Publicado en diario El universo el 4 de febrero de 2006.
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Con su habitual sorna, Jorge Luis Borges afirmó que
la democracia no era sino “una superstición muy difundida, un abuso de la
estadística”. Quisiera yo que esta opinión borgiana fuera solo una de sus
tantas humoradas; sin embargo, me apena constatar que la triste práctica de las
elecciones insiste en confirmarla con creces. Así, a nivel de país un elenco
variopinto de cantantes, deportistas, actrices y animadores de televisión nos
representan (claro, esto es un decir) en el desprestigiado Congreso Nacional.
Una situación análoga se registra, por supuesto, en el ámbito internacional. A
guisa de ejemplo, Terminator® gobierna California y un actor de wésterns
fue presidente de EE. UU.; el Director Técnico de la Selección de Fútbol de
Eslovaquia es diputado de su país y una porno-star fue parlamentaria en
Italia. Y los casos se multiplican por decenas en Argentina, en Perú, en
México, y sumo y sigo…
Entre los factores obvios que propician los hechos que menciono se hallan la decadencia de las ideologías políticas, la crisis de representatividad de los partidos políticos, el auge de la televisión como conductora de la opinión pública, la personalización de las elecciones y la ignorancia de una amplia porción de ciudadanos. No pretendo ahondar en ellos; sí me interesa, en contraste, sugerir algunas ideas que tiendan a contribuir, en alguna medida, a su superación, cuando menos en clave local. Tales ideas son el voto facultativo, las elecciones primarias y los distritos electorales.
En este sentido y expuesto grosso modo, el voto facultativo constituye una conditio sine qua non para un ejercicio libre y razonado de la voluntad de los ciudadanos; las elecciones primarias se proponen como un mecanismo idóneo para la debilitación del caudillismo y el prohijamiento de los torpes productos del rating; y los distritos electorales son una reforma necesaria para la promoción de una representatividad real y la correspondiente exigibilidad de cuentas de los ciudadanos a los políticos inútiles que no merezcan servirnos. La probable consecuencia de la implementación de estas medidas sería una depuración de la profusión de oportunistas e ineficientes que en la actualidad pueblan los pasillos del Congreso Nacional. La obvia dificultad estriba, claro está, en que la ejecución de estas reformas legales le corresponde a la misma entidad que, entre otras, sería su principal destinataria. Y bien sabemos por la fábula de quién le pone el cascabel al gato que no hay quien se atreva a hacerlo porque la práctica política nos enseña cuan fiero es el felino. Y además porque no cabe duda (pues lo han probado hasta el hartazgo) que los diputados son los últimos en interesarse en aquella lejana cosa que llamamos democracia.
Así las cosas, la democracia, como dijo Borges, continuará siendo en Ecuador un abuso de las estadísticas y la zafiedad y el oportunismo serán probablemente mañana como lo son hoy los índices que midan las opciones electoreras de los candidatos. En esas circunstancias, suscribo sin duda las líneas que Jaime Bayly escribió en uno de sus poemas, donde decía que no quería ser presidente “porque ser el preferido de la mayoría es una vulgaridad”. Por mi parte declaro que tampoco quiero ser ni prefecto, ni concejal, ni alcalde y peor aún, diputado. Pero sí consigno, con énfasis, que quiero ejercer mi humilde condición de ciudadano, porque desde esa posición no electorera acaso podré contribuir, conjuntamente con el esfuerzo consciente de otros y otras, para abandonar el mundo (tal como modestamente lo sugería Camus) en un estado un poco mejor de como lo encontramos. Y eso, a pesar (lo que en este país no es poca cosa) de los caudillos y de sus ahijados del rating.
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