Antonio Borrero Cortázar fue
el primer azuayo que ocupó la Presidencia de la República, el primero de los malditos.
Elegido en octubre de
1875, tras el magnicidio de Gabriel García Moreno, Borrero enfrentó en julio de
1876 un levantamiento de su Jefe Militar en Guayaquil, Ignacio de Veintemilla.
En septiembre de ese año, el Presidente Borrero todavía resistía el asalto: el
13 de ese mes, publicó una proclama dirigida a los ecuatorianos a fin de salvar
la Patria “defendiendo al Gobierno que ella ha creado, y no la hundáis en el
abismo de males sin cuento”.
En esa proclama, Borrero
planteó el asalto al poder de Veintemilla en términos de una defensa de la
religión en un pueblo de católicos. El morlaco apuntó que la rebelión de
Veintemilla “no es sino un desquiciamiento del orden religioso, social y
político que hoy impera en el Ecuador. Los que niegan la Divinidad de
Jesucristo, los que aseguran que el pueblo es más soberano que Dios, los que
piden el matrimonio civil, son los que han buscado, como instrumento torpe y
ciego, a un Jefe desleal”, por lo que exhortó a sus conciudadanos: “Si vosotros
sois, como nadie podrá dudarlo, un pueblo de hombres religiosos, defended a
vuestro Dios combatiendo el ateísmo”. Y arengó, asimismo, a sus soldados para
que no entronicen la dictadura “porque levantar la de un hombre que no presenta
ningún principio, ninguna idea, ningún derecho, es un crimen de Lesa Patria” (1).
La rebelión de Veintemilla
triunfó y fue el Presidente que más tiempo gobernó de manera continua
(1876-1883) hasta la aparición de Rafael Correa en el siglo XXI.
A Antonio Borrero le pasó
lo que al esposo de la cigarra: se lo fumaron. Su arenga religiosa valió
Espíritu Santo (paloma).
(1) ‘Proclama
del 13 de septiembre de 1876 de Antonio Borrero, Presidente de la República del
Ecuador, a los ecuatorianos’, en: “Historia
del Ecuador”, Salvat Editores Ecuatoriana, Vol. 6, Barcelona, 1980, p. 123.
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