Maradona Supernova

27 de noviembre de 2020


Yo soy un ateo que cree como en un evangelio en las primeras líneas de la autobiografía de Vladimir Nabokov: ‘… el sentido común nos dice que nuestra existencia no es sino una breve explosión de luz entre dos eternidades de oscuridad*

 

Y la vida de Diego Armando Maradona fue una explosión de luz, pero como ninguna otra luz: Maradona brilló como una supernova. El brillo esplendoroso de su luz emocionó y nos hizo felices a millones y millones de personas. En el que es el deporte más popular del mundo, Maradona brilló tanto y de forma única, porque él encarnó la épica en esa patriada del ‘86 de hacer a la Argentina campeona del mundo.

 

Se necesita de contexto para entender esto: una tarde en Ciudad de México, un hombre humilde, un reino poderoso; un país sudamericano pobre, un país europeo rico; una relación asimétrica de siempre, con el rico humillando al pobre, tanto en la economía como en la guerra. En la economía, siempre que pudo y podía siempre; en la guerra, en 1982, apenas cuatro años antes de esa tarde de junio en Ciudad de México. Y un dato no menor: esos poderosos habían inventado este deporte.

 

Sin este contexto, no se entiende esa tarde del 22 de junio de 1986. No es el mejor gol contra Marruecos o Canadá (ambos equipos participaron el ‘86) y no es un gol en un torneo menor, o en un deporte olvidable. Ese 22, en los cuartos de final de un mundial de fútbol, ese hombre humilde burló a los inventores del deporte dos veces: la primera con una picardía que burló sus reglas**, la segunda con una genialidad de 10.6 segundos que burló a toda su defensa, que mostró al mundo que el fútbol es magia y fuego, y que constituye la gran gesta épica de los tiempos modernos. Y lo es, porque con esos 44 pasos hasta dejar la pelota en la red, Maradona cumplió una revancha histórica y un triunfo simbólico: lavó el honor de su país pintándole la cara a los piratas en su propio juego, con picardía y genialidad, dueño de la pelota y la belleza. En esos días del ‘86, Maradona brilló como una supernova. Y sacó a su Argentina campeona del mundo, en una gesta épica que ya la hubiera querido narrar el ciego Homero.

 

Con ese héroe del ‘86, con el tipo que pudo comprometer a los otros a acometer una patriada, con aquel que nos regaló a millones momentos de una gran felicidad, con el que supo estar del lado de los más vulnerables y que fue David pudiendo ser Goliat… Con ese recuerdo feliz de Maradona me quedo yo. Con aquel que fue luz, mucha luz.

 

* La cita original es: ‘… and common sense tell us, that our existence is but a brief crack of light between two eternities of darkness’ (Speak, Memory).

** No tienes opción a quejarte, piratita, o eres Terry Butcher.

¿Quién jodió a la Romo?

24 de noviembre de 2020

Hoy se llevó a cabo, en un Pleno virtual de la Asamblea Nacional, el juicio político contra la Ministra de Gobierno María Paula Romo. El resultado fue su censura, decidida por 104 votos a favor, 18 votos en contra y 12 abstenciones. Esto resulta un punto de ruptura en su carrera política: nunca más podrá ella decirse de izquierda y defensora de derechos humanos, tras haber sido un rabioso bulldog de la derecha y una ardua defensora de la razón de Estado. La pregunta de rigor, entonces, es la siguiente:

 

¿Quién jodió a la Romo?

 

R: Fue Romo quien jodió a la Romo. Romo mutó: cuando inició el ejercicio de su cargo de Ministra de Gobierno, ella anunció que los supuestos ejes de su actuación serían ‘los delitos sexuales contra niños en los centros educativos, los delitos de violencia contra las mujeres, los desaparecidos y la seguridad vial’. Poco tiempo después, el poder se engulló sus buenas intenciones y vomitó a un monstruo. Romo mutó de defensora de los derechos humanos a una autoridad que le habla a la población con una muralla de policías a sus espaldas, que difunde los nombres de quienes la ‘atacan’ y que implica que estos ‘ataques’ a ella son un ataque a la institución policial. Mutó de defensora de los derechos humanos a una versión algo femenina de Robocop.

 

Creo que está registrado el momento en que todo se pudrió. Fue cuando el Pocho Harb le impuso a la Ministra de Gobierno un test de Litmus sobre la violencia policial (v. ‘La leyenda de Pochorromo’). Si Romo se situaba en desacuerdo con el Pocho, habría refrendado su defensa de los derechos humanos; si Romo se manifestaba de acuerdo con el Pocho, refrendaba la brutalidad policial. Romo incluso pudo renunciar y salir con la frente en alto, pero el poder es una droga poderosa y optó por la segunda alternativa y, desde entonces, Romo se lanzó en tobogán a la ardua defensa del poder de Estado, incluida su ruindad.

 

Así, tras el test del Pocho se acabó la académica, se esfumó la defensora de los derechos humanos. Se jodió la Romo (o debo decir: la Pochorromo), pero porque se dio jodiendo ella misma en el curso de su ejercicio del máximo poder (Moreno ni pincha ni corta) durante el gobierno más impopular y canalla de la historia reciente, o acaso de toda la historia republicana de este paisito.

 

Y ella podrá decir que la jodió la política, pero es que la política, en este caso, fue su reflejo.

Guayagil

23 de noviembre de 2020

Este 9 de Octubre del bicentenario de su independencia ocurrió, sin querer queriendo, una explicación de cómo funciona la ciudad de Guayaquil. Para los festejos del bicentenario, la Alcaldía de Guayaquil pagó 276.880 dólares para contratar a una empresa que preste un servicio de drones a fin de formar figuritas en el cielo. Para cumplir con el objeto de este contrato, se requería que no esté operativa ninguna red de Internet, pero la red de la propia Alcaldía se activó y echó al traste el show. En pocas palabras, la Alcaldía pagó un montón de dinero en tiempos de pandemia, por un espectáculo que ella misma boicoteó.

 

Pero es mejor no hablar de ciertas cosas.

 

Y así mismo es el desarrollo urbano de la ciudad, pagar en exceso por un crecimiento urbano de magros resultados y no discutir esos resultados, y es aún más grave, porque la Alcaldía de Guayaquil, por pagar en exceso por su crecimiento, anula su futuro (sobre esto, v. ‘Monte Sinaí’ y ‘Guayaquil a la deriva’). Pero esta sombría situación, en Guayagil, rara vez se la discute en público. Se prefiere creer, a contramano de la experiencia, que se está viviendo una historia de ‘éxito’. (En el fondo, el problema en Guayagil es la incapacidad de imaginar, la casi nula conciencia crítica sobre la realidad que se está viviendo –se vive a la manera de un taburete o una estrella de mar.)

 

Y es que sí que hay un ‘éxito’, pero que le corresponde a unos pocos avivatos de Guayagil, y es el de haber podido engañar a muchos, por mucho tiempo.  

Contra Escobedo

20 de noviembre de 2020


El militar peruano Gregorio Escobedo había sido un defensor de la Monarquía Católica hasta antes del 9 de octubre, pero la fortuna de la familia Roca enturbió sus (muchas o pocas) convicciones realistas. Arreglado él, y triunfante la revolución del 9 de octubre, Escobedo buscó un puesto en el emergente gobierno republicano, el que le fue concedido: desde el día uno de la independencia, ocupó el cargo de Jefe Militar de la ciudad. Y tras la renuncia de José Joaquín de Olmedo, a los seis días de haber sido él designado Jefe Civil de Guayaquil, el Cabildo lo nombró a Escobedo el Presidente de la primera Junta Superior de Gobierno que tuvo Guayaquil, que también integraron Vicente Espantoso y Rafael Ximena. Así, por algunos días de octubre y noviembre de 1820, Gregorio Escobedo resumió en sí la jefatura militar y civil de Guayaquil. Y, tipo corrupto como era, lo aprovechó en beneficio personal. 

 

En una carta que J. J. Olmedo le dirigió al general José de San Martín fechada el 22 de noviembre de 1820, Olmedo indicó la situación provocada por el corrupto Escobedo, pues ‘habiendo preso, desde el primer día, a todos los europeos sin distinción, y encerrándolos en un pontón estrecho, se echó sobre sus bienes, los cuales no entraron en los fondos públicos. Más de ochenta europeos fueron remitidos al Chocó, y sus propiedades ocupadas han desaparecido’. Y que por la ‘mala versación que ha hecho de los caudales públicos el mismo Escobedo, nos tiene en los mayores apuros [] La escasez de nuestro erario merece el nombre de verdadera miseria…’.*

 

Y en esa misma carta, J. J. Olmedo le explicó a San Martín que el militar peruano Gregorio Escobedo era, para peor, un traidor a la causa de los americanos:

 

La principal acusación consistía en haber Escobedo conspirado contra este país, preparando la fuerza armada para atacar la Representación de la Provincia. [] Se decía que no era el amor de la Patria ni de la Independencia el que había hecho tomar una parte activa en la transformación de este país, y sí sólo la sed de atesorar, la ambición de mando, y el ansia de salir del estado miserable a que le había reducido su conducta anterior. […] En mi concepto, el crimen mayor de un Americano es hacer odiosa la causa de la Patria, y dar ocasión a que los enemigos, los tibios y los indiferentes, levanten el grito contra nosotros, infamen nuestra conducta, declamen contra este general movimiento de América, y atribuyan a la Causa los excesos de los hijos desnaturalizados. No está libre de esta nota el Comandante Escobedo…’.

 

Cuando el 8 de noviembre de 1820 se formó la Segunda Junta de Gobierno de Guayaquil, presidida por Yei Yei Olmedo, el peruano Escobedo fue preso y exiliado a Chile. Él ya nunca más volvió a Guayaquil, pero perdura todavía en ella su memoria: este canalla tiene una calle (va desde la catedral hasta la calle Loja) en el centro de la ciudad.**

 

* Carta al general San Martín, fechada el 22 de noviembre de 1820, en: ‘José Joaquín de Olmedo. Epistolario’, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Editorial J. M. Cajica Jr., Puebla, 1960, pp. 335-338. Todas las citas corresponden a ella.

** En resumidas cuentas, la calle Escobedo recuerda a un tipo que, siendo el capitán de una compañía del batallón Granaderos de Reserva, fue sobornado para apoyar una revolución y luego se sirvió de ella (es decir, abusó de sus recursos) hasta que fue expulsado de la ciudad. Es un homenaje que Guayaquil le rinde a la corrupción y a la traición.

Constantino y las malas mañas

18 de noviembre de 2020

El emperador Constantino (272?-337), el Edicto de Milán mediante, convirtió a la que fuera una secta perseguida del imperio romano en una religión de una legitimidad igual a la religión oficial de Roma. El historiador Paul Johnson advierte en su ‘Historia del cristianismo* que ‘[e]s posible que Constantino, un hombre vano y supersticioso, abrazara el cristianismo porque eso convenía a sus intereses personales y a su megalomanía cada vez más acentuada’ (p. 97). De hecho, Constantino se sentía, él mismo, ‘un agente importante del proceso de salvación, tan vital por lo menos como los apóstoles’ (p. 98)**.

 

Johnson describe a un joven Constantino: ‘Era alto y atlético, con la apostura del soldado y los rasgos muy acentuados, las cejas espesas y el mentón fuerte’. Se conserva la cabeza de una escultura suya, realizada entre el 312 y 315:

 


Pero es la descripción del carácter de este emperador, hecha por Johnson, la que realmente impresiona: ‘muy pronto hubo relatos sobre su carácter violento y su crueldad cuando le dominaba la cólera. Fue muy criticado porque condenaba a los prisioneros de guerra a librar combates mortales con bestias salvajes en Tréveris y Colmar, y por las masacres colectivas en África del Norte. No sentía respeto por la vida humana y como emperador ejecutó a su hijo mayor, a su segunda esposa, al marido de su hija favorita y a «muchos otros», sobre la base de acusaciones dudosas’ (p. 97). Es decir, un auténtico jueputa.

 

El Edicto de Milán dictado por Constantino fue el primer paso para transformar a la Iglesia cristiana ‘de un cuerpo doliente y perseguido que rogaba tolerancia, a un ente coercitivo’ (p. 108). Un ente que, para imponerse allí donde pudo, actuó casi invariablemente de una forma brutal***, a la usanza del primero que los legitimó, el emperador Constantino.  

 

* Johnson, Paul, ‘Historia del cristianismo’, Ediciones B, Barcelona, 2004, en particular, el Capítulo II ‘De los mártires a los inquisidores (250-400)’, pp. 95-170.

** La tumba de Constantino se colocó en la nueva Iglesia de los Apóstoles de Constantinopla que él mandó a construir, en el centro, ‘con monumentos a los seis apóstoles de cada lado, de modo que Constantino era el decimotercero y el principal’ (p. 98). Hoy de esta iglesia no queda vestigio y en su solar se ha erigido la Mezquita del Conquistador.

*** El pagano Celso advirtió muy temprano que, para el pensamiento cristiano, ‘la sabiduría del mundo es perversa’ y ‘la estupidez es cosa buena’ (p. 103). Con un pensamiento así, la brutalidad es su lógico sub-producto.