Mi recuerdo vívido del Mundial del ‘82 es el feliz cítrico
Naranjito (la triste historia de su creador,
acá). Mi memoria no registra, en esa época, a este jugador brasileño sobre el que Eduardo Galeano cuenta en
El Fútbol a Sol y Sombra que “tenía cuerpo de garza, altas piernas flaquísimas y pies pequeños que se cansaban fácil, pero era un maestro del taquito, y se daba el lujo de convertir penales con el talón” al que su padre, a instancias de
La República de Platón, llamó Sócrates.
Pero ya en el Mundial del ‘86 Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira tenía identidad para mí. No precisamente esta identidad de documento y seis nombres, sino la de delantero temible, barbado y de aspecto desenfadado, una especie de pirata sin parche ni garfio, con pata de
gol y en
shorts. Un jugador entrañable, aunque se haya comido un penal en la definición contra Francia que contribuyó a eliminar en cuartos de final a la única selección brasileña que despertó mi afición.
Lo que yo no sabía en esa época (la prensa no suele preocuparse de difundir estas cosas) es que este jugador de simpático aspecto, diseñado casi a la usanza de Cortázar, demasiado alto (1,91) y demasiado flaco, que fumaba mucho y corría poco pero que no lo necesitaba porque siempre ejecutaba el pase preciso y la jugada desequilibrante, que gustaba echarse unas cervezas con los amigos después de los partidos tanto como no le gustaba entrenar, bohemio y mujeriego que opinaba que su psicólogo era un vaso de cerveza, era persona de gigante y admirable compromiso democrático. Sólo muchos años después escuché y hace poco leí en un reportaje de
Diners la fascinante historia de Sócrates y la
democracia corinthiana. Se las cuento, en breve:
Corría el año 1981 y Brasil vivía en dictadura militar desde 1964. Ese año, el Corinthians, equipo paulista conocido como
O Timao, fundado el 1 de setiembre de 1910 y segundo equipo más popular de Brasil (después de Flamengo) con un aproximado de 25.000.000 de hinchas, estaba en crisis económica y deportiva: números rojos y eliminación del torneo paulista que terminó por ganar Sao Paulo, que se coronó bicampeón. Al año siguiente, 1982 (el año del Mundial de España y del
Naranjito de mis recuerdos tempranos) Sócrates, Wladimir, Casagrande, entre otros y en conjunto con el sociólogo Adilson Monteiro Alves que había asumido como Director de Fútbol del club a fines del ’81, cansados de un ambiente en el fútbol que replicaba la opresión de la dictadura militar comenzaron a discutir una salida a esta crisis y pusieron en práctica un experimento que el periodista inglés Alex Bellos calificó de
utopian socialist cell, utópica célula socialista: el club como una comunidad de personas en la que todos sus miembros, desde los malos suplentes hasta los altos directivos, tomaban en conjunto todas las decisiones que los afectaban y en la que todos los votos contaban por igual. En una entrevista que Bellos le hizo a Sócrates, éste recuerda: “Nosotros decidíamos todo por consenso. Eran cosas simples como, ¿a qué hora vamos a comer? Nosotros sugeríamos, digamos, tres opciones y votábamos. La decisión de la mayoría se aceptaba”.
Cosas simples y otras que no tanto. Sócrates y sus colegas consiguieron eliminar la concentración, decidieron sobre contrataciones, dimisiones, momentos para entrenar y alineaciones para los partidos y defendieron la total e irrestricta libertad del futbolista fuera de las canchas. Acaso el término
utopian socialist cell de Bellos sea excesivo, pero sí que la democracia corinthiana constituyó, como pocas, una delirante experiencia libertaria de autogobierno colectivo. Su lema certero era “
libertade com responsabilidade”: la
democracia corinthiana supo poner la utopía en juego.
Pero los cambios que proponía la
democracia corinthiana no eran sólo casa adentro: sus propuestas trascendieron las canchas. El Corinthians empezó a utilizar leyendas en sus blancas camisetas para incidir en la conciencia de los fanáticos. La mayor parte del torneo del ’82 Corinthians lo jugó con la palabra “
Democracia” impresa. Cuando se acercaban las elecciones del Estado de Sao Paulo del 15 de noviembre de 1982 para elegir gobernador y otras autoridades, lucieron la leyenda “
Día 15, Vote” en sus espaldas. Iniciaron la campaña “
Direitas-ja” y “
Eu quero votar para Presidente” para promover la elección por sufragio directo y universal del Presidente de la República. La tenían clara. En palabras de Sócrates: “la
democracia corinthiana fue fundamental para desencadenar nuevas corporaciones y resultó importante para el proceso de redemocratización que vivía Brasil. Yo siempre supe que estábamos haciendo política y sabía que debíamos aprovechar la pasión del fútbol para ayudar a la movilización de la gente”.
Poco a poco lo lograron y la
democracia corinthiana se convirtió en un punto de referencia para el debate sobre la democratización del régimen militar. En la final del torneo paulista de 1983 un Pacaembú repleto hasta las banderas contempló el duelo entre Corinthians y Sao Paulo. Si Corinthians perdía, sería un bajón sensible para los ideales que defendía. Ese día Sócrates salió primero, con el brazo en alto y todo el estadio, muchísimo Brasil, pudo observar la enorme pancarta que loa jugadores sostenían con la leyenda “Ganar o perder, pero siempre con democracia”. Corinthians, para probarnos que el idealismo no se riñe con la victoria, ganó 1-0 con gol de Sócrates y se coronó bicampeón del torneo paulista. Ese 1983 eligieron a Sócrates el Jugador Sudamericano del Año. En adición a estos triunfos, la economía del club era solvente (tenía un superávit de 3’000.000 de cruzeiros, cosa inédita) y en lo político, poco a poco, el debate sobre la democratización del régimen militar al que decididamente contribuyó la democracia corinthiana, fructificó: Brasil regresó a la democracia en 1985.
Esto no es todo. A la usanza de Albert Camus, que afirmaba que “todo lo que he aprendido de moral, me lo ha ensañado el fútbol” esta experiencia nos enseña mucho. Que lo digan los propios jugadores del Corinthians; que lo diga, por ejemplo, Wladimir: “la verdad es que, en todo lo que se hace con conciencia y dedicación, se obtiene realización personal. No era por el dinero. Nosotros jugábamos con mucho placer, sobretodo porque sabíamos que estábamos contribuyendo de alguna forma, para la redemocratización del país"; que lo diga Biro-Biro, con esta frase de sencilla belleza: “La democracia me hace aprender a respetar la diferencia sin jamás aceptar las desigualdades”.
Y por supuesto que será Sócrates, quien inspiró y lideró el proceso, el que cierre este
post y rinda un balance de esta época luminosa con las precisas palabras con las que finaliza su libro
Democracia Corinthiana: A Utopia em Jogo escrito en conjunto con el periodista Ricardo Gozzi: “Conseguimos probarle al público que cualquier sociedad puede y debe ser igualitaria. Que podemos desprendernos de nuestros poderes y privilegios en procura del bien común. Que debemos estimular que todos se cohesionen y que pueda participar activamente de los designios de sus vidas. Que la opresión no es imbatible. Que la unión es fundamental para superar los obstáculos difíciles. Que una comunidad solo puede fructificar si respeta la voluntad de la mayoría de sus integrantes. Que es posible darse las manos”.
Grande, Sócrates. Tanto, tanto que aprender...