Monte Sinaí y su cementerio

7 de julio de 2020

Publicado originalmente en Revista Común.

 

1. Monte Sinaí

 

En el desarrollo urbano del Ecuador, Guayaquil ha sido la ciudad distinta. Desde un lejano 1992 ha sido administrada por la misma organización política, el Partido Social Cristiano (PSC), con un dominio férreo de su territorio sin paralelo en otra ciudad grande del país. Este largo dominio de casi 30 años, en la ciudad más poblada del Ecuador, también tiene la particularidad de que su crecimiento urbano ha sido postulado como un modelo “exitoso” de desarrollo por las autoridades del PSC. Y en el Ecuador mucha gente se ha comido este cuento sobre Guayaquil.

 

Pero en esa ciudad existe un asentamiento humano llamado Monte Sinaí y por su existencia se desbarata el supuesto “éxito” que el PSC ha querido vincular al desarrollo urbano que ha impuesto en la ciudad. Monte Sinaí es uno de los tantos sectores paupérrimos y olvidados que están ubicados en la periferia de Guayaquil (sus “cinturones de miseria” o “suburbios”, en la jerga local), sobre los que un alcalde del PSC declaró, en Sesión del Concejo Cantonal del 07 de Octubre de 2010, lo siguiente:

 

Yo he tomado la decisión de que aquí no vamos a legalizar un terreno ni vamos a poner una volqueta de cascajo ni un metro cuadrado de asfalto ni un metro de tubería de alcantarillado de agua potable más allá de lo que he expresado en el límite oeste, el límite de Flor de Bastión y el límite de la Sergio Toral”  [p. 12]

 

Más allá de estos límites están Monte Sinaí y muchas otras poblaciones, todas carenciadas, que suman alrededor de 200 000 habitantes. Los límites marcados por la Alcaldía son Flor de Bastión y Sergio Toral porque son “los últimos asentamientos consolidados”, según dijo el Alcalde [p. 11]. Su modelo de “éxito” no incluye a los sectores “no consolidados” de Guayaquil.

 

La razón de esta exclusión es económica y así la explicó el Alcalde del PSC: “no cabe que la ciudad, es decir los ciudadanos, tengan que seguir extendiendo la obra pública a un costo extremadamente caro, no solamente porque las obras cuestan sino porque no se recuperan” [pp. 11-12]. Y precisó:

 

… si la densidad debe ser de cien para optimizar el costo de la obra, si ahí hay una densidad de 33%, de 20%, de 25% de la real, entonces la obra por beneficiar a menos gente acaba costando tres veces, cuatro veces, cinco veces más de lo que tiene que costar para que se beneficien 4 o 5 sinvergüenzas que trafican con la gente pobre…” [p. 12]

 

Todos estos pobres del oeste (que suman alrededor del 10% de la población de Guayaquil) son primero estafados por traficantes de tierra (“porque les cobran y caro por pedazos de tierra”, según dijo el Alcalde), para luego ser abandonados a su triste suerte por la administración de su ciudad. En Monte Sinaí, y en otras zonas pobres y periféricas de Guayaquil, es tras cuernos, palos.

 

La alternativa para los pobres a quienes se excluyó de la provisión de servicios básicos era, según dijo el Alcalde, que ese pobre “vaya compre una vivienda, vaya compre un terreno urbanizado del Gobierno, vaya compre un terreno en un lote o en una casa urbanizada por el Municipio” [p. 12]. Así, si una persona pobre de Monte Sinaí no podía comprar en el mercado formal de vivienda, si no podía librarse de la maldición de los traficantes de tierra, estaba atrapado y era por su culpa. Culpable por ser pobre.

 

En el informe ‘Estado de las ciudades de América latina y el Caribe’, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Habitat) el mismo año (2010) de las declaraciones hechas por el Alcalde del PSC sobre la negación de los servicios básicos a los asentamientos humanos no consolidados al oeste, su capítulo dedicado a la pobreza y las condiciones de vivienda empezaba así: En América Latina el acceso a la vivienda de calidad, concebida según los atributos de la vivienda adecuada, está restringido para una proporción importante de la población, la cual se encuentra marginada del mercado habitacional comercial debido principalmente a las limitaciones de la demanda [p. 117]. Es decir, excluida por su pobreza, como ocurre en Monte Sinaí. Lo raro es que en Guayaquil, a este sostenido proceso de marginación social se lo ha llamado “exitoso”. Y muchos creen que realmente lo ha sido.

 

2. El cementerio

 

En un informe sobre las inundaciones en Guayaquil, solicitado por la Alcaldía y elaborado el año 2013 por unos expertos internacionales de la Corporación Andina de Fomento (CAF), se identificaron los dos tipos de desarrollo urbano que han ocurrido en la ciudad: un “crecimiento ordenado” para sus sectores consolidados, pero también…

 

… un fuerte proceso de ocupación irregular en áreas de expansión donde no necesariamente se siguen las normas de ocupación del suelo establecidas en ordenanzas municipales. Paradójicamente, como en otras ciudades de la región, la expansión de la ciudad irregular ocurre en forma cuasi organizada, generalmente por emprendedores que invaden propiedades privadas —con o sin acuerdo del propietario de la tierra— y con ello activan un mercado sumergido de la tierra urbana que se inicia con la ocupación ilegal de lotes sin servicios básicos de aguas, alcantarillado y drenaje.” [p. 13]

 

En este informe de la CAF se advirtió que el “crecimiento ordenado” de Guayaquil se ha hecho “con lotes pequeños para las viviendas, aceras y accesos estrechos, limitadas áreas verdes, y en general una clara tendencia hacia la impermeabilización del suelo urbano” [p. 24]. Esta impermeabilización del suelo de Guayaquil resulta muy costosa, frente a una estrategia que privilegie “áreas verdes, pavimentos permeables, reservorios y otras medidas que ayudan a integrar la gestión del drenaje pluvial, el alcantarillado sanitario y la recolección y disposición de residuos sólidos” [p. 25]. Esta estrategia que decidió la Alcaldía, indica el informe de la CAF, “puede llegar a aumentar en seis (6) veces los costos” [p. 25] y sus efectos “no son sustentables” a largo plazo [p. 31].

 

Entonces, según este reporte, en la parte “ordenada” de Guayaquil se decidió que la ciudad crezca como una mancha gris, con limitadas áreas verdes y un desarrollo no sustentable y exageradamente costoso. En los sectores de “crecimiento no ordenado” se tiene, en principio, una negación de los servicios básicos, para después pasar a un crecimiento demorado y costoso: “Se observa que el abastecimiento de agua es el primer servicio que se atiende, seguido de alcantarillado sanitario y, finalmente, siguiendo un enfoque tradicional ligado a la instalación exclusivamente de obras de conducción, se atiende el drenaje pluvial” [p. 13].

 

Así, una ciudad tan mal hecha y desigual en su desarrollo urbano, cuando fue golpeada por la pandemia del COVID-19 en marzo y abril de este 2020 tan aciago, quedó reducida a muertos en las calles, a cadáveres perdidos en los hospitales, a una podrida corrupción para buscar esos cuerpos y no hallarlos. Por varios días, la pandemia del COVID-19 hizo y deshizo en Guayaquil, se enseñoreó y ensañó con ella. Su actual Alcaldesa, Cynthia Viteri, utilizó una metáfora bélica para explicar lo que ocurrió: “Este pueblo pacífico recibió una bomba desde el aire, como Hiroshima”.   

 

Pero la metáfora utilizada por la alcaldesa es equivocada, porque la caída de una bomba sugiere un episodio singular y lo ocurrido en Guayaquil se explica por el modelo impuesto por el PSC durante casi 30 años (más sobre esto, en “Guayaquil y el modelo que tocó fin”, publicado en esta revista). Por la forma de su crecimiento urbano, excluyente y sometido a las fuerzas del mercado, en Guayaquil la pandemia afectó a unos mucho más que a otros.

 

Porque a las personas que viven en hacinamiento y con necesidades básicas insatisfechas, como le ocurre a cientos de miles de personas que viven en los sectores no consolidados de Guayaquil, la pandemia del COVID-19 los golpeó con mucha más fuerza. Así, es lógico y cruel que haya sido Monte Sinaí “la zona con más contagios de COVID-19 en Guayaquil”.  

 

Tomando en consideración el desarrollo urbano de Guayaquil y los años de negación de los servicios básicos a los que se ha condenado a una población como Monte Sinaí por la Alcaldía de la ciudad, se comprende que la atención de ésta a la población de Monte Sinaí, a raíz de la pandemia, haya sido la dotación de agua gratuita por tanqueros y la promesa de construir… un cementerio.

 

Porque, bien pensado, he aquí una obra adecuada para representar el abandono al que son sistemáticamente sometidos los sectores periféricos y no consolidados de Guayaquil. Lejos de las metáforas, ya en la realidad, la obra de un cementerio es apenas el lógico corolario del modelo de desarrollo que ha impuesto la Alcaldía a los pobres de la ciudad.

 

Y la triste realidad es que las personas que habitan en Monte Sinaí jamás han realmente importado a la Alcaldía pues el interés real de sus autoridades siempre ha sido otro: el favorecimiento a unos pocos, la ciudad como una oportunidad de negocio para los sectores inmobiliario y de la construcción. Así, es el maquillaje de la realidad de los pobres lo que constituye la base sobre la que se erige este supuesto “éxito” del modelo de desarrollo de Guayaquil, al que muchas otras autoridades urbanas del Ecuador envidian. Pero la realidad es que dicho “éxito” no existe, y Monte Sinaí y su cementerio son un símbolo diáfano de que jamás existió.


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