Publicado en diario Expreso el viernes 13 de enero de 2023.
En la América española, las primeras elecciones ocurrieron el lejano año 1809. El historiador François-Xavier Guerra ha destacado la importancia de estas elecciones: “antes incluso que en la España peninsular, América entera es llamada a las urnas en un proceso electoral que, por tener lugar a escala de un continente, no tiene precedentes en la historia mundial”.
Estas elecciones fueron para elegir los diputados a la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino, órgano constituido en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808 para gobernar en nombre y en lugar del rey de España. La Junta Central era, hasta el retorno del rey, la “depositaria de la autoridad soberana”. En la península, ella se integró con los delegados de las juntas provinciales constituidas tras las abdicaciones de Bayona (la primera, la Junta de Asturias, creada el 25 de mayo de 1808).
Por real orden del 22 de enero de 1809, la Junta Central invitó a los españoles de América a que elijan nueve diputados, a razón de uno por cada Virreinato y cada Capitanía General (también hubo un diputado por Filipinas, por ser Capitanía General). Este número evidenciaba una desigualdad en la representación: la península tenía treinta y seis delegados (a razón de dos por cada junta provincial) mientras que para toda América se tenía nueve diputados.
El procedimiento de votación fue corporativo y de dos niveles. Primero, los cabildos de las ciudades principales votaban para elegir tres personas, entre los que se sorteaba después a uno. Hechas todas estas elecciones, el virrey o el gobernador, a partir de estos nombres, repetía el proceso. Él designaba una terna y después se sorteaba a uno. El favorecido por la suerte se convertía en el diputado a la Junta Central, que tenía sede en Sevilla. Allá debía él viajar.
Cosa curiosa: para esta elección, la provincia de Quito integró el Virreinato de la Nueva Granada, mientras que las provincias de Guayaquil y Cuenca integraron el Virreinato de Lima.
Como ciudad principal que era del virreinato de la Nueva Granada, Quito designó como su representante al quiteño Juan José Arias-Dávila Matheu, conde de Puñonrostro. Pero en la elección que se celebró el 16 de septiembre de 1809 en la capital virreinal (Santa Fé), el conde quiteño perdió. La suerte lo favoreció al cartagenero Antonio de Nárvaez.
Cosa contraria le ocurrió a Guayaquil. Su cabildo designó a su representante, el sacerdote guayaquileño José de Silva y Olave, residente en la ciudad de Lima y chantre de su catedral. En la elección que se celebró el 19 de septiembre de 1809 en la capital virreinal (Lima), la suerte lo favoreció a él. Y pronto Silva emprendió su viaje a la España peninsular para integrar el órgano que gobernaba en nombre y en lugar del rey de España. Lo hizo en compañía de su sobrino y secretario, José Joaquín de Olmedo. En diciembre de 1809, ellos partieron desde Guayaquil rumbo a Sevilla.
La disolución de la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino el 30 de enero de 1810, por la caída de Sevilla en manos francesas, los pilló a Silva y Olmedo en la Ciudad de México. Disuelta la Junta Central, el resto de su viaje era ya innecesario.
Pegaron la vuelta.
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