Publicado en diario Expreso el viernes 30 de junio de 2023.
En los tiempos coloniales la zona de Esmeraldas, cuyo territorio pertenecía a la provincia de Quito, se extendía desde Bahía de Caráquez hasta Barbacoas (hoy, Departamento de Nariño, Colombia). Durante el dominio español, esta zona estuvo ocupada por zambos e indios. El poderío español llegó a acuerdos con los zambos, pero los indios malabas resistieron los avances españoles en su territorio.
Esta situación condicionó el desarrollo de un puerto para Quito en la zona de Esmeraldas. La ciudad de Quito deseaba allí un puerto para el envío de sus productos a los mercados del Norte (las zonas mineras y agrícolas de lo que hoy es Colombia, e idealmente, hasta Panamá) sin tener que pasar por el puerto de Guayaquil.
Hubo varios intentos de abrir un camino a Esmeraldas y todos fueron un fracaso. Ora el Virreinato de Lima no lo autorizaba, ora cuando se obtenía la autorización resultaba que el asunto no era rentable, o peor, la rebelión de los belicosos indios malabas acababa con la iniciativa. Esto último ocurrió en 1619 y el origen de la rebelión “parece haber estado en los intentos del gobernador, Durango Delgadillo, por imponer un régimen de trabajo más severo a las parcialidades adyacentes a la población de Montesclaros”. Y los indios mataron a todos: blancos, mestizos, negros y mulatos.
Así, mientras fue parte del Reino de España y salvo por breves lapsos, Quito nunca tuvo una salida al mar como no sea pasar por Guayaquil. Su idea de evitar este puerto y de buscar una comunicación directa con Panamá fue parte de las ilusiones de su élite durante la rebelión del 10 de agosto de 1809. En el Acta suscrita en esa fecha, los quiteños manifestaron su decisión de atraer a la Junta Suprema que se había establecido en Quito a provincias “como son Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá”. Alcanzar Panamá era una quimera de los quiteños a fin de procurar su desarrollo económico y conectarse con Europa.
Su quimera fracasó miserablemente porque las provincias vecinas de Guayaquil, Cuenca y Popayán se le vinieron a Quito encima, en el entendido de que ella era muy pobre y periférica como para tener la primacía sobre ellas. Y se cebaron, entonces, con Quito: dentro del año contado desde el 10 de agosto, ya le habían matado a la mayoría de los cabecillas de su rebelión y al 1% de su población, atrocidades cometidas por tropas enviadas desde Lima por el Virrey a instancias del Gobernador de Guayaquil.
La imposibilidad de un camino a Esmeraldas tuvo graves consecuencias. En las palabras de John Leddy Phelan (“El Reino de Quito en el siglo XVII” [primera edición 1967]), a quien se ha seguido para este relato, los reiterados fracasos en abrir el camino a Esmeraldas condicionaron el desarrollo de Quito y del país:
“La Sierra permaneció virtualmente aislada del resto del mundo durante trescientos años. […] De haberse colonizado Esmeraldas en el siglo XVIII, el carácter ulterior de la sociedad de la Sierra podría haber sido menos apegado a la tradición, y, por tanto, más receptivo a las innovaciones. En consecuencia, pudo haber surgido un equilibrio más dinámico entre la Sierra y la Costa, antes del presente siglo”.
Pero nada: simplemente, Esmeraldas no way.