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La conducción suicida del PSC

28 de enero de 2021


Una canción del Sabina de Física y química decía ‘¿cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida? El mejor dotado de los conductores suicidas’. La frase describe muy bien este momento final del PSC, de cara a las elecciones del 7 de febrero. El implícito conductor suicida es Nebot.

 

Hasta antes de Octubre del 2019 el PSC iba raudo por la autopista a la Presidencia de la República, pero a febrero de 2021 se avizora que el PSC se estrellará contra un muro. Tiene todo en contra: su líder capo di tutti capi declinó participar, su partido no tiene candidato presidencial propio, su alianza + 65 no tiene fuerza y el sistema electoral no le permite a los votantes la elección entre listas, únicamente en plancha, lo que deja casi en su militancia a los que harán el esfuerzo de votar por el PSC.

 

Así, el PSC volverá a sufrir otro mazazo electoral. Antes le ha pasado, pero el PSC, guiado por Nebot, se pudo recomponer. Ahora, ya sin Nebot, ¿podrá nuevamente hacerlo? ¿O es que estamos presenciando el último viaje electoral de esta legendaria formación política, el encuentro con su muro final?

 

Amanecerá y veremos, pero me late a que sí, que presenciamos su último viaje.

Romper una canción (Vinagre y rosas)

28 de septiembre de 2010

Intenté agarrarle el gusto al último disco de Sabina vía intra-literaria: me conseguí Romper una canción, libro escrito por Benjamín Prado sobre el viaje literario de ambos el que, según Sabina, debía hacerse porque “yo vivo en una felicidad doméstica de la que es imposible sacar un verso; pero tú [Benjamín] estás hecho polvo, y eso es una mina. Te propongo aprovecharme de tus desgracias y que nos vayamos por ahí a escribir canciones contra tu ex novia”; ese “por ahí” se convirtió en Praga y ese libro que se escribió en su contratapa promete contar “esa aventura que fue puro rocanrol, llena de versos y versos tachados, chicas que vienen y que se van, viajes, música, alcohol, risas y, sobre todo, lleno de una amistad sin fronteras ni direcciones prohibidas”. Una promesa que, a pesar de cierta anecdótica gracia, retruécanos y humoradas, el libro termina por incumplir ampliamente.

Yo intuyo, de bote pronto, dos problemas en el Sabina actual: el afán de hacer caja y esa “felicidad doméstica”, que es la ausencia de calle y drogas en la lírica sabinera. El afán de hacer caja se nota en la inclusión en el disco de zanguangos tipo Pereza, pero mucho, mucho más grave, es la ausencia de calle y drogas (la que se ha lamentado por acá) que se nota en esa lírica tan apoltronada, de esquina con brandy y perro sabueso. Una lírica que se merece otro registro y no este pronto-a-convertirse en papelón. No se lo merece el viejo y puñetero Sabina.

Para precisar: en uno de esos hermosos libros que escribió mi casi tocayo Javier Menéndez Flores, se consigna la frase de Sabina que decía que el último disco de Manu Chau “apestaba a autocomplacencia”: botellita, porque no a otra cosa apesta este último disco de Martínez, así como el libro de Prado que intenta reivindicarlo y que sólo sirve para añadirle fetidez a lo que ya, curtido en aséptico tiramisú, muy mal olía.

Nota random de salida: mejor que Sabina se quite la careta y diga de manera directa lo que sus canciones dicen de manera sinuosa (con letras como “Tendrás sexo conmigo y después te echaré a la mierda”, “Si te dije que te quiero es porque estaba drogado”, “Puedes estar en mi cama, pero si quieres amor te puedes ir a la re puta que te parió”, “En los intervalos que hay entre nuestra actividad sexual me aburro mucho”, ja). O sea: mejor este Joaco que aquel Martínez y su partner-in-crime de autocomplacencia:

Foto en alza

19 de febrero de 2010



Joaquín Sabina le escribió una serie de poemas a su bandera. A Antonio García de Diego le dedicó el siguiente:

Armoniquero sutil,
guitarrista con metralla,
teclista que en la batalla
me devuelve el mes de abril.

Más que alérgico a las fotos
y a los desmanes del ego.
Voy de paquete en la moto
de Antonio García de Diego.

Lo destacado en cursiva, por supuesto y que me conmueve, hace que la foto consignada se cotice al alza en intangible.

Y sin embargo...

19 de enero de 2010

Se siente la ausencia de los excesos, de esos que conducen a una sabiduría que al día de hoy parece que se trastoca en hechura de caja. El tránsito de conductor suicida a escribano beodo en país de Europa oriental tiene sabor a pérdida y a dólar, y sin embargo, resiste su (in)genio o, paráfrasis mediante, nos queda de quien se haya sumergido en aguas mansas pero tramposas, el bombín, por acá.

Mi amigo Satán

8 de enero de 2010

Bajo la conducción del amigo Carlos Rabascall, en compañía de Pepe Alvear y en plan random encontré en ecuadorenvivo esta entrevista en la que hablamos de la ley de comunicación y de otras yerbas. Lo chistoso es que ecuadorenvivo cita, en su intro al video, mis palabras referentes a que el Consejo de Comunicación “no es satánico”. Y claro, no lo es porque mi amigo Satán (A.K.A. Lucifer, lux + ferre, “el que porta la luz”) es otra cosa:

50 años después...

22 de noviembre de 2009

Este viernes invité a mi abuela al concierto de Raphael, su artista favorito. Yo no guardaba mucha expectativa del espectáculo y lo recordaba a Raphael como uno de los cantantes que mi mamá escuchaba en la casetera del carro cuando yo era pibito. Me sorprendí de mí mismo de saberme tantas de sus canciones, de que el espectáculo de este artista me haya gustado tanto; me congratulé de haberla llevado a mi abuela, de verla tan dichosa.

La canción que le da título al disco, 50 años después, la compuso Joaquín Sabina, tiene joya de letra (que ese tiramisú cítrico y patético sea sólo un bajón en su carrera) y la interpretación que le hace Raphael es excelente y con bombín. Digno de escabio.

50 años después

Sabina: Recuerdo los carteles del niño de Linares/ arrasando en el Talk of the Town / yo andaba sin papeles/ pasando por los bares mi bombín de ubetense underground.
Raphael: 50 años después yo sigo siendo aquel/ le dijo al doctor Jekill, Mr. Hyde / tan joven y tan viejo / buscando en el espejo mi look de Peter Pan y Dorian Gray/
Los dos: Y aquí estamos los dos/ tan diferentes / tan imposibles / tan contracorrientes / celebrando la vida al alimón/ 50 abriles en el escenario/ por mucho que se empeñe el calendario /nadie nos va a quitar esta canción.
Sabina: Estabas tan arriba que mi alma a la deriva se preguntaba siempre ¿y cómo es él? / por fin hoy mano a mano/ ejerzo de paisano/ brindándole un burel a Raphael
Raphael: Qué gusto hacer amigos/ ustedes son testigos/ del mundo que me pongo por montera / mi corazón no miente /bendita sea la gente/ que hace de nuestro otoño primavera/
Sabina: Quemando nuestra nave/ nadie nos dio la llave/ que abre la puerta falsa de la gloria
Raphael: Ni roto ni muñeco/ más húmedo que seco/ lo nuestro es un mañana con memoria

Breve apología de las drogas

21 de noviembre de 2009


Podría ofrecer 101 razones, desde la coherencia de una postura liberal (la que por acá no asoma nunca porque nuestros libertarios de morondanga –convénzanse, no son libertarios, son pinches neoliberales- se conforman con que a la libertad la represente la desregularización para afanar más y mejor) hasta la ineficacia probada de su represión (de manera reciente, en El Comercio, Adriana Rossi, clarísima) pero me basta y me sobra para hacer su breve apología con saber que el rock que escucho a diario le debe tantísimo a esas sustancias que alteran la conciencia (porque lo específico de tener una, es querer alterarla). Por eso, esta nota que cuelgo me preocupa tanto. Dos personas a las que mucho admiro (la envidia sólo le corresponde a Aute), Joaquín Sabina y Charly García, están muy mal: han dejado las drogas. Sabina reflexiona un poco sobre el tema (lo que puede explicar este tiramisú cítrico, autocomplaciente y berreta, de reciente producción –sencillamente imprensentable) y Charly, uno quiere pensar que se parodia a sí mismo, cuando afirma “no me puedo borrar la sonrisa” (ahora sus excesos no son con la cocaína, sino con el té de boldo –nos siguen pegando abajo, jueputa). Quiero pensarlo así, porque si no resulta demasiado triste para soportarlo. Tengo terapia este jueves.
N.B. (1).- La frase de Bielsa sobre el dulce de leche es para enmarcarla.
N.B. (2).- La democratización del rock es una mierda.

De vuelta...

27 de octubre de 2009

... del Coño Sur, jodida matria del reviente y el psicoanálisis. En Bs. As. (en menor medida en su sosegado álter ego, Monte) vuelan la alegría, la anarquía, la bondad, la desesperación, es la posta.

Caridad

10 de mayo de 2009


Debo a la trinidad que componen un literato bigotón y argentino, un profesor (radicado en esta ciudad) argentino de origen tano y una religiosa de origen albano y fama mundial la reflexión de esta página. La relación de esta trinidad es la siguiente: el literato bigotón y argentino (Martín Caparrós) publicó en la edición local de la revista Soho (No 77) un artículo sobre la religiosa de origen albano y fama mundial (Agnes Gonxha Bojaxhiu, alias Madre Teresa de Calcuta) titulado Por qué detesto a la Madre Teresa de Calcuta. Yo me hago cargo de los dichos de Martín Caparrós y los asocio con los dichos del profesor argentino de origen tano, Jorge Massuco.
Martín Caparrós recuerda en su artículo los gestos amistosos de la Madre Teresa para con los dictadores Enver Hoxha y Baby Doc Duvalier, su recomendación de que los afectados por el desastre ecológico que provocó Union Carbide en el Bhopal indio “olvidaran y perdonaran” en vez de reclamar indemnizaciones y su petición de clemencia en favor de Charles Keating, “uno de los mayores estafadores de la historia financiera norteamericana: el fulano que se robó, por medio de una serie de maniobras bancarias, 252 millones de dólares de pequeños ahorristas”. Estos son detalles, en comparación con lo peor: la eficaz militancia de la Madre Teresa en el conservadurismo católico (cuando recibió el premio Nobel de la Paz en 1979 declaró: “la contracepción y el aborto son moralmente equivalentes”) y su idea-fuerza, “la idea de que el sufrimiento de los pobres es un don de Dios: ‘Hay algo muy bello en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como la pasión de Jesucristo –dijo la Madre Teresa-. El mundo gana con su sufrimiento’”.
Me interesa referirme a la Madre Teresa de Calcuta (“amiga de tiranos y estafadores, militante de lo más reaccionario, facilitadora de la muerte”, la llama Caparrós) porque hoy en día su nombre, como ningún otro y en razón de sus actos de caridad, representa la idea de bondad. Yo sostengo que esa representación “bondadosa” de la Madre Teresa es errónea en lo individual (el conservadurismo católico y la idea de aceptación del sufrimiento me parecen, en principio, ideas lamentables de bondad) y que es errónea y discriminadora en lo social. Para este último punto es que convoco al análisis al profesor argentino Jorge Massuco, el que en su libro El nosotros analiza la idiosincrasia de la sociedad de Guayaquil, a la que caracteriza como populista y gamonal, “acostumbrada a una organización social vertical, en la cual todo emana de arriba, criada en el fatalismo de será lo que Dios quiera o así lo ha querido Dios” y analiza la caridad (él la refiere como limosna y la entiende práctica común de las élites), la que “lejos de propiciar condiciones de identidad ciudadana, ahonda las diferencias; no procura la autoestima sino que perfecciona las diferencias. Es la institucionalización de la incapacidad de los sectores populares para darse sus propias reglas.” Y se pregunta: “¿No existe la posibilidad de desarrollar un proyecto conjunto en el que todos asuman responsabilidades compartidas?”. Y la respuesta, desde las élites sociales y políticas de esta ciudad, suele ser un rotundo no.
P.S.- [Benditos] los húmedos chochitos de las putas / que consuelan a más desconsolados / que las madres teresas de calcutas. (Acá, todo el Ciento volando de catorce)

¡Es que ésa es, Brad Pis!

18 de septiembre de 2008

En los Estados Unidos de América las cortes supremas de los estados de Massachussetts (a partir del caso Goodridge v. Department of Public Health resuelto el 17 de mayo de 2005) y California (a partir del caso In re Marriage Cases resuelto el 15 de mayo de 2008) declararon que el matrimonio de las personas del mismo sexo es legal. La resolución de la Corte Suprema del Estado de California ha provocado una iniciativa para incluir en las elecciones para Presidente de noviembre próximo una propuesta de revocatoria de esta decisión de la Corte Suprema. Esta propuesta se la conoce como Propuesta 8.

En la tarde me dispuse a revisar mi correo electrónico y el titular de una noticia en el portal de Yahoo! me llamó la atención: “Pitt dona dinero en apoyo al matrimonio gay”. Revisé la noticia y ésta refiere que el actor Brad Pitt (en castellano de la península ibérica Pis, tal como lo canta Joaquín Sabina en el Medias Negras de su Nos sobran los motivos) donó 100.o00 dólares para luchar en contra de esta Propuesta 8. La noticia afirma que Brad Pitt declaró sus razones para realizar esta donación en los siguientes cabales términos:

“Porque nadie tiene el derecho a negarle a otro su vida, aún cuando no estén de acuerdo, porque todos tienen el derecho de vivir su vida como deseen si no le causan daño a nadie y porque la discriminación no tiene lugar en Estados Unidos, mi voto es a favor de la igualdad y contra la Propuesta 8”.

¡Es que ésa es, Brad Pis! Si al menos tanto tonto que anda suelto se lo pensara un poquito, acaso podría llegar a darse cuenta de que siendo como es el matrimonio de parejas homosexuales un acto que convienen dos adultos, los terceros no tienen sino la obligación de respetar esta convención. Quienes se le oponen actúan como si la legalización del matrimonio de parejas homosexuales obligara a los heterosexuales a casarse con personas de su mismo sexo o como individuos a quienes los actos privados de otros les arruinan el estrecho concepto de sociedad que ellos suponen que todos deberíamos aceptar como bueno. Es evidente que estos “argumentos” son discriminatorios y que no resisten las críticas que se les pueden formular desde una perspectiva liberal como ésta que, en tan sencillas y sensatas palabras, suscribó Brad Pis.

La juventud, venimos arrollando

4 de septiembre de 2008

Hace diez años, por estos mismos meses, yo era profesor de filosofía del Colegio Javier. Aquello fue, digámoslo, un simpático caos del que conservo varios buenos amigos y gratos recuerdos. Yo ganaba en sucres y padecía una afiliación al seguro social. Mi cheque, creo recordarlo bien, era de 800.000, mucho dinero para quien suele gastarse el fuerte de su billete en libros, bares y viajes. Esa experiencia acabó hace un poco menos de diez años (cuando en octubre del ’98 participé como organizador de un Congreso de Derecho Internacional que se celebró en Guayaquil) y no había regresado al Javier, o no recuerdo haberlo hecho, desde aquel lejano entonces hasta la mañana de ayer, cuando concurrí a participar a impúdicas horas de la mañana (08h00) de un conversatorio con estudiantes de los sextos cursos.

Entiendo que el honor de esta invitación se lo debo a la conjunción de voluntades de los amigos Erick Leuschner, que formuló la recomendación, y Roberto Marcos, que la llevó a buen puerto, con el respaldo del P. Gustavo Calderón S. J., rector de la institución. En fin, allí estaba yo, para intentar explicarles a estos estudiantes de sexto curso mis impresiones sobre el texto constitucional.

Empecé por lo obvio, por la necesidad de razonar el voto y explicar que lo que yo pretendía era ofrecerles unos pocos argumentos para pensar la Constitución. De inmediato señalé que, en razón de mi formación en materia de derechos humanos, me interesaba destacarles de la Constitución su relación con dos principios fundamentales de la organización política de una sociedad: el respeto a la autonomía individual y la promoción del autogobierno colectivo. En ese sentido, me interesó destacarles a los estudiantes, en concreto, tres cuestiones del texto constitucional: las garantías, los mecanismos de participación y la creación de políticas e instituciones públicas.

Seré breve: sobre lo primero, enfaticé lo evidente: el texto de garantías del proyecto de nueva Constitución es mucho más amplio, detallado y mejor redactado que el de la Constitución del ’98. En consecuencia, este texto sirve mucho mejor al propósito de hacer efectivos los derechos que se relacionan con nuestra autonomía individual. Sobre lo segundo, los mecanismos de participación son mucho más amplios y detallados, e incluyen la participación en ámbitos que antes eran cotos cerrados sujetos a la intervención del Congreso Nacional y otros autores, cómplices y encubridores de la institucionalidad. En consecuencia, estos mecanismos de participación cumplen mucho mejor con el propósito del autogobierno colectivo. Sobre lo tercero: más allá de las críticas de convertirse el Estado en Ogro Filantrópico (al menos los ensayos de Octavio Paz tenían gracia) enfaticé que el texto constitucional intenta tomarse en serio las promesas que formula su parte dogmática (los derechos) con un desarrollo concreto de políticas públicas e instituciones cuya obligación es cumplir esos derechos.

Enfaticé además, otra obviedad: ningún diseño institucional es perfecto y libre de corrupción y politización (ni éste, ni ningún otro, porque las instituciones las componen y administran los seres humanos, y ya se sabe…) pero el que los ciudadanos tengamos las herramientas para obligar a los políticos a cumplir con sus promesas (porque sabemos que los políticos prometen de acuerdo con sus expectativas y cumplen de acuerdo con sus temores) coloca la responsabilidad sobre nuestros ciudadanos hombros… y a partir de entonces, el proceso puede triunfar o fracasar, puede o no llegar a buen puerto. Pero ya no podremos escondernos en la fácil cobardía de decir, si fracasamos, “la culpa es de los otros”.

Luego vinieron las preguntas (punzantes y argumentadas, Constitución en mano: bien, los muchachos -lo único que lamenté de este auditorio es que sea público exclusivamente masculino. Acepto –promuevo- invitaciones de colegios mixtos o de personal femenino, eh) y café con tortilla de verde en el rectorado. Un intercambio de corteses trivialidades (y otras que no tanto) con el P. Gustavo Calderón, una promesa de participar con mucho gusto en toda otra actividad académica a la que me inviten y un volveremos a vernos pronto en el matrimonio de Erick, porque Gustavo será quien lo oficie. En definitiva, esta experiencia de diálogo matutino y juvenil me recordó e hizo sentir aquella frase de Joaquín Sabina, dicha con mucho humor cuando se acercó a recibir un premio: “la juventud, venimos arrollando”. La suscribo.

1968

5 de enero de 2008

El primer disco de Joaquín Sabina data de 1978 y se llamó Inventario. Tenía diez canciones: la cuarta del Lado A del LP de añejo vinil se llamó 1968 y, como su título lo anuncia, nos habla de Sartre, Dylan, sexo, Vietnam, México, Che Guevara, Praga, París, claveles, Massiel, San Francisco, de Gaulle… Comienza tan certera la canción, “Aquel año Mayo / duró doce meses” y su coro nos remite directo a la euforia de esa época, “la poesía salió a la calle / reconocimos nuestros rostros /supimos que todo es posible / en 1968”, para cerrar con esta línea desencantada, “ya se secaron las flores de 1968”. Yo disiento. Y afirmo a continuación que la herencia de Mayo de 1968 vive todavía.

Para fundamentar mi disensión y mi afirmación, acudo a uno de los filósofos más lúcidos del siglo XX, Cornelius Castoriadis, quien sobre Mayo de 1968 reflexionó que su cacareado fracaso “no reduce sin embargo la inmensa importancia positiva de Mayo de 1968, que reveló e hizo visible para todos algo fundamental: el lugar verdadero de la política no es aquel que se creía. El lugar de la política está en todas partes. El lugar de la política es la sociedad” y que la “inspiración profunda” de esas jornadas del Mayo francés “era la aspiración a la autonomía tanto en su dimensión social como individual”. O para reformularlo con las muy actuales y precisas palabras de Roberto Gargarella: en política, debemos aspirar a fortalecer “nuestra autonomía individual y nuestro autogobierno colectivo”. Y ya situados en este punto vuelvo a Sabina (quien, por cierto, opina que su disco Inventario es “nada memorable”) y coincido con él en que “lo primero que se me ocurre al pensar en política es ‘caca’. Lo segundo, que es algo demasiado importante para dejarlo en manos de los políticos”.

Me permito traducirles estas reflexiones en clave ecuatoriana porque precisamente son ahora más necesarias que nunca, en particular, para quienes habitamos en esta ciudad. Nuestras posibilidades de acción política no se agotan para nada en la torpe falacia de falso dilema (“quienes están con Nebot están contra Correa, quienes con Correa contra Nebot”) que muchos proponen y que perpetúa las tradiciones de caudillismo, miseria ideológica y débil sociedad civil, pesados lastres de nuestra cultura política. Sépanlo ustedes: ni al Gobierno Municipal ni al Gobierno Nacional les interesa deshacerse de estos lastres; sí les interesa, en todo caso, medrar de ellos: lo prueban sus leyes, sus ordenanzas, sus actos. Nosotros (lo que habla realmente pésimo de nosotros) durante décadas se lo hemos consentido. Nosotros, hoy, debemos encaminar nuestra acción política (mediante el uso de los canales alternativos de comunicación, de la autogestión, de la protesta pública) a la creación de una creciente capacidad de auto-organización y de autogobierno. Y cuando escribo “nosotros” pienso en “nosotros, los ciudadanos”: una condición ésta (la ciudadanía) que las autoridades nunca han querido y rara vez permitido que tengamos (así nos manipulan con mayor facilidad) y que muchos individuos parece que no tienen el valor de asumir (¿miedo a asumir las responsabilidades de la libertad política?). En definitiva: una ciudadanía activa, participativa, lúdica (porque después de todo, la imaginación al poder, ¿o no?): tal es la herencia viva de ese Mayo de 1968.

El gusto será nuestro

17 de noviembre de 2007

Les sucedió a Ana Belén y Víctor Manuel: con ocasión de un recital que la pareja ofreció en Quito, se les acercó un señor de bigote y les preguntó si tenían amistad con Joan Manuel Serrat; ellos asintieron. El señor de bigote les contó entonces que era fanático ultra de Serrat.

(La prueba: viajó de luna de miel a Barcelona para conocer la calle Poeta Cabanyes, en el Poble Sec, donde Serrat nació.) Les contó que en un recital de Serrat en Quito, él fue quien compró el primer boleto y estuvo, literal, “con las narices prácticamente pegadas al escenario”. El señor de bigote le solicitó con febril insistencia a Serrat que cantara Elegía y Serrat no hizo caso; cuando Serrat presentó a sus músicos, omitió a su compañero de piano de siempre, Ricard Miralles (porque no estaba presente en la gira); ante esta omisión, el señor de bigote le grito a Serrat: ¿Y Miralles? El buen Serrat perdió su natural calma, lo miró furioso, lo aleccionó y lo echó del recital. En palabras textuales del señor de bigote: “Yo me volví hacia mi asiento como un perro apaleado, le hice un gesto a mi esposa y salimos a la calle, les juro que iba llorando”. (La historia se narra en Diario de Ruta. El gusto es nuestro, pág. 48-50).

Estaremos, precisamente, en sus antípodas: esta columna se publica el sábado 17, el mismo día en que un perito agrícola (tal es su oficio), este primo de todos, El Nano Joan Manuel Serrat, y su íntimo cofrade, aquel que iba para profesor de literatura en provincias, de nombre Joaquín Ramón Martínez, pero más conocido por su segundo apellido, Sabina, brindan un recital del cual tengo la muy irrefutable convicción de que encandilará aquello que algunos llaman alma pero que puede reducirse, sin ningún perjuicio, a aquello que es lo más íntimo de todos nosotros. Es imposible abarcar lo que Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina significan para muchos, lo que significan para mí; sería barroco el inventario de cuántas ocasiones ellos han auxiliado la (mi) existencia: el universal primo El Nano ha sido la educación sentimental de tres generaciones de españoles e hispanoamericanos que cultivaban o cultivan su espíritu; el exquisito y bohemio Joaquín ha sido el compañero irrefutable de las descorazonadas noches de bares y borracheras con las chicas sorprendidas (que no lo conocen) o las cómplices (la inversa) de su carnal verbo. Tantas canciones, tantas, que nos han marcado y yo aprovecho y proclamo mis favoritas: las de Sabina (Y sin embargo, Contigo, A la orilla de la chimenea, y podría seguir y sumar) y las de Serrat (De vez en cuando la vida, Mediterráneo, Donde quiera que estés, y podría, también, por supuesto, seguir y sumar), y si las cantan esta noche, contribuirán estos excelsos canallas cantaescritores a mi sencilla y poética felicidad. Yo he disfrutado recitales de Serrat y de Sabina, aquí y en el extranjero, pero nunca los he visto juntos: hoy será, sin duda, para todos los que asistamos, un día especial e irrepetible. Ojalá que esté presente el señor de bigote que abre esta historia, para que vindique el placer de escuchar a Serrat, en conjunto con este ubetense maestro. Yo estoy seguro que, apropiándome del título del libro que reseñó la gira de cuatro amigos para los que Sabina compuso un soneto (que dice: “gracias por perfumar con emociones / el sueño de una noche de verano”, y es tan oportuno), el gusto será nuestro, muy y deliciosamente nuestro.

Guayaires

13 de octubre de 2007

Hace varios años, todavía en sus tiempos de ficticia economía boyante, recorrí por vez primera las calles de Buenos Aires. Me fascinó: su vida cultural y nocturna, su arquitectura, el mate, el culto de la amistad, su comida (¡aguanten los asaditos!), su bebida (los tintos, el amargo fernet), sus minas (con su imposible dosis de histeria), su tango, su rock y la inefable sensación de participar de un delirio colectivo teñido de afanes, exilios, fracasos, y revestido (sea dicho con palabras de Joaquín Sabina, el más porteño de los gallegos) del “tango añil de la melancolía”. Hice entonces dos juramentos: el primero, siempre volver (que lo cumplo con fervor cívico y periodicidad anual) y el segundo, que cuando mi situación económica lo permita, le compraré un departamento a mi madre, sea en Palermo o en Recoleta. Sé bien que ahora este juramento toma estado público.

Ya entonces me impresionó mucho constatar que quienes de mi ciudad tienen la posibilidad de viajar al exterior prefieran una ciudad tan desangelada como lo es Miami y no prefieran (por las razones que tanto me fascinan a mí y por tantas otras) esta delirante metrópoli austral. Una serie de hechos (la dominación cultural de los EE.UU., la dependencia económica de nuestro país, la frecuencia de los vuelos) podrían intentar una justificación de esta preferencia; mucho menos justificable es el intento de convertir a Guayaquil en su pobre simulacro: de hecho, el llamado proceso de “Regeneración Urbana” crea unos pocos retazos de esa simulación, en los cuales la noción de “espacio público” es una cosa que administran otros, con un silbato y muy pocas ideas. He escuchado, con una mezcla ambigua de risa y de horror, que a esta vana pretensión algunos la denominan guayami.

A pesar de la anterior constatación y del título de esta columna, no intentaré la vana pretensión de su antípoda, esto es, de convertir a Guayaquil en un sucedáneo de Buenos Aires, en Guayaires: esa es, por supuesto, una notoria imposibilidad. Fui yo mismo, además, quien reivindicó en un artículo reciente ("Citámbulos", del 8 de setiembre de 2007) el que aprendamos a “asombrarnos de los detalles que singularizan (a despecho de las intenciones de convertirla en “genérica”) a nuestra ciudad, que la tornan única y que le conceden, en real definitiva, su entrañable y extraña belleza”. Pero sí quiero en esta columna enfatizar que mirar hacia este puerto (“junto al río inmóvil”, como dijera Borges) es útil para aprender a disfrutar de nuestra ciudad, de manera distinta y más intensa. El espacio de esta columna es diminuto para decirlo, pero valga admirar de Buenos Aires la apropiación de los espacios públicos que hacen sus ciudadanos y las iniciativas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (por ejemplo, la exquisita “Noche de los Museos”, en la que gustoso participé el sábado pasado) para promover diversas actividades culturales y ciudadanas. Solo son botones de muestra, que bien podríamos imitar: el énfasis que quiero transmitir, en definitiva, es la necesidad de propiciar en Guayaquil la búsqueda, creación y exhibición de sus matices y de sus riquezas culturales, la apropiación de los espacios públicos por parte de nosotros, sus ciudadanos, y la discusión pública de las políticas de las autoridades que nos administran. Son unas cuantas reflexiones (que espero contribuyan a una necesaria discusión) que remito desde un café de esta fascinante ciudad.

¡Ay, Jalisco!

9 de junio de 2007

En la voz México de su diccionario de vida titulado En Esto Creo, Carlos Fuentes reconoce que “la verbalidad mexicana, rica, mutable, serpentina” produce “la cortesía más natural y perfecta junto con la grosería más insoportable”. Ejemplo de lo segundo, cita Fuentes, el refrán “Jalisco nunca pierde”, síntoma de una terquedad a prueba de todo argumento. Jalisco nunca pierde se llamó una película que Jorge Negrete protagonizó en 1937; es también la telenovela casi diaria que se observa en este país.

Vale recordar este mexicano refrán porque define con precisión meridiana la actitud de este Gobierno con relación al derecho a la libertad de expresión: Jalisco de veras, nunca admite perder en materia de este derecho, justamente el que menos entiende. Un ajustado inventario prueba su falta de entendederas: el absurdo juicio por desacato contra diario La Hora, las generalizaciones apresuradas del Presidente, sus contradicciones con el Ministro de Gobierno, su penosa comprensión de la polisemia, sus exabruptos contra periodistas de opinión y el apoyo del Gobierno a las medidas que impetró Chávez contra RCTV en Venezuela. A estas notorias calamidades se suman los reparos de Correa para la firma de la Declaración de Chapultepec: tales reparos podían esperarse de la cortedad de miras de un dictócrata como Gutiérrez, pero nunca de un académico como Correa. (Tenemos que admitirlo: Correa en algunos aspectos se parece demasiado, ¡ay de nosotros!, a quienes dice despreciar: en materia de libertad de expresión posee un ideario análogo al de Gutiérrez y en materia de autoritarismo es un aventajado pupilo de Febres-Cordero).

La Declaración de Chapultepec se adoptó en Ciudad de México, en el castillo de ese nombre, el 11 de marzo de 1994. Decenas de presidentes y primeros ministros de la región e innumerables figuras públicas la firmaron: se la considera un decálogo contentivo de los principios fundamentales para ejercer la libertad de prensa y expresión. Correa solo la firma si la desnaturaliza: pretende incluirle la posibilidad de iniciar acciones penales por supuestos “delitos contra la fe pública”. Yo manifesté mi opinión sobre procesos judiciales y libertad de expresión en columnas anteriores ("Libertad de opinar", 05.V.07; "El delito de desacato", 19.V.07) y la resumo en una frase: suelen utilizarse para acallar las voces críticas. El académico Presidente debería saber que la libertad de expresión, como escribió George Orwell en la introducción de Rebelión en la Granja, “si significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír” y que si de verdad desea mejorar la opinión pública puede en efecto hacerlo, obviamente no mediante el fácil y absurdo expediente de iniciar acciones penales, sino mediante la presentación de una mayor cantidad y mejor calidad de argumentos en defensa de sus ideas que contribuyan al debate crítico, condición sine qua non para la existencia de una sociedad libre y democrática. Así lo sugirió, con sensatez y hace casi 150 años, el filósofo inglés John Stuart Mill en un libro cuyo título es, precisamente, Sobre la Libertad.

Libertad: Joaquín Sabina canta en Pájaros de Portugal “qué pequeña es la luz de los faros, de quien sueña con la libertad”. En materia de expresión esta libertad es, en efecto, diminuta, porque el autoproclamado ciudadano vigía de este faro insiste en pretender apagarla en nombre de una patria que él (¡Ay, Jalisco!) supone ya de todos. Es insensato pero evidente: la terquedad, para Correa, es virtud.

Pájaros de oposición

7 de abril de 2007

Yo no temo que el presidente Rafael Correa replique el fenómeno de Hugo Chávez en el país (como tampoco condesciendo a la simpleza de considerarlo comunista o dictador en cierne; tiene, sí, lamentables rasgos de arbitrariedad y demagogia, pero no cabe perder la precisión de los matices). Digo que no lo temo, porque además de que su especificidad cultural lo aparta en varios aspectos de Chávez, existen también notables diferencias entre el escenario social que posibilitó la emergencia de aquel en Venezuela y el de Correa: entre otras cosas, el peso político y la dimensión económica del petróleo es mucho mayor allá, mientras que la cuestión regional incide aquí de una forma que Venezuela desconoce. El único punto que traza una analogía con el caso venezolano es el vacío que produce en el escenario político la existencia de una oposición tan patética como desarticulada, tanto en organización como en ideas.

Hagamos, entonces, un breve repaso de la oposición. Sobre el Prian, vale decir que Noboa ha perfeccionado, con el paso de las elecciones y los años, el axioma de que perder es cuestión de método. El suyo incluye un partido cuya “ideología” no parece ser otra que la defensa de los intereses de sus empresas y que se conduce de la misma manera como yo dirigía los carritos de carreras en las pistas que me regalaban cuando niño: a control remoto. Por su parte, el llamado Partido Sociedad Patriótica no es, en realidad, tanto patriótica como patética: tal es la naturaleza de su (falta de) ideología. Se acomoda a cualquier coyuntura: puede ser demócrata como golpista, de izquierda o derecha, pro y anti Asamblea Constituyente. El lema no declarado de Gutiérrez es la cómica frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

Finalmente, el PSC, en cabeza, aunque él no quiera admitirlo, de Nebot, quien, como bien afirmó revista Vanguardia, “se limitó, por decisión propia, a ser un líder de Guayaquil” y “ya no es dueño del rol político ni de los tiempos y las consecuencias que se derivan de su acción pública”. Hay que tener la entereza de admitirlo: ni el PSC ha tenido el valor de afrontar una renovación ideológica que lo salve de su ocaso post-LFC, ni Nebot el valor de asumir el reto de ese liderazgo, preocupado como anda en surfear las olas de esa entelequia que él denomina “corrientes ciudadanas”. Y hasta aquí el repaso.

Lo descrito es una lástima, porque una inteligente oposición es fundamental como contrapeso al poder oficial en el contexto de una sana democracia. Con lo cual se concluye que tenemos la necesidad de reemplazar a esta triste oposición desorientada como pájaros en desbandada, “sin dirección, ni alpiste, ni papeles”, como cuenta en Pájaros de oposición Joaquín Sabina, y la necesidad cierta y urgente de empezar a generar las ideas y propuestas de las que estos patéticos pájaros de oposición son muy huérfanos.

Villa Grimaldi

21 de octubre de 2006


Publicado en diario El universo el 21 de octubre de 2006.

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Hacia finales del mes de marzo, como parte del grupo de jóvenes profesionales que participó del Diploma de Postítulo en Derechos Humanos y Procesos de Democratización, visité Villa Grimaldi. Luego de intensas jornadas de debates académicos, muchos de ellos estimulantes, otros un tanto abstrusos, pero todos ellos realizados en la comodidad burguesa de un aula de la Universidad de Chile, recibimos quienes participamos de ese Diplomado, la mañana del 31 de marzo del 2006, un poderoso baño de cruda realidad.

Puede que quienes lean esta página no alcancen a entender la naturaleza de la cruda realidad a la que hago referencia. Pero para quienes visitamos Villa Grimaldi y para quienes tuvimos la ocasión de escuchar los testimonios de la brutal represión que Villa Grimaldi significó en el demencial período de los primeros años de gobierno del dictador Pinochet, precisamente de boca de quienes lo vivieron en carne propia, ya es distinto: entendimos, de un solo certero golpe, la frase de Emil Cioran que decía que solo se podía entender la masacre que es la historia a través de las biografías de quienes la vivieron. Juro que se siente una profunda incomodidad de ser ante el testimonio de lo Innombrable.

Villa Grimaldi fue el centro de detención y tortura más importante de la Dirección de Inteligencia Nacional, el órgano más representativo de la represión en la dictadura chilena. En éste, como en tantos otros lugares a lo largo de la geografía chilena, la represión se caracterizó por la práctica masiva y sistemática de fusilamientos y ejecuciones sumarias, torturas (incluida la violación sexual, principalmente de mujeres), privaciones arbitrarias de la libertad en recintos al margen del escrutinio de la ley y desapariciones forzadas; todos estos actos fueron cometidos por agentes del Estado, asistidos en ocasiones por civiles. Información en particular sobre Villa Grimaldi y, en general, sobre este período oscuro de la historia chilena puede encontrarse en: http://www.memoriaviva.com/Centros/00Metropolitana/villa_grimaldi.htm

En relación con estos hechos, en fecha tan reciente como el 26 de septiembre del 2006, en el contexto del Caso Almonacid Arellano c. Chile que resolvió la Corte Interamericana de Derechos Humanos, este alto tribunal sostuvo que el asesinato, en las circunstancias de la represión de la dictadura chilena, constituye un crimen de lesa humanidad “cuya prohibición es una norma de ius cogens [esto es, como una norma que la comunidad internacional reconoce que no admite en ningún caso acuerdo en contrario] y [cuya] penalización es obligatoria conforme al derecho internacional general”. Yo, que me declaro vitalista a carta cabal, suscribo como propia la frase de Joaquín Sabina que dice que “hay que condenar todas las muertes, incluida la natural”. Y con mayor razón creo que esta condena debe existir en los casos en que la responsabilidad de la muerte de una persona le corresponde al Estado.

La condena, en estos casos de lo que merece llamarse sin ambages “terrorismo de Estado”, debe tener un carácter principalmente penal. En este sentido, los atroces hechos de la dictadura del criminal Pinochet y las brutalidades innombrables de la dictadura argentina han merecido condenas tanto de tribunales internacionales como de sus propios tribunales, mismos que han sentenciado a los autores o cómplices de estos hechos. Ecuador, en este rubro, todavía tiene una asignatura pendiente. Durante el gobierno de León Febres-Cordero el Estado ejecutó una política criminal de represión que, salvando las dimensiones, merece, sin atisbo de duda alguna, el mismo reproche: nuestra más firme condena moral y la consecución de la condena penal, sea esta en sede nacional o extranjera. Porque son estas, y no otras, las necesarias demandas en aras de concretar, de una vez por todas, la cesación de la impunidad, la construcción de la institucionalidad e identidad desde la discusión crítica de nuestra historia reciente y, por qué no admitirlo, en aras de que finalmente se haga justicia.