O imbéciles, o nos toman por imbéciles

31 de agosto de 2019


La “Justificación” del Gobierno “anti-correísta” a la pregunta 3 de la consulta popular y el referéndum del 4 de febrero de 2018 concluía con el siguiente párrafo, en el que se elogiaba la reforma a la Constitución para pasar a elegir por voto popular a los integrantes del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social en los siguientes términos:

“Esto hará que la designación sea hecha por autoridades que tienen la misión de cumplir la voluntad popular, partiendo desde ya de un método de selección más acorde a las aspiraciones del pueblo y no a concursos y arbitrariedades que tanto se han puesto en tela de duda por la opinión pública”.

Y sin embargo, ya puesto en práctica, el resultado electoral de la reforma constitucional no fue del gusto de los “anti-correístas” (una forma descriptiva de decir “Gobierno Nacional y sus aliados en la Asamblea Nacional”) hoy en el poder, así que cuatro de los consejeros elegidos por la voluntad popular fueron sometidos a un juicio político y destituidos por la fracción “anti-correísta” de la Asamblea Nacional.

Según esta “Justificación” del “anti-correísmo”, el voto popular es “acorde a las aspiraciones del pueblo” pero eso no evitó la “arbitrariedad” de 84 legisladores en la Asamblea Nacional, los que decidieron destituir a quienes fueron votados por millones de ecuatorianos. Es claramente un abuso lo hecho por este puñado, pero el “anti-correísmo” no ha nacido para mirar hacia el futuro: actúan cegados por su odio al pasado “correísta” y su propósito de Patria es cojudear al resto lo más posible.

En fin, que se hizo un referéndum para reformar a una institución (costó sus buenos 60 millones de dólares) y, dado que no les resultó como querían ellos (pues son una manga de incompetentes), ahora quieren convocar a un nuevo referéndum (previsiblemente, otros 60 millones o más) para eliminar lo que hace un rato reformaron. Esto es muy absurdo (o es muy lógico, pero hay tongo).

Es decir, sólo hay de dos sopas: O son imbéciles, o nos toman por imbéciles.

El derecho de reunión

29 de agosto de 2019


La Corte Interamericana de Derechos Humanos dictó sentencia el 28 de noviembre de 2018 en el Caso Mujeres Víctimas de Tortura Sexual en Atenco vs. México. El caso versó sobre la responsabilidad del Estado mexicano por la conducta de sus agentes policiales antes, durante y después de una protesta social ocurrida en los municipios de Texcoco y San Salvador de Atenco en mayo de 2006. La panoplia habitual de violaciones de derechos humanos de cuando abusa la Fuerza Pública en América latina se desarrolló, entonces, en estos municipios mexicanos: detenciones arbitrarias, un chapucero proceso en contra de los detenidos, una nula protección judicial posterior y la consecuente impunidad total (o casi) de los autores de las violaciones de derechos humanos. Con el agravante, en este caso, que los integrantes de la Fuerza Pública (todos varones y ninguno capacitado para detener los abusos que fueron incluso transmitidos en vivo por la TV) abusaron sexualmente de las once víctimas del caso, todas mujeres, en lo que la Corte calificó como “tortura sexual”.

En este caso contra México, la Corte Interamericana tuvo ocasión de interpretar el derecho a la protesta social, por la interpretación de un derecho muy rara vez analizado en su amplia jurisprudencia: el derecho de reunión. La Corte IDH decidió hacerlo en aplicación del principio iura novit curia (“la Corte conoce el derecho”): es decir, la Corte vio en el caso una oportunidad para decir algo sobre el derecho de reunión, y se abalanzó sobre ella, como chancho pa’ los choclos.

Esta oportunidad que aprovechó la Corte Interamericana resulta de suma relevancia para el Ecuador, pues por sentencia de la nueva Corte Constitucional (que también sacraliza dictaduras, ¡ejem!) todas las autoridades públicas del país deben tomar en consideración las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pues ellas forman parte del “control de convencionalidad”, por el que “todo operador judicial, y eso debe incluir no solo a jueces y juezas, sino también a fiscales y a personas que se dedican a la defensa pública, deben conocer y aplicar, en lo que corresponda, los estándares desarrollados por la Corte IDH del mismo modo que lo harían con los preceptos constitucionales” (Sentencia No.11-18-CN/19, Párr. 269). En razón del control de convencionalidad, “las autoridades del Estado en general, y los operadores de justicia en particular, están obligados a realizar control de convencionalidad en el marco de sus competencias y procedimientos. Esto es, cuando en el ejercicio de sus funciones, encuentren normas más favorables o estándares internacionales en los tratados, instrumentos internacionales, opiniones consultivas, observaciones generales y más, deberán aplicar la norma que efectivice el ejercicio de derechos” (Ídem, Párr. 282). Si la interpretación que ha hecho la Corte IDH de un derecho protege mejor a las personas, esa debe ser la opción preferida por todas las autoridades públicas en el Ecuador.

En pocas palabras: toda aplicación del derecho de reunión por toda autoridad pública que se haga en el territorio ecuatoriano debería (muy idealmente) incorporar estos estándares que sobre dicho derecho ha desarrollado la Corte IDH en el Caso Mujeres Víctimas de Tortura Sexual en Atenco vs. México del año 2018, porque están pensados para la mejor protección de las personas en el continente.

El derecho de reunión, dice la Corte Interamericana, comprende el derecho a protestar en la vía pública, sea de manera estática o con desplazamientos. La posibilidad de manifestarse pública y pacíficamente “es una de las maneras más accesibles de ejercer el derecho a la libertad de expresión, por medio de la cual se puede reclamar la protección de otros derechos”. Es por ello, “un derecho fundamental en una sociedad democrática” (Párr. 171).

La Corte IDH obliga a que todas las restricciones al derecho de reunión deben cumplir con que “las injerencias no sean abusivas o arbitrarias, por ello, deben estar previstas en ley, perseguir un fin legítimo (los cuales están limitados por el artículo 15 de la Convención a la seguridad nacional, la seguridad o el orden público, o para proteger la salud o la moral pública o los derechos o libertades de los demás) y ser necesarias y proporcionales” (Párr. 174). Ni abusivas, ni arbitrarias; deben ser “necesarias y proporcionales”. Habrá que recordárselo a Pochorromo la próxima vez que defienda patear a un esposado en el piso.

En el caso, la Corte responsabilizó al Estado de México por la violación del derecho de reunión en perjuicio de siete de las once víctimas, quienes habían acudido a Textoco o San Salvador de Atenco para cubrir la protesta como periodistas (dos de ellas), para documentar los hechos como parte de sus estudios (tres de ellas) o para brindar asistencia de salud a los manifestantes heridos (dos de ellas). Las otras cuatro simplemente tuvieron la mala fortuna de encontrarse en el lugar de los hechos, cuando la Policía empezó a detener a personas de forma indiscriminada. Por las circunstancias particulares de las siete primeras personas aludidas, la Corte IDH resolvió que “estas siete víctimas estaban ejerciendo su derecho de reunión”. La Corte reconoció, además, que el comportamiento de ellas había sido pacífico, de lo que derivó una clara distinción con los manifestantes que recurrieron a medidas violentas: “Los actos de violencia esporádica o los delitos que cometan algunas personas no deben atribuirse a otras cuyas intenciones y comportamiento tienen un carácter pacífico” (Párr. 175), por lo que se hace necesario y proporcional que la Fuerza Pública individualice y retire a las personas violentas de la multitud, a fin de que las demás personas puedan seguir ejerciendo sus derechos (esto bien podría llamarse: “Doctrina Anti-Infiltrados”).

En tiempos que deberían ser de protesta social, es bueno saber de derechos.

Justificar el maltrato

27 de agosto de 2019


Los datos del Latinobarómetro del 2018 son escalofriantes. En primera instancia, sobre un hecho tan importante como la respuesta a la pregunta: ¿Para quién se gobierna?, la situación en el Ecuador rezuma desesperanza. El 81% de los ecuatorianos respondió que eran “grupos económicos en su propio beneficio” (p. 38). Al menos 8 de cada 10 de entre nosotros, no nos comemos ese amague.

Pero, en cambio, Ecuador encabeza un indicador de vergüenza: es el país de América latina que responde a la pregunta: ¿Cuán justa es la distribución de la riqueza?, que la distribución de riqueza en su territorio es “Muy justa” o “Justa”. Es decir, que en el país se gobierna en beneficio de unos pocos (así lo cree una amplia mayoría), pero somos los primeros en la región en justificar esta distribución de la riqueza claramente abusiva.

Corolario: Las élites de este país han sido de mucha crueldad y han acostumbrado a la base popular al maltrato. Un país de gente, en su mayoría, abandonada a su suerte.

El Estado contra sí

26 de agosto de 2019


El Estado ecuatoriano, si fuera una persona, sería un tipo incoherente. Uno que te dice un día algo para unos días después hacer su opuesto. Un dador incesante de promesas sin futuro. Un fulano en quien no se puede confiar.

Para comprobar la incoherencia del Estado del Ecuador, basta mirar su expediente en el Caso del Tribunal Constitucional vs. Ecuador, que la Corte Interamericana sentenció el 28 de agosto de 2013. En ese entonces, el Estado ecuatoriano reconoció su responsabilidad internacional por la destitución de los jueces de la Corte Constitucional, acaecida por una resolución del Congreso Nacional que ocurrió el 25 de noviembre del 2004. En ese proceso, el Estado alegó que “se encuentra viviendo una era de transformación iniciada a partir de la Constitución de la República de 2008” y que “existe un Consejo de Participación Ciudadana y Control Social encargado de la selección de los nuevos jueces y juezas de la Corte Constitucional”, que se encuentra “desarrollando los procesos efectivos para la designación de los nuevos jueces y juezas de la Corte Constitucional” (Párr. 268). A mayor abundamiento, el Estado “señaló que la actual Corte Constitucional posee total independencia administrativa, económica, y que se ha eliminado la disposición de que sus miembros sean sujetos de un juicio político” (Párr. 269).

Cinco años después, a esa joyita de Corte Constitucional que el Estado ecuatoriano le presentaba a la Corte Interamericana de Derechos Humanos como fruto de una “transformación”, se la descabezó en un proceso que, si bien es menos brutal que una resolución que de un solo tajo los destituya, fue igual humillante y llevado a cabo por una Corte Canguro presidida por su Notario que buscó escarnio, jamás justicia.

En el Caso del Tribunal Constitucional del año 2013, la Corte Interamericana condenó al Estado ecuatoriano por la violación de los derechos a ser juzgado por juez independiente e imparcial, a la protección judicial y a los derechos políticos. El proceso de destitución de los jueces de la Corte Constitucional durante el año 2018 (basta leer la sentencia y trazar elementales analogías), a cargo del reemplazo transitorio del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social replicó esas violaciones del 2013, pero las enriqueció con otras nuevas: la vulneración de sus derechos a la comunicación detallada al inculpado de la acusación formulada (Art. 8.2.b) y el derecho a la concesión al inculpado del tiempo y de los medios adecuados para la preparación de su defensa (Art. 8.2.c), además del principio de legalidad y de retroactividad, por un juzgamiento hecho con normas ad-hoc y posteriores a los hechos evaluados.

Es decir, con el paso del tiempo, el pobre Estado se pone peor.

Quito, la empleomaniaca

25 de agosto de 2019


Contaba el afamado periodista cuencano Manuel de Jesús Calle lo siguiente de la capital, a principios del siglo pasado:

“No hay ciudad más empleomaniaca que Quito. Allí la mitad de la gente propiamente urbana, que no tiene sobre qué caerse muerta, vive del fisco; una tercera parte, de ricos, hacendados, comerciantes y pulperos, explota las necesidades del pobre, como es natural que suceda; y el resto, se dedica la mitad a la vagancia, en pleno ‘chullalevismo’, y la mitad al agio y la usura, con el concurso a veces de la tesorería de hacienda y la municipal […] Y por ello la pobreza es formidable. Quito entero quiere ser empleado. […] Y las artes del ‘palanqueo’ revisten en ocasiones, el serio carácter de una... ¿cómo diré? de una amable condescendencia. El que tiene una vecinita linda, unas primas donosas, unas hijas simpáticas, una mujercita bonita, a ellas envía en son de súplica, aunque corran el peligro de que las atiendan en forma, y tal vez por eso mismo. Lo he observado durante larguísimo tiempo, y es una vergüenza.” (‘Charlas de Ernesto Mora’, 24 de septiembre de 1911)

Lo de las “artes del palanqueo” que comercia con mujeres es historia antigua (esperemos). Pero que Quito es una ciudad empleomaniaca, claro que lo es. Si le quitas a la burocracia, como bien supo advertirlo la Guadalupe Mantilla, se parecería a Machachi.

Tema del traidor y del héroe (variante andina)

24 de agosto de 2019


En memoria de Borges, a 120 años de su nacimiento.

Trujillo Not Dead.

Bajo el notorio influjo de Borges, no me resulta extraño concebir este argumento. A día de hoy, 24 de agosto de 2019, esta idea aún inacabada, la prefiguro así.

La acción transcurre en un país tenaz y oprimido: proponer a la República del Ecuador es una alternativa muy verosímil. La historia ocurre en unos meses de los años 2018 y 2019. Un conservador de tomo y lomo, un tipo que inventó a un partido de derechas nefasto, un amigo del infame Hurtado; un traidor a las causas democráticas que participó de las tronchas cuando la Asamblea Nacional se llamaba Cámara Nacional de Representantes, que apoyó la sucretización, que firmó la Disposición 42 en la Asamblea Constituyente de 1998 que terminó por convertir en agua de borrajas los ahorros de millones de personas. Esta rémora conservadora, en los últimos años de su vida se dio aires de tipo progre junto a los Yasunidos y a algunos profesores de incuestionable progresismo como Ramiro Ávila Santamaría y David Cordero Heredia. Sus aliados de la derecha conservadora nunca le perdonaron este travestismo.

En los anales de la hipocresía serrana acaso nunca se llegue a saber si fue el mismo Trujillo el que buscó su redención, o si ésta le fue ofrecida como una dádiva por el mandamás de la derecha. Es rara la vida: en su ocaso Trujillo tuvo la posibilidad de hacer triunfar a su vieja causa conservadora pero revestida de progresismo. “Ya eres un travestí”, le espetó un emisario del mandamás, “pero ahora estás en la dirección correcta”. Se urdió el plan en Mocolí, se lo refrendó en Carondelet.

Trujillo sabía que la vida le sería breve. El cúmulo de enfermedades que arrastraba (diabetes melitus tipo 2, cardiopatía hipertensiva y nefropatía diabética) no le auguraban una larga duración al resto de sus días. Menos aún con este trueque de la paz de su entorno familiar y del calor de su hogar, por los fragores de la lucha política. Consciente de que su misión era casi un suicidio, Trujillo se comprometió. El 6 de marzo de 2018 empezó su tarea: desde esa tarde gris, Julio César Trujillo fue el Presidente del llamado “Consejo Transitorio” hasta su muerte, es decir, fue un hombre laboriosamente dedicado a un triunfo oscuro y su personal redención.

Desde marzo, la sucesión de hechos es vertiginosa: el Consejo Transitorio destituyó a 28 funcionarios del régimen anterior, a los que sometió a variados excesos tales como iniciar los procesos en su contra sin informarles de lo que se los acusaba y con la investigación en reserva, evaluarlos con unas normas dictadas con posterioridad a los hechos que se evaluaron y sin respetar el principio de legalidad y, además, hacer dichas evaluaciones con unos juzgadores que tenían una decisión tomada de antemano y que no dudaban en omitir las garantías del debido proceso para llegar a dicha decisión. Una muestra grosera de ello es que la apelación de sus destituciones, los evaluados la debían presentar ante el mismo órgano que los había destituido. Previsiblemente, todas las apelaciones fueron rechazadas.

Con todos estos antecedentes, recién estábamos en los arrabales del abuso. Después de las destituciones en masa, el Consejo Transitorio se atribuyó la facultad de nombrar a las autoridades de reemplazo a placer, a través de unas “facultades extraordinarias” por las que sometía a las autoridades así designadas a su pleno control. Sin advertirlo, el Ecuador entró a una etapa de dictadura civil, por una concentración de poderes en un grupo selecto sin necesidad de sujetar su actuación a normas previas, ni de rendir cuentas de sus actos (todo lo que es y viene siendo una dictadura desde los tiempos de Roma).

A diferencia del irlandés Kilpatrick en la Irlanda del siglo XIX, Trujillo contó con un mayor número de días para la ejecución de su plan de redención. No debió recurrir a las citas del Julio César de Shakespeare, a pesar de llevar su nombre, como sí debió hacerlo Kilpatrick en su oprimida Irlanda de 1824. Pudo omitir al bardo inglés y a Jorge Carrera Andrade de sus alocuciones, que al final se tornaron cada vez más breves e ininteligibles (fragmentos de ellas parecían un cassette rebobinándose), como si preanunciaran el fallo cerebral que estaba por ocurrirle. En todos esos días (fueron alrededor de 14 meses), Julio César Trujillo sirvió cumplidamente a los intereses que lo ungieron.

Como la República del Ecuador es un país especial y consagrado al Corazón de Jesús desde 1871, es sospecha que un designio divino acompañó esta epopeya conservadora. La bomba de tiempo humana que era Julio César Trujillo explotó cuando todavía era el Presidente del dictatorial Consejo Transitorio: la perfección del momento de su ACV fue tal, que ocurrió al día siguiente del día en que la institución por él presidida decidió auto-prorrogarse en sus funciones, en un ilustre abuso final. Fue este abuso el que cumplió un rol determinante en el relato conservador, pues le permitió a Trujillo morir en olor republicano de santidad, en aras de convertirlo, como dijo uno de los beneficiarios de sus tantos abusos, Pablo Celi, en un “mártir de la democracia”.

Como la muerte de Kilpatrick en agosto de 1824, como las Festspiele en Suiza, la muerte de Trujillo fue una representación masiva. Se le rindieron honores, se le impuso post-mórtem la “Orden de San Lorenzo”, ese invento de unos fallidos de un lejano agosto; el Canciller acotó que “Julio César Trujillo estuvo a la altura de esos próceres”. El Presidente ordenó el luto nacional por cuatro días y las banderas en las instituciones públicas ondearon a media asta. En la misa de cuerpo presente en La Dolorosa estuvo el Presidente en su silla de ruedas y los representantes de las más importantes funciones del Estado. Casi era una plenaria de la derecha conservadora (menos el mandamás: él no salió de su isla). También estuvo la inefable María Paula Romo, otrora promesa de cambio devenida en bulldog de esta derecha conservadora desde su cargo de Ministra de Gobierno, acompañada de su marido, el hijo de aquel a quien el mandamás declaró no poder sino miccionar sobre él (pues pegarle era muy poquito). Unánimes, todos cumplieron su parte en exaltar y honrar una mentira llamada Trujillo.

Gente cercana lo recuerda a Trujillo, en privado, diciendo que cincuenta años después lo había comprendido a Velasco Ibarra cuando se declaró dictador en 1970, diciendo que en este país había la necesidad de un gobierno fuerte pues es “ingobernable”. Era lo que le faltaba a su notable historial conservador: añorar y ser un émulo de la última dictadura civil de la república. El cargo de Presidente del Consejo Transitorio fue su último retroceso, su final travestismo progresista rumbo a la redención conservadora, al que se le prestó un muy conveniente y colectivo disfraz por parte de nuestra demacrada clase política. 

En esta República del Ecuador, apenas un trasunto de Costaguana, la oferta de las ideas para comprender la realidad que se vive es mínima, pero principalmente y mucho peor, es falsa. No resulta ni inverosímil ni trivial que también se busque fabricar esta idea de que a Julio César Trujillo, ese inveterado traidor redimido por la derecha conservadora en sus últimos días, se lo pretenda convertir ahora en héroe nacional. Tal vez nos lo merezcamos.

De Trujillo se han publicado y aún se publicarán más editoriales, entrevistas, recuerdos y anécdotas; seguirán más artículos de opinión, acaso libros y especiales de Ecuavisa, devotos todos de destacar su luciente y renovada estatura moral. Es apenas lógico suponer que esto último también, el mandamás, ya lo haya tenido previsto.

Nuestro himno nacional, explicado

22 de agosto de 2019


En ‘Ecuador, señas particulares’, Jorge Enrique Adoum cita la campaña del músico cuencano Luis Pauta Rodríguez de más de treinta años contra la música del himno que compuso el corso Neumane, a la que descalificaba como “propia para un romance nocturno y nunca para una poesía de versos pindáricos”. A mí lo que me interesa en esta entrada de mi bitácora no es la música (que también es un problema, como bien lo advirtió Adoum en su libro), sino la letra del himno, la historia que en él se cuenta, la que explico a continuación:

Himno
Explicación
Coro:
¡Salve, oh Patria, mil veces! ¡Oh Patria!
¡Gloria a ti! ¡Gloria a ti!
Ya tu pecho, tu pecho rebosa,
gozo y paz ya tu pecho rebosa,
y tu frente y tu frente radiosa
más que el sol contemplamos lucir.
Para que la Patria se salve, se ofrece la imagen estúpida de contemplar más la frente de la Patria que al mismo sol, siendo que contemplar al sol es una idea nefasta. Esto no empieza bien.

Primera estrofa:
Indignados tus hijos del yugo
que te impuso la ibérica audacia,
de la injusta y horrenda desgracia
que pesaba fatal sobre ti,
santa voz a los cielos alzaron,
voz de noble y sin par juramento,
de vengarte del monstruo sangriento,
de romper ese yugo servil.
Los hijos de la Patria están indignados con el “yugo” impuesto por la conquista de los españoles, por lo que decidieron vengar a la Patria y romper dicho “yugo”.
Segunda estrofa:
Los primeros los hijos del suelo
que, soberbio; el Pichincha decora
te aclamaron por siempre señora
y vertieron su sangre por ti.
Dios miró y aceptó el holocausto,
y esa sangre fue germen fecundo
de otros héroes que, atónito, el mundo
vio en tu torno a millares surgir.
Los primeros que lo intentaron fueron los quiteños, quienes aclamaron a la Patria “por siempre señora” (?) y, enseguida, empezaron a “verter” sangre por ella. A Dios le dio por mirar lo que pasaba en Quito pero aceptó la matanza de sus habitantes (el “holocausto” del 2 de agosto) cuya sangre originó que, alrededor de ellos, surgieran “millares” de otros héroes en América, los que fueron mirados por el resto del mundo, “atónito” por su surgimiento. Lo último, pura paja.
Tercera estrofa:
De estos héroes al brazo de hierro
nada tuvo invencible la tierra,
y del valle a la altísima sierra
se escuchaba el fragor de la lid;
tras la lid la victoria volaba,
libertad tras el triunfo venía,
y al león destrozado se oía
de impotencia y despecho rugir.
Los héroes americanos destrozaron a España.
Cuarta estrofa:
Cedió al fin la fiereza española,
y hoy, oh Patria, tu libre existencia
es la noble y magnifica herencia
que nos dio, el heroísmo feliz;
de las manos paternas la hubimos,
nadie intente arrancárnosla ahora,
ni nuestra ira excitar vengadora
quiera, necio o audaz, contra sí.
Sometida España, se reconoce a  la libertad como una herencia de la generación anterior.
Quinta estrofa:
Nadie, oh Patria, lo intente. Las sombras
de tus héroes gloriosos nos miran,
y el valor y el orgullo que inspiran
son augurios de triunfos por ti.
Venga el hierro y el plomo fulmíneo,
que a la idea de guerra, y venganza
se despierta la heroica pujanza
que hizo al fiero español sucumbir.
Pero si España intenta años después recuperar la América, igual el recuerdo de las jornadas heroicas de los años de la independencia hará que España vuelva a perder.
Sexta estrofa:
Y si nuevas cadenas prepara
la injusticia de bárbara suerte,
*gran Pichincha! prevén tú la muerte
de la patria y sus hijos al fin;
hunde al punto en tus hondas extrañas
cuando existe en tu tierra: el tirano
huelle sólo cenizas y en vano
busque rastro de ser junto a ti.
Pero si perdemos, el autor le pide al volcán Pichincha que mate a todos los habitantes de la Patria y a ella misma (?).

La letra del himno, como se sabe, la compuso el bardo ambateño Juan León Mera en 1865, en circunstancias en que una flota española había atacado a los países del Pacífico Sur. Esa es la razón para sus estrofas finales. Y Como corresponde a una historia que involucra a Quito, el himno lo escribió un funcionario público: Juan León Mera era el secretario del Senado cuando compuso esta obra de tono anti-español. 

Verdad es que es muy sufridor nuestro himno nacional. Para empezar, Dios acepta la matanza de los quiteños sin ningún problema. Probable diálogo:

- San Pedro: “Dios, Dios, que están matando quiteños por docenas”.
- Barbas: “Let those bastards die”.
- San Pedro: “¡Pero Dios, por Dioooos!”
- Barbas: “I said let the bastards die!” (se echa a reír de manera histérica).

El diálogo es apócrifo, pero posible para cualquier creyente*. Lo peor, sin embargo, llega después porque el himno patrio se pone muy perdedor. Ante la posible invasión española para recuperar sus antiguos dominios, los hijos de los patriotas blanden los recuerdos de las glorias pasadas de los tiempos de la independencia, pero avizoran que ello podría resultar insuficiente y que los españoles podrían someter de nuevo este territorio. Frente a lo cual, los hijos de los patriotas no se plantean la resistencia y la recuperación del territorio, como se lo hubiera planteado cualquier pueblo digno, sino el suicidio colectivo vía el recurso de que el volcán Pichincha se trague toda la tierra de sus alrededores. A todo esto, España prentedió atacar a la madre que es la “patria”, identificada con el territorio. Así, el himno cuenta que si finalmente España vuelve, ellos prefieren morir con su madre asesinados por un volcán. Una tragedia andina.

En resumen: es el “prefiero morir, pero no me harás tuya” de los himnos nacionales. El secretario Juan León Mera es la Amanda Miguel del siglo XIX.

Pero incluso peor que sufrido, nuestro himno nacional falsea la historia. El relato se centra en los sucesos del 10 de agosto de 1809 y el 2 de agosto de 1810, cuando la fecha de nuestra independencia es otra, muy posterior (23 de septiembre de 1830). Además, supone que el origen de los movimientos de independencia de los demás países de América se originaron a partir de la sangre vertida el 2 de agosto de 1810, lo que confunde la simiente con la propaganda. Y, finalmente, desconoce que la lucha que recuerda fue llevada a cabo por una de las partes que hoy integran el Ecuador (la provincia de Quito) y que en su contra estuvieron (y la vencieron) las otras dos partes que constituyeron el Ecuador en 1830 (las provincias de Cuenca y de Guayaquil; el Gobernador de esta última, Bartolomé Cucalón, fue quien pidió el envío de las tropas peruanas que ejecutaron la masacre del 2 de agosto), por lo que tenemos un himno regional, de una historia falseada y que concluye en un rotundo fracaso, como nuestro himno nacional. Con el agravante cobarde de su total admisión de que si nos llegaba a invadir España, era mejor el suicidio colectivo que la resistencia (?).

El único consuelo que queda es que esa idea de Patria a la que se traga el Pichincha, era una idea de Patria regional, por lo que el nuevo “holocausto” únicamente afectaría a los confines de la provincia de Quito, y las provincias de Cuenca y Guayaquil habrían sobrevivido a la catástrofe de su provincia vecina. Seguro que en esa época (sesentas del siglo XIX) habrían hecho como hizo antes Dios (v. diálogo supra), y aceptado nomás el holocausto quiteño.

Y tal vez, con los años, les habría ido mejor. Pero esa ya es otra historia (propiamente: una ucronía).

* Se sabe: Credo quia absurdum.

La leyenda de Pochorromo

21 de agosto de 2019


Los otros días, Alfonso “Pocho” Harb publicó un video que se volvió viral, en el que un policía pateaba en el piso a un delincuente. Lo que hizo “Pocho” Harb fue proponer en Twitter una especie de “test de Litmus” acerca de la posición de las personas frente a la delincuencia. En esta versión del test, si una persona cuestionaba la actuación del policía, era pro-delincuencial. Si estaba a favor de lo que hizo el chapa, estaba bien, pues entendía que patear en el piso a otro es “humano, demasiado humano” (?).


El detalle es que este test de Litmus propuesto por el “Pocho” Harb atacaba directamente a las autoridades de gobierno encargadas de la seguridad en el país, pues ellas son las obligadas de hacer respetar la ley y, por supuesto, patear a un detenido es una infracción al procedimiento (por “muy humano” que parezca), por lo que la acción del policía ameritaba una sanción. Pero este desgobierno ya está tan demacrado y en el piso como para que, además, los trolls de la derecha lo empiecen a etiquetar de pro-delincuencial. (Otrosí: era un flanco fácil para que crezca el discurso penal populista del PSC).

Frente a este desafío no tan inocente de “Pocho”, ¿qué es lo que hizo la Romo, ese cromo del progresismo vuelto mierda por este devastador desgobierno? Pues cuenta la leyenda que ponerse la capa de “Pochorromo”, un anti-héroe mitad Romo, mitad “Pocho”, de talante represivo y anti-liberal. En su forma, “Pochorromo” ha perdido su parte izquierda por un accidente ideológico, pero sus deformaciones de derecha se han visto fortalecidas con su añadido “Pocho” y ahora actúan con un potente ánimo represor desde el Ministerio de Gobierno. Dios, que la otra vez miró nomás el holocausto de Quito y le valió pija (algo así dice nuestro himno), que esta vez intervenga y nos salve.

Pero Dios no existe, y Pochorromo tampoco… ¿O sí?

Lennon, el socialcristiano

20 de agosto de 2019


En 1970, Beatles over, Jann Wenner entrevistó a John Lennon y le preguntó por un libro de Hunter Davies. Por toda respuesta, Lennon esquivó la pregunta y divagó:

“No sé, no lo recuerdo. Love me do, de Michael Braun, fue un mejor libro sobre los Beatles. Decía la verdad. Él escribió como éramos, unos desgraciados. No se puede ser de otra manera con tanta presión… y nos desquitábamos con personas como Neil, Derek y Mal. Es por eso que en el fondo nos guardan resentimiento, pero nunca pudieron demostrarlo. Y no lo creerán cuando lo lean, si esto llega a imprimirse. Pero soportaron mucha mierda de nosotros porque estábamos en una situación de mierda. Era un trabajo duro y alguien debía pagar por ello. Eso se pasa por alto, la clase de desgraciados que éramos. Desgraciados de primera, eso es lo que eran los Beatles. Debes ser un desgraciado para tener éxito. Eso es un hecho, y los Beatles eran los desgraciados más grandes del planeta. […] No hay duda, si tienes éxito es porque eres un desgraciado”*.

Tal es la filosofía del éxito de John Lennon: ser exitoso es ser un hijoputa, un cagador. Muy, muy socialcristiano**.

* Wenner, Jann S., ‘Lennon recuerda’, Aguilar, México, 2005, p. 89 [Título original: Lennon remembers, 1971]. “Neil, Derek y Mal” son Neil Aspinall, su representante para giras, Derek Taylor, su oficial de prensa, y Mal Evans, su ayudante y guardaespaldas. La palabra “desgraciado”, en la entrevista original, es una traducción de “bastard”.
** Los socialcristianos son unos extremistas de esta teoría nefasta (unos ultras de Lennon) al punto de haberla convertido en un “modelo de desarrollo”, mismo que de sostenerse en el tiempo, cagará por completo a una ciudad hoy a la deriva. (“cagará”, es literal: Guayaquil se inundará de caca et al.)

Huecos de responsabilidad municipal

19 de agosto de 2019


Alguna vez, camino a conseguir un encebollado, noté un descomunal hoyo en la obligada virada del tránsito de la calle Limberg para incorporarse al tráfico de la avenida Domingo Comín, en el barrio Cuba. El asunto llegó a las noticias con un titular jurídico: “Municipio de Guayaquil indaga si paga por daños causados por huecos”.

Recuerdo haber leído esta noticia y, unos días después, encontrarme con esta precaria solución municipal. Cosas como estas, son distintivos del subdesarrollo:


Pasó un poco más de tiempo, y la precaria reparación del hueco se la corrigió a como se la debió haber hecho desde un principio:


Lo cierto es que el Municipio de Guayaquil jamás indagó si debía pagar “por los daños ocasionados por los huecos” a los vehículos. Para empezar, el titular de diario El Universo es una mentira: debió decir realmente que “el Municipio no responde”, pues nunca respondió lo que se había comprometido a indagar y a este diario tampoco le interesó hacerle seguimiento a su noticia (esto es típico). Con su titular palurdo le bastó.

Antes de esta intervención municipal en dos partes, recuerdo que una vez que yo volvía de la picantería observé a un carro que venía sobre la calle Limberg derechito a hundir su llanta delantera derecha en el hoyo. Sin soltar la funda con los encebollados, le hice gestos al conductor, un dedo al ojo a modo de advertencia y luego señalé al hoyo. Entendió de una, maniobró bien y lo esquivó. Debió advertir su tamaño, pues el veterano que conducía y su señora me hicieron gestos aspaventosos de agradecimiento por haberlos advertido, los que fueron debidamente correspondidos. Fue una típica escena guayaca: todo este jolgorio, sin nadie soltar su funda de encebollados ni salir de la comodidad de su aire acondicionado.

Con mi encebollado en la mano y haberle ahorrado a esa pareja una visita a la mecánica, me sentí un buen ciudadano. Pero a todos los que no lograron advertir el hoyo y no tuvieron la fortuna de que un buen samaritano se los haya advertido para evitarlo, no deberían albergar ninguna duda, ni esperar ninguna “indagación” del Municipio de Guayaquil, a fin de hacer responsable de la reparación de sus vehículos a dicho órgano del Estado, por estricta aplicación de la norma constitucional que dispone que “el Estado, sus delegatarios, concesionarios y toda persona que actúe en ejercicio de una potestad pública, estarán obligados a reparar las violaciones a los derechos de los particulares por la falta o deficiencia en la prestación de los servicios públicos…” (Art. 11. 9).

Pugna de poderes

18 de agosto de 2019


En el año 1979, son ya 40 años de esto, el Ecuador volvió a la democracia, período al que algunos querían que se lo conozca como “la decimoséptima república ecuatoriana”, puesto que nos regía la 17ava Constitución, votada por el pueblo en referéndum del 15 de agosto de 1978. Esta nueva Constitución buscaba un poder ejecutivo fuerte:

“Con un parlamento elegido en forma definitoria de la elección presidencial, la denominada segunda vuelta, se induce claramente al electorado a procurarle a ese Presidente de mayoría absoluta una legislatura alineada en el mandato popular predominante” (Alfredo Pinoargote, ‘La república de papel’, p. 119).
 
Y así ocurrió en el primer intento, en 1979. El Presidente Jaime Roldós tuvo a 47 diputados identificados con él: 32 de CFP (Concentración de Fuerzas Populares) y 15 de la ID (Izquierda Democrática), es decir, “más de las dos terceras partes de la Cámara Nacional de Representantes, la mayoría necesaria para instrumentar el cambio prometido al mandante soberano” (p. 119).

Parecía un escenario propicio, con un Presidente joven e idealista, Jaime “Seconal” Roldós, apoyado por un número suficiente de legisladores. Pero el autor al que seguimos en este punto, cuenta qué pasó en este Ecuador de la vuelta a la democracia:

“Sostenemos como verdad evidente e irrefutable que la pugna entre los poderes ejecutivo y legislativo es, en el Ecuador, de carácter histórico y permanente, sean quienes fueren sus protagonistas. No obstante, como la historia tiene sus propios actores, y cada capítulo los suyos propios, en la decimoséptima república ecuatoriana asumieron el respectivo liderazgo de esta pugnacidad recurrente Jaime Roldós Aguilera y Assad Bucaram. Antes hubo otros nombres, Rocafuerte y Flores, Velasco Ibarra y Martínez Mera, Arosemena Monroy y Velasco Ibarra, y muchos más” (p. 119).

Y esta pugna entre Assad Bucaram y Jaime Roldós “a la postre, esterilizó el más categórico pronunciamiento popular de la historia nacional” (p. 120), con la particularidad de que se trataba de una pugna que involucraba a tío y sobrino. Y la política ecuatoriana fue una vez más, lo que ha sido casi sin variante desde que nos regimos como Estado independiente en 1830: una incesante sucesión de gobiernos de pandilla.

Estos primeros pugnantes de la “décimo séptima república” murieron ambos en 1981. Jaime Roldós en un sospechoso “accidente” de aviación el 24 de mayo y Assad Bucaram de un infarto fulminante, el 5 de noviembre.

Gobiernos de pandilla

17 de agosto de 2019


Recomendación para el Gobierno actual, del 17 de agosto…

“Hagamos gobierno nacional y no administración de pillos, querido don [Lenin], pues son tantos los problemas nacionales que hay que resolver, y de tal entidad y carácter, que bien vale que todos los partidos políticos del Ecuador concurran a su despejo, por lo menos para que la responsabilidad sea común a todos, y alguna vez sea práctica la enunciación de la voluntad popular. Proceder de otro modo es hacer gobierno de pandilla; y ya es hora de que salgamos de la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones”.

... del 17 de agosto de 1911, que fue la fecha en que la escribió el periodista Manual de J. Calle (en su libro “Charlas de Ernesto Mora”) dirigido, no a Lenin pero a “Emilio”, que era Emilio Estrada Carmona, presidente del Ecuador durante unos meses del año 1911. Emilio Estrada murió de un infarto el 21 de diciembre de ese año. Al mes siguiente, ocurrió la “Hoguera Bárbara” (el Quito más gore).

Es decidor que lo que era un reclamo muy válido un día como hoy, pero de hace 108 años, pueda seguir siéndolo entraditos ya en el siglo XXI. Pero es que seguimos teniendo eso, casi exclusivamente eso: gobiernos de pandilla.

La venganza breve y el atroz final del abogado Quiroga

16 de agosto de 2019


A los 210 años de su célebre proclama panamericana

Manuel Rodríguez de Quiroga nació en La Plata, Alto Perú (actual Sucre, Bolivia) en 1771. La Corona de España nombró a su padre como Fiscal de la Audiencia de Quito; su hijo, aún pequeño, lo acompañó a este destino. Quiroga estudió derecho y empezó a ejercer con éxito la profesión, pero dado su carácter exaltado, las autoridades judiciales lo reprendieron en numerosas ocasiones y llegaron a suspenderle el ejercicio de la profesión. Y fue allí que el abogado Quiroga tomó ofensa.

Y no se cruzó de brazos. Aprovechó la crisis en Europa (la invasión española por las tropas napoleónicas) para conspirar contra las autoridades que lo habían ofendido y le impedían su derecho al trabajo. Participó en la que se llamó “Conspiración de Navidad”, celebrada el 25 de diciembre de 1808 en la Hacienda “El Obraje”, de propiedad del Marqués de Selva Alegre. Descubierta esta conspiración por una indiscreción del coronel Juan Salinas, el abogado Quiroga y otros conspiradores resultaron presos en el Convento de la Merced.

Por esas cosas de la vida (?), el juicio que se siguió contra estos conspiradores se perdió y el abogado Quiroga recuperó su libertad. Y volvió a la carga: fue uno de los principales de la que se conoció como “revolución de Quito”. En la casa de quien se dice que era su amante, Manuela Cañizares (de quien el historiador quiteño Carlos de la Torre Reyes dice que “sucumbió ante la varonil y talentosa personalidad del Dr. Rodríguez de Quiroga”) se conspiró en la noche del 9 de agosto de 1809. Al día siguiente, muy por la mañanita, el coronel Juan Salinas le fue a informar al Presidente de la Audiencia de Quito, Manuel Urriez, alias Conde Ruiz de Castilla, que estaba depuesto y que la ciudad de Quito y sus pintorescos alrededores pasaban a estar gobernados por una Junta Suprema de Gobierno, a la usanza de las juntas que se habían creado en la Península desde mayo de 1808.

En el Acta Constitutiva de la Junta Suprema de Gobierno de Quito del 10 de agosto de 1809*, cuyo declarado propósito fue “sosten[er] la pureza de la religión, los derechos del Rey, y los de la patria y ha[cer] guerra mortal a todos sus enemigos, principalmente franceses…”, al abogado Quiroga (“Manuel Quiroga”, se lee en dicha Acta) se lo nombró para el cargo de Ministro “de Gracia y Justicia” y, como tal, era un miembro nato de la nueva Junta Suprema de Gobierno, con un sueldo anual de dos mil pesos y un tratamiento de “Excelencia”.

Este fue el momento cumbre de su venganza. Quiroga había desplazado a sus enemigos: se había elevado desde los arrabales a los que lo habían orillado los abusos de las autoridades españolas, hasta encumbrarse a los más altos cargos de una naciente administración, con la que reemplazó a quienes habían abusado de él: era el Ministro de Justicia y un vocal de la Junta Suprema de Gobierno en Quito, su ciudad de acogida.

El 16 de agosto, hoy son 210 años, Manuel Quiroga escribió una “Proclama a los Pueblos de América”, con la que pretendió colocar a Quito a la vanguardia del conservadurismo americano. Allí avisaba que “[l]a sacrosanta ley de Jesucristo y el imperio de Fernando VII perseguido y desterrado de la península, han fijado su augusta mansión en Quito” y advertía que en la ciudad andina “no resuenan más que los tiernos y sagrados nombres de Dios, el rey y la patria”. También pintaba a la revolución de Quito en toda su supuesta gloria: “En una palabra, desapareció el despotismo y ha bajado de los cielos a ocupar su lugar la justicia”**, para concluir con una invocación a conspirar contra el enemigo común, “el enemigo devastador de la Europa”, el corso Napoleón Bonaparte:

“Pueblos del continente americano, favoreced nuestros santos designios, reunid vuestros esfuerzos al espíritu que nos inspira y nos inflama. Seamos unos, seamos felices y dichosos, y conspiremos unánimemente al individuo objeto de morir por Dios, por el Rey y la patria. Esta es nuestra divisa, esta será también la gloriosa herencia que dejemos a nuestra posteridad”.

En esta arenga panamericanista, el abogado Quiroga tuvo ocasión hasta de ponerlo a Quito como un gallito frente a Napoleón: “Quito insulta y desprecia su poder usurpado. Que pase los mares, si fuese capaz de tanto: aquí le espera un pueblo lleno de religión, de valor y de energía”. (Lo esperaban “llenos de religión”: ¡qué malvados!)

Este hombre pensaba enfrentar a Napoleón armado de religión. Tostado.

Lamentablemente, su bravata y buena fortuna a Quiroga le duraron muy poco. El nuevo régimen cayó pronto, a los dos meses y piquito: para el 24 de octubre de 1809, el depuesto Manuel Urriez, bajo su alias de Conde Ruiz de Castilla, volvió a ocupar el lugar de primacía que tenía antes del 10 de agosto y pasó a presidir la Junta que se había formado. Quiroga, como era lógico, pasó a perder su empleo y su rango de “Excelencia”.

Tras cuernos, palos: por un pleito que se le inició a raíz de la llegada de las tropas limeñas a Quito el 24 de noviembre de 1809, se encarceló al abogado Quiroga en una celda del Real Cuartel de Lima (a cuya entrada hoy se lee la falsedad esa de “Real Cuartel de la Audiencia de Quito” –cosa enteramente ficticia***), donde finalmente murió.

El 2 de agosto de 1810, el abogado Quiroga fue asesinado por las tropas limeñas del coronel Arredondo, las que habían sido enviadas desde el Perú a petición del Gobernador de Guayaquil, Bartolomé Cucalón. Aquel día, una fracción del pueblo quiteño luchó para rescatar a los que estaban presos en el Cuartel de Lima por los sucesos del 10 de agosto de 1809. Si bien la idea era noble, su ejecución fue chapucera: el plan les salió muy mal y sirvió de acicate para masacrar a los presos. Al abogado Manuel Rodríguez de Quiroga, por ejemplo, le atravesaron una espada, en presencia de sus dos hijitas y de una esclava embarazada, que quedó muerta a sus pies con el vientre abierto.

Pobre de Quiroga. Su venganza fue breve; su final, atroz.

* En ninguno de los documentos del 10 de agosto se usó la voz “independencia”. Y si estos hombres y Manuela pensaron en alguna, fue en independizarse del yugo que se les imponía desde el Virreinato de la Nueva Granada.
** Esto es una tremenda paja, nivel pastor evangélico.
*** El “Real de Quito” nunca fue el nombre de ese sitio: este nombre se lo ha inventado con posterioridad a los hechos, a fin de ajustarlos a una suerte de mediocre relato de tinte heroico-independentista, que jamás ocurrió.