El exilio de Olmedo

16 de noviembre de 2020


El 29 de julio de 1822, unos pocos días después de haber sido disuelta por Simón Bolívar la Junta Superior de Gobierno de Guayaquil que José Joaquín de Olmedo presidía, Olmedo le remitió una carta a Simón Bolívar. En ella, Olmedo se lamentaba con él de su situación a la fecha. Así la empezó: ‘Es imposible que Vd. no haya observado que mi situación aquí es difícil y violenta*.

 

Olmedo había presidido una Junta Superior de Gobierno, compuesta también por Rafael Ximena y Francisco María Roca, que dirigió los destinos de la Provincia de Guayaquil desde el 8 de noviembre de 1820 hasta el 13 de julio de 1822. Su actuación pública lo dejó lleno a Olmedo de acusaciones y problemas, que él le detalla a Bolívar: ‘Algunos me acusan de no haber tenido un voto pronunciado en la materia del día’, mientras otros ‘me acusan de no haber hecho protestas y reclamaciones por los últimos sucesos’. En rigor, dos caras de la misma moneda.

 

Y la otra acusación que Olmedo menciona es más de lo mismo, pero con el agravante de una potencial agresión física: ‘Otros me acusan de no haber sostenido los derechos de este pueblo y de haber vendido la Provincia, habiendo llegado a tal extremo el acaloramiento, que aún se han formado planes para atropellar esta casa, que no es mía, y hacer un atentado’. Jodida, la cosa.

 

Lo acusaban a Olmedo de no tener una postura propia y poderosa, y la defensa de Olmedo les daba la razón. A su favor, Olmedo aducía ‘haber seguido en el negocio que ha terminado mi administración la senda que me mostraban la razón y la prudencia: esto es, no oponerme a las resoluciones de Vd. para evitar males y desastres al pueblo’. Su política era sencilla: no hacerlo cabrear al Libertador**.

 

Y así las cosas, ante el riesgo de una agresión física, José Joaquín de Olmedo resolvió que su única alternativa era exiliarse:

 

Yo tomo, pues, el único partido que puedo, separarme de este pueblo, mientras las cosas entran en su asiento y los ánimos recobran su posición natural […] Yo me separo, pues, atravesado de pesar, de una familia honrada que amo con la mayor ternura, y que quizás queda expuesta al odio y a la persecución por mi causa. Pero así lo exige mi honor. Además, para vivir, necesito de reposo más que del aire: mi Patria no me necesita; yo no hago más que abandonarme a mi destino’.

 

Y ya abandonado a su destino, Olmedo se marchó a Lima***

 

*.Carta al Libertador, fechada el 29 de julio de 1822, en: ‘José Joaquín de Olmedo. Epistolario’, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Editorial J. M. Cajica Jr., Puebla, 1960, pp. 497-499. Todas las citas corresponden a ella.

** En una carta dirigida a Antonio José de Sucre, José Joaquín de Olmedo fue elocuente en señalar su desgana por la administración pública: ‘Mis males crecen cada día, y ya necesito no sólo de reposo, sino de inacción por algunos meses para restablecerme. No hallo un pretexto honesto de escurrirme y pasar en el campo siquiera un mes, y cada cosa que me afecta, como algunos renglones de sus carticas, me imposibilita en términos que ni hablar bien, ni escribir, ni pensar bien puedo. Yo no he nacido para este puesto: el retiro, la soledad y la comunicación con las musas eran convenientes a mi genio y carácter; mandar, regir, moderar un pueblo y en revolución no es para mis fuerzas intelectuales y físicas’, v. Carta al General Sucre, fechada el 18 de octubre de 1821, en: ‘José Joaquín de Olmedo. Epistolario’, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Editorial J. M. Cajica Jr., Puebla, 1960, pp. 444-445.

*** Con Olmedo también marcharon a Lima los otros dos triunviros, además de unos 200 vecinos de la ciudad.

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