El emperador Constantino (272?-337), el Edicto de Milán mediante, convirtió a la que fuera una secta perseguida del imperio romano en una religión de una legitimidad igual a la religión oficial de Roma. El historiador Paul Johnson advierte en su ‘Historia del cristianismo’* que ‘[e]s posible que Constantino, un hombre vano y supersticioso, abrazara el cristianismo porque eso convenía a sus intereses personales y a su megalomanía cada vez más acentuada’ (p. 97). De hecho, Constantino se sentía, él mismo, ‘un agente importante del proceso de salvación, tan vital por lo menos como los apóstoles’ (p. 98)**.
Johnson describe a un joven Constantino: ‘Era alto y atlético, con la apostura del soldado y los rasgos muy acentuados, las cejas espesas y el mentón fuerte’. Se conserva la cabeza de una escultura suya, realizada entre el 312 y 315:
Pero es la descripción del carácter de este emperador, hecha por Johnson, la que realmente impresiona: ‘muy pronto hubo relatos sobre su carácter violento y su crueldad cuando le dominaba la cólera. Fue muy criticado porque condenaba a los prisioneros de guerra a librar combates mortales con bestias salvajes en Tréveris y Colmar, y por las masacres colectivas en África del Norte. No sentía respeto por la vida humana y como emperador ejecutó a su hijo mayor, a su segunda esposa, al marido de su hija favorita y a «muchos otros», sobre la base de acusaciones dudosas’ (p. 97). Es decir, un auténtico jueputa.
El Edicto de Milán dictado por Constantino fue el primer paso para transformar a la Iglesia cristiana ‘de un cuerpo doliente y perseguido que rogaba tolerancia, a un ente coercitivo’ (p. 108). Un ente que, para imponerse allí donde pudo, actuó casi invariablemente de una forma brutal***, a la usanza del primero que los legitimó, el emperador Constantino.
* Johnson, Paul, ‘Historia del cristianismo’, Ediciones B, Barcelona, 2004, en particular, el Capítulo II ‘De los mártires a los inquisidores (250-400)’, pp. 95-170.
** La tumba de Constantino se colocó en la nueva Iglesia de los Apóstoles de Constantinopla que él mandó a construir, en el centro, ‘con monumentos a los seis apóstoles de cada lado, de modo que Constantino era el decimotercero y el principal’ (p. 98). Hoy de esta iglesia no queda vestigio y en su solar se ha erigido la Mezquita del Conquistador.
*** El pagano Celso advirtió muy temprano que, para el pensamiento cristiano, ‘la sabiduría del mundo es perversa’ y ‘la estupidez es cosa buena’ (p. 103). Con un pensamiento así, la brutalidad es su lógico sub-producto.
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