Uno al exilio, dos muertos

29 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 29 de marzo de 2024.

La tradición constitucional ecuatoriana es tener un período de gobierno presidencial de cuatro años. En la única Constitución del Estado del Ecuador en la República de Colombia y en 15 de las 18 Constituciones de la República del Ecuador, el período del presidente dura cuatro años. En las tres Constituciones restantes, la duración del período varió: en la Constitución de 1843 fue de ocho años, en la Constitución de 1869 fue de seis años, en la Constitución de 1979 fue de cinco años. En todas ellas, el presidente elegido para completar ese período más extenso, no pudo hacerlo.

La Constitución de 1843 fue fruto de un autogolpe de Estado. El presidente para el período 1839-1843, Juan José Flores, decidió en octubre de 1842, a pocos meses de concluir su período y por sus pistolas, la convocatoria a una asamblea constitucional (poblada de adictos suyos) que dictó la Constitución de 1843, conocida como “La Carta de la Esclavitud”, cuyo artículo 57 dispuso la duración de ocho años para el ejercicio de la presidencia. 

La asamblea constitucional designó a Flores como presidente para el período 1843-1851. La revolución marcista, originada en Guayaquil en marzo de 1845, terminó con este período de gobierno. De los ocho años proyectados para este período, Flores gobernó por casi dos años. Y en julio de 1845, se largó al exilio. Una nueva Constitución, en diciembre de 1845, tumbó esta duración excesiva.

La Constitución de 1869 fue fruto de un golpe de Estado. Gobernaba Javier Espinosa, elegido en enero de 1868 en elecciones abiertas, cuando el enero siguiente Gabriel García Moreno orquestó un golpe de Estado para obtener su regreso a la presidencia. Como Jefe Supremo, García Moreno convocó a una asamblea constitucional (poblada de adictos suyos) que dictó la Constitución de 1869, conocida como “La Carta Negra”, cuyo artículo 56 dispuso la duración de seis años (como en México) para el ejercicio de la presidencia. 

La asamblea constitucional designó a García Moreno como presidente para el período 1869-1875. Su magnicidio el 6 de agosto de 1875, a escasos cuatro días de concluir su período, le impidió a él terminarlo y lo debió completar su vicepresidente, Francisco Javier León. Aunque sufrió la muerte de su demiurgo, el período se completó, como no lo haría ningún otro: el presidente elegido por la voluntad popular en diciembre de 1875, Antonio Borrero, no duró ni un año en el ejercicio del poder, pues cayó por un golpe de Estado orquestado por Ignacio Veintemilla. Una nueva asamblea constitucional, en 1878, acabó con el experimento del sexenio.

Concebida para la transición tras un largo período de dictaduras, la Constitución de 1979 es la única que no fue elaborada por una asamblea, sino por una comisión de expertos. Su artículo 81 dispuso que el presidente dure cinco años en el cargo. El único presidente elegido bajo esta norma fue Jaime Roldós, en 1979, para gobernar entre 1979 y 1984, quien murió en un accidente de aviación en 1981. Su período de gobierno lo completó su vicepresidente, Oswaldo Hurtado. 

El experimento del quinquenio (como en Francia) fue muy breve, pues concluyó con las reformas a la Constitución aprobadas por el órgano legislativo en 1983.

La República de la inestabilidad

22 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 22 de marzo de 2024.

Durante el siglo XIX, desde 1835 en que se fundó la República del Ecuador con la entrada en vigor de la Constitución de Ambato y con el guayaquileño Vicente Rocafuerte como su primer presidente, un total de quince varones ocuparon la Presidencia de la República, sea que hayan sido designados por un congreso o asamblea constitucional (en el siglo XIX hubo diez de éstas) o elegidos por la voluntad popular.

Los presidentes elegidos por un congreso o asamblea constitucional durante el siglo XIX fueron diez (dos de ellos, Flores y García Moreno, lo fueron por dos ocasiones); de estos diez, seis lograron terminar su período de gobierno: Rocafuerte (1835-1839), Roca (1845-1849), Urbina (1852-1856), García Moreno (1861-1865 y 1869-1875, en asocio con León), Caamaño (1884-1888) y Alfaro (1897-1901). Todos los que concluyeron su período fueron elegidos por una asamblea que dictó una Constitución.

El caso del guayaquileño Gabriel García Moreno es peculiar, porque es el único de esta lista con dos períodos de gobierno concluidos, aunque él no haya vivido para la conclusión del segundo. El primer período, entre 1861 y 1865, bajo la Constitución de 1861, García Moreno lo gobernó completo. El segundo, entre 1869 y 1875, bajo la Constitución de 1869, lo gobernó casi completo, pues lo asesinaron el 6 de agosto de 1875, a escasos cuatro días de concluirlo. Este período de gobierno (el único sexenio que ha existido en nuestra historia) lo concluyó el vicepresidente de la República, el quiteño Francisco Javier León, por lo dispuesto en el artículo 55 de la Constitución. 

Los restantes cinco presidentes fueron elegidos por la voluntad popular, posibilidad que se instituyó por la entrada en vigor de la Constitución de 1861. El universo de votantes siempre fue muy reducido: se calcula que durante el siglo XIX osciló alrededor del 3%. Sólo uno de estos cinco presidentes concluyó el período para el que fue elegido: Antonio Flores, hijo del venezolano Juan José Flores y nacido en 1833 en el Palacio de Carondelet, en los tiempos en que su padre ejercía la presidencia del Estado y el Ecuador se sentía todavía parte (hipotética, ilusoria) de la República de Colombia. Todos los demás no terminaron su período, sea por una renuncia (Carrión), por golpes de Estado (Espinosa y Borrero) o por la revolución liberal (Cordero).

El caso del quiteño Antonio Flores Jijón es singular, porque él se encontraba fuera del Ecuador (en Francia) cuando fue elegido presidente de la República. En aquellos tiempos, el proceso electoral era distinto: no existía un organismo autónomo para organizarlo, sino que se dependía del gobierno de turno para su realización. El previsible resultado de esta fórmula era el tenaz triunfo del candidato del gobierno de turno. Flores ni necesitó hacer campaña, pues como el candidato del gobierno de Caamaño, triunfó con casi un 97% de los votos.  

Así, de un universo de diecisiete períodos de gobierno presidencial que pudieron haberse concluido durante el siglo XIX, tan sólo ocho lo consiguieron. Y de los elegidos por la voluntad popular, uno lo pudo hacer. Es todo un testimonio de la inestabilidad de la República (o debo decir: de la República de la inestabilidad).

Rosa Borja

15 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 15 de marzo de 2024.

En el Sur de esta ciudad, la calle que inicia en la intersección con El Oro y termina en la intersección con José Vicente Trujillo se llama Rosa Borja de Ycaza. Es el perímetro este del barrio del Centenario, es la calle que separa a ese barrio del barrio Cuba. Y recuerda, con su nombre, a una mujer notable: feminista, política, artista.

En su origen ya más que centenario, esa calle no se llamó así. El Concejo Municipal le había asignado el nombre de un extranjero, George Canning. Él fue un londinense nacido en 1770 que, entre 1822 y 1827, ocupó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, apoyando la causa independentista en la América del Sur y procurando el reconocimiento de los nacientes Estados de la región, como ocurrió con Colombia en abril de 1825.

Claro que el Estado del Ecuador no existía a esa época. Su maltrecha andadura recién empezó en 1830, cuando Canning ya estaba muerto.

El nombre de Canning para una calle de Guayaquil también murió en 1936, cuando el Concejo Municipal decidió cambiar el nombre de la calle Ministro Canning por Rosa Borja de Ycaza, para “alentar su labor”. Porque aquel año, Borja estaba viva: nacida el 30 de julio de 1889 ella contaba 47 años y era una destacada feminista de Guayaquil (presidenta del Consejo Nacional Ecuatoriano de la Unión de Mujeres Americanas y presidenta de la Legión Femenina de Educación Popular, además de la editora de su órgano de difusión oficial, la revista “Nuevos Horizontes”). Para 1936, Rosa Borja había publicado un libro con tres conferencias titulado “Aspectos de mi sendero”, otro de poesías “Hacia la vida” y una obra de teatro “Las de Judas”.

Rosa Borja correspondió a este aliento brindado por el Concejo Municipal. Vivió largos veintiocho años desde entonces, hasta su muerte el 22 de diciembre de 1964. Durante esos casi treinta años de vida, Borja fue una mujer pionera: la primera que ocupó el cargo de Directora de la Biblioteca Municipal de Guayaquil (1953-1959) y de Directora de la Biblioteca Nacional del Ecuador.

También publicó, durante ese período, varios libros de poesía y de teatro y dos biografías: la suya propia, titulada “Mi mundo íntimo”, y la de su padre, el doctor César Borja Lavayen.

Sobre temas sociales, en este período Rosa Borja publicó sobre su ciudad “Guayaquil, ojeada histórica de la ciudad, desde los Huancavilcas hasta nuestros días” y “El Municipio y los problemas sociales de Guayaquil”. También publicó el libro “Influencia de la mujer como factor importante en el mejoramiento humano” y se destacó por ser una activa conferenciante feminista. La Unión de Mujeres Americanas, con sede en Nueva York, la designó su presidenta. 

Rosa Borja fue también Consejera Provincial del Guayas y una activa militante de la Concentración de Fuerzas Populares (CFP) con Guevara Moreno, durante los años cincuenta y principios de los sesenta. Fruto de su gestión política, el Municipio fundó el Centro Municipal de Cultura, que se cerró el año 1989 durante la administración de Elsa Bucaram.

Finalmente, Rosa Borja también fue compositora. Su “Álbum de música” fue premiado en Buenos Aires en 1942 por la Asociación Argentina de Música de Cámara.

Rosa Borja, una mujer notable.

Los años sin el presidente García

8 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 8 de marzo de 2024.

El cariamanguense Jerónimo Carrión debió ocupar la presidencia de la República entre 1865 y 1869. Tal responsabilidad era agravada pues, tras la entrada en vigor de la séptima Constitución del Estado en 1861, se eliminó el voto censitario para la elección de las autoridades y es así que Carrión fue el primer presidente elegido por (aunque sea una ínfima porción de) la voluntad popular. Empezó su período de gobierno en septiembre de 1865. 

Pero Carrión ocupó la presidencia poco más de la mitad de su período de gobierno, pues en noviembre de 1867 fue también el primer presidente que decidió renunciar a su cargo. Tras un breve interinazgo y la celebración de elecciones en enero de 1868, a Carrión lo reemplazó para el resto de su período presidencial el quiteño Javier Espinosa. Él empezó a gobernar en enero de 1868, pero duró menos que el anterior: a Espinosa lo tumbó un golpe de Estado perpetrado en enero de 1869, antes de cumplir un año en el ejercicio del cargo.

Para entender la suerte de Carrión y Espinosa, se debe considerar la guerra civil de 1859-1860 y la emergencia en ella de la figura señera del guayaquileño Gabriel García Moreno, quien dominó la escena política desde entonces hasta su muerte en 1875. La suerte sufrida por los presidentes Carrión y Espinosa ocurrió en los años del período “garciano” en los que García no fue la máxima autoridad. Allí se perdieron. 

En mayo de 1859, García apareció como el presidente de la Junta de Notables constituida en Quito para tumbar al gobierno constitucional del guayaquileño Francisco Robles, compuesta también por Jerónimo Carrión y Pacífico Chiriboga. Robles debió gobernar entre 1856 y 1860, pero cometió el error de trasladar la capital de Quito a Guayaquil. Ardió Troya.

Tras la caída de Robles y el triunfo del bando de García en la guerra civil, se reunió en Quito una convención nacional que dictó la Constitución de 1861 y eligió a García como presidente de la República para el período 1861-1865.

García cumplió su período de gobierno, pero siempre consideró que la Constitución de 1861 y las leyes vigentes eran “insuficientes para impedir el mal y para hacer el bien”. Cuando concluyó su período en 1865, García procuró el triunfo del candidato del oficialismo, es decir, de Jerónimo Carrión, su compañero en la Junta de Notables y vicepresidente de Robles hasta que saltó a la Junta. Cuando el presidente Carrión se hartó de las presiones de García y sus conmilitones, puso su renuncia. 

Se convocó a elecciones en enero de 1868 y nuevamente una ínfima porción del electorado designó al presidente. Resultó elegido Javier Espinosa, que empezó a gobernar en enero de 1868 y duró hasta el enero siguiente, cuando García se decidió por un golpe de Estado para evitar el triunfo del liberalismo (con la candidatura de Aguirre Abad) y para conducir al Ecuador por los caminos de su delirio conservador.

García organizó una convención nacional en Quito, que dictó la Constitución de 1869 y lo eligió presidente de la República para el período 1869-1875. Entre las presidencias de García, Carrión y Espinoza gobernaron supeditados a él. Al período de gobierno “garciano” sólo lo podía, y sólo lo pudo acabar, la muerte de su demiurgo.

Sucre y la mala siembra

1 de marzo de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 1 de marzo de 2024.

Cuando se cumplieron los 100 años de la batalla de Tarqui, la Asamblea Nacional comisionó al poeta cuencano Remigio Crespo Toral (1860-1939) para que rinda un homenaje al Gran Mariscal Antonio José de Sucre con el depósito de una ofrenda y el ofrecimiento de un discurso. El acto se cumplió en Quito, ante el monumento a Sucre, sito en el corazón de la plaza de Santo Domingo.

Remigio Crespo Toral fue abogado, político y diplomático; diputado por el Azuay en varias ocasiones y rector de la Universidad de Cuenca; fundador de un periódico, una revista y un banco; miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, escritor y poeta. Desde 1917, él era el “poeta coronado” (le ciñeron una corona de laureles en una ceremonia pública a la que asistió el presidente Baquerizo Moreno, otro poeta). En su vasta obra poética consta un “Canto a Sucre”, publicado en 1897. La mirada y las formas del poeta palpitan en su discurso a Sucre.

Aquel día que Crespo Toral ofreció su discurso, él no consideró que pudiera haber una vida más trágica que la del cumanés Antonio José de Sucre, a punto tal de tornarlo a Sucre un personaje de tragedia griega: “El grande hombre era el perseguido de la fatalidad, a manera de uno de los personajes de Esquilo o de Sófocles. Como ésos sin ventura de la progenie de Edipo, había de ser infeliz más allá de la tumba”.

En su discurso, Crespo Toral recuenta el fraccionamiento de Colombia en pedazos, lamenta la muerte de Sucre en Berruecos (“El Mariscal ha muerto: rueda su cadáver en el fango del sendero… Nadie recogió el último aliento y su postrer adiós”), deplora el pronto olvido de su esposa quiteña. Deplora, también, “su entierro vergonzante, como el de un malnacido”. Y aún vincula el terremoto de Cumaná, ocurrido en enero de 1929, a la lista de desgracias de Sucre: “¡Lógica tan dura la del infortunio, que no se quiebra jamás! Todo lo que a Sucre toca parece contaminado de tragedia. En estos días, su Patria, la heroica Cumaná, acaba de romperse y trocarse en polvo, en la epilepsia del terremoto. ¡Qué de él no quede ni hasta la cuna!”.

Entonces reflexionó Crespo Toral sobre lo que significó la muerte de Sucre para la suerte del Ecuador: “De su muerte arranca el trágico destino del Ecuador. A vivir él, nuestra patria, bajo su égida y al brillo de su nombre, no habría sido entregada a la rapacidad extranjera, ni se hubieran burlado los pactos ni los caudillos del Patía habrían logrado la mutilación del Ecuador”. 

Por supuesto, Crespo Toral reconoció los enormes méritos de Antonio José de Sucre, a quien declaró tributarle “nuestro homenaje de admiración y gratitud”. Por ello, se apresuró a exculparlo: “Si no dio fruto su siembra, culpa será no del sembrador, sino de la mala tierra y de los hombres peores que ella”.

Aquella tarde del 27 de febrero de 1929 que se leyó este discurso la imagino fría y lluviosa, y a su lector, Remigio Crespo Toral, filoso y cortante. Lacerante: “Hemos vivido hasta hoy gastando todos los sentidos y las fuerzas todas en la lucha intestina, sin visión de la frontera y sin la conciencia, que deriva de la Historia…”, tal fue su conclusión.

Estas últimas palabras se dijeron una tarde de hace 95 años, pero siguen tan vigentes.