Democracia corinthiana

27 de septiembre de 2008

Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, conocido simplemente como Sócrates, o como O Doutor, en virtud de la profesión cuyo estudio alternó con sus 404 goles, tenía según escribió Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra, “cuerpo de garza, altas piernas flaquísimas y pies pequeños que se cansaban fácil, pero era un maestro del taquito, y se daba el lujo de convertir penaltis con el talón”. Jugó en la selección brasileña de los mundiales de España 82 y México 86, pero yo lo recuerdo solamente en aquel mítico Mundial del 86 (el mundial del Diego) como aquel barbado centrocampista de la única selección de Brasil que ha despertado mis simpatías.

No me enteré sino hasta mucho después, mediante la lectura de un preciso artículo que publicó la revista Diners y la investigación que realicé para colgar un artículo en mi bitácora de internet que este sujeto de cortazariano aspecto es persona de profundo ideario democrático, cuyo ejemplo me interesa mucho porque defiende dos premisas que yo entiendo básicas para un concepto de buen gobierno: el respeto a la autonomía individual y la promoción del autogobierno colectivo. O Doutor Sócrates lideró una experiencia futbolera y política llamada democracia corinthiana, cuyo lema era “liberdade com responsabilidade” y que se puso en práctica en el equipo paulista Corinthians en tiempos de la dictadura militar brasileña (años 82 y 83).

La experiencia, en resumidas cuentas, es la que sigue: en el Corinthians de aquel entonces todo se decidía por consenso: la comida, la alineación, las contrataciones, las dimisiones, los momentos para entrenar; se eliminaron las concentraciones y se defendió con pasión futbolera el irrestricto respeto a todo aquello que los jugadores hicieran fuera de las canchas. Y lo mismo, para tomar todas estas decisiones, votaba el peor de los suplentes como el más linajudo de los directivos: la democracia corinthiana es un diáfano ejemplo de autogobierno colectivo y de respeto a la autonomía individual que, para probarnos que esos atributos no se riñen con la victoria, participó de la consecución del Corinthians de los campeonatos de los años 82 y 83 y de la elección de Sócrates como mejor jugador sudamericano de 1983.

Además, otros datos no menores: la economía del club era solvente (un superávit de 3’000.000 de cruzeiros, cosa inédita) y su contribución al debate sobre la democratización del régimen militar (mediante el uso de lemas en sus blancas camisetas como “Democracia”, “Direitas-Ja” o “Eu quero votar para Presidente”) fue notoria y es notable.

Resumiendo, no conozco palabras mejores para definir la democracia que las palabras del jugador de Corinthians Biro-Biro: “La democracia me hace aprender a respetar la diferencia sin jamás aceptar las desigualdades”. Como tampoco conozco mejores palabras para cerrar esta columna que celebra la democracia corinthiana que las palabras con las que Sócrates finaliza su libro Democracia Corinthiana: A Utopia em Jogo, escrito en conjunto con el periodista Ricardo Gozzi: “Conseguimos probarle al público que cualquier sociedad puede y debe ser igualitaria.Que podemos desprendernos de nuestros poderes y privilegios en procura del bien común. Que debemos estimular que todos se cohesionen y que pueda participar activamente de los designios de sus vidas. Que la opresión no es imbatible. Que la unión es fundamental para superar los obstáculos difíciles. Que una comunidad solo puede fructificar si respeta la voluntad de la mayoría de sus integrantes. Que es posible darse las manos”.

¡Grande O Doutor! Que así sea.

Cuernos

23 de septiembre de 2008

Seguí el consejo de Sabina y entre las casadas busqué mis amadas y de entre todos los maridos elegí “a ese infeliz que siempre está reunido y siempre de viaje” (Cuernos, track 8 de "Hotel, dulce hotel"). Ella era socia del Country Club y en un lunes de nadie, a inicios de la tarde, nos fuimos para allá. Entramos al baño de mujeres, un sitio amplio que ostenta unas caricaturas de jugadoras de golf en la pared de la entrada. Sonreímos al descubrir que una tía mía constaba en la nómina de jugadoras en grafito: era la tercera si contamos los cuadros desde la izquierda. Tiempo después, no muy lejos de mi tía, eyaculé. Salimos al aire fresco, almorzamos ligero, caminamos por los campos de golf. En el hoyo 17 nos echamos a la sombra de un árbol a sostener una placentera conversación sin rumbo. Miramos caer las hojas desde la copa de un ceibo. Este hecho, la situación en sí, eran el fiel reflejo de una plácida belleza. Corría, es lícito suponerlo, el mes de junio.

Eran tiempos del Cacao, ese bar de Jimmy Mendoza que inició todo aquello que hoy llaman, con cierta e inmerecida pompa, Zona Rosa. Allí la conocí una noche y desde aquel entonces nos dimos a la caza de no escasos amaneceres. Residía en una de esas ciudadelas que llaman, con cierta y merecida pompa, burbuja. La casa era de dos pisos y moderno y hermoso decorado. Recuerdo un libro sobre arquitectura de Buenos Aires en el centro de mesa, en la planta baja. Al principio yo entraba a la ciudadela siempre en plan camouflage; hacia el final, ya saludaba orondo y sonriente a los guardias. Ideamos una excusa, del tipo que yo era profesor de alguna materia que a ella le interesaba aprender. Su marido era un alto ejecutivo, de reuniones y propicios viajes al extranjero. Nuestra excusa funcionó: para variar, el marido me pagó buena plata durante los meses que duró nuestra relación.

El día del baño en el Country salimos con rumbo a su casa y para evitar entrar a la ciudad, tomamos la carretera para rodearla; creo que este sector se llama Daular. La carretera mira al río y el trayecto demora un poco pero el ritmo es constante y el paisaje es hermoso. Al amparo de Lou Reed podíamos decir que it was just being a perfect day. Escuchábamos a Tom Jobim, el track 3 de un disco que me regaló Claire (¿Qué será de Claire?): sonaba aguas de marco cuando tomamos una curva y el carro derrapó hacia la izquierda; ella soltó el volante que yo tomé para intentar enderezarlo. El carro se fue entonces hacia la derecha e impactamos un tráiler en una de sus enormes llantas, no una, sino dos veces. El impacto aminoró la velocidad y el vehículo se detuvo a un lado de la carretera. Los daños fueron menores, pero del susto teníamos el corazón en las manos. Y si el carro en vez de impactar contra las llantas del tráiler se acomodaba entre ellas, no quiero ni imaginarlo: esa muerte hubiera sido atroz. Cuando bajamos del carro, un subaru se dio vueltas de campana y casi nos atropella: quedó a unos tres metros de nosotros.

Lo comprendimos. Le habían echado cascajo a la carretera para asfaltarla y al tomar la curva, las llantas al contacto del cascajo, derrapaban sin excepción. Me pareció increíble que nadie, ni la empresa, ni ninguna autoridad, pudiera advertir con unos letreros de aquella reparación, y evitarnos los daños a terceros. Las autoridades rondaban esa esquina: la curva que cuento está a unos quinientos metros de un retén conjunto de la Policía Nacional, Comisión de Tránsito del Guayas y Policía Metropolitana que, para todos los efectos, sólo parecían existir para probar las dimensiones homéricas de su estupidez. Recuerdo que avanzamos un poco en el carro y avistamos unos obreros. Mi reacción fue bajarme del carro e increparlos: una reacción estúpida. Ellos, en definitiva, no tenían la culpa. Pero me pudo la indignación, hasta que uno de ellos levantó una pala: sólo ahí me sosegué. Les solté alguna frase más, me fui.

Seguimos otro poco y encontramos un agente de la Comisión de Tránsito del Guayas. Un sujeto obeso, con tranquila cara de idiota. Detuvimos el carro y bajé la ventana. Sosegado de mi anterior incursión a la diatriba, traté de explicarle lo que sucedía y que aquello podía provocar graves accidentes, ni se diga si se trata de carros grandes o tráilers. Aquí, el tipo me atajó: Los tráilers son demasiado pesados como para que derrapen. Pensé en la frase de Italo Svevo: Tienes razón, pero eres un imbécil. Me di cuenta que no tenía sentido, que la escasa racionalidad de este tipejo era devota de la corruptela y de las películas del 4. Mi amante, que no lo había dicho pero era extranjera, empezó a gritarle, fuera de sí. El tipejo nunca entendió. Mientras yo subía la ventana, le pedí que arranque, que no tenía sentido, que se calme. Arrancamos y anduvimos largo rato en silencio. Empecé a sentir un dolor de país. Sentí que la palabra “país” era excesiva para esta provincia de nadie. Sentí vergüenza de reconocer que aquel uniformado, que alguna forma idiota de institucionalidad representaba, era mi connacional. Sentí que ser ecuatoriano era mi castigo porque en vidas pasadas les abrí el gas a los niños judíos en Treblinka. Quise cambiar mi nacionalidad por la de un iraquí: de hecho, pensé en la apatridia, que Naciones Unidas combate con tanto afán en convenciones internacionales, como en una opción plausible. (Cioran, a quien tanto admiro, era apátrida y juzgaba que ésta era la condición propicia para la filosofía.) La miré y le dije: Te entiendo. Tú sí vienes de un país. Su mirada me respondió extrañada: lloraba. Yo no tenía ganas de explicarle lo que había dicho y sólo le sequé un par de lágrimas que se deslizaban por su mejilla derecha con mi mano izquierda, sin decirle nada. Estuvimos un largo rato en silencio. El accidente dañó el reproductor de música y no podíamos escuchar más a Tom Jobim.

Después de mi arranque de apatridia, conversamos del tema, lo agotamos y decidimos ponerlo aparte de nuestra relación: le aplicamos la terapia del sexo y de la risa. No tenía sentido discutir tanta estupidez: sabemos por Einstein que es infinita. Y sabíamos los dos, por experiencia propia, que la vida estaba en otra parte, en aquel sendero que de manera erótica y furtiva, ambos recorríamos.

Le debo a ella varias cosas. Una camiseta negra que utilicé para los 50 años de mamá, comprada en Sao Paulo y envuelta para regalo. Un disco de Tira Poeira y otro de Joyce e banda maluca. Las cuentas de decenas de restoranes exquisitos y de moteles de ocasión. Las llamadas de madrugada en busca de calor. Lo más importante: unos meses de honda belleza que siempre me avivan la nostalgia. Porque un día, en una huequita donde solíamos tomar café pasado, cerca del mercado que algunos dicen (y es mentira) que construyó Eiffel, me dijo que se marchaba, que la empresa trasladó al marido a un país vecino al suyo. Mierda.

La vi por última vez en el Hilton Colon. Había abandonado la casa y estaba hospedada sus últimos días en un cuarto del piso 9. Le quedaban tres días más, pero al día siguiente yo viajaba a México. Esa era nuestra última vez. No hicimos el triste o desaforado amor de los adioses porque estaba su marido. Me devolvió tres discos de bossa nova que le había prestado (se quedó con el de Jobim) y conversamos sin énfasis. Me despedí. Le estreché la mano al alto ejecutivo y ella me acompañó. Nos dimos un último magreo en el tránsito del ascensor a la planta baja. Llegamos, le dije suerte y buen viento, y empecé a caminar hacia la puerta giratoria del hotel sin volver la vista atrás.

El año pasado visité la ciudad donde ella vive o vivía. Tenía la ilusión de verla: la busqué en la guía, llamé a la operadora. El resultado fue siempre NS/NC. Mierda. Le perdí el rastro.

G: just in case, this one is for you.

Locombia

21 de septiembre de 2008

Recorrí el tramo La Haya-Rotterdam en una bicicleta que me prestó mi amiga Sasha Radin y vestido de camiseta tricolor (Miranda-Catalina de Rusia Design: “rubios tus cabellos, azules tus ojos, roja tu boca” dicen que le dijo este pariente lejano de Carlos Mata a la belleza eslava con corona). No recuerdo cuánto me tomó el viaje, acaso unas tres horas por un camino de prados y de vacas, de ligero sol sobre la campiña, de perfecta carretera con ruta para bicicleta. Llegué a Rotterdam, paseé por la ciudad, comí un Donner Kebab, dormí en el parque, me serví un mate, me tomé muy rica la tarde para volverme a La Haya mientras caía el sol.

Mientras pedaleaba mi camiseta llamaba la atención de jocosos holandeses que, por supuesto, no sólo porque no tenía el escudo (ni el actual ni el reformado de la Hermida, con ese galante cuy al asador) sino porque en el imaginario europeo, por tantas (buenas y santas y no tanto) razones, el tricolor es Colombia, muchos holandeses me saludaban al grito de Eh, Colombia. Yo, que adoro Colombia, respondía con gritos y gestos de cortés asentimiento. Hasta que un boreal, en una plaza de Rotterdam cerca de donde se tomó la foto que abajoubico, me gritó la palabra pepa: Eh, Locombia, me dijo. Este pana acertó.

De los países de Iberoamérica, que me los conozco casi todos los 21, hay tres que llevo en el corazón: México, Argentina y Colombia. En los últimos diez años de mi trashumante vida he viajado cada año al menos a uno de ellos, y en algunos años de exultante dicha, a los tres. Adoro Colombia porque, como conveníamos no hace mucho con un amigo español, es naturaleza expuesta: te ofrece lo mejor y lo peor, el abrazo más sincero y la puñalada trapera. Y a callejeros como uno, que buscan noches de golfos y de putas (sea dicho en el sentido filantrópico de la palabra) esta posibilidad nos encanta. Para regocijo particular, en Colombia he solido encontrarme con abrazos sinceros por doquier, con la amistad comme il faut. Y dato no menor, las colombianas son encantadoras y buenérrimas y con ese exquisito acento les permito que me mientan lo que quieran por el sólo placer de escucharlas. Después de todo yo también sé jugarme la boca, y de eso se trata.

En fin, todo este preámbulo porque hoy en vuelo regular de Avianca pisaré el cielo de Bogotá, circa 8 PM. Unas millas que buscaron redención porque sino caducaban y una amiga que formuló una invitación para su graduación de publicista en una universidad que ni me sé en una noche de risotto y vinos en su casa, son los simples y felices antecedentes de este viaje. Una semana en Bogotá y alrededores, amigos y amigas, noches de aguardiente y almuerzos de ajiaco. Sí, señores: ¡Se viene Locombia! Y siempre viene bien.












Presupuestos participativos

20 de septiembre de 2008

Ordené mi biblioteca en estos días y encontré el libro Presupuestos Participativos: Guía Didáctica (editado por Fundación Arias para la Paz y el Progreso Humano) que conseguí en Costa Rica en noviembre del año pasado. Revisé un correo electrónico de Raúl Farías, ilustrado lector que en el mes de mayo me instó a escribir sobre presupuestos participativos como modelo de “economía democrática” y me remitió información al respecto. Recordé que el artículo 100 numeral 3 del proyecto de nueva Constitución establece la elaboración de presupuestos participativos en todos los niveles de gobierno como un derecho de participación ciudadana. Estos antecedentes son las causas y azares que me condujeron a estas líneas sobre presupuesto participativo que pongo a consideración de ustedes.
El presupuesto participativo (en adelante, “PP”) es un mecanismo que propicia la intervención de los ciudadanos en las políticas que todo nivel de gobierno decida (aunque el enfoque principal suele hacérselo en municipalidades y otras entidades de menores dimensiones en razón de su cercanía a los ciudadanos) en particular en materia de inversión social. El PP permite que la ciudadanía conozca e incida en estas decisiones, en su implementación y su evaluación.
Un proceso de PP implica, según explica mi libro costarricense, el que mediante “la negociación y la concertación entre el gobierno local y la sociedad civil, se establezcan prioridades para el desarrollo planificado y estratégico del territorio. Promueve la participación de la ciudadanía en los asuntos públicos, impulsando el empoderamiento social y superando la desafección ciudadana por la política”. Las lógicas consecuencias de un proceso de PP son, entre otras, la creciente eliminación de prácticas clientelares, el estímulo a la solidaridad y la equidad entre los pobladores, la mejor información de los ciudadanos sobre el uso del presupuesto (o sea, de su dinero), el fomento de la corresponsabilidad, la institucionalización de planes de desarrollo, el otorgamiento de poder a los grupos tradicionalmente excluidos y la inclusión de los ciudadanos del ámbito rural.
Por cierto, el PP no es vana teoría. Se aplica en Porto Alegre (una ciudad brasileña de dimensiones similares a Guayaquil y por iniciativa de su Alcalde de aquel entonces, Olivio Dutra) desde 1989 y en otras 70 ciudades de Brasil. Se aplica en América Latina en municipios argentinos, uruguayos, bolivianos, peruanos, mexicanos, salvadoreños; no es difícil, por supuesto, añadir ejemplos europeos (en España, Portugal, Francia, Italia o Alemania, etcétera).
A manera de cierre: la autonomía, si se la toma en serio, no defiende tanto una mayor libertad administrativa para los municipios (en rigor, el concepto local de autonomía ninguna de las autoridades de esta ciudad que tanto lo reclaman se ha molestado en definirlo: de hecho, su tibieza –y soy concesivo con el adjetivo– conceptual lo denomina “autonomía al andar”) como sí defiende una mayor libertad para que los ciudadanos intervengamos en los términos arriba expuestos. O sea, una autonomía en serio incluye PP. El proyecto de nueva Constitución propicia los PP; para concretarlos la voluntad de las autoridades es necesaria. No será extraño que muchas de ellas, por razones de rancio autoritarismo, discrecionalidad cercana a la corrupción o simple ignorancia, contraríen su aplicación. Nos corresponderá entonces a los ciudadanos, en ejercicio de nuestros derechos, exigirles esta práctica de transparencia, real autonomía y auténtica democracia.

De pasquines y omisiones

19 de septiembre de 2008

Vivo en un barrio que otrora mereció llamarse pelucón y que hoy está en franca desbandada. Un dato no menor de mi esquinero edificio, para efectos de este post, es que se sitúa al frente de una estación de la Metrovía. Es, en efecto, no menor porque implica que todos los días el portero de mi edificio entrega en el departamento 13 los pasquines diarios que la Metrovía distribuye (la palabra pasquines es precisa: todo reemplazo o adjetivo que intente su redención sobra). En ocasiones me detengo a hojearlos porque me interesa conocer las simas a las que puede llegar la propaganda cuando se disfraza de trabajo periodístico; más todavía, me detengo a hojearlos porque en no pocas ocasiones su cerrada defensa del ideario municipal los conduce a exponerlo demasiado, a mostrarnos (a despecho de sus perennes intenciones laudatorias) aquellos momentos en que a las autoridades locales se les corre el maquillaje autonómico y libertario y exponen su auténtico rostro antidemocrático. Solo a manera de ejemplo, si no fuera por estos pasquines yo no habría conocido el penoso y autoritario concepto de diálogo que aplica el Alcalde Nebot: “yo digo y si quieren, ustedes escuchan”.

Hoy, uno de estos pasquines publica una interesante noticia bajo el titular “Metropolitanos”. Dice lo siguiente:

“Mediante un comunicado el director municipal de Justicia y Vigilancia, Andrés Roche, anunció que iniciarán acciones legales contra los ex empleados de la Policía Metropolitana que aseguran que los enfrentamientos sucedidos en la Universidad Católica “fueron gestados en el Cabildo”. “Es por demás mentira y tremendamente injurioso y falso que estos señores, que ya no son funcionarios municipales, puedan aseverar(lo)”, dice el documento. Agrega que al separar a estos elementos de la institución el Gobierno los utiliza para “fastidiar a la administración municipal”.

El pasquín reproduce las declaraciones de Andrés Roche en clara adherencia a la postura del municipio local. Eso es evidente porque el pasquín no menciona ni en esta edición ni en ediciones anteriores cuáles han sido esas declaraciones de los ex empleados (¿guardias?) de la Policía Metropolitana que motivan la respuesta de Roche y se limita sólo a exponer la posición del municipio y las acusaciones actuales (contra el Gobierno) y futuras y penales (contra los ex empleados de la Policía Metropolitana) que formula Roche. Pero lo que este pasquín hace de manera involuntaria es exponer al público lo que los otros medios de prensa, que se suponen tan comprometidos con la verdad, acallan.

Me tomé la molestia (porque neta que los periódicos locales parecen existir para justificar la frase de Wilde, “leer los periódicos es llegar a la convicción de que sólo lo ilegible sucede”) de leer toda la prensa local y dos periódicos de Quito. A los periódicos quiteños, que no mencionan el asunto, podría excusárselos sin dificultad. Pero los periódicos guayaquileños sí que no tienen excusa: ninguno de ellos menciona una sola palabra de este comunicado o de sus antecedentes. Ni el “primer diario público” del Ecuador, El Telégrafo, ni El Universo, ni el Expreso, ni el Extra. De la televisión no puedo dar fe porque mi relación con ese aparato es la misma que la de Groucho Marx (“I find television very educating. Every time somebody turns on the set, I go into the other room and read a book”). Pero en los medios escritos, y me atrevo a apostar que también en los televisivos, ninguno se ha molestado en reproducir o comentar el comunicado de Roche, ni mucho, mucho menos las opiniones de los ex empleados de la Policía Metropolitana, las que (es evidente) no merecen soslayo porque aseguran que el Municipio de Guayaquil es responsable(ustedes recordarán que Andrés Roche estuvo presente el día de los hechos y que su guardaespaldas o chofer –la versión varía según el medio de comunicación- pretendió quitarle al profesor Fabián Burbano la cámara con la que éste filmaba a aquel, v. acá) de los hechos que sucedieron en la Universidad Católica el sábado 16 de agosto (en calidad de gestor de los mismos) que tanto escándalo ocasionaron en la opinión pública. Pero hoy, a pesar de que es indudable que estos hechos merecen atención, sea para dilucidar si el Gobierno utiliza a estos ex empleados de la Policía Metropolitana para ataques falaces contra el Municipio de Guayaquil o si el Municipio de Guayaquil (vía Andrés Roche u otros funcionarios) tuvieron relación con la gestión de los hechos de aquel sábado, todos chitos: mutis por el foro. ¿Y el compromiso con la verdad? Bien, gracias.

En octubre de 2003 una de las mejores plumas que ha escrito en diario El Universo, Roberto Aguilar, escribió lo siguiente: “Cuando del Municipio de Guayaquil se trata, la TV olvida que su papel, en una democracia, es el de servir como mediadora, punto de encuentro y espacio de debate para tendencias diferentes”. Estas palabras de Aguilar se pueden también aplicar, sin problemas, a la prensa escrita. Porque ambas, TV y prensa escrita, sea por acción o por omisión –y más por lo segundo- confirman que las palabras de Aguilar –para desgracia de una sociedad con tan escasa capacidad autocrítica– mantienen su plena vigencia.

¡Es que ésa es, Brad Pis!

18 de septiembre de 2008

En los Estados Unidos de América las cortes supremas de los estados de Massachussetts (a partir del caso Goodridge v. Department of Public Health resuelto el 17 de mayo de 2005) y California (a partir del caso In re Marriage Cases resuelto el 15 de mayo de 2008) declararon que el matrimonio de las personas del mismo sexo es legal. La resolución de la Corte Suprema del Estado de California ha provocado una iniciativa para incluir en las elecciones para Presidente de noviembre próximo una propuesta de revocatoria de esta decisión de la Corte Suprema. Esta propuesta se la conoce como Propuesta 8.

En la tarde me dispuse a revisar mi correo electrónico y el titular de una noticia en el portal de Yahoo! me llamó la atención: “Pitt dona dinero en apoyo al matrimonio gay”. Revisé la noticia y ésta refiere que el actor Brad Pitt (en castellano de la península ibérica Pis, tal como lo canta Joaquín Sabina en el Medias Negras de su Nos sobran los motivos) donó 100.o00 dólares para luchar en contra de esta Propuesta 8. La noticia afirma que Brad Pitt declaró sus razones para realizar esta donación en los siguientes cabales términos:

“Porque nadie tiene el derecho a negarle a otro su vida, aún cuando no estén de acuerdo, porque todos tienen el derecho de vivir su vida como deseen si no le causan daño a nadie y porque la discriminación no tiene lugar en Estados Unidos, mi voto es a favor de la igualdad y contra la Propuesta 8”.

¡Es que ésa es, Brad Pis! Si al menos tanto tonto que anda suelto se lo pensara un poquito, acaso podría llegar a darse cuenta de que siendo como es el matrimonio de parejas homosexuales un acto que convienen dos adultos, los terceros no tienen sino la obligación de respetar esta convención. Quienes se le oponen actúan como si la legalización del matrimonio de parejas homosexuales obligara a los heterosexuales a casarse con personas de su mismo sexo o como individuos a quienes los actos privados de otros les arruinan el estrecho concepto de sociedad que ellos suponen que todos deberíamos aceptar como bueno. Es evidente que estos “argumentos” son discriminatorios y que no resisten las críticas que se les pueden formular desde una perspectiva liberal como ésta que, en tan sencillas y sensatas palabras, suscribó Brad Pis.

La recuperación semanal de la infancia


Todos los miércoles mi abuela recibe a una porción de sus nietos para almorzar. Los miércoles es fecha precisa: suele coincidir con partidos de fútbol; más precisa todavía: suele coincidir con los partidos de la Champions League. Los primos almorzamos, tenemos nuestra breve y risueña sobremesa, y nos vamos pa’ arriba al cuarto a ver el fut.

En esos felices años ochenta de mi niñez el fútbol, salvo la Copa Libertadores, la final de la Intercontinental y algún partido de alguna liga europea (en el que jugaban clásicos como la Migajita Littbarski y el Poroto Hassler) o argentina, era asunto local. Muchas de mis emociones de niñez se originaron en la tribuna del Modelo: hubo no pocas lágrimas de derrota; hubo muchas alegrías de victoria. Javier Marías afirma que el fútbol es “la recuperación semanal de la infancia” y es certero. Ahora que la mayoría de mis emociones provienen de torneos como la Champions u otros campeonatos y ligas internacionales (porque hay que hacerse cargo: la belleza de este fútbol, su calidad y técnica, son muy superiores a las que ofrece el torneo local) mi único anhelo es que las emociones que me provoquen me permitan recuperar esos instantes de mi infancia vestida de amarillo y agarrado a los tubos de la tribuna de El Coloso de las Américas.

Varias son las cosas que conspiran para este abandono del torneo local (que, por supuesto, nunca es total porque, pésenos lo que nos pese, en sus canchas se juega no la calidad sino el sentimiento y la fidelidad a una memoria compartida) y que propician esta mirada hacia lo extranjero: como escribí antes, la principal razón es la superior belleza, la mejor calidad y técnica; quiero no omitir, sin embargo, otras razones como la trinca y la mala índole de los jugadores, lo patética y corrupta de la dirigencia y lo prejuiciosos, necios y torpes (cuya torpeza incluye sus vastas y bastas incorrecciones gramaticales) que son los periodistas. Excepciones, por supuesto, las hay; y también el fútbol que hoy admiro, no me llamo a engaño, comparte (en mayor o menor medida) estos tres tristes atributos. Su sensible ventaja sobre el fútbol local es que no tengo ocasión de percibirlo porque me reservo a disfrutar sus 90 minutos de juego. O, justo es decirlo, casi no la tengo: porque ESPN, canal que transmite la Champions, no se salva del periodismo berreta: tiene a este plenipotenciario de los lugares comunes, este paladín cordobés de la languidez verbal y la pobreza de ideas, Mario Alberto Kempes. Este sujeto desespera a la peña y la reacción normal de un espectador sensato es reírse para no llorar. ¡Piedad, pinche Matador: ya cabréate!

En todo caso, hoy la Champions mostró la ostensible diferencia con el fútbol local en el partido en el que el actual campeón, el Manchester United, enfrentó al Villarreal en Old Trafford. No hay, para mí, opción para no irle al Villarreal: no tanto por la obvia afinidad de colores sino porque toma como himno de su club el Yellow Submarine. Un equipo que tiene este detalle goza de toda mi solidaridad y gana mi fidelidad a su causa. Hoy el Villarreal jugó un partido notable y elaboró una jugada colectiva (con pase magistral de Santi Cazorla) que terminó con un taquito del Guille Franco al poste: estuvo a punto de convertirse en uno de los goles más hermosos que yo haya visto en los últimos tiempos y me emocioné como niño con esta jugada. Al final el 0-0 fue un marcador austero para un partido que derrochó tanta dinamia y belleza.

Lo dicho, empezó la Champions. La recuperación semanal de mi infancia ya tengo quien me la sirva.

La profecía que se autocumple

17 de septiembre de 2008

Mi columna Constitución, Drogas y Autonomía que se publicó en diario El Universo y en esta bitácora el sábado 6 de setiembre produjo críticas que resumo sin pérdida en que los consumidores de drogas son delincuentes porque “asaltan y si [uno] se resiste lo pueden fácilmente matar” y que mi postura incentiva el tráfico de las drogas porque “se produce una cadena de delitos como producción, comercialización, enriquecimiento ilícito, asesinatos, corrupción”.

En principio, yo no discuto que personas consumidoras de drogas cometan delitos. Esta constatación, sin embargo, no puede desconocer dos realidades: 1) no todos los consumidores de drogas, sino una minoría, son los que cometen esos delitos. El que esa minoría los cometa no justifica, por supuesto, la criminalización del consumo en general; 2) los delitos que se cometen bajo la influencia del alcohol son mucho más numerosos que los que se cometen bajo la influencia de las drogas. Y sin embargo…

Pero a mayor y necesario abundamiento, la mejor respuesta para estas críticas que se formularon a mi columna la argumentó en su artículo “Drogas, derecho y democracia” el inmenso jurista colombiano Rodrigo Uprimny Yépez cuando describe lo que él denomina la “profecía que se autocumple”, en los siguientes cabales términos:

“… el discur­so prohibicionista tiene la diabó­lica virtud de operar como una suerte de profecía que se autocumple: su puesta en ejecu­ción crea socialmente las premi­sas de las cuales parte. Así por ejemplo, el prohibicionismo consi­dera que todo uso es abuso y lleva indefec­tiblemente al deterioro físico y síquico del consumi­dor; por eso recomienda prohibir todo consumo. Al hacerlo, margina a los usuarios, quienes obligados a vivir en la ilegalidad y en la exclu­sión, es posible que sufran deterioros síquicos y físicos importan­tes, lo cual refuerza la premisa de partida del prohibicio­nista, según la cual todo uso de esas sustancias prohibidas es abuso y deteriora invariablemente al consumidor. La opinión pública queda entonces convencida de esa premisa, a pesar de que ella es falsa, pues no todo uso es un abuso, como lo muestra la diferencia que existe entre un alcohólico y un consumidor social de licor”. Y continúa Uprimny con la afirmación de que una vez que se consolida esta macabra estrategia, “el adicto es representado como el elemento dinamizador de la actividad de las organizaciones criminales. La ‘guerra a las drogas’ adquiere entonces el sabor de una cruzada por la salvación de la humanidad, frente a la cual no pueden existir críticos sino tan sólo herejes y traidores”. De hecho, así lo creen los críticos de mi columna del 6 de este mes. Rodrigo Uprimny les prueba, con la solvencia que lo caracteriza, que están en un error.

A manera de bonus track les cuelgo esta entrevista a Luigi Ferrajoli en que el jurista italiano se explaya sobre éste y otros tópicos. Viene muy bien como complemento para pensar estas ideas con profundidad y detalle, y no desde los errados prejuicios de quienes creen conocer cómo son los otros y cómo controlarlos.

Una noche de lunes

16 de septiembre de 2008

Debo a la feliz conjunción de dos aeropuertos la felicidad de la noche de un lunes. El primero, el Benito Juárez de Ciudad de México, en el que una persuasiva empleada me convenció, sin aparente dificultad, de la necesaria compra de tres botellas de tequila reposado al precio de dos. A todas esas botellas les concedí competente participación en lúdicas noches de braguitas de quitaipón; fueron los saldos de la segunda los que se ofrendaron el lunes de mi evocación. El segundo aeropuerto es el Ezeiza de Buenos Aires, donde la madrugada a la espera del avión que me condujo a Sao Paulo me compré varios libros, entre ellos, el Textos Recobrados (1931-1955) de Jorge Luis Borges, el que según nos lo advierte el editor en su primera página “reúne los escritos de Jorge Luis Borges dispersos en diarios y revistas que quedaron sin publicar en las Obras Completas, en Borges en Sur y en Borges en El Hogar” y “los prólogos del período, realizados para libros de otros autores, que no habían sido recogidos aún”. El editor debería en verdad denominarse las editoras porque la edición la cuidan Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi.

Vuelvo a ese lunes de fraterna y sencilla felicidad en el que los saldos del tequila rendían sus últimos shots. Recuerdo que estábamos en la cocina del departamento del Curro, con él, con mi querida gringa Rachel y con dos amigos de seguro abrazo, y que yo leía, en esos días, el libro de Borges que compré en Ezeiza. Lo saqué, lo puse sobre la mesa y empecé a leerles el siguiente fragmento:

“Es opinión general (o quejumbre mecánica general) que los hombres de las diversas Américas no nos conocemos bastante. Si omitimos de esas Américas la del Norte (que puede enseñarnos mucho o aun todo, así por errores como por aciertos), pienso estrictamente lo contrario. Pienso que infinitamente nos parecemos, con escasas y míseras variantes de color local, y que un conocimiento intensivo sería como esos trabajosos velorios que nos infieren el incómodo trato de aciagos primos derrotados por la urticaria o de pálidas tías que viven a la espera del escorbuto”.

A este párrafo ni le sobran ni le faltan adjetivos: los aciagos primos y las pálidas tías padecen la irónica y clásica precisión borgiana. Seguimos la lectura de fragmentos de otros textos como el célebre, “Yo, judío” (que empieza, “Como los drusos, como la luna, como la muerte, como la semana que viene, el pasado remoto es de aquellas cosas que puede enriquecer la ignorancia –que se alimentan sobre todo de la ignorancia. Es infinitamente plástico y agradable, mucho más servicial que el porvenir y mucho menos exigente de esfuerzos. Es la estación famosa y predilecta de las mitologías”) o la conocida “Historia de los dos reyes y los dos laberintos” (que concluye, “En Babilonia me quisiste perder en un laberinto con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir ni puertas que forzar ni fatigosas galerías que recorrer ni muros que te veden el paso. Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto. La gloria sea con Aquel que no muere”) que se publicaría después en El Aleph. Disfrutamos y comentamos esas lecturas y las brindamos con devoción y a los gritos, como si de la fundación de una Patria se trataba. Es certero que el tequila contribuyó a la intensidad de este momento feliz de literatura y amistad.

Ladridos a la sombra de un león

13 de septiembre de 2008

Que yo, nocturno de trabajos, lecturas o bares, me despierte antes de las nueve de la mañana es muy improbable. Sé que este detalle de mi biografía me obliga a perdérmelo a Carlos Vera, que es como perderse el mero epicentro de los terremotos políticos de este país o las lecciones de la madre abnegada que les prepara las loncheras a los niños de la política local. Pero lo siento, no puedo evitarlo: casi nunca duermo antes de las 02:00 AM, sea que esté frente a un monitor con un alegato o un informe, en mi hamaca o en mi cama con un libro por trabajo o por placer, o en ronda de bares.

Pero el jueves fue un día especial para mis horarios matutinos: me desperté antes de las 07h00 AM porque empecé a dictar clases de “Justicia Social” en la Universidad Católica y el horario es de 08h00 a 10h00. En pie circa 07h00, duchazo y pedaleo desde mi casa hasta la UCSG. Pero antes de pedalear entré a despedirme de mi abuela, que sí mira el programa de Vera. De repente, escuché esa ruidosa ruindad vocinglera: Carlos Vera entrevistaba al conocido ex presentador de noticias deportivas Alfonso Pocho Harb, quien ensayaba una defensa de las acusaciones que la Comisión de la Verdad le imputa a León Febres-Cordero. Me retrasó un tanto escucharle sus sandeces, pero no pude evitarlo.

León Febres-Cordero es un sujeto que sugiere muchos predicados pero ninguno podrá desconocerle su inteligencia para leer los acontecimientos políticos. Lo prueba, entre otras cosas, el que haya sabido retirarse a tiempo al ostracismo y el que hoy, que la Comisión de la Verdad lo pone en la picota porque investiga los actos de terrorismo de Estado que se cometieron en su período de Gobierno, él mismo no se defienda de esas acusaciones, si no que mande (permítaseme la metáfora animal) este león a sus perros para que ladren en su defensa. Pocho Harb es uno de sus perros más conspicuos y escandalosos. Ese jueves que entré al cuarto de mi abuela Harb ladraba con particular fiereza y estulticia.

Pero abandonemos un rato la metáfora animal e intentemos pensar en Pocho como una persona que emite criterios. Yo criticaré los que pretendió emitir ese mañana de jueves. Al efecto, conseguí la grabación de su entrevista, transcribo la mayor parte de sus 5:10 minutos e intercalo mis comentarios.

Harb: “Mire, yo lo que le digo a esa Comisión de la Verdad, más allá de John Maldonado, ¿por qué no se investigan cosas que pasaron también y que fueron absolutamente graves y que por supuesto no levantan los brazos? Por ejemplo, en el tema de Taura […]

Comentario: 

Ummm, ¿“Pasaron también”? Pocho no empieza con pie derecho su entrevista. No sólo comete el revelador gazapo de decir “también” sino que equivoca el argumento porque referir que la Comisión de la Verdad debe investigar los hechos de Taura nada predica en relación con todos los otros casos (un total de 427) que investiga la Comisión de la Verdad.

Vera: [Interrumpe] “Dos errores no hacen un acierto, eso no borra el hecho de que hubo tortura y torturadores en el Gobierno de León Febres-Cordero”.
Harb: “¿quién ha acusado a alguien de haber ordenado la tortura? No se atrevieron a decirlo porque saben que al momento que lo hagan y que no lo puedan probar, porque no lo van a poder probar”
Vera: [Interrumpe y cita las acusaciones de Acosta y de Juan Cuvi, quien inculpó a Jaime Nebot en estos hechos]
Harb: “Todos ellos fueron guerrilleros y todos ellos originaron el mal en el pasado. Y la prueba de la conexión política que hay entre esta Comisión de la Verdad y el Gobierno del Presidente Correa es que ni bien terminó de abrir la boca la señora Monge, y salió el Ministro de Defensa a decir hemos vivido momentos desgarradores en el pasado identificados con el Gobierno socialcristiano […] Sí señor Ponce vivimos momentos desgarradores en el pasado […] Aquí está la lista de todos los asaltos a los bancos, a los cuarteles militares, a las personas, secuestros y muertes”.
Vera: [Interrumpe] “¿Y qué, los guerrilleros por ser guerrilleros no tienen derechos humanos?”.  

Harb: “Claro que tienen derechos humanos”.

Comentario: 

No me extenderé, en este momento, en argumentar el por qué la sociedad civil de este país no reclamó (como sí se hizo en otras países de la región, en particular en Chile y Argentina) por estas violaciones a los derechos humanos originadas en actos de terrorismo de Estado. En todo caso, esa inercia no sucedió porque esos hechos no podrían probarse, como señala Harb. Destacaré un par de razones no menores de esa inercia: la desconfianza en un sistema judicial politizado que serví, en particular, a los intereses del partido político de León Febres-Cordero y el temor a las represalias que podría producirles a los demandantes el inicio de esas causas. Precisamente la existencia de un Informe de la Comisión de la Verdad tiene el propósito de servir como un fundamento sólido para eludir esos obstáculos e iniciar las acciones penales contra los autores, cómplices y encubridores de estos crímenes de lesa humanidad.

Luego Harb quiere extenderse en un tópico: “ellos fueron guerrilleros y originaron el mal”. Pero Vera lo ataja para hacerlo admitir que el hecho de que esas personas que fueron torturadas o ejecutadas extrajudicialmente hayan sido guerrilleros no implica que el Estado no tenía la obligación de respetarles sus derechos humanos. En este punto, es justo admitir que Harb evoluciona la criminal doctrina de Febres-Cordero, para quien “Los derechos humanos son absolutamente respetables en este país, para quienes viven dentro de la ley” (frase dicha en su condición de Presidente de la República, unos días después del desenlace del secuestro de Nahím Isaías). Esa frase, en limpio, significa que para Febres-Cordero, todos quienes viven fuera de la ley (delincuentes o guerrilleros, etc.) carecen de derechos humanos. Esta diferencia entre Febres-Cordero y Harb (pues ahora ni tan siquiera el perro de sus recados defiende la postura que él sostuvo en su período de gobierno) debe entenderse como una razón adicional (en la medida en que hoy no existe duda para nadie que entienda un concepto mínimo de democracia que los derechos humanos les corresponden a todas las personas por el sólo hecho de serlo y que el Estado tiene la obligación de respetarlos en todos los casos) para justificar las investigaciones de la Comisión de la Verdad.

Entremos a analizar las justificaciones prácticas que esgrime Harb:

Harb: “[…] y voy a demostrar que sí se aplicaron los derechos humanos. En este mismo excelente reportaje de Carlos Jijón […] así se trataba, Carlos, a los subversivos después del combate, cuando salían heridos se los llevaba a un hospital, no a torturarlos”
Vera: [Interrumpe y afirma que antes les quebraban las piernas como sucedió en el caso de Juan Carlos Acosta]
Harb: “Perdóneme, aquí está una foto, lo de Acosta nadie lo ha comprobado, aquí está la foto de que se iban a un hospital a recibir tratamiento médico, como aquí está la foto, de este grupo de montonera Patria Libre que secuestró al señor Echeverría, presentados a la prensa, sin ningún signo de tortura. […]

Comentario: 

Este argumento de Harb es digno de un escolar cuya capacidad de razonamiento deriva de la comprensión del Nacho lee. Harb quiere probarnos que un total de 427 casos bajo investigación por la Comisión de la Verdad carecen de sentido porque los derechos humanos “sí se aplicaron” en razón de dos fotografías que publicó un artículo de Vistazo de 1985. No insistiré: este “argumento” es muy tonto y muy absurdo. Y cuando Vera lo interrumpe y le recuerda el caso de Juan Carlos Acosta todo lo que Harb atina a decir es “lo de Acosta nadie lo ha comprobado” (ummm, ¡precisamente para eso existe la Comisión de la Verdad, gil!). En conclusión, para Harb lo que no está en las fotos “nadie lo ha comprobado” y las fotos demuestran “que sí se aplicaron los derechos humanos”. Este sujeto es patético.

Harb continúa:

Harb: “… Ahora, que eventual o excepcionalmente, algún militar o algún policía, totalmente a espaldas del Gobierno haya cometido un acto de estos lamentables, por supuesto que tiene que ser condenado, o, ya fueron condenados, por ejemplo en el caso de los Restrepo, todos los policías que estuvieron involucrados fueron procesados y condenados penalmente y hasta el señor Restrepo recibió una indemnización”.

Comentario:
La referencia de Pocho de que esos actos “ya fueron condenados” con cita de un solo caso es falaz y torpe. Lo es todavía más, cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (entidad a la que él hace referencia, acaso sin saberlo, cuando menciona la indemnización que recibió Pedro Restrepo) desbarata su afirmación en el Informe No 99/00 del Caso Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo Arismendy cuando reconoce que “el proceso judicial interno estuvo caracterizado por demoras injustificadas, tecnicismos a ultranza, ineficiencia y denegación de justicia”. ¿Pochojusticia?

Continúa el diálogo:

Vera: [Interrumpe] “Faltan los autores intelectuales de ese crimen”.
Harb: “¿Y quiénes son los autores intelectuales?”
Vera: “Eso es lo que hay que investigar”.
Harb: ¿Y por qué se lo tiene que meter la culpa a Febres-Cordero”.
Vera: “Porque fue en ese período de Gobierno”
Harb: ¿Y, qué tiene que ver eso?,
Vera: “El Estado responde de lo que hacen sus fuerzas policiales”
Harb: “A ver perdóneme una cosa, si mañana un policía mata en un cabaret a un ciudadano usted no tiene por qué meterle la culpa al policía [sic], pues”
Vera: “Ni esa es una muerte cualquiera, ni ese era un estado de represión cualquiera, ni la Policía se tomaba atribuciones así sin consultar al Ministro de Gobierno o al Presidente de la República”
Harb: “Pero usted tampoco puede confirmar que eso ocurría así, porque también esas mazmorras, esos centros de tortura, usted no puede decir que se los construyeron en la época de Febres-Cordero, recuerde que veníamos de una dictadura militar algunos años atrás.

Comentario: 

El ejemplo de Harb (en el que comete un nuevo gazapo porque dice “policía”en vez de decir “Presidente”) no rebate el que en el gobierno de Febres-Cordero haya sido política de Estado el combate al terrorismo (que la derecha aliada a los socialcristianos no suele esconder sino admirar). Harb pretende salirse por la tangente con este argumento absurdo de que “esas mazmorras, esos centros de tortura” (nótese que reconoce su existencia) no pude decirse “que se los construyeron en la época de Febres-Cordero”. El detalle de quien construyó esas mazmorras y centros de tortura es indiferente para efectos de acusar a aquellos que (con independencia del período en que lo hayan hecho) las utilizaron. Harb formula un argumento tan torpe que nunca rebate que se hayan podido utilizar en la época de Febres-Cordero esas mazmorras y centros de tortura: solamente afirma su sospecha de que en ese período no se construyeron. 

Pobre Harb. Sus palabras son llenas de insondable nada, que diría Borges. Ladridos a la sombra de un león. 

Ecuador, 1852

En 1852, a raíz de la derrota del caudillo Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros y en un lapso de solo dos semanas, Juan Bautista Alberdi escribió su célebre texto Bases, de probada influencia para la redacción de la Constitución argentina de 1853. En esta obra, Alberdi entiende que las libertades civiles se resuelven en libertades económicas a cuyo número pertenecen las “de adquirir, enajenar, trabajar, navegar, comerciar, transitar y ejercer toda industria” y desprecia las libertades políticas, a las que denomina “instrumento de inquietud y de ambición” e impropias “para pueblos que solo saben emplearlas en crear sus propios tiranos”.

Es curioso constatar que este ideario de Alberdi (acaso sin conocerlo) tiene plena vigencia en nuestra sociedad. Anticipo que no es difícil suponer un importante número de argumentos para criticar el proyecto de nueva Constitución (y justo es reconocer, asimismo, que varios columnistas han formulado lúcidos análisis al respecto). Sin embargo, una buen parte de los hacedores de opinión pública que lo critican se entretienen en referirnos cosas tales como que este no es devoto de la protección a las libertades económicas y que defiende en demasía esas libertades civiles y de participación que no corresponde defender o que no son útiles para el desarrollo.

Entrémosle a las libertades civiles. El proyecto de nueva Constitución ha exacerbado el conservadurismo de cierta oposición (abanderado, en buena medida, por las iglesias católica y evangélica) que sostiene que en la sociedad ecuatoriana no corresponde defender las libertades civiles que otras sociedades han adoptado (la mayoría de ellas del primer mundo el que, curiosamente, en materia de economía casi siempre es ejemplar pero en materia de moral casi nunca, y también de no pocos países de la región) como las libertades de la unión homosexual, de consumir sustancias estupefacientes y psicotrópicas y de abortar: en pocas palabras, una oposición reaccionaria.

En materia de participación: en tiempos de Alberdi (cuyo ideario participa del racismo), sus palabras en contra de la participación de los ciudadanos en la administración pública no eran extrañas. Hoy serían, simplemente, impresentables. Puede entonces que no sea accidental (porque sobre este hecho no pueden construirse esos enjundiosos discursos morales) que esta oposición eluda cualquier referencia a la participación de los ciudadanos en el proyecto de nueva Constitución: porque no lo pueden criticar en los términos de Alberdi pero tampoco pueden reconocérsele sus bondades, tiene la palabra el silencio.

Finalmente, en materia de libertades económicas: en los tiempos de Alberdi la Constitución postulaba un Estado liberal de derecho: los agentes económicos actuaban libremente y procuraban por sí mismos la protección de sus derechos. Este diseño institucional pertenece al siglo XIX y sus consecuencias son de sobra conocidas. En las sociedades contemporáneas, cuyos estados sociales de derecho garantizan derechos económicos y sociales a sus ciudadanos, se requiere la intervención del Estado para asegurarles a estos el cumplimiento de esos derechos que la propia Constitución garantiza. El ideario de las libertades económicas a ultranza padece alrededor de siglo y medio de retraso.

Que la ideología de una importante porción de la oposición se corresponda con el ideario de un libro que este mes de mayo cumplió 156 años debería llamarnos mucho la atención. Y si somos conscientes, incluso, debería entristecernos un poco.

Ochentas: licores y gatos azules

11 de septiembre de 2008

Los otros días en casa de la Isa (a quien le debo todos los detalles de esta bitácora y que bendita sea) en YouTube (que si Internet es Dios y Google su profeta, YouTube ya ocupa rango de arcángel) nos entretuvimos largo rato con videos musicales de los ochentas. En YouTube está colgado por partes “las 100 canciones + grandiosas de los ochentas en español” un especial que entrevista a viejas glorias de la canción ochentera que se dedican al dudoso ejercicio de la nostalgia y la notoria ostentación del sobrepeso (el especial es mexicano: no en vano el vencedor es Luis Miguel con La Incondicional: vomitivo). Pero la ubicación en el ránking no es lo importante sino el chistoso camino que se recorre hasta el top del mismo: aparecen todos esos personajes de época, con esos fachecos y esos peinados. Isa y yo éramos tan muertos de la risa como asustados: ¡casi nos sabíamos todas las pinches canciones! Bueno, eso es punto y aparte: las letras. Si las piensas un poquito te duele la panza de tanto reírte. Recuerdo que la Isa y yo fabulamos la posibilidad de crear un diálogo a retazos entre Bukowski (extraído de sus novelas y en rol de macho dominante) y Amanda Miguel (extraído de sus canciones y en rol de hembra sometida): sería todo un delirio. Ojalá las diosas (que suelen pasar de mí e irse también con El Nano) me concedan el tiempo necesario para acometerlo.

Ahora, la razón de este post es doble: la primera es incentivar a la banda a quien se le ha extendido la invitación para la fiesta de este sábado en mi departamento playero, tan felizmente titulada por Fernando Ampuero (alias, “La niñez de Jaime Araque”) como “Licor y música para planchar” (a contrario de esos imitadores porteños de The Cure e in memóriam de las empleadas que cantaban en los cuartos de atrás “Atrévete”, ese éxito de ese gran ícono ochentero llamado Carlos Mata –quien, como dato curioso, tiene una canción a dúo con Joaquín Sabina, “Más me hubiera valido” –el coro dice: “más me hubiera valido / haberle hecho caso / a tu marido”, ja) a que en razón de toda esta riqueza musical no tienen excusa alguna, estos ilustres invitados, para faltar: tengo la certeza de que entre cubas, parrillada y piscinazo, nos reiremos demasiado. Eso sí: la casa invita los cuartos y la hospitalidad de la misma, la música de fondo para una fiesta animada, el agua de la piscina (si se arriesgan, el agua del mar: pero es Mar Bravo), dos botellas y unos chorizos. En otras palabras, la fiesta es de traje (traje esto para comer y esto para beber: sírvanse).

La segunda razón es zanjar una deuda pendiente con unos ojos luminosos que habitan temporales en el extranjero, con quien discutimos qué coño quería decir el buen Roberto Carlos con esa canción de “El gato que está triste y azul” porque es evidente que, salvo que Roberto Carlos se refiera a Benito el gato petiso de Don Gato, la oración carece de todo sentido. Tenía que tener alguna lógica y ya doy por cumplido mi compromiso de averiguarla, con cita de "La Punta de la Lengua: Críticas con Humor sobre el Idioma y el Diccionario", de autoría de Álex Grijelmo (Pág. 100):

“Roberto Carlos (el cantante) nos cuenta en una canción que un gato está triste y azul. Que un gato esté triste puede ser; pero lo de azul ya suena raro. Raro como un perro verde. Alguno habrá azul, no digo lo contrario, pero no me negarán que habrá que mirarlo dos veces para creerlo.
Blue en inglés significa ‘azul’ pero también ‘triste’. Pensé primero que tal vez ese doble sentido del inglés tuviese relación con el sinsentido en español. Y que por eso quizás la canción explicaba que el gato está triste y triste. O sea, tristísimo.
Pero no: la versión original se escribió en italiano para el festival de San Remo, y allí la interpretó Roberto Carlos en los años setenta (y no quedó ni finalista, por cierto). Se llamó Il catto nel blu, lo que se puede traducir como ‘el gato en el cielo’. Y ahí el gato no es azul, sino que se le supone recortado en su silueta sobre un tejado. El traductor del español hizo tal chapuza que hasta la frase ‘la prima clara de primavera’ (‘la primera luz de la primavera’) se canta en español como ‘lágrima clara de primavera’, lo cual, como lo del gato azul, no quiere decir nada por mucho ímpetu metafórico que le echemos”.

Lleva razón Grijelmo. La verdad que Roberto Carlos (o mejor dicho, su traductor) está tostado el man. Neta.

Funny thing 'bout Europe

10 de septiembre de 2008

"You know the funny thing 'bout Europe is? Its little differences". Esta línea es parte de la secuencia Royale with Chesse de la mítica Pulp Fiction. La recordé hoy en la mañana cuando revisé mi bandeja de correo y entre los mensajes para leer tenía uno de una abogada holandesa que estará en el país en el mes de enero y en Guayaquil en la tercera semana de ese mes. Por X razones que no viene al caso explicar, ella tiene interés en conversar conmigo.

Le respondí de inmediato y, no podía menos, le dije que sí y le pasé mis números de móvil y de casa. Pero, ummm, yo no tengo certeza alguna de que estaré en el país en enero ("feliz, ergo sin futuro", decía el cronopio Cortázar); es mera y latina cortesía (muchas veces el preámbulo para el incumplimiento de nuestras responsabilidades) la razón por la que no podía yo decirle otra cosa. Claro, ella viene al Ecuador y cumplirá no doubt su agenda a cabalidad. Mientras tanto, en los arrabales de sus antípodas, yo viajo en menos de un mes por Taca la petaca a Buenos Aires, vía Montevideo, y hasta la misma mañana de hoy, hasta que Marina me hizo caer en cuenta de those little differences, yo no les había escrito a ninguna de mis amigas gentes en Baires y Monte para avisarles que estaré por allá a principios de octubre. Bueno, ya les mandé un correo esta tarde y ya lo saben. Tendré que agradecerle a la abogada este detalle (si es que llego a encontrármela en enero, por supuesto).

Yo era un vegetariano

9 de septiembre de 2008

Yo era un vegetariano (pronúnciese como el "yo era un infeliz" de El Sendero de Warren Sánchez). Todavía adolescente, imbuido del Tao y de otras yerbas orientales, yo fui vegetariano. Épocas difíciles eran esos mediados de los noventa y poco más. Mi abuela, donde he solido comer semana tras semana durante años de años, sólo en tiempos recientes, con mi primo Miguel como veggie estricto, ha sosegado sus ímpetus y le preparaba a Miguel un menú distinto al de los demás. En mis tiempos de vegetariano, mi abuela no entendía de privaciones cárnicas. O era el plato o la furia. Lo dicho, eran tiempos difíciles. Duré de vegetariano poco menos de un año, me aburrí y lo dejé.

Un par de experiencias confirmaron el acierto de mi decisión. La primera: caminaba sólo por el centro de Guayaquil, cerca del parque Centenario, horas de almuerzo. Al paso, apareció un restorán vegetariano cuyo nombre no recuerdo ni quiero recordarme. Entré y escuché una música extraña y una TV prendida en las noticias de Ecuarrisa. Servían menú. Me senté y lo pedí. A unos pasos de mi mesa, un triste pintor local rumiaba su plato. Casi que podía contarlas, treinta y tres veces masticaba, treinta y tres. A ese paso, tal vez incluso desarrollaba cuatro estómagos el pobre. La imagen era penosa. Se acercó la mesera con mi plato (estaba a punto de escribir “comida”, pero el término es excesivo) y le pregunté si lo que escuchábamos, que no era Alfonso Espinoza de los Monteros, era música, para alguien, en alguna parte. Ella dijo que sí y yo preferí no insistir. Asentó el plato en la mesa y éste era el plato de César Vallejo, era un domingo de languidez miserable: unos vegetales desparramados como si fueran el resultado de un verde accidente y un arroz como yo nunca lo había visto, que juro que si tuviera que mostrar en un único elemento la miseria del tercer mundo, escojo ese arroz. Todo el conjunto era patético y me deprimió. Avancé un poco pero no pude, abandoné, pagué y me fui. Comí en casa y juré nunca volver a tanta tristeza.

La segunda tiene lugar en las afueras de Mendoza, Argentina. El restorán se llamaba Martín Fierro. Estábamos en un Congreso de Derecho Internacional en esa ciudad donde vive tanta gente que tanto quiero. Fuimos en la combi de Augusto Martiniano Guevara, me acuerdo como ayer. Llegamos. Éramos, no sé, 50 ó más personas, amigos, conocidos de América latina, en plan de estudios que siempre deriva a emociones de toda índole, donde se juegan hígado y corazón. El día era soleado en la campiña mendocina y el azul del cielo, casi insolente. Las porciones de carne eran generosas (bife de chorizo, asadito de tira, cuadril, morcilla, chorizo, todo el equipo, ¡que venga la vaca!) y, sobre todo, sobre todo, exquisitas, orgasmos en el paladar, más todavía acompañados de malbec mendocino, copas, risas, grata compañía, chicas hermosas. La que nos atendía era un delirio ajustado en su pantalón negro. Todos los sentidos fueron satisfechos. A la segunda botella de tinto, yo ya tenía claro mi juramento: jamás volvería a ser vegetariano, nunca jamás. Si un desgraciado doctor me llega a decir que lo mío es la carne o la muerte, me suicido con un asado de tira.

Muchos años después, en Río de Janeiro, tierra de picanha, me compré un libro titulado “Ironia. Frases soltas que deveriam ser presas” donde encontré esta precisa frase, que transcribo en su portugués original y suscribo sin demora: “Meu animal preferido é o bife”. Yo sólo le añadiría, de chorizo, por favor.

La Sociedad de la Igualdad


A finales de febrero de 1850, en Santiago de Chile, Francisco Bilbao y Santiago Arcos fundaron la Sociedad de la Igualdad. Para ser miembro de esta sociedad, nos cuenta Pierre-Luc Abramson, “era necesario responder solemne y afirmativamente a estas tres preguntas: ‘I) ¿Reconocéis la soberanía de la razón como autoridad de las autoridades? II) ¿Reconocéis la soberanía del pueblo como base de toda política? III) ¿Reconocéis el amor y la fraternidad universal como vida moral?’” (“Las utopías sociales en América latina en el siglo XIX”, Pág. 94).

Las preguntas que formuló la Sociedad de la Igualdad son precisas y vigentes a pesar de habérselas planteado en una sociedad latinoamericana de mediados del siglo XIX. Y no en cualquiera: en un extraordinario libro que analiza la historia chilena (que conseguí en una exquisita librería de Santiago, “Metales Pesados”), de autoría de Felipe Portales y titulado “Los Mitos de la Democracia Chilena. Desde la Conquista hasta 1925”, puede leerse: “Es más, el sello característico de las relaciones sociales del siglo XIX lo daba el extremo autoritarismo y servilismo entre una élite todopoderosa y opulenta y la gran mayoría de los miserables de la ciudad y el campo. Como lo percibió Teodoro Child en 1890: ‘Aparte de Inglaterra, no hay país donde la distinción de clases sea tan marcada como en Chile. Hay hombres blancos y el rebaño humano, los criollos y los peones: los primeros, señores y amos indiscutidos; los segundos, esclavos resignados y sumisos. Es un hábito en Chile no dar siquiera las gracias a un (empleado) doméstico o a un peón después que hayan prestado un servicio, se le considera como un ser absolutamente inferior’. Es así como, más allá del engañoso ropaje democrático de las estructuras políticas del siglo XIX, la estructura y las relaciones sociales existentes en Chile hacían completamente imposible la vigencia de un sistema democrático, donde se aplicara un efectivo respeto a los derechos humanos y la dignidad de las personas” (Pág. 78-79). Es probable que la situación de Chile haya sido más acusada y brutal, pero tampoco tan distinta de la desigualdad social que imperaba en otros países de la región.

Ahora, retomo e insisto: las preguntas que planteó la Sociedad de la Igualdad tienen vigencia y merece exigírselas en la arena política: la razonabilidad de las acciones de las autoridades y los ciudadanos, la soberanía popular y su ejercicio mediante mecanismos de democracia directa, el amor y la fraternidad como normas de conducta, son todas propuestas inconclusas, unas más que otras. Pero me interesa, en particular, esta última idea, la que parece más ingenua, la que el capitalismo rampante en nombre de sus ávidos dioses productivos desestima usualmente con mayor inmediatez, e incluso con violencia: esta idea del “amor y la fraternidad” tan a contrapelo de este ideario “del cada uno, cada uno” que se propone desde un triste sistema económico donde los otros son simples turistas, empleados o cifras: múltiplos de nadie.

No descarto que tercie alguien en este post con una amalgama de ideas al amparo de Hobbes y Friedman (por ejemplo) para pretender la justificación del muro que separa a los (h)unos de los otros: que homo homini lupus, que la puñetera mano invisible del mercado resolverá (aunque invisible, nunca olvida su puñal), que aquello es filosofía barata y zapatos de goma (escucho a Charly mientras escribo esta página, ¡Aguante, García, hoy más todavía!) o quién sabe, adjetivos peores. No lo descarto y no me anticipo a responderlo con citas de filósofos de Occidente (lo que no sería difícil, en todo caso) sino con una referencia a aquella frase que mi amigo argentino Marcos Ezequiel Filardi (Marcos, si lees esto, estaré en Buenos Aires, principios de octubre) nos copió a quienes recibíamos su correspondencia desde África, cuando recorrió a instancias de su coherencia entre pensamiento y obra ese inmenso y olvidado continente (que debería significar una mancha en la despreocupada y autocomplaciente memoria europea): la frase es sencilla pero potente y refleja la ancestral filosofía Ubuntu: “uno es uno, cuando está entre los otros”. Una maza, la frase.

Que el maquillaje (de las cifras de los mercados) no apague nuestra risa.

P.S.- Arriba, Francisco Bilbao y su rebelión capilar.

Cinema Paradiso

8 de septiembre de 2008

Un jueves en Quito convine con mi pana Ernesto Arosemena (que hoy estudia en el seminario y que si algún día me avengo a casarme –porque la institución del matrimonio me interesa tan poco, que precisamente en razón de ese desinterés podría muy bien hacerlo- será él quien oficie la boda –o sea, la charla previa a la batalla de hígados) en ir al Octaedro (allí, en la calle Zurriago, ¿existirá todavía?) para ver Cinema Paradiso. No fuimos ese jueves porque un aguacero brutal (cats and dogs, it was raining) nos suspendió la función.

El martes siguiente un anuncio diminuto en El Comercio advertía al público en general que aquello que el jueves no fue, sería ese día. Lo revisé justo un par de horas antes, llamé a Ernesto, se excusó. Tomé la Catar-El Bosque y llegué a Octaedro, unos diez minutos antes de la 19h30, hora de la función. Si no yerro, el dueño de Octaedro era o es un tipo que hace cine y que se apellida Cañizares. Me parece que administraba el lugar en compañía de su madre. Cuando entré, sólo los vi a ellos, sentados y dos tazas de café. No había nadie más y parecían a punto de irse. Les pregunté, ¿hay función? Se miraron, como buscando respuestas en sus pupilas, y optaron por el respeto a la palabra empeñada. Por supuesto, dijo él, adelante.

Y ahí estaba yo, solo, frente a una pantalla que proyectaba las imágenes que despedía un cañón de luz desde atrás y sentado en una silla de director de cine, en una situación que parecía de homenaje a esta película que es, en sí misma, un homenaje al cine. Empezó a rodar, a escucharse la música de Ennio Morricone y empecé yo a quebrarme desde el momento en que Alfredo salva a Toto cuando la madre lo amonesta por gastarse el dinero en las películas. La historia de amor, cito de memoria la frase de Alfredo, ese inmenso Philippe Noiret, “no te metas con las mujeres de ojos azules, ésas son las peores” (yo me he perdido en mujeres de ojos azules, Alfredo) es trágica y hermosa. La escena final, esa catarata de imágenes, tenía su réplica en mis mejillas. Recuerdo que cuando pasaban los créditos, entró el tipo a apagar el proyector y con voz quebrada le pedí que no lo hiciera. Él me miró como si yo fuera un alucinado. Es probable que no se haya percatado que en ese momento, para mí, no terminaba la película: terminaba un rito.

Cuando salí de Octaedro mi viejo me esperaba afuera. Se asombró de verme en este estado. Yo traté de explicarle, de hacerle entender, pero no pude verbalizarlo. Escribió Cioran que “no se habita un país, se habita una lengua. Una patria es eso y nada más”. Y si el rumano está en lo cierto, una experiencia como ésta te convierte en apátrida, te saca de tus posibilidades de expresión. No hay quien te entienda, al menos por palabras (acaso sólo se entiendan estas cosas por cuerpos, miradas, orgasmos). Mi viejo no lo entendió. Recuerdo que le dije que yo no había llorado tanto desde que murió mi abuelo. Él no me respondió nada, sólo miró hacia adelante, en perfecto control del volante. Caía una lluvia tenue.

Mi amigo Jorge Pipo Aycart se suele burlar de mi relación con Cinema Paradiso (la que yo considero la mejor película que haya visto, y esto lacera al bueno de Pipo, parece). Él prefiere un cine conceptual, una especie de cine sacerdotal que sólo lo entienden, en todos sus extremos, los iniciados, aquellos que manejan la jerga y conocen los libros y los códigos. Nada que objetarles, salvo el aburrimiento y que ese tipo de película, a mí, ni me mueve ni me toca. Yo quiero, yo anhelo otro cine. Uno que me conmueva, que me saque. Un cine que me vuele los sesos, sí, pero que también me acaricie il cuore. Y para mí, Cinema Paradiso tiene eso en su justa medida. Y no puedo (me avergonzaría algún día no hacerlo) verla sin lágrimas en los ojos. Ni modo, así nos juega el corazón.

De parte de Jonathan Lucero

6 de septiembre de 2008

Los acontecimiento de la Universidad Católica (como ciudadano, como ex alumno) me preocupan. Me tentó escribir sobre el tema, una mirada crítica sobre las muchas responsabilidades que cabe adjudicar. Pero no quería hacerlo en caliente. Quería hacerlo con conocimiento de causa, después de conversar con varios de quienes allí estuvieron. No me había dado modos de cumplir con ese propósito ("the days run away like wild horses", decía Bukowski) pero ayer en la noche, en una graciosa conversación con varios estudiantes de la universidad, en principio convocada de manera casi espontánea para discutir un proyecto lúdico de "cine y derecho" (explicar el derecho penal a partir de la Naranja Mecánica, y así) me anoticié, carcajadas y quipes mediante (la reunión se realizó en el comedero del jordano amigo Alí) de varias cosas que precisaron mis ideas y hoy recibí un correo electrónico con varios intercambios epistolares, incluido éste, que transcribo íntegro, de autoría de Jonathan Lucero. Lo abajofirmo en todos y cada uno de sus puntos. Ahí les va:

"Saludos a todo los que reciban este correo, en especial a quienes han participado en esta discusión.

Me alegra que el mail que inicialmente envié, haya producido un debate tan rico y oportuno. Veo con sumo agrado que se han dicho cosas sumamente interesantes, así como reflexiones muy profundas, mucho más coherentes y complejas de las que haya visto en medio masivo alguno.

Creo que debo iniciar respondiendo algo que Daniela dice en su primer texto. En efecto, Yo 'confieso' haber estado presente en el lugar de los hechos violentos, luego de que el presidente se marchó. El problema precisamente es que estuve cuando se supone que 'todo había pasado'. Pero resulta que no todo había pasado. presencié una agresión física a un ser humano que decidió filmar a una autoridad municipal presente en el lugar. Justamente hoy escuché una justificación terriblemente dudosa para el ataque, excusa que provino de alguien que respeto muchísimo: 'por qué Burbano estaba filmando a Roche?'. Yo a eso simplemente respondería cosas como ¿Y por qué no? ¿Qué se lo impedía? ¿No se llama eso libertad de expresión?

En todo caso, es preciso el comentario de Daniela en el sentido de que dicho mail pretendía ser un testimonio sobre un hecho violento acaecido minutos después de que, aparentemente, los ánimos se habían calmado.

En esta ocasión, para seguir el hilo de la discusión, quisiera hacer unos cuantos comentarios sobre los hechos protagónicos de aquel sábado. Me resultará un poco difícil, puesto que Carlos Burgos, con quien comparto muchos intereses académicos, ya ha dicho cosas sumamente valiosas y de una manera muy precisa.

Esta ha sido una semana difícil de digerir en la Universidad Católica. Como si no bastara la labor de hacer una honda reflexión sobre los hechos del sábado y las posturas mediáticas tomadas al respecto, el inicio de la súbita pausa de dos días en la institución, planteó muchas más interrogantes hacia todos los involucrados. Fue terriblemente penoso ver al rector de la Universidad Católica negarse a hacer declaraciones a la prensa, pero aún más penoso fue verlo acercarse sigilosamente a los estudiantes que sí las estaban dando, para, a espaldas de los reporteros, hacerles señas de que se callaran. Cuando un compañero de la carrera de Comunicación Social se acercó a la máxima autoridad universitaria para preguntarle frontalmente por qué había cerrado las puertas de la institución, éste atinó a responder: 'tú no sabes lo que yo sé'.

A veces, cuando pienso de manera foucaultiana en estas cosas, termino viendo a las instituciones como maquetas de un sistema mucho más grande.

No ha sido jamás mi intención justificar la acción de la policía. También he sido agredido en varias ocasiones por agentes del orden, entre las cuales se cuentan la del primer año de corridas de toros en el coliseo cerrado, a la que también se refiere Carlos; fui grabado e intimidado por miembros de inteligencia de la Policía Nacional, vestidos de civiles, durante protestas realizadas en los dos primeros aniversarios del Caso Fybeca. Y cómo podría faltar, la respectiva disputa verbal con el guardia de la Plaza San Francisco, quien luego de que me senté en el suelo, me juraba por su santa madre que aquel espacio era propiedad privada, y estuvo a punto de meterme en la camioneta de los metropolitanos. De eso nadie sabe, y está muy bien así. No me interesaba en lo absoluto aparecer en programas de tv en el papel de agredido. Conozco por experiencia los abusos a los que la policía puede ser capaz de someter a manifestantes, sean estos violentos o no.

Tampoco tengo intenciones de hacer proselitismo en favor del presidente. Concuerdo con Carlos en la mayoría de sus apreciaciones respecto a ese sujeto y a su papel en la política ecuatoriana. No se trata de un héroe que salvará a la patria, sino tan solo del individuo necesario para convulsionar la política del país desde sus cimientos. Tristemente, me parece que la única forma en que la ciudadanía ecuatoriana puede reaccionar de su letargo, es a través de convulsiones que rara vez nos parecerán agradables. El actual presidente tampoco me produce temor, y esa demonización que es incluso promovida desde algunos círculos intelectuales, realmente me parece bastante vacía. El clima social actual, atado al terrorismo mediático en que incurre la prensa al tacharlo de dictador o comunista, impide hacer una crítica real y veraz de los verdaderos y gravísimos defectos de nuestro jefe de estado, quien cada vez parece esforzarse más y más por errar.

¿Por qué entonces la crítica hacia los estudiantes universitarios en particular? Por que nadie la hace. En medio de la mediocridad convertida en norma, nadie reflexiona a conciencia en que los hechos violentos del día sábado, que tuvieron a los estudiantes de la universidad católica como una de las partes protagonistas, son un síntoma de un proceso degenerativo del cual las autoridades son tan concientes como responsables. No es casual el silencio del rector. Definitivamente tampoco es casual que, en medio del conflicto, quienes resultan ser los iluminados, los defensores de los intereses de los estudiantes, son gente como el Sr. Buitrón. No es casual que el presidente de la federación de estudiantes, pese a no estar alineado con el rector, haya aprendido de él la lección de bailar al son necesario para encontrar apoyo económico o político, lo cual se comprueba con el supuesto pronuciamiento del sr. Sánchez en favor del sí, meses después de haber suscrito el Mandato de Guayaquil (luego de lo cual, por cierto, nadie reclamó ni criticó, pese a arrogarse el nombre de los estudiantes para fines políticos, igual que en esta ocasión). Lo rescatable del actual representante estudiantil talvez sea que, hasta ahora, no surgen indicios de malversación de fondos, lo cual fue habitual durante los dos años anteriores.

Todo esto configura para los estudiantes y sus posiciones en torno al conflicto un panorama mucho más complejo que, digamos, el presente en la misma institución en 1972. Hoy, incluso quienes toman posturas de manera sincera, de acuerdo a sus convicciones, no están muy seguros de a quién terminan sirviendo.No dudo que el gobierno esté manipulando este suceso y armando estrategias. Pero tampoco dudo que lo haga el municipio. Y dudo menos aún de que el partido político que perdió las elecciones de representación estudiantil esté tratando de aprovechar la coyuntura para salir bien librado. Menos aún dudo de la intención de los mal llamados 'representantes' de los estudiantes, de encontrar plataformas políticas en medio del caos develado en estos días.

Busquemos coherencia: si los estudiantes que iniciaron, o que reaccionaron con violencia el día sábado, no responden a intereses que vayan más allá de sus propias convicciones y sus acciones no apuntan a favorecer sus cuentas bancarias, ¿por qué permiten que los represente gente de esa calaña? Esta es la razón por la que algunos estudiantes de derecho a quienes admiro por su integridad y que votarán por el No para el plebiscito, se averguenzan de la forma en que sus compañeros se han hecho notar en los medios.

Y es que como dice Carlos, esto es lo que la universidad nos enseña, con la venia de algunos políticos, para quienes los resultados económicos están muy por encima del pensamiento y el conocimiento. Nuestra ciudad es la insignia de esa forma de concebir la realidad, y nuestra universidad es un fiel reflejo de ello.

Como dije antes, este foro ha sido muy productivo. ¿Por qué nos vemos obligados a realizarlo por vía electrónica? ¿Qué espacio hay en Guayaquil para realizar este tipo de discusiones? ¿Qué creen que sucedería si se planteara un espacio de debate sobre el problema, dento de la universidad? Digo esto unas horas después de que me he enterado de que rige para los estudiantes una prohibición de dar declaraciones a medios de comunicación sobre este tema. Pero lo más terrible es que antes de que nos paralice la censura de las autoridades, ya nos habrá detenido el miedo asimilado a través de la cultura, que ahora llevamos impregnado en cada músculo. La razón por la que los representantes mediáticos son individuos de moral tan deplorable, es que quienes tienen el respeto y la inteligencia necesaria para pronunciarse de manera auténtica, están aterrorizados. Este día hablé con ilustres docentes de la universidad, en busca de alguno que se adhiera a la idea de un grupo de estudiantes de derecho, de generar una declaración pública que abra un debate sobre el tema. No hubo uno solo que esté dispuesto, y no por que no estuvieran de acuerdo con la idea. Todos felicitaban, decían que era lo necesario, que ya era hora que alguien defienda la universidad y evite que se termine de perder en diez minutos lo que se había construido por 45 años. Sin embargo, inmediatamente se llenaban la boca de peros relacionados a su imposibilidad de participar debido a la posición que ocupan en la institución. Creo que puedo comprenderlos. Pero no puedo dejar de pensar que el día en que yo esté en esa misma posición, me sentiré terriblemente desgraciado. Callar por conveniencia, a mi parecer, es un destino infame. Foucault en este apartado, sigue teniendo razón.

También es necesario que las personas aprendan a diferenciar la defensa coherente de una postura y la fidelidad religiosa hacia ella. Claro, esto es una utopía. Para Habermas, la clave de la vida en sociedad está en alcanzar identificaciones racionales. Desde nuestra perspectiva teórica, todo lo que se puede alcanzar es nada más que una racionalización de las identificaciones. Los apasionamientos hacia o contra un bando, habría que dejarlos para el estadio.

No soy tan optimista como Carlos. Creo que todo este asunto y cuanto se quiera hacer para solucionarlo, terminará en el fracaso. Es más, a este escándalo le quedan escasos 7 días de duración, es decir, hasta que culminen las clases en la universidad. Luego, la prensa callará. Daniela, Carlos, Mónica y yo habremos escrito una serie de molestos mails mostrando nuestras posturas, y se perderán entre los días y los mensajes que vayan llegando a las bandejas de entrada de todos los receptores. Con un poco de suerte, las autoridades serán capaces de maquillar nuevamente el verdadero rostro de la educación universitaria, que se dejó ver en estos días. Quien sabe, talvez con un poco de apoyo económico y mediático, se podría aprovechar la situación hasta para hacerle un par de implantes y una inyección de botox a la imagen de la institución. Todo se volverá a perder. Y quienes ya estamos cerca de abandonar la universidad, miraremos el asunto con resignación; pero aquellos individuos sensibles a la indignación y libres de conveniencia, lo vivirán con desesperación. Acá, no pasará nada. Nada bueno al menos. La ciudad no despierta y no va a despertar, salvo para defender a su exlusivo caudillo de turno.

No obstante, pienso que el hecho de que no se vaya a lograr nada no desmerece el intento personal de que algo se mueva. Es talvez una forma de no sentirme en deuda conmigo mismo ni con los que me rodean. Expreso mi punto de vista sin esperar que alguien escuche, sino tan solo porque pienso que es correcto. Medito mi voto luego de haber leído la constitución. Entro en el apartado de los indecisos. Soy capaz de reconocer los (pocos) aciertos del gobierno tanto como los del municipio de mi ciudad, así como me doy la libertad de criticar los errores y horrores provocados por ambas instituciones. De hecho, no soy muy amigo de las instituciones, conceptualmente hablando. Pero tampoco tengo la más mínima esperanza en que los sujetos hagan lo correcto.

Y sin embargo, aquí estamos. Esperando respuestas y deseando no haberlos cansado, me despido.

Jonathan Lucero"