Bien se sabe que el clima
influye en el desarrollo de las empresas bélicas.
Un ejemplo de ello, aplicado a los climas de nuestro país, fue la expedición que el año 1534 encabezó el adelantado Pedro de Alvarado (nacido en Badajoz, Extremadura, en 1485) con rumbo a las tierras del Perú. La tropa inicial de Alvarado se compuso de “ocho navíos de diferentes tamaños, en los cuales se embarcaron quinientos soldados bien armados, doscientos veintisiete caballos y un número muy crecido de indios”, en lo que constituía “la mejor armada que había surcado las aguas del Pacífico en busca de las riquezas del Perú” (1).
Las huestes de Alvarado
entraron a tierra firme por la bahía de Caráquez. Desde la entrada por la costa
manabita hasta cuando llegaron a Quisapincha, en las cercanías de Ambato, se
perdieron 85 españoles y numerosos caballos, negros e indios; de estos últimos,
González Suárez escribió que “apenas mal cubiertos, sin abrigo, cansados, se
sentaban arrimándose contra las peñas y se quedaban muertos allí” (2). A los de Pedro de Alvarado les
sucedió que atravesaron la cordillera en los meses de junio y julio, cuando
“esas grandes alturas de la cordillera algunas veces se cubren enteramente de
nieve” y sólo después de tardarse “como cinco meses en salir de los bosques del
litoral a los llanos interandinos de la República” y de soportar cientos de
circunstancias hostiles, la falta de comida y de agua y una lluvia de cenizas
cortesía de la erupción del volcán Tungurahua (3).
Cuando se encontró con los
otros conquistadores en territorio sudamericano, a Pedro de Alvarado ya no
le convenía guerrear, sino negociar con ellos (la gente de Francisco
Pizarro) y volverse sobre sus pasos a Centroamérica, que fue lo que finalmente hizo. Buena parte del remanente de su tropa se unió a la de Pizarro.
Causas y azares: si
Alvarado y su gente desembarcaban en otra época y alcanzan los valles
interandinos en una época más feliz del año, tal vez la fortuna de su empresa
(así como la de las regiones sometidas a conquista) habría sido distinta. Y sí
ese habría sido el caso, de seguro, habría contribuido a hacer mucho más
sangrienta la conquista española del territorio americano (4).
(1) de
la Torre Reyes, Carlos (ed.) 1995, Escritos de
González Suárez, Banco Central del Ecuador, Quito [Colección de Escritores
Ecuatorianos, Vol. 4], p. 127.
(2)
Ibíd., p. 132.
(3) Ibíd.,
pp. 129-132.
(4) Es legendaria la crueldad de Alvarado, leyenda que ha pesado incluso en su sepultura, v. José Elías, 'El conquistador "sangriento" no descansa en paz', Diario El país (España), 16 de noviembre de 2015.
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