Este 10 de agosto que pasó, en las páginas de
diario El Comercio, se publicó un artículo de Fabián Corral titulado ‘La ciudad sin proyecto’. En él,
Corral se mostró lapidario con las élites de la capital, pues las declaró
inexistentes: ‘La desaparición de las elites
es una evidencia que dejaron los atentados de octubre y, ahora, la pandemia.
Quito es una capital rara: capital sin clase dirigente’.
Unos meses antes, en febrero de 2019 y también
en las páginas de El Comercio, se publicó un artículo de Fernando
Carrión titulado ‘¿Cuándo se jodió Quito?’. Carrión también se ensañó con la capital, pues consideró que en
su situación actual ella ‘se encuentra a
la deriva’ y ‘hoy vive una de las
épocas más oscuras de su historia’.
Y de manera más reciente, este 3 de septiembre,
Marco Antonio Rodríguez, también en las páginas del matutino El Comercio,
publicó un artículo titulado ‘Réquiem’,
en el que despedazó al crecimiento urbano quiteño:
‘La ciudad creció partiéndose en añicos, sin
un esquema que preservara la hermosura de su centro histórico. Desquiciamiento
vial. Rascacielos jactanciosos, torbellino de vehículos, estelas de esmog,
modas asincrónicas, rendición ante lo foráneo. Artificio. Sentimiento de minusvalía.
Desalojo de la vecindad y las buenas costumbres. Progresión de la desigualdad y
la pobreza.’
Así, en las consideraciones habidas por tres de
sus más ilustres pensadores actuales, expuestas en el que es el diario quiteño par excellence, la capital del Ecuador aparece
como una ciudad que ha crecido ‘partiéndose
en añicos’, que hoy se ‘encuentra a
la deriva’ y que, en definitiva, como lo ha dicho Fabián Corral, ‘es una capital rara: capital sin clase
dirigente’.
Y así las cosas, cabe entonces la pregunta: ¿cómo
puede conducir a un país, una capital de esta naturaleza? O peor, ¿a dónde?
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