fundacional de su Ejército. Así, esta extravagancia histórica resulta, cuando menos, un claro indicador de una ausencia de gestas heroicas propiamente ecuatorianas. 


Fe de erratas.-
Una edición anterior de este artículo (que salió en prensa) indicaba que José Joaquín de Olmedo fue el escogido en la elección del año 1809. El escogido en 1809, como se lo ha aclarado, fue José de Silva y Olave, tío de Olmedo y quien lo designó a él como su Secretario para que lo acompañe en el viaje a España.

Por otra historia

18 de febrero de 2022

Publicado en diario Expreso el 18 de febrero de 2022.

 

Esta columna de opinión cuyo primer artículo es éste que Ud. lee, como su nombre lo indica, versará sobre la historia del Ecuador. Su propósito es contar una historia del Ecuador que sea diferente (alternativa, e incluso contraria) a la historia oficial, reinterpretando los hechos que dieron origen a esta amalgama de antiguas provincias españolas que se convirtieron en un Estado independiente el año 1830 y recordando episodios que en la historia oficial se los suele ningunear. Creo que este propósito de contar una historia ecuatoriana que difiera de la oficial merece una explicación.   

 

En principio, el propósito mencionado se debe a un desencanto personal por el tiempo presente. Considero que el Ecuador atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia: es un país claramente disfuncional, en el que sus autoridades son incapaces de hacer cumplir las leyes (salvo que se trate de perseguir -con saña- a sus rivales políticos), en el que la población desconfía de las autoridades y donde la corrupción campea a sus anchas. El resultado de esta mezcla de ineficacia, desconfianza y corrupción es un Estado disfuncional y discriminador en un país pobre, desigual y violento.

 

Pero, sobre todo, el propósito mencionado de contar una historia ecuatoriana diferente a la oficial busca una explicación a esta deriva que nos ha conducido a la espantosa situación actual. En las circunstancias actuales, elegir a una persona u otra para el ejercicio de un cargo público en el Ecuador resulta irrelevante, porque el sistema político y electoral es el que está corrompido. De igual forma, el culpar a una persona u otra de la situación actual del Ecuador es equivocar el punto (es cometer el facilismo de endilgar la culpa a un chivo expiatorio).

 

Así, la explicación que busco ensayar en esta columna de opinión no pasa por formular un análisis acerca de la coyuntura que vivimos; por el contrario, la explicación que propongo se relaciona con las condiciones estructurales (sometidas a los rigores de la geografía, la historia y la cultura) que se produjeron a raíz de la conquista, la colonización y la formación de una república independiente en esta porción del territorio sudamericano y de cómo ellas siguen influyendo en la forma cómo en el Ecuador actuamos en la esfera pública.

 

El pasado pesa y condiciona nuestra conducta como sociedad. De allí la necesidad de revisitarlo y reinterpretarlo, para aprender de él y corregir lo que haga falta que se corrija para intentar un camino al desarrollo.

 

En resumidas cuentas, ahora la República del Ecuador es un Estado fallido. Así lo evidencia la forma cómo nos comportamos en la esfera pública y así lo evidencia la notoria incapacidad del Estado para satisfacer los fines mínimos que se supone que todo Estado debe procurar a sus habitantes, esto es, seguridad y un mínimo de bienestar (educación y salud). Asumiendo este triste hecho, el propósito de esta columna de opinión debería quedar meridianamente claro: es una propuesta de indagación en la historia del Ecuador para comprender el cómo y el porqué hemos llegado a ser este Estado fallido que actualmente somos y bosquejar alternativas para, eventualmente, poder dejar de serlo.