Publicado
en diario Expreso el 1 de julio de 2022.
La Guayaquil de tres
generaciones atrás era una ciudad distinta a la actual: era fresca, tranquila y
acogedora, cívica (es la Guayaquil de la última revolución que ha tenido este
país, la ‘Gloriosa’). Para esa época ocurrieron dos hechos que resultan claves
para comprender el cambio radical que ella ha sufrido. El primero: empezaron en
1947 las elecciones populares para elegir el alcalde o la alcaldesa del cantón.
El segundo: desde la década de los cincuenta empezó un crecimiento acelerado de
su población. Estos hechos están relacionados, pero para mal.
El año 1950 se realizó
el primer censo en el país y Guayaquil tenía alrededor de 250.000 habitantes.
El sexto censo, el año 2001, informó de una Guayaquil de ya casi dos millones
de habitantes (1.985.379). Por muchos años, la ciudad recibió un flujo alto y constante
de personas (cuya inmensa mayoría vino a vivir en tugurios e invasiones) que lo
aprovecharon los políticos de Guayaquil, creando redes clientelares en estos
sectores populares de rápida expansión.
En Guayaquil, tres
partidos políticos han aprovechado las redes clientelares en los sectores
populares: Concentración de Fuerzas Populares (CFP), Partido Roldosista
Ecuatoriano (PRE) y Partido Social Cristiano (PSC). El desarrollo postergado en
estos lugares, el suplido de servicios y obras a cuentagotas tan conveniente al
mantenimiento de las redes clientelares, ha producido que buena parte de la
población de Guayaquil viva en situación de hacinamiento y pobreza, sin una
adecuada provisión de servicios básicos, sin acceso a áreas verdes ni a
espacios de recreación, en unas condiciones que, según afirma un informe de la ONU-Hábitat,
‘contribuyen a la creación de la pobreza y a su realimentación, algunas de las
cuales hacen parte del concepto que las define como trampas de pobreza’.
‘Trampa de pobreza’ quiere decir una ciudad en la que dejar de ser pobre es
malditamente difícil.
Una ciudad que no te
ofrece oportunidades, te obliga a crear esas oportunidades. Aunque ello
implique encomendarse a San Pablo Escobar.
Porque este maltrato y
abandono de años ha provocado en Guayaquil que una parte postergada de su
sociedad se haya organizado. Lo que ocurre es que se ha organizado en revancha,
para emprender en actividades criminales y para subvertir el (supuesto) orden
de la ciudad. Y resulta que esa parte de la sociedad que se dedica al
narcotráfico está mejor organizada que el Estado. Hoy en día, esta gente
organizada con propósitos criminales controla un amplio territorio en el Sur y
en otras partes de Guayaquil, donde imponen su ley y disputan la hegemonía del
Estado. Como lo ha denunciado la Alcaldesa, ellos cobran ‘vacunas’ a los contratistas
del Municipio para dejarlos hacer la obra pública. Y el Estado, ni el local ni
ningún otro, no puede evitarlo.
El resultado es que hoy
Guayaquil es una ciudad calurosa, violenta y estresante, sin civismo y
(probablemente) sin otro futuro como no sea uno auto-destructivo. Decayó muy
pronto, en apenas tres generaciones, conducida por las redes clientelares de
los políticos, acompañada de una ciudadanía embobada, muerta por la desidia
generalizada y rematada por el exitoso, boyante negocio del narcotráfico.
1 comentarios:
Anoche vi el mensaje del Sr Nebot y déjeme decirle. Si la política es (como muchos sospechamos) una mafia, Don Jaime debe ser el más astuto de los capos que este país tiene al momento.
Algunas reflexiones:
* El estado de ruptura que enfrenta el país es visto como propicio para "llevar agua para su molino".
* El federalismo suena bien como idea con los modelos que ha citado el ex alcalde, pero quién garantiza que tal modelo sólo sea "exitoso" para Guayaquil y no para el resto?
Al parecer ellos simplemente buscan legitimizar el control (y expandir la extensión) de su feudo. Que el fracaso centralista no nos ciegue porque para qué leer a George R. R. Martin cuando la intriga y las puñaladas a traición están a la orden del día en la política de un país pequeño pero ingobernable, con tres (o cuatro) casas reales que pugnan por las migajas de una nación que nació rota.
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