Realmente, la dolarización
nos terminó gustando a los ecuatorianos porque es un límite a nuestras
posibilidades de hacernos daño (¡?).
Es increíble cómo una medida adoptada en modo freak pudo ser tan exitosa, al punto que es la única medida económica
adoptada desde la vuelta a la democracia que los ecuatorianos solemos mirar con
aprecio.
El economista Pablo
Lucio-Paredes, en su columna ‘La dolarización y lo social’, explica claramente las dos formas en que,
desde la dolarización el año 2000, los ecuatorianos ya no podemos hacernos daño
entre nosotros, tan auto-destructivos como somos.
Primero: la élite
económica ya no puede abusar de su posición, pues como explica Lucio-Paredes:
“Las personas de mayores ingresos tenían acceso a mejor información y mejores
canales financieros que les permitían manejar sus activos en dólares y así
protegerse de la pérdida de valor del sucre”, en lo que él veía como una
“injusticia inaceptable, que incrementaba las brechas sociales”.
La segunda forma en que
los ecuatorianos ya no podemos hacemos daño desde la adopción de la dolarización
el año 2000 se debe a que la élite política perdió facultades por la pérdida de
una moneda propia. Desde que la dolarización se implantó hace 20 años y un día,
“hay un panorama de más estabilidad y más largo plazo” pues por ella se han
evitado “pérdidas frente a devaluaciones e inflaciones no anticipadas”. Los
políticos perdieron sus competencias monetaria y cambiaria: esta mutilación es
lo que la gente celebra.
Así, el ecuatoriano
promedio agradece la dolarización, pues limita a los otros que él percibe como
fundamentalmente pillos y abusivos: las élites económica y política del Ecuador.
Su éxito, realmente, es el
triunfo de la desconfianza mutua.
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