Tras las guerras de
independencia de la América hispana entre 1810 y 1826 se perdió el imperio
continental de ultramar de un Estado cada vez más periférico en los negocios
europeos (1). En reemplazo de la
hegemonía española en la América continental surgieron en los años
subsiguientes a la independencia catorce nuevos territorios, llamados con mayor
pena que gloria Estados, todos católicos y parlantes de castellano como su puta
madre: México, Guatemala, El
Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay,
Chile, Argentina y Uruguay. A esta lista hay que sumar la insular República
Dominicana tras una guerra contra España en 1865. Y después, a fines del siglo
XIX, en 1898, se independizó del Reino de España la isla de Cuba, y a inicios
del siglo XX, en 1903, se convirtió en un nuevo Estado al istmo de Panamá, tras
desmembrarlo de la República de Colombia para beneficio geoestratégico y
económico de los Estados Unidos de América, el nuevo hegemón de la zona (2).
Ecuador existe (o debo
decir: malvive) desde 1830. De los diecisiete Estados mencionados es, probablemente
en conjunto con Honduras y el Paraguay, lo peor en casi cualquier indicador: en corrupción, en inequidad, en la falta
de respeto a las autoridades y a la institucionalidad que él o ella representan
(3). En estos Estados, su
institucionalidad es estorbosa, e incapaz de imponer su voluntad (salvo que se
la use como herramienta de persecución, NCP style). Para el caso del Ecuador creo que la razón fundamental de
esta institucionalidad deficiente en un grado sumo se debe a que el Estado del
Ecuador se originó, pobrecito, como un sub-producto de la independencia de la
América española entre 1810 y 1826. Es un baile de los que sobran, hecho país.
El Ecuador surgió como
un desprendimiento de la República de Colombia, la que había surgido en 1819
con la aprobación de la Constitución de Cúcuta. Al nuevo Estado colombiano se
anexionó la provincia española de Quito tras la batalla del Pichincha del año
1822, a la que se renombró como ‘Ecuador’.
También se sumaron la provincia de ‘Cuenca
del Perú’, renombrada como Azuay, y manu
militari, la provincia de Guayaquil, que conservó su nombre (4). Estos tres territorios, por el
nuevo orden administrativo colombiano fijado por una ley de junio de 1824, se
convirtieron en Departamentos que, juntos, conformaron el Distrito del Sur de
la República de Colombia. El nuevo Estado del Perú, en 1829, quiso recuperar
las dos provincias del Sur de este Distrito, es decir, Guayaquil y Azuay, sobre
las que el Virreinato del Perú había gobernado en los últimos años del dominio
español, pero fueron resistidos por el ejército de Colombia, comandado por el
venezolano Sucre, en la batalla de Tarqui. Colombia conservó así el Distrito
del Sur, pero al año siguiente, en 1830, este Distrito se desmembró de ella. Y
en ese territorio se reunió en 1830 una Asamblea Constituyente, se dictó una
Constitución (la primera de un total de diecinueve hasta la fecha) y se adoptó
el geográfico nombre de ‘Ecuador’
para el nuevo Estado (5).
Cuando emergió en 1830,
el Estado del Ecuador quiso que se respete el territorio sobre el que, en
tiempos de los españoles, ejerció su jurisdicción, pero que correspondían también
al Distrito del Centro de los tiempos colombianos. Colombia, con su alias de ‘República de la Nueva Granada’, se enfrentó
al Ecuador en una guerra (en Colombia la llaman ‘Guerra del Cauca’) en la que triunfó de una manera aplastante (6). El ‘Tratado de Pasto’ estableció en diciembre de 1832 que los límites
entre los dos Estados, Ecuador y la Nueva Granada, quedaba en el Río Carchi,
que era precisamente donde estaba la división entre los Distritos del Centro y
del Sur en la Ley de 1824. Y ahí quedaron
ya para siempre. El ‘Tratado de Pasto’ significó para el Ecuador la pérdida de los multiseculares vínculos que tuvo
Quito al norte del Río Carchi, en especial, con la ciudad de Popayán.
Así, en su origen, el
Estado del Ecuador quedó entre los Estados de Colombia y de Perú como una
reunión accidental de tres exprovincias españolas que no fueron capturadas por
las herencias de los virreinatos a cuya autoridad la Audiencia de Quito estuvo
sometida, esto es, los virreinatos de la Nueva Granada, cuya capital fue Santa
fe (reenombrada Bogotá por el cachondo Libertador) y del Perú, cuya capital era
Lima (7). Desde 1830, estas tres
exprovincias españolas formaron un muy disfuncional Estado, con una capital política
curtida en burocracia y corrupción, e incapaz de ser un motor económico para el
territorio en común (8).
Esto de reunión ‘accidental’ es por el término usado por
Olmedo en la Asamblea Constituyente de 1830 para defender la representación
igualitaria de las tres antiguas provincias españolas en el nuevo Congreso del
Ecuador. Olmedo habló de…
‘… la diferencia
que había entre provincias que están sujetas a una autoridad, y que unidas
forman un cuerpo político, y entre otras secciones que por circunstancias
improvisas quedan en una independencia accidental; que en el primer
caso, era desde luego indispensable arreglar la Representación Nacional á la
población, bajo una ley establecida; pero no así en el segundo, pues las
secciones independientes podrían reunirse muy bien con la representación igual,
ó bajo los pactos convencionales que se estipulasen para la unión’ (9).
En definitiva, al
Estado del Ecuador la independencia le sentó mal. Le quitaron sus vínculos al norte
del Río Carchi, imponiéndole los límites de un Distrito diseñado por otros y
quedando con una capital disfuncional y un territorio ‘accidental’ sin una real integración, ni económica ni política. Fue
un Estado muy pobre, conservador y explotador inmisericorde de lo que
consideraba uno de sus ‘recursos’, la
mano de obra indígena. En general, lo sigue siendo. Eso sí, para esa época, año
1832, el Ecuador todavía limitaba con el Brasil y podía sentirse un país ‘amazónico’. Eso se iría a la mierda
después (10).
Si la independencia de la
América española fue una fiesta libertaria, la aproblemada existencia de ese
sub-producto territorial llamado ‘Estado
del Ecuador’, nos confirma como el chuchaqui más maldito de la fiesta de la
independencia. Uno que nos dura hasta ahora.
~*~
(1) En los
estudios históricos sobre la independencia de América, se entiende que el año
de 1810 ocurre el giro a la postura independentista entre los americanos. La
historia del agosto-octubre quiteño de 1809 evidencia que antes de 1810 existía
una resistencia contra el invasor francés, el temible Napoleón. Sobre esto, v. ‘Fans de Fernando VII’ y ‘Manuel Zambrano explica cosas (a los historiadores)’.
(2) Sobre la independencia
de Panamá, v. ‘Panamá nació en la habitación 1162 del Waldorf Astoria’.
En la independencia de Cuba también intervino la Yunái, con la ‘splendid little war’ de la que hablaba
John Hay. De la ocupación de Cuba surgió el éxito del control de la fiebre
amarilla, lo que años después repercutiría en la virtual extinción de este
flagelo que por tantos años azotó al puerto de Guayaquil. Sobre esto, v. ‘Guayaquil y la fiebre amarilla (1740-1919)’.
(3) Perupé, acaso Locombia (también Venezuela y Nicaragua), podrían sumarse a
esta aciaga lista. En realidad, todos los países hispanoamericanos son
malformaciones más o menos queribles.
(4) Sobre la ocupación
manu militari de Guayaquil, v. ‘Y llegó Bolívar (brevísima relación del auto-gobierno de Guayaquil)’. La
consecuencia de la llegada de Bolívar a Guayaquil fue el exilio a Lima de los
tres integrantes de la Junta de Gobierno de Guayaquil, v. ‘El exilio de Olmedo’.
(5) Sobre esto, v. ‘Disquisiciones sobre el nombre Ecuador’
(6) Sobre esto,
v. ‘El Ecuador en sus orígenes: ir por lana y salir trasquilado’ y ‘1832: una de cal, única de arena’.
(7) Sobre este
afán nominativo de Bolívar, v. ‘El nombre que Bolívar dio a nuestro país’.
(8) Sobre esta
triste pero estructural característica de Quito, v. ‘Marx y Quito’ y ‘Ecuador, administrado por un dipsómano’.
(9) Sobre esta
postura de Olmedo, v. ‘Principio y fin del Estado del Sur’. Es
interesante notar que, para Olmedo, como las exprovincias españolas eran unas potencias
equivalentes, ellas podían estipular algo diferente a la representación
proporcional en función de los habitantes del territorio, que era la solución
que la favorecía a Quito dada su mayor población. Por supuesto, Guayaquil y
Cuenca se unieron para ‘estipular’ una
representación igualitaria, que les convenía a ellas. Esta fórmula subsistió
hasta las reformas del Presidente Gabriel García Moreno treinta años y seis
Constituciones después.
(10) En 1942, es
decir, 110 años después del Tratado de Pasto, el Ecuador se vio compelido a
firmar el Protocolo de Río de Janeiro, por el que su territorio quedó reducido
a los aproximadamente 280.000 kilómetros cuadrados que tiene ahora. Las palabras
del diplomático brasileño Oswaldo de Aranha dichas al diplomático ecuatoriano Tobar
Donoso tras la firma del Protocolo, ‘aprendan
a ser país’, siguen siendo un pendiente nacional.