El diplomático
norteamericano Friedrich Hassaurek describió a las damas de Quito en su célebre
libro en el que recordó los cuatros años que pasó entre los ecuatorianos (entre
1861 y 1865) durante el primer período de gobierno de Gabriel García Moreno. El
panorama descrito por el diplomático Hassaurek no es nada auspicioso. Empieza
de esta manera: “No faltan mujeres hermosas, especialmente en las clases
medias, si bien falta en los rostros femeninos esa expresión que solo puede dar
la intelectualidad” (p. 165). De volea, Hassaurek insinúa que las de clase alta
son feas y que todas son brutas. Tremendo.
Más adelante sostiene:
“Las damas salen descubiertas la cabeza si están peinadas; pero generalmente
llevan un pañolón que les cubre la cabeza y parte del rostro y de los hombros.
Esta prenda les da una apariencia de monjas y aunque a veces se las ve muy
elegantes y alegres, no les aventaja para nada” (p. 166). Y se pone aún peor: “Su gusto en el vestir es
muy primitivo. Son amigas de los colores chillones y de un atuendo ostentoso y
elegante. Cuando están obligadas a presentarse en sociedad, suelen llevar
trajes que nosotros solo hemos visto en espectáculos” (p. 166). Plop.
Pero se pone todavía peor,
pues Hassaurek asocia a las damas quiteñas con el puterío: “Las que pintan su rostro –muchas lo
hacen- tienen la desafortunada costumbre de exagerar. Si las encontráramos en
New York, Boston o Philadelphia, las confundiríamos con mujeres de mala fama
por la festividad de sus atuendos. A pesar de esta costumbre poco natural, sin
embargo, no podemos poner en tela de duda su calidad moral”. Es decir, el de
las damas quiteñas es un raro caso de putas por error.
Finalmente, cuando no van
de putas por equivocación, van disfrazadas de una especie de buzón de correo
(al decir del pelmazo de Boris Johnson): “Para pasear por las calles,
para ir al banco, para ir a la iglesia, no se despojan de su salto de cama, con
el cual, cuando desean pasar desapercibidas, ocultan sus rostros, dejando al
descubierto solo un ojo” (p. 166). Un pelotón de viejas desarregladas,
“tuertas” y en batona, recorriendo la franciscana ciudad. Debió ser un
espectáculo dantesco.
A esta mujer le sobra un ojo para estar a tono con el Quito del siglo XIX |
El saldo de toda esta
eclosión de fealdad es que el “mayor objetivo que le produc[ía] ansiedad y angustia”
a las damas quiteñas durante el período garciano, era “encontrar un marido tan
pronto como sea posible” (p. 167). Una vez conseguido este propósito, decía
Hassaurek, ellas se vuelven “indiferentes [y] se resignan tanto a las pulgas
como a la apatía social” (p. 167). A las pulgas, ¡qué pobre hijueputa!
Tomando en cuanta el
panorama anterior, no cabe duda que el mejor momento de las damas quiteñas durante
el período garciano fue el de putas por error.
Fuente:
Hassaurek, Friedrich, ‘Cuatro años entre los
ecuatorianos’, Ediciones Abya Yala, Segunda Edición, Quito, 2015, pp.
165-167.
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