Crónica navideña

28 de diciembre de 2008

Mejor aclararles de volea el exceso que supone este título: la primera aclaración necesaria es su distinta orientación. Yo pensaba, en realidad, escribirles una crónica que critique la navidad, una crónica anti-navideña en toda la regla. Una que refiera las razones por las cuales me resulta tan indiferente la navidad (porque, valga decirlo también, tampoco me sucede oponerme a ella: que cada quien busque su camino a la felicidad como guste –hay tanta soledad en el mundo que supongo que la navidad es un mal necesario-). Pero considero que estas razones son en realidad tan de orden público y tan evidentes por sí mismas que estimo innecesario insistir en ellas: me refiero en particular al ímpetu comercial de esta época, su espíritu consumista, su impuesta fraternidad. Desde una perspectiva estrictamente personal, además, la navidad es un rito de una religión en la que no creo, como no creo tampoco en ninguna otra.

Contra lo que critico de la navidad (a pesar de lo mucho que se lo machaca al público para provocarlo y cuyas provocaciones pretenden resolverse usualmente en monetario) me gusta pensar que lo importante es la cercanía con la familia y los amigos (esa patria para el individuo), la sonrisa, los abrazos, el tiempo compartido y que todas, todas esas cosas son independientes de una fecha cualquiera… Y es que parece también tan evidente si se lo piensa un poco, pero como dijo Lennon: “la vida es lo que te sucede mientras piensas en otras cosas”. Y más simple, por supuesto, es dejarse llevar.

La segunda aclaración necesaria es que ésta no es una crónica. No solo no es una crónica por contenido: tampoco lo es por actitud. Para contar una crónica es necesario (lo resalté en una entrada anterior) ponerse en los zapatos de otros, o mejor, para decirlo en palabras del maestro Ryszard Kapuscinski: “la mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho a escribir”. Yo no he honrado ese compromiso. No me he puesto en los zapatos de los otros para sentir su soledad (un abrebocas de sensaciones para quienes viven en las antípodas de lo que se provoca en esta época), para sentir ese otro significado de estas fechas para quienes poco o nada tienen, para los olvidados (que suelen ser los de siempre) o para quienes se lavan dando lo que les sobra. Esa es precisamente la tensión que suele aprovecharse en esta época. Tensión que suele resolverse (y eso es lo triste) enflaqueciendo el bolsillo y no agrandando el corazón.

En todo caso es evidente que este título, aclaraciones mediante, se revela como una farsa. Farsa: sustantivo que no pocas veces caracteriza al espíritu que he sentido que impera en estas fiestas. Sostengo que se trata solamente de reivindicar el dar los abrazos cuando se tengan ganas, sin sujeción a fechas ni villancicos (y mientras más, mejor).















P.S.- Santa intenta reivindicarse. Pero nel.

¡Cali Pa-chan-guero!

23 de diciembre de 2008

Este podría ser (tengo algunas cosas en reserva y acaso no lo sea, pero cúrome en salud: abandoné la bitácora los 3 países y 21 días que duró mi último trip) el último post del 2008, un año de excelente factura (no entraré al detalle: no es momento de inventarios). Hoy, después de odiar a Nathalie Celi (uno de nosotros se reúne con ella esta tarde y retrasa nuestra salida) partimos rumbo a Cali. Cuatro amigos, un coche alquilado, un camino a recorrer, un solo propósito: pachanga a toda madre. Otro amigo nos espera allá, otro se nos une después de navidades (que a él si le importan). Confieso que saberme pronto en Locombia es felicidad. Saberme en Cali (no la conozco, he estado en Medellín, en Bogotá, en Cartagena: soy coquito en Cali) donde mi abuelo Antuco solía ir para la Feria (¡porque nosotros vámonos para la Feria laputaquenosremilparió!) y siempre decir que eran fantásticas fiestas, es felicidad salsa. Solo añadiré, para precisar el tamaño de mi emoción locombiana, que si Nietzsche hubiera conocido Colombia, habría postulado su fuckin’ eterno retorno en un rumbiadero, me lo sé. Saluz con tos’ ustedes y como dicen los tanos: ¡coman bien, beban fuerte y no le tengan miedo a la muerte! Esa triste golfa no lo merece.

P.S.- Aprovecho este medio de difusión masiva para que si alguien tiene algún consejo, dirección o amiga en Cali o Pereira, me lo haga saber al xaflag@yahoo.com o en la cajita de comentarios. Salute.










P.S.- Añádasele a orden una "e".
Sírvase al gusto.

Escena en matrimonio

22 de diciembre de 2008

Nos atizamos unas botellas de vino con JC, ese fenómeno de tía abuela que es Macuchín y las estelares participaciones de Isabel y Gabi, el sábado en casa de mi abuela, en el centro de esta urbe tropical. En plan random terminamos por aterrizar (todos, menos Macuchín que se quedó happy at home) en el matrimonio de un compañero de colegio de JC que se realizó en un “salón de eventos” (o sea, un "espacio físico de lo improbable”) en la ciudadela LG (“La Garzota”) vecindad con la porteña L.A. (“La Alborada”).

Para no hacerle swicht a mis sesos no crucé calle rumbo al Viejo Parr sino que me entregué a los champucitos, copa tras copa. En un momento de la noche, estaba yo en la barra para pedirme uno más y hete aquí que se me acercan dos mujeres y un sujeto portador de un antifaz morado, seguro remanente de la hora loca de hace una hora atrás. Las mujeres estaban bien, sin aspavientos. Una de ellas me preguntó mi nombre. Se lo di. Aseguró que me conocía de alguna parte. Me excusé: yo no la registraba de ninguna. Me habló de un conocido en común, le respondí que no lo conocía. Sostuvimos un intercambio de corteses trivialidades, que mi memoria no conserva y que merecieron los matices simples de sonrisas compartidas. Las mujeres se despidieron sin énfasis y se alejaron rumbo al otro extremo del salón. Me quedé con el tipo del antifaz morado, frente a frente.

¿Cuál te gustó? Sorbí mi champú. Ninguna. Me sonrió. No, no. De las dos, ¿cuál te gusto más? Las miré alejarse, caderas bamboleantes. La de negro le dije, para cortar rollo. Ok. Déjalo por mi cuenta. Se lo agradecí, en plan meramente cortés. No me lo agradezcas, me atajó, para apostillar de inmediato: Esto es un negocio. El tipo del antifaz empezó a caminar tras ellas y yo no tenía certeza de si lo habían extraído de la radionovela de Kaliman o de alguna comedia tropical. Todavía no alcanzo a configurar si me encontré con un extraño cafishio o con un llano sujeto banana falto de afecto que pretendía hacerle creer a su prójimo algo que evidentemente no era. Su antifaz, valga decirlo, no aportaba demasiado para la primera hipótesis.

La noche siguió, champú tras champú y rica música tropical mediante. El tipo del antifaz seguía allí, con las mujeres de simpatía sin aspavientos alrededor. Nunca más me se acercó. Salimos del matrimonio y nos fuimos a un bar, donde se suponía que miraríamos el partido del Manchester United vs. Liga de Queto. No lo hicimos. El amanecer nos pilló en otro borde.

En la tarde, cuando desperté, averigüé de inmediato y experimenté la satisfacción de saber que habían perdido. Lo único que lamenté es que no haya sido por paliza.

Periodismo y crónica

21 de diciembre de 2008

Agradezco al amigo poeta Fabián Darío Mosquera por invitarme a participar de un foro sobre periodismo y crónica, en la grata compañía de María Paulina Briones, el propio FDM (en calidad de moderador, con tendencia a la tinosa intervención) y Francisco El Negro Santana. El acto se desarrolló el 3 de los corrientes en el MAAC y su auditorio fueron los estudiantes de sexto curso del Liceo Panamericano, donde FDM enseña literatura.

El lugar estaba lleno; la mesa que ocupamos tenía sendas copas de vino (siempre se agradece). Empezó María Paulina (su bitácora, acá) con la lectura de un texto que sirvió de propicia entrada a la discusión; tomé la posta y empecé por advertirle al público que me sentía (como tantas otras veces) un meteco en ese panel y que mi (de)formación era de otra índole, que yo venía desde el periodismo de opinión (sin embargo de interesarme mucho como lector la crónica y en alguna hobby medida como escritor); eso sí, precisé, el escribir periodismo de opinión no implica disminuirse a las posibilidades de la letanía y los lugares comunes (los “hay que” tan propios de tantos mediocres) sino abrirse a distintos conceptos y distintas posibilidades de estilo (donde puede aparecer la grata visita de la crónica –por ejemplo-, u otros especímenes). Yo enfaticé algunas evidencias particulares: mi interés en el derecho y la política, en la defensa de los conceptos de autonomía individual y de autogobierno colectivo, los que me interesan como puntos de partida para caminos cuyo recorrido depara la visita de otros temas, cómplices y amigos, o cosas de mi estilo, como el evitar los gerundios y las preposiciones. La idea que quise transmitir es acercarse sin prejuicios a una idea, divertirse en el proceso de escribirla, matizarla sin énfasis y sin privarla de gracia. Ummmm, no sé si logré mi cometido.

Luego, el plato fuerte a cargo de El Negro Santana, capo de crónicas locales, de una ciudad tan peculiar y tan propicia para la crónica. Hoy, El Negro publica sus crónicas en El Telégrafo; no tienen pérdida. El Negro desgranó sus historias en pleno dominio de la palabra y del auditorio, con solvencia y gracias totales, un capo di tutti capi. Contó sus experiencias en El País de España y en El Uni(co)verso, contó historias de cómo redacta sus crónicas y nos encandiló a todos.

Se abrió una ronda de preguntas: nos llovieron, no porque les hallamos sembrado a estas almas en formación jardines de dudas sino porque la nota del examen de literatura les iba en ello. En todo caso, preguntaron bien: nos obligaron (en particular a El Negro, en su rol de figura estelar) a reformular y precisar nuestras observaciones de hacía unos minutos. Mientras El Negro explicaba, yo recordé una frase de Ryszard Kapuściński que se aplica, creo yo, a la responsabilidad de escribir crónicas tal como él la entiende y la practica, el que “la mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho a escribir”. El cuore de la crónica (de toda actividad periodística, si me apuran) late allí, en ese compromiso. Muchos corazones han dejado de latir al amparo del cinismo y hoy nos sonríen, impasibles, desde su cara de dólar. Abundé sobre este punto en otra respuesta y con otra cita del gran Kapuściński, “los cínicos no sirven para este oficio”, la que complementé con esa clásica frase del pícaro tío Óscar, “cínico es aquel que conoce el precio de todo y el valor de nada”. Postulé entonces lo contrario de esa definición de Wilde: que quien se involucra en la actividad periodística, desde cualquiera que sea su trinchera, debe defender ciertos valores: la más amplia libertad para expresarse, el compromiso de ponerse en los zapatos de los otros, el reconocimiento de ciertos mínimos que no se pueden y no se deben negociar.

La noche vino bien, me encontré con varios amigos, presenciamos una obra de Molière, abrevamos varias copas de tinto, nos cruzamos a Nicotina a seguirla (nos acompañaron varios estudiantes: cuando me contaron que pensaban apenas salidos del colegio empezar a trabajar, les reconvine que no cometieran ese error, que se dediquen a viajar y a vivir de noche, que se pierdan un poco: esa es siempre la mejor manera de encontrarse.) Como detalle de agradecimiento de mi participación, Mencha (la rectora del Liceo) me hizo entrega de la foto que abajoubico (que la tomó, con su natural talento, el amigo Ricky Bohórquez). En la carta que acompañó este detalle, Mencha escribió: “la foto fue seleccionada especialmente para ti”. Mencha sabe de mis pesares de hincha.

P.S.- En la foto arribaubicada, el ilustre panel. Fabián, desternillado de risa sin causa aparente, comme il faut.











P.S.- Nótese la seductora uña que sostiene la foto, ja.


Solo una cosa no hay...

20 de diciembre de 2008

Yo le deseé larga vida a León Febres-Cordero: mis razones para tal deseo eran razones de justicia. De esa justicia que en razón de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en su período de Gobierno tenía cuentas pendientes con él y a la que su muerte burla y lo consolida en la impunidad.

Suele impresionarme el que entre los méritos que Febres-Cordero acuñó (como el rescate de Guayaquil de la pocilga roldosista) se cuente el que haya liberado al país del terrorismo. Sostener esa opinión es suponer que el Estado frente al terrorismo debe también actuar de manera terrorista: suposición estúpida porque equipara al Estado (cuya razón de ser es garantizar los derechos de todos quienes vivimos bajo su jurisdicción) con un grupo irregular cuya razón de ser es la violación de esos derechos que el Estado tiene la obligación de garantizarnos. Más todavía, sostener esa opinión es olvidarse (sea por ignorancia o mala fe) que en una sociedad democrática el único propósito válido para el combate al terrorismo es proteger las instituciones democráticas, los derechos humanos y el imperio de la ley, no menoscabarlos (a lo que se tiende cuando se actúa fuera de la ley, sin respeto a mínimos derechos –vida, integridad persona, debido proceso-. Recuérdese esa terrible frase de Febres-Cordero, tras el fallido desenlace del secuestro a Nahím Isaías: “Los derechos humanos son absolutamente respetables en este país, para quienes viven dentro de la Constitución y la ley”: esta frase, si se la piensa bien, fractura la sociedad y contraviene el auténtico propósito de toda democracia).

Michael Ignatieff afirma que la función de los historiadores honestos es purificar los argumentos y reducir al mínimo el número de mentiras en el debate. Reduzcamos, entonces, una: el ingeniero Febres-Cordero solía afirmar que la muerte de los hermanos Restrepo se juzgó oportunamente. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos lo desmiente: en su Informe No 99/00 sobre el Caso Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo Arismendy el Estado, al tiempo de aceptar su responsabilidad por la desaparición de los hermanos Restrepo, reconoció que hubo “resultados incoherentes e ilegales” de la Policía Nacional y que “el proceso judicial interno estuvo caracterizado por demoras injustificadas, tecnicismo a ultranza, ineficiencia y denegación de justicia”. No se juzgaron a todos los involucrados ni se encuentran todavía los cuerpos de los desaparecidos. No hay justicia.

La justicia que yo deseé para Febres-Cordero consistía en investigar los crímenes de lesa humanidad perpetrados en su período de Gobierno: una investigación, en sede nacional o internacional, pero siempre con las debidas garantías (esas mismas garantías que se le negaron a las víctimas de su combate al terrorismo) y que en caso de responsabilizarlo se lo sancione con la prisión domiciliaria que correspondía. Su muerte nos arrebató esta posibilidad de cesar la impunidad y de hacer justicia. Nos queda, eso sí, la tarea pendiente de discutir de manera objetiva y crítica nuestra historia reciente. Porque, dicho sea al amparo de Borges: “Solo una cosa no hay. Es el olvido”.

Villoro, fútbol y cuento del bisnes

18 de diciembre de 2008

Conocí a Villoro vía este artículo en la revista Soho en que cada frase es un ejemplo de dominio pleno de la palabra y de divertido ingenio: ambos atributos merecieron mi inmediata y rendida admiración. (Mucho Villoro, acá.) El artículo en cuestión tiene, además, la enorme virtud de referirse a uno de los temas literarios que yo más disfruto (¡Galeano, Marías, Fontanarrosa!): el fútbol (el que disfruto cada vez más, excepción sea hecha de la Champions, en su faceta literaria, en la que su épica y lírica dependen del hecho que de su generoso acervo se escoja y de la habilidad del narrador para contarlo, que lo que lo disfruto en mi condición de hincha, precisamente, en razón de la falta de épica y lírica y el notorio declive del Borrachines Sporting Club). Esa puerta de entrada no me defraudó: Dios es redondo es ese espléndido libro de fútbol de Villoro en el que éste hace graciosa cita de Heidegger, Canetti y Agamben al tiempo que su epígrafe escogido para abrirlo es el siguiente: “En el principio Dios iba a la escuela y se ponía a jugar fútbol con sus amigos hasta que llegaba la hora de irse con sus amigos a sus salones. Aunque Dios sabe muchas cosas, quiere aprender más y hacer cosas nuevas. Un día Dios dijo: ‘hoy trabajé mucho y es hora de ir a recreo’. Dios y sus amigos se pusieron a jugar fútbol y Dios chutó tan duro la pelota que cayó en un rosal y se ponchó. Al explotar la pelota, se creó el universo y todas las cosas que conocemos”. Su autor se llama Rodrigo Navarro Morales, tiene siete años, estudia en el Instituto Alexander Bain y su imaginación convierte al Génesis es un vulgar relato de mórbidos pastores (cosa a la que, de todas maneras y sin necesidad de compararlo, el Génesis se acerca bastante.)

Ahora cambiemos de tema, no de autor. Villoro es un literato a carta cabal y fue a principios de este año que disfruté en una isla Caribe (febrero, República Dominicana) de su novela El Testigo, ganadora del Premio Herralde de Novela y sobre la cual, sin asomo de innovación, me atengo a copiarles un fragmento de su contratapa: “Julio Valdivieso, intelectual mexicano emigrado a Europa, profesor en la Universidad de Nanterre, vuelve a su país después de una larga ausencia. El PRI ha perdido al fin las elecciones y se inicia un peculiar período de transición. […] Julio, como todos los exiliados, vuelve a ese tiempo extraño de los regresos, un pasado siempre presente donde uno se reencuentra con el fantasma de lo que puedo ser, con la seductora imposibilidad de retomar la vida donde se la dejó”. El libro no tiene pérdida, como tampoco la tiene este fragmento del mismo que recuerdo que comentamos con el bro X. Andrade, en razón de que ambos en ese tiempo escribimos sendos artículos sobre la legalización de las drogas. El relato ilustra, por sí mismo, el punto:

"Acabo de estar en la Secretaría de la Defensa. Tienen un piso que no está abierto al público, con un museo del narco. Vi la pistola con cachas de oro del Chapo Guzmán, una Biblia con un receptáculo para guardar cocaína, unas puertas talladas con las efigies de unos guardianes que sostienen ametralladoras AK-47. Hay algo raro en que el ejército guarde esas reliquias.
- El enemigo les parece más poderoso que ellos. Es natural que lo admiren." (Pág. 341)

Dos páginas después:

"- El problema está arriba –levantó el índice, como si el gobierno de México ocupara el piso superior de la casa (su sonrisa irónica descartaba a Dios).
- Estados Unidos es el responsable. Tienen a más negros en la cárcel por tema de drogas que en las universidades. Aquí conocemos a los narcos por nombre, apodo y vicios favoritos. Ahí están tan protegidos que operan en la sombra."

Es el cuento del bisnes, ni más ni menos. Y los que pierden, los que pierden, siempre son los otros.








BSC: nuevas contrataciones

16 de diciembre de 2008

Jorge Luis Pérez me hizo reír mucho esta mañana con su artículo autobiográfico “He sido contratado por BSC”. Tocó mis fibras de hincha: me sentí en capacidad de intentarlo, de probarme en filas canarias. Mi experiencia me avala: mi ranquin cervecero, mi afición al ron y al bourbon, mi picardía fernecera y mi toque de magia eslava cortesía de competentes white russians son todos mis atildados pergaminos para ofrecerme al club de mis amores en condición de rendidor stopper, de cinco peleón y marrullero, digamos, tipo un Toninho Vieira en permanente curda: seré un estajanovista de la rúbrica, uno que no dará una (noche) por perdida y que la distribuirá, siempre tinosa y a profundidad. Mi principal defecto, ay de mí, es que yo no conduzco sino una modesta bicicleta y mis compañeros de equipo, en cambio, potentes vehículos de motor al servicio de descalabros varios: derrumbar postes, estrellar coches, arrollar incautos. Como en el caso de Pérez, no me será nada fácil enfrentar a estos gladiadores de la madrugada, pero como encamó el célebre filósofo mexicano* Alfonso Sayas, empuñando un mezcalito, la lucha se hace.

* No mencioné mis habilidades adquiridas (tequila y mezcal) en mis largas temporadas en México, por las razones que aquí se exponen, hechos éstos que no impiden en absoluto que esta madrugada yo le hinche a los Tuzos. Hasta entonces atizaré, a manera de entrenamiento recreativo, unos white russians en un bar de la localidad. ¡Salud!

(Tragi)comedia editorial en El Comercio

15 de diciembre de 2008

En la busca de información para redactar la entrada “Buitres y papel picado” encontré este adefesio. El amigo Héctor Chiriboga me había advertido de su publicación y mucho nos habíamos reído de su torpe comparación. En su parte tragicómica (o mejor dicho, en la más tragicómica, porque el resto tampoco vale mucho) el editorial de El Comercio del 11 de diciembre afirma lo siguiente:

“Lo sucedido en la Universidad Católica de Guayaquil es insólito, aunque desconcierta, pues fue ese centro universitario el que tuvo la hidalguía de oponerse, hace pocas semanas, a una agresión estatal que pretendía convertir a ese campus en un centro de promoción electoral. Entonces hubo una reacción estudiantil, más que de las autoridades, que rememoró las grandes gestas de la universidad en el continente.
Se regresó a la histórica reforma universitaria de Córdova [sic] de 1918 y a los hitos de la universidad ecuatoriana a raíz de la revolución de 1944, cuando Benjamín Carrión enarboló la cultura como identificación nacional.” (Las cursivas son mías)

Me interesa, en particular, la parte en cursivas. El fulano que redactó este editorial desconoce mucho, el pobre, el significado de la reforma universitaria de Córdoba. En un apartado de su extensa y excelente obra de historia sobre América latina (América latina. De la independencia a nuestros días, Fondo de Cultura Económica, Pág. 413-414) François Chevalier describe ese proceso histórico en los siguientes términos:

“[Argentina] fue teatro, en 1918, en la vieja universidad de Córdoba (fundada por los jesuitas), de una insurrección estudiantil cuyas repercusiones continentales, a 50 años de distancia, aún ofrecían curiosas analogías con los movimientos mundiales “contestatarios” en las universidades, entre otros con el de Francia en 1968.
Recordemos brevemente las bases del “manifiesto de Córdoba” y de sus prolongaciones en junio-julio de 1918, que atrajeron la atención de ciertos periodistas europeos […]
De ahí nacen las “bases para la organización de las universidades” que proclamó en su congreso de Córdoba, del 20 al 31 de julio de 1918, la Federación Universitaria Argentina (fundada el precedente 11 de abril).
Las bases comprenden 10 puntos:
1. coparticipación de los estudiantes;
2. nexo institucional con los estudiantes alumnos o diplomados (“vinculación de los graduados”);
3. libre asistencia a los cursos;
4. profesorado libre;
5. periodicidad de la cátedra;
6. carácter público de las actas y de las sesiones;
7. extensión de la universidad fuera de su recinto (o difusión de la cultura universitaria);
8. asistencia social a los estudiantes;
9. autonomía universitaria (sistema diferencia organizativo)
10. universidad social (es decir abierta al pueblo y dependiente del pueblo)
Una vez reconocidas por el Presidente Yrigoyen (decreto de reforma del 13 de octubre de 1918), estas ideas vencen en 1918-1920 a pesar de la vigorosa oposición que suscitaron, sobre todo entre el cuerpo profesional. Se propagaron con rapidez en Montevideo, y especialmente en Perú (1918-1920); después en Chile, Colombia (Bogotá y Medellín), Caracas, México, La Habana, etc.”

Transcrito lo cual, cualquier comparación entre este complejo proceso político y educativo con la pendencia acaecida en los predios de la UCSG el 16 de agosto de 2008 es desconocer (ignoro si por estupidez o por mala fe) el inmenso, gigante hiato que distancia el proceso de Córdoba de este suceso universitario. Para mayor inri, el pobre fulano que redactó este adefesio desconoce que Córdoba se escribe con “b” de burro (un sustantivo que bien podría caracterizarlo, por cierto). Sería solamente para la risa sino fuera porque El Comercio se supone un periódico serio y este adefesio representa su opinión institucional sobre este tema: de allí su condición trágica. Aunque, en todo caso, la risa prevalece: que sirva, entonces, para el escrache y la risa esta necedad.

P.S.- El amigo Héctor Chiriboga publicó este interesante artículo, en sintonía.

El término "matrimonio"

14 de diciembre de 2008

El 27 de diciembre de 2007 el Presidente uruguayo Tabaré Vásquez promulgó una ley que regula las uniones concubinarias de distinto e igual sexo. Uruguay fue el primer país de América latina en legalizar la relación de parejas homosexuales con alcance nacional (al tiempo de la promulgación de esta ley en Uruguay, la unión de parejas homosexuales era legal en Ciudad de México y Coahuila, en México; Río Grande do Sul, en Brasil; Buenos Aires, Villa Carlos Paz y provincia de Río Negro, en Argentina; en Colombia, la Corte Constitucional les reconoció varios derechos a las parejas homosexuales). Ecuador legalizó la unión de homosexuales en el artículo 68 de la Constitución Política actual y reservó la palabra matrimonio para la unión de parejas heterosexuales*.

En una entrada de su excelente bitácora Escribir para qué (titulada "Los guardianes de las palabras") Leila Macor escribe que los conservadores derrotados “comienzan a entender que la homosexualidad no es una enfermedad y hasta aceptan que los gays necesitan ampararse en la ley. Pero aún defienden lo poco que les queda: la propiedad de la palabra. El derecho a nombrar los cimientos de su dignidad con los términos que consideran que les son propios. Aceptan las uniones legales entre homosexuales, ¡pero que no se les llame matrimonio!”. Esta acertada descripción de Leila Macor permite continuar el análisis que se postuló en una entrada anterior de esta bitácora ("Matrimonio en campo abierto"). Quiero insistir, eso sí, en que la institución del matrimonio no es lo importante (porque como decía el enorme Groucho Marx: “El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución” –siempre he sido, valga decirlo, marxista de la tendencia grouchiana): lo mismo puede una pareja homosexual o heterosexual, si lo desea, vivir dentro o fuera de la institución matrimonial: eso no afecta lo esencial (que siempre es invisible a los ojos, Principito dixit). Pero lo que sí es reprochable en una sociedad democrática que postula en su Constitución Política sólidos principios de no discriminación (como lo es la ecuatoriana con todos los juguetes al menos desde la Constitución de 1998) es la sanción legal de una discriminación verbal “argumentando un supuesto título de propiedad que le confieren la religión y la tradición”, como afirma Leila Macor, quien concluye su entrada con los siguientes cabales términos: “Las palabras son peligrosas: crean realidades, no se debe despreciar su poder. Por eso esta nueva clase de "conservadores derrotados” son posesivos con los adjetivos y sustantivos con que se definieron hasta ahora: porque intuyen que cuando pierdan la batalla de la palabra, habrán perdido la guerra para siempre”. Ojalá la pierdan, porque su credo es discriminar: un credo despreciable.

* Curiosamente, como bien lo argumentó un comentarista (Fernando Abel) en la entrada "Matrimonio en campo abierto", la Constitución Política de 1998 no prohibía el matrimonio homosexual. Se podría argumentar en contra de esta hipótesis que no fue esa la intención de los redactores del texto constitucional y que el Código Civil establecía que el matrimonio era la unión de hombre y mujer, etc. (Azul formuló la primera prevención, DoctorObservador -hoy Observador a secas- la segunda). Lo del Código es insustancial (se puede desarrollar una ley posterior que derogue esos artículos o una interpretación constitucional podría declararlos inconstitucionales por considerarlos discriminatorios) y lo de la intención de los redactores no se sostiene porque los principios que sustentaban a la Constitución Política de 1998 permitían una interpretación en sentido contrario. Así, el artículo 17 garantizaba “a todos sus habitantes, sin discriminación alguna, el libre y eficaz ejercicio y goce de los derechos humanos”, el artículo 18 inciso 2 obligaba a que en materia de derechos “se est[e] a la interpretación que más favorezca su efectiva vigencia”, el artículo 23 numeral 3 garantizaba el derecho a la igualdad ante la ley en términos de “todas las personas serán consideradas iguales y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin discriminación en razón de […] orientación sexual” (artículo 23, numeral 3) y el artículo 37 in fine definía el matrimonio como fundado solamente “en el libre consentimiento de los contrayentes y en la igualdad de derechos, obligaciones y capacidad legal de los cónyuges”. Dicho lo cual, solo bastaba que atento a esas normas constitucionales el Tribunal Constitucional actúe en consecuencia. Pero los católicos y otros miembros de confesiones retardatarias podían descansar tranquilos: ese tipo de interpretación constitucional era y es rara avis en estos pagos (pobre Ecuador, tan cerca de Colombia y tan lejos de su interpretación constitucional): de veras, nuestra jurisprudencia constitucional es, en términos generales, hoy como siempre, vergonzosa.



















P.S.- Yisuscrais contraataca, en solidaridá.

Buitres y papel picado

12 de diciembre de 2008

La actitud de Ricardo Antón, Director de la Comercial de Tránsito del Guayas, en relación con la obra del artista Betto Villacís es reprochable y torpe. Reprochable, porque constituye un atentado contra la libertad de expresión artística de Betto Villacís y contra el derecho que tenemos todos los ciudadanos de recibir ideas de toda índole. Torpe, porque el efecto que provocó su reprochable actitud fue el contrario al que pretendió: lejos de impedir que se conozca la obra, contribuyó a difundirla (yo pongo mi granito de arena); lejos de impedir que se afecte la honra de la Comercial de Tránsito del Guayas, contribuye a que en legítimo uso de nuestro derecho a la libertad de expresión los ciudadanos “afectemos” la honra de la muy sensible Comercial de Tránsito del Guayas.












Por cierto, no cabe justificar la actitud de Antón como un ejercicio del derecho a la protesta como alguien sugirió en los comentarios a la entrada que posteó el amigo José María León Cabrera en su excelente bitácora. Yo he suscrito y he postulado el derecho a la protesta que tenemos los ciudadanos, por ejemplo aquí y acá: no es difícil comprender la naturaleza de este derecho a partir de estas palabras del Juez Brennan de la Corte Suprema de Estados Unidos: “Los métodos convencionales de petición pueden ser y suelen ser inaccesibles para grupos muy amplios de ciudadanos. Aquellos que no controlan la televisión y la radio, aquellos que no tienen la capacidad económica para expresar sus ideas a través de los diarios o hacer circular elaborados panfletos pueden llegar a tener un acceso muy limitado a los funcionarios públicos, y como lo que nos interesa es que tengan un acceso regular a los funcionarios públicos, sobre todo si lo que tienen consigo es una queja vinculada con un agravio constitucional muy fuerte, entonces el hecho de que éste sea un grupo con muy especiales dificultades para expresar su punto de vista nos obliga a tener una consideración muy especial frente a los medios que escogen para presentar sus reclamos”. El comentario que Roberto Gargarella formula a esta opinión del Juez Brennan precisa la idea: “Cuando más dificultad tenga un individuo o grupo para acceder al poder, más razones hay para asegurarle una protección especial”. (Gargarella, Roberto, Carta abierta sobre la intolerancia. Apuntes sobre derecho y protesta, Pág. 27-28). No cabe, entonces, amparar la reprochable y torpe actitud de Antón en el derecho a la protesta.

Pero la actitud que de verdad me preocupa, porque se supone que debería estar en sus antípodas, es la actitud de las autoridades de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (¡ay, mi alma máter!). El Vicerrector Académico de la UCSG, Mauro Toscanini Segale, lejos de defender la autonomía universitaria y el derecho a la libertad de expresión, ofreció disculpas a Ricardo Antón; el argumento de éste es paupérrimo: “[n]o puede ser que en la misma universidad donde se educan vigilantes se haga este tipo de mofa de la institución. No lo aceptaré” (en referencia a los cursos que los aspirantes a vigilantes reciben en la UCSG y que los paga la Comercial de Tránsito del Guayas) pero mucho peor es que el vicerrector Mauro Toscanini lo acoja: “Yo pedí que sacaran la pintura porque, en realidad, se afectaba a una institución. 1 200 de estos vigilantes se capacitan en la universidad en valores para que sean mejores en su institución. Y no podemos ridiculizarlos”. Antón conversó con Toscanini; según las propias palabras de Antón, “la CTG no dio ninguna orden para que se retire este cuadro de la exposición. Fueron los propios directivos de la universidad que al darse cuenta de lo que estaba sucediendo dispusieron que se retirara”; Toscanini considera, el pobre, que esa disposición no constituye censura, al tiempo que advirtió a Betto Villacís, cuando retiraba el cuadro que estaba alojado en el vicerrectorado académico, que no podría exhibir la obra en el galería de la universidad.

Sin embargo, el Consejo Universitario emitió el 8 de diciembre una resolución en la que rechaza “todo acto que signifique violación a los espacios y práctica universitaria [sic]”y ratifica “la adscripción y respeto de nuestra Universidad a los principios universales de libertad de expresión” y de “libre expresión artística”. Si esta resolución no es un burdo acto de cinismo y se toma con mínima seriedad lo que se afirma en la misma, la obra de Villacís debería exhibirse en la galería, gústele o no al Director de la Comercial, pésele a quien le pese. Pero es sólo lírica, una verónica para la tribuna. Más pesan 1.200 cursantes, en contante y sonante. Porque es evidente que el único argumento en limpio que exhibe Mauro Toscanini es que debe respetarse a una institución (la Comercial) que educa a 1.200 de sus miembros en la universidad. Los principios que enuncia la resolución son sólo papel picado, que unos buitres picotean por allí.

La universidad en el horno y a Antón el tiro le salió por la culata. Yo quiero contribuir al escarnio y la sátira, pero mis habilidades en materia de diseño son escasas; quien diseñe algo en ese sentido, me lo envía y aquí lo colgamos. ¿Si le ponemos alitas de buitre a este ojón adefesio? Podría ser un buen inicio. Sírvanse.












¡Ay, 60 años!

11 de diciembre de 2008

Ayer. Hoy son sesenta años y un día de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de saldo ambiguo. Al amparo de Cioran y de los gnósticos tiendo a considerar sin tomármelo muy en serio (obvio porque no soy creyente; si lo fuera, sí que tendría que pensármelo) que dios es, ora omnipotente y malvado, ora bondadoso pero chapucero: sólo esas patéticas alternativas divinas podrían explicar, desde la metafísica, este desastre de mundo en el que vivimos y del que la DUDH no ha podido salvarnos. Pero la DUDH mérito sí que tiene: fue, hace sesenta años y un día, el punto de partida de la comunidad internacional para codificar el derecho internacional de los derechos humanos, para reivindicar un discurso y orientar una práctica que, a pesar de sus notorias deficiencias e insuficiencias, no poco ha contribuido para evitar y corregir muchas injusticias. La DUDH es, me gusta pensármelo con estas palabras de Nadime Gordimer, “el documento esencial, la piedra fundamental, el credo de la humanidad que recoge todos los otros credos que orientan el comportamiento humano”.

El artículo 1 de la DUDH no parece difícil de comprender y practicar. Dice: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Sin embargo uno mira alrededor… Pero bue, no cabe que dejemos de imaginarnos un posible mundo mejor: lo digo al amparo de Lennon (otro aniversario reciente, just three days ago) quien soñaba con un mundo sin codicia, ni países, ni religión, malas ideas que tanto han contribuido para que nos dañemos los unos a los otros. Libertad, igualdad, fraternidad: todavía mucho por hacer. A seguirla, para que como sugería Camus, al menos abandonemos el mundo un poco mejor de cómo lo encontramos.

Un affaire de drogas en el Caribe

9 de diciembre de 2008

Yo estaba en una playa del Caribe (donde se vive como se escribe, como dijo Luis Leonardo Aute) en una fresca noche en pie de paz con una segunda botella de tinto en el depto de mi muy querida Eileen. Y hete aquí que pasada la medianoche del 2 de ese febrero bisiesto me introduzco a Internet para revisar la publicación de mi columna Razones para la Legalización de las Drogas (si se publicó completa y sin modificaciones, etc.) y me encuentro con este pana, una idea infeliz. Era la primera vez (que no sería la última) en casi dos años de columnista estable que El Universo no publicaba mi columna de opinión. Decidí que el asunto merecía atención pa’ luego porque nada yo podía resolver esa madrugada: escancié entonces la segunda de tinto y la noche se vino fresca, risueña y caribeña.

Ya en la tarde de ese 2 le escribí a Emilio Palacio un escueto correo electrónico en el que le solicité una explicación. Él me respondió con un correo amable que yo contesté de inmediato en los siguientes términos los que ahora publico en esta bitácora en reemplazo del editorial que El Universo no publicó aquel 2 de febrero. Me parece que mi contestación al amable correo de Palacio refuerza los argumentos del debate que pretendí plantear en materia de razones para legalizar las drogas: de ahí que decida publicarla en este espacio. La columna que el 2 de febrero se censuró, terminó por publicarse (con modificaciones) el sábado 1 de marzo, primer sábado después de mi regreso del Caribe sucedido el 25 de febrero. Las modificaciones a la columna se convinieron en una conversación que, a finales de febrero, sostuvimos con Palacio en su oficina: conversación en general amable, aunque a ratos chance áspera y finalmente circular. La columna, después de discutirlo cerca de tres horas, terminó por publicarse aquel 1 de marzo en los mismos términos que planteé en la contestación que hoy publico.













P.S.- Una última cosa: la versión a la que se accede a través del enlace que consta en esta entrada los dirige al editorial que publicó El Universo, con las modificaciones que sufrió el original. El original, aquel que no se publicó, consta en esta bitácora, acá.

Cortázar (los cronopios nunca mueren)

5 de diciembre de 2008

Hace unos días (el jueves pasado, dicho sea en aras de la precisión) una amiga que es todo un personaje divertido apareció en mi depa con un documental sobre Cortázar y una botella de vino marca in vino veritas cuya procedencia delataba un promocional de navidades anteriores. El vino (aunque se le agradeció mucho la buena intención) estaba, sí, a la altura de un promocional de navidades anteriores o de simples navidades y nos salió peleón y marrullero y sólo toleramos un par de copas: bajé a comprar un inmediato reemplazo al Economarket cuya oferta lastimera ofrecía cartones, Leche de la mujer amada y Gato negro. Adiós a los cartones, dignos de esos tiempos de presupuestos muy malucos, opté por el Gato, que es peleón ma non troppo aunque me recuerda esas palabras del Juez Woolsey en aquel célebre caso sobre libertad de expresión United States vs. One book called Ulysses cuando resolvió (1933) permitir la importación del Ulysses de James Joyce al territorio estadounidense (prohibida desde 1921 por petición de los papanatas de la New York Society for the Suppression of Vice): “whilst in many places the effect of Ulysses on the reader undoubtedly is somewhat emetic, nowhere does it tends to be an aphrodisiac” (en castizo: “si bien en muchos parajes el efecto de Ulises en el lector es indudablemente algo vomitivo, en ningún momento la novela pretende convertirse en un afrodisíaco”. Ummm, ¿y, Woolsey: si se convirtiera? En fin.) El recuerdo es preciso porque el Gato Negro es un vino algo vomitivo y no constituye de ninguna manera un afrodisíaco (lo que no quiere decir que no deje de alentar noches de braguitas de quitaipón) pero tiene el mérito de dejarse beber y Cortázar siempre amerita un brindis.

Mi amiga obtuvo el documental en YouTube, donde máquina y procedimientos que desconozco mediante, amalgamó los nueve episodios del mismo (estrenado en octubre de 1994) para verlos de continuo. El documental lo dirigió Tristán Bauer con guion de autoría conjunta entre él y Carolina Scaglione; el primero de los nueve episodios que constan en YouTube nos revela ya la que será su emotiva belleza de 80 minutos a partir de los textos de y las entrevistas al cronopio Cortázar. A mí en particular (es que me parece de las más lindas cosas que yo he leído en mi vida en conjunto con Hay que ser realmente idiota para… -con la que tanto me identifico) la lectura del fragmento del post-scríptum de Los Autonautas de la Cosmopista fue la parte del documental que más me emocionó y que casi me pianta un lagrimón. Los Autonautas de la Cosmopista lo escribió Cortázar a dos manos con Carol Dunlop (“Lobo” y “Osita”, respectivamente) cuando juntos recorrieron la ruta entre París y Marsella en treinta y tres maravillosos días de 1982: ambos sabían que el otro estaba enfermo y que moriría pronto pero ninguno sabia que el otro sabía: se amaron con la ansiedad de quien sabe que perderá pronto lo amado y con la resistencia gozosa de quien se niega a aceptarlo. Carol se le adelantó a Julio en ese viaje hacia lo desconocido. Transcribo, no puedo menos, el fragmento final de este post-scriptum de diciembre de 1982 que escribió Cortázar in memoriam de su amada y que la voz de Alfredo Alcón lee al principio del episodio octavo: "La vi emprender su viaje solitario, donde yo no podía ya acompañarla, y el 2 de noviembre se me fue de entre las manos como un hilito de agua, sin aceptar que los demonios dijeran la última palabra, ella que tanto los había desafiado y combatido en estas páginas. A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista".

Julio, maestro: los cronopios nunca mueren.

Hablando de Einstein...

En un post anterior hice imprecisa referencia a una frase de Albert Einstein sobre las cosas infinitas en el mundo: escribí “el infinito y la estupidez humana” y debí escribir “el universo y la estupidez humana” (de hecho, la frase completa y precisa es más lapidaria todavía: “hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro”. Yo añado: de la segunda dan fe B. de Valero y la Fundación Malecón 2000). Mientras escribía esta imprecisa referencia a Einstein me acordaba de esta anécdota sobre él que publicó el español José Luis de Vilallonga en el tercero de sus tomos autobiográficos. Yo le debo al inefable brother Curro (aquel aliado del campari, de la música mediterránea, de ciertos placeres esnobistas de bajo presupuesto y de frases precisas que salvan tardes y turban damas) la lectura de J. L. Vilallonga.

Vilallonga es como escritor lo que fue como actor: un cumplidor y decente secundario. Sus libros suelen ser variaciones sobre su ego (un buen punto de partida, admitamos) y consistir en una sucesiva narración de las diversas anécdotas que le ocurrieron en su ajetreada vida de bon vivant. Su lectura no está nada mal para salvar una tarde de sábado a la que amenace el vacío (siempre que no se tenga al Curro a la mano para una de sus frases precisas, ja). Aquí un fragmento de La flor y nata. Memorias no autorizadas*** que compré en Santo Domingo, R.D., a precio de ganga (del que traje, como debía en cumplida gratitud, un ejemplar al Curro) que contiene esta simpática anécdota cinematográfica de Vilallonga que involucra al actor Fernando Lamas y al físico Albert Einstein (Pág. 240-241):

“Jason Robbards llamó a gritos al argentino. Lamas se nos acercó con su paso estudiadamente indolente.
- ¿Qué le estabas contando a Einstein? –le preguntó Dalio.
El argentino levantó una ceja finamente dibujada.
- ¿Einstein? ¿Quién es Einstein?
- ¡El profesor Einstein! El anciano caballero con el que estabas hablando.
Una gran sonrisa iluminó el rostro de Fernando.
- ¡Ah… de modo que se llama Einstein! ¡Como el dentista de mi suegra! Ya me parecía a mí que tenía pinta de judío.
Presintiendo que Jason Robbards iba a pegarle un puñetazo, intervine rápidamente.
- Fernando, ¿pero es que no has leído tu invitación?
- Yo no estaba invitado. He venido con Dean Martin.
- Fernando, por favor –le rogó Dalio-, dinos de qué estabas hablando con Einstein.
El círculo se estrechó en torno al argentino, que se sirvió un whisky antes de contestar:
- Bueno, ya sabes de lo que se habla con un anciano… De todo un poco… Me decía que tengo mucha suerte de ser un actor porque estoy siempre rodeado de mujeres hermosas a las que puedo besar y hacerles el amor… ¡Figúrate! El pobre está completamente fuera de juego. Le he explicado que no hay que fiarse de las apariencias y que toda medalla tiene su reverso. Le he contado que en mi oficio nada es nunca como uno quisiera y que en este mundo todo es relativo.
Dalio empezó a dar saltitos sin moverse de sitio mientras la sonora voz de Jason Robbards tronaba:
- ¿Tú, Fernando Lamas, le has dicho al profesor Einstein que en este mundo todo es relativo?
- Pues sí. Y estaba perfectamente de acuerdo conmigo, porque me dijo que él también tenía una teoría al respecto. Fue entonces cuando me levanté para despedirme, antes de que me largara esa dichosa teoría….”

Y Vilallonga comenta:

“Al parecer, años más tarde, en tiempos de Perón, los argentinos quisieron nombrar ministro de cultura a Fernando Lamas. En el informe que el gobierno poseía sobre el actor pesaba mucho su estrecha amistad con el profesor Albert Einstein”.

Dicho sea con humor: ¡qué país generoso!


















P.S.- El de esta foto es quien pudo ser ministro de cultura de Argentina por su alegada parcería con el man que saca la lengua.

La solución de Enrique

1 de diciembre de 2008

Tanto como “padece” problemas que participan de una notoria cuota de surrealismo, Enrique ofrece a los panas soluciones de corte similar.

Mi memoria no registra los detalles precisos de cómo llegamos aquella noche de verano de hace algunos años al depa en Salinas de los abuelos de Enrique. Recuerda, eso sí, que el edificio se llamaba Mar Bravo (como la playa donde tenemos la familia el departamento frente al mar y sin vecinos, locación propicia para misóginos aprendices de seductor como uno), que era tarde en la noche y que la propuesta primaria consistía en salir al malecón de Salinas a buscar chicas, comprar licor barato, llevarlas al depa y curtirlas, en ese orden. Le expliqué a Enrique mi postura: que el malecón de Salinas era una idea infeliz, que la pesca sería bagrera, que estaba cansado y que mañana ya veríamos cómo nos venía la mano. Enrique me dijo que salía de todas maneras al malecón a probar suerte. Le dije me quedo pana, y le pedí que me despierte sólo si venía acompañado de mimosas muchachas. Sobre la mesa del comedor estaba lo único decente que teníamos para ofrecerles, los restos de una botella de tequila que yo había traído de México unas semanas atrás.

Y aparece entonces Enrique con la solución, entra a despertarme a la habitación y ya estaba yo en trance de mandarlo a la plenipotenciaria casa de la verga, no me jodas negro, y él, ven a verlo tú mismo, y ahí estaban, recostadas en la hamaca estaban las dos mestizas ardientes de lengua tartosa, hermanas y pulposas para más señas, y oriundas, me parece recordarlo, del mismo pueblo costero que cobijó los primeros años del gran Spencer: potente carne popular al servicio de la causa de una noche que no perfilaba tener ninguna historia pero que finalmente la tuvo: liquidamos los restos del tequila, compramos licor barato y funcional (ummmm, vino de cartón, creo recordar) que nos funcionó muy bien: curtimos felicidá.

God save panas como Enrique. And fuck the Queen.

Jornada "Fernando Yávar" sobre Corte IDH

29 de noviembre de 2008

El amigo Fernando Yávar me invitó a participar de una jornada de análisis de fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) con estudiantes de la materia Derecho Procesal Penal I que él imparte en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil (UCSG) el día martes 25 de los corrientes, en el aula Jey Jey Olmedo. La jornada involucró el análisis de cinco sentencias de la Corte IDH en contra del Estado ecuatoriano que las expusieron los estudiantes de la cátedra de Fernando (quien, dicho sea al pasar, además de excelente persona, es excelente académico y profesional): así, el caso Tibi lo analizó Juan Pablo Cucalón; el caso Suárez Rosero, Kléver Sigüencia; el caso Acosta Calderón, Patricio Huayamabe; el caso Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez, Gianella Gallegos; el caso Albán Cornejo, Denisse Maldonado. Todos, y no exagero un ápice, lo hicieron bien, muy bien.

Cuando yo estudié en la UCSG casi nunca escuché una mención del derecho internacional, y menos que menos, del sistema interamericano de protección de los derechos humanos: cuando los profesores se referían a la Convención Americana sobre Derechos Humanos usualmente equivocaban el nombre (“Convención Interamericana”, decían los pobres), se confundían con jarta fe y alegría entre Comisión Interamericana de Derechos Humanos y Corte IDH e ignoraban de manera penosa la jurisprudencia de la Corte IDH, de suma importancia para comprender la interacción entre derecho internacional y derecho interno y para enriquecer la interpretación de las normas jurídicas internas, más todavía con una constitución como la del ’98, ya ni se diga la actual. Mucho puede decirse también de la educación formalista que padecíamos (entiendo que, en buena medida, se padece todavía) quienes estudiábamos derecho porque cada profesor usualmente iniciaba la primera clase explicándonos los límites de su materia, marcando los mojones (hay un albur aquí, eh) del compartimiento-estanco a partir del cual nos describiría con mayor pena que gloria y escasa gracia su materia, una postura que ignora la interrelación de las normas jurídicas entre sí y, más todavía, la interdisciplinariedad del derecho con lo económico, lo social, lo cultural… Esta realidad académica yo no conozco mejores palabras para describirla que con las palabras del rosarino Alberto Olmedo, ese grande (que yo lo prefiero por lejos, que al Olmedo Jey Jey): “es que éramos tan pobres”. No dudo que en términos académicos lo sigamos siendo, pero ojalá que cada vez lo seamos menos gracias a personas como Fernando Yávar, que introducen estos y otros temas en su cátedra.

Participé en esta jornada en conjunto con mi socio en el Caso Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez vs. Ecuador, Pablito Cevallos, quien la sacó del estadio con una exposición sobre las consecuencias de la sentencia del Caso Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez vs. Ecuador: las reformas en materia de la autoridad que conoce de la garantía de hábeas corpus, que la Corte IDH determinó que era contrario a la Convención Americana sobre Derechos Humanos (CADH) que la conozca el alcalde y que debería conocerla una autoridad judicial (la Asamblea Nacional Constituyente se hizo cargo de este reclamo desde el derecho internacional), las reformas a la administración de los bienes que incauta el CONSEP cuyos gastos de administración ya no corren a cargo del procesado que fue absuelto de los cargos que se le imputaron (el Estado reformó reglamentos del CONSEP en este sentido), las reformas a la eliminación de los antecedentes penales, para que el Estado lo realice por cuenta propia y no someta a engorrosos trámites (work in progress).

A mí, me cupo, en cambio bailar con la más fea y a manera de cierre: con una exposición sobre el procedimiento ante el sistema interamericano de protección de los derechos humanos (Comisión IDH y Corte IDH). Lo quería explicar a partir del Caso Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez, que me lo conozco muy bien, pero esa exposición del procedimiento ya la había realizado Gianella Gallegos con particular solvencia, antes que yo y no quería llover sobre mojado. Le entramos de todas maneras y empecé por loar el trabajo de Fernando en contribuir con este tipo de jornadas a la formación académica, que ojalá se multipliquen y ya hay unas ideas por allí que vienen bien, y continué con una charla sobre el procedimiento interamericano que no prescindió de la anécdotas de trabajo ni de los incentivos para los estudiantes (recordarles que cualquiera puede presentar casos en el sistema interamericano de protección de los derechos humanos y que Pablo y yo habíamos empezado como estudiantes a trabajar en los primeros casos, entre ellos, Chaparro y Lapo), de las limitaciones del derechos internacional (el que la carencia de un poder de policía haga que la ejecución de las sentencias en contra del Estado dependan de la buena voluntad de éste o de la “movilización de la vergüenza” que realicemos órganos internacionales y sociedad civil), de las críticas al Estado (en particular a la Procuraduría General del Estado, que se encarga del litigio de los casos de derechos humanos, lo que hace mal y con un espíritu contractualista sumamente berreta), de las expectativas sobre el Estado (a raíz de que la ejecución de las sentencias en contra del mismo la hace a partir de setiembre el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos), de la importancia de las sentencias de la Corte IDH para interpretar el derecho interno, etc. Mi participación fluyó tranquila y risueña y fue un placer desarrollarla. Un breve diálogo, al final, sobre fetichismo legal (a partir de una pregunta de Luis Sánchez, un habitué de este espacio virtual y siempre con buenas ideas y muy, muy bienvenido) y sobre el poder simbólico y fáctico que ejerce el derecho sobre la realidad; comentarios interesantes y oportunos. Cerramos al borde de las 21h00, casi tres horas después de empezados, una jornada que ojalá se repita y que para decirlo con el dicho popular, si así llueve, que no escampe.













P.S.- Pablito, moi, Fernando. Como puede apreciarse, F. es un grande.

Say no more

27 de noviembre de 2008

Declaro que comparto una máxima de Norberto Bobbio que consta en El Futuro de la Democracia: “Nada es más peligroso para la democracia que el exceso de democracia”. Declaro asimismo que favorezco en esta bitácora el debate más robusto, público e inclusivo de argumentos… cuya condición previa para que suceda es que los participantes en el mismo defiendan, claro está, argumentos.

Digo lo antecedente, porque ayer rechacé el comentario de un anónimo. Su comentario era tributario de una boyante dosis de cretinismo: consistía en comparar a Stalin con Correa y derivar de esta comparación una incoherencia de mi parte (a la que, por cierto, ya me referí en otros comentarios). Esta bitácora admite expresiones ofensivas e hirientes, pero siempre que el emisor de esas expresiones las argumente.

Hasta este rechazo de ayer, publiqué toda opinión que se emitió en esta bitácora. Sin embargo, porque no defienden argumentos para el debate robusto, público e inclusivo que esta bitácora propone, la estupidez, la vulgaridad y la aleve actitud de quienes se pretenden inquisidores (en todos los casos) al amparo de su anonimato (¿es que es tan difícil decir lo mismo con la decencia de decir esta boca es mía? No insistiré sobre el estatus de anónimo, sobre el cual ya opiné en otro post) no tendrán cabida en esta bitácora. La world wide web es ancha y es de cualquiera, así que si tanto entusiasmo se tiene para emitir opiniones en términos estúpidos, vulgares o aleves, puede todo aquel que lo desee abrir su propia bitácora para hacerlo.

Resumiendo, lo parafraseo a Charly: nunca faltan algunos que sobran. Y para quienes sobran, los advierto de un lema del propio García: Say no more. Al menos en esta bitácora.

Fundación Malecón 2000 discrimina

26 de noviembre de 2008

Cuando me lo comentaron, casi juzgué inverosímil este hecho (sino fuera por la prevención que formuló Einstein de que sólo existen dos cosas infinitas en el mundo: el infinito y la estupidez humana). Pero después de leer el documento que le concede verosimilitud, constaté cuanta razón lleva Einstein. Júzguenlo ustedes cuando lo lean. Aquí mis observaciones:

1) La denegación de la autorización es absurda. La funcionaria B. de Valero niega la solicitud de la comunidad GLBTT de realizar una I Exposición y Concurso de Pintura de la Comunidad GLBTT en las instalaciones del Malecón Simón Bolívar porque la Fundación Malecón 2000 ha recibido 61 denuncias de padres y madres de familia (hay que reconocerle a la funcionaria que es una abanderada del lenguaje de género) “de que miembros de su comunidad han sido sorprendidos in-fraganti practicando sexo oral en los baños públicos del Malecón”. La funcionaria nunca se toma la molestia de explicar, suponiendo que las denuncias existan y sean ciertas, cómo esas denuncias que se refieren a la práctica de actos sexuales se relacionan con la solicitud de la comunidad GLBTT a realizar una exposición y concurso de pintura. En realidad, la funcionaria no podría explicarlo porque no existe relación alguna: se trata de una torpe y vulgar excusa, la atroz cara visible de sus prejuicios, y en la medida en lo que lo firma como Asesora Legal, de los prejuicios de la institución (Fundación Malecón 2000) a la que ella representa. (De hecho, si asumimos con coherencia la excusa de B. de Valero, la existencia de actos inmorales en los baños públicos del malecón que realicen parejas heterosexuales –que seguro los hay, no me dirán ahora que sólo las parejas gay se aplican petes- impediría la realización de toda actividad cultural que organicen los heterosexuales: al carajo, entonces, con el FAAL, el show de títeres y, en definitiva, toda actividad cultural en general. Esta consecuencia revela el tamaño del absurdo de la torpe y vulgar excusa de B. de Valero).

2) La comunicación es cínica. Sólo así puede entenderse que afirme que respeta el “derecho a la no discriminación” y el derecho a tener una “preferencia sexual” (en realidad, “orientación”) para, acto seguido, negar la solicitud sobre una base absurda y discriminatoria. Si B. de Valero se tomara en serio los derechos que afirma respetar, la solicitud se admitiría sin problema alguno.

Este documento revela el tamaño de los prejuicios de la persona que lo suscribe y de la entidad a la que representa. Muy mal, la asesora legal B. de Valero, muy mal, Fundación Malecón 2000.
P.S.- Para ampliar la carta y juzgarla, hacer click en ella.

Edwards es cool, man

25 de noviembre de 2008

Le debemos el Curro y yo el enorme detalle de haberlo conocido a Jorge Edwards a la amistad que tenemos con Pedro Vargas, Director de Relaciones Internacionales de la ESPOL. Pedro era lector de mis columnas en El Universo a partir de las cuales se convenció (en razón de mi insistencia en citarlo, en particular como ariete para criticar la criminalización de la protesta social lo que a Pedro le puso en evidencia la solvencia del pensamiento de RG) de invitarlo a Roberto Gargarella como orador para el 49avo aniversario de la ESPOL. En aquel entonces, compartimos con RG un almuerzo en restorán italiano regado de tintos de igual procedencia; una charla sobre el derecho a la protesta en horas de la tarde (todo un momento, todo un detalle para quien esto escribe) y una caminata por Las Peñas con visitas a casas aliadas en la noche.













Este año era el 50avo aniversario de la ESPOL y, doy fe, Pedro Vargas buscó a un invitado a la altura del acontecimiento. Lo encontró en Jorge Edwards, escritor, periodista y diplomático, junta de García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar, ganador del premio Cervantes en 1999 (el mismo premio que obtuvo Borges en 1979 –compartido con Gerardo Diego- y Bioy Casares en 1990) entre otros atributos que jalonan una vida mucho interesante. Cuando el Curro y yo, pelín tarde, arribamos al lugar de reunión Jorge Edwards era la viva imagen de un apacible veterano en posesión de una copa de vino blanco. Compartimos la mesa y el vino (ídem) y conversamos distendidos, sin la presión de ser cholulos y con el respeto que se le tiene a quien merece escuchárselo con atención porque cada palabra puede constituir razón de regalo y solaz. Se habló de política, de Chile, de mis admirados Santiago Arcos y Francisco Bilbao, del posible triunfo de Obama, porque estas copas se consumieron el 28 de octubre y Obama era entonces una duda (todavía es cienes de dudas pero por otras razones) y Edwards venía de Chicago (adonde volvería después de unos días en este trópico y en Galápagos) donde ofrecía entonces unas lecturas sobre el boom; contó un proyecto de escribir un libro similar al que escribió su compatriota José Donoso (Historia personal del boom, un libro que se deja leer muy bien y que, ando yo en mala racha, tampoco encuentro en mi biblioteca, ummmm) y contó varias anécdotas, como aquella de que fue el único latinoamericano en Princeton que escuchó el discurso de Fidel Castro en abril de 1959 o la de aquella comida con Neruda e Ilya Ehrenburg, en la que Ehrenburg refirió que publicado que fue uno de sus libros el mundillo literario ruso lo llamaba al teléfono de casa para felicitarlo; corrió el rumor que Stalin leía el libro que publicó y el teléfono dejó de sonar. De repente, una llamada: Ilya, le gritó su mujer trémulo y sincero temor en la voz, toma el teléfono, es Stalin. Ehrenburg contestó y Stalin felicitó al camarada. El teléfono de la casa de Ehrenburg volvió a sonar con todas las felicitaciones del mundillo literario ruso. Esta anécdota, apostilló Edwards, ilustra la naturaleza del totalitarismo.

Al día siguiente almorzamos juntos Pedro Vargas, Edwards, el Curro y yo; le extendimos una invitación al amigo Rafael el Gordo Balda para que nos acompañe y al efecto el Gordo tenía que apersonarse un poco en plan cholulo, hacerse el simpático (cosa ésta que al Gordo Balda le fluye natural porque es un gordo bueno, alegre y divertido, gordito simpaticón, como dice Juan y Juan en esa célebre canción) e instalarse para compartir la mesa, el pan y el vino, lo que hizo tal cual. Abundamos en temas políticos, se habló un poco de literatura (me autografió una versión que él estimó “considerablemente vieja” de Persona non grata, que fue un regalo del viejo del Curro), de historia de Chile, de la historia entre pirata y momia de la familia Edwards, de gastronomía chilena y ecuatoriana. Todo en plan distendido, cool, sin ninguna pose de parte del único de nosotros que acaso hubiera podido exhibirla en razón de su literaria y andariega vida.

El fin de semana (a su vuelta de Galápagos) era momento propicio para juntarse con Edwards a comer unos mariscos (que lo tenían fascinado, vale decirlo). Pero ese día era primero de noviembre, el cumple de J.C. y me había comprometido al festivo auspicio de celebrar su cumple en mi depa de playa. No hubo ocasión ya de verlo a la vuelta. Habrá, eso sí, ocasión de recordarlo en razón de su inteligente y variada conversación y de su apacible y cool actitud, como una persona entrañable además de cómo ese enorme escritor que es (sobre su literatura, a la mejor le entramos en otro post)

Ce n'est pas un fumeur de pipe

24 de noviembre de 2008


¡Re-para-ciones! ¡Re-para-ciones!

22 de noviembre de 2008

Mi pana Carlitos Ave Zambrano, funcionario eterno y pilar fundamental de la Defensoría do Populo sección Guayitas el Mapa, me extendió una cordial invitación para participar con el tema de Reparaciones en un foro de análisis sobre el delito de tortura, invitación que acepté complacido. En mi intervención me interesó destacar el tema de las reparaciones desde el estudio de un caso concreto, referido al delito de torturas y que involucra al Estado ecuatoriano, en su no inusual trance malevo: el caso del francés Daniel David Tibi vs. Ecuador que sentenció el 7 de setiembre de 2004 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) quien, entre otras atrocidades, determinó que “durante su detención en marzo y abril de 1996 en la Penitenciaría del Litoral, el señor Daniel Tibi fue objeto de actos de violencia física y amenazado, por parte de los guardias de la cárcel, con el fin de obtener su autoinculpación; por ejemplo, le infligieron golpes de puño en el cuerpo y en el rostro; le quemaron las piernas con cigarrillos. Posteriormente se repitieron los golpes y las quemaduras. Además, resultó con varias costillas fracturadas, le fueron quebrados los dientes y le aplicaron descargas eléctricas en los testículos. En otra ocasión lo golpearon con un objeto contundente y sumergieron su cabeza en un tanque de agua. El señor Tibi recibió al menos siete ‘sesiones’ de este tipo”, las que le produjeron como consecuencia “pérdida de la capacidad auditiva de un oído, problemas de visión en el ojo izquierdo, fractura del tabique nasal, lesión en el pómulo izquierdo, cicatrices de quemaduras en el cuerpo, costillas rotas, dientes rotos y deteriorados, problemas sanguíneos, hernias discales e inguinales, remoción de maxilar, contrajo o se agravó la hepatitis C, y cáncer, llamado linfoma digestivo” (Hechos probados, párrafos 90.50 y 90.52).

Antes de entrar a analizar la parte dispositiva de esta sentencia me preocupé de introducir al auditorio, de manera breve e insuficiente, en el tema de reparaciones: dicha en corto, tal brevedad e insuficiencia se resumió en que la parte dispositiva de una sentencia de la Corte IDH obliga al Estado al que se declara responsable de los hechos a cumplir con una serie de reparaciones en beneficio de las víctimas, obligación ésta de la que el Estado no puede excusarse de ninguna manera (and I mean, de ninguna fuckin’ manera). Adicioné que el cumplimiento de estas obligaciones, en razón de que las cortes internacionales carecen de poder de policía, el Estado suele hacerlo porque lo entiende un compromiso internacional que debe honrar o (muy común en el caso latinoamericano) porque la presión internacional (la “mobilization of shame”) lo conmina a ello. Enfaticé también que el Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos (que lo componen dos órganos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte IDH), en particular, en razón de la producción jurisprudencial de la Corte IDH, ha desarrollado una vasta e interesante experiencia en materia de reparaciones y que este hecho se debía a la vasta y brutal experiencia en materia de violaciones a los derechos humanos (este subcontinente, Latinoamérica, por poner un caso, le regaló a los idiomas extranjeros la ignominia de la palabra “desaparecidos”) y que, hoy en día, vía contraria a lo que solemos hacer los latinoamericanos (pensar la realidad en clave europea –¿o no es un síntoma de aquello el que el debate sobre la Pachamama o el Sumak kawsay se haya casi reducido a una amalgama de atávicos prejuicios? –mucho se puede decir a este respecto) la Corte Europea de Derechos Humanos piense sus sentencias de reparaciones con referencias a la jurisprudencia de su par americana (espoleados, los europeos, porque bajo la jurisdicción europea hoy se encuentran países que no comparten las “tradiciones constitucionales comunes” de los países de Europa Occidental: bajo esa jurisdicción están Rusia, Turquía o Kazajistán, que no se privan de darle a sus ciudadanos caña con saña asaz brutal).

Hecha que fue esta breve intro, le entré al análisis de la parte dispositiva de la sentencia del Caso Tibi. Destaqué que en esa sentencia se obligó al Estado ecuatoriano a identificar, juzgar y sancionar a todos los autores de las violaciones a los derechos humanos que se declararon en este caso (punto dispositivo 10), a publicar en el Registro Oficial y en un diario de amplia circulación en Francia (donde Tibi vivía para ese entonces) partes de la sentencia (p. d. 11), a hacer pública una declaración formal en que reconozca su responsabilidad internacional por estos hechos (p. d. 12), a establecer un programa de formación y capacitación para el personal judicial, del ministerio público, policial y penitenciario, sobre los principios y normas de los derechos humanos en el tratamiento de reclusos, que cuente con recursos suficientes y en el que participe la sociedad civil (p. d. 13), a pagarle a Daniel Tibi 148.715,00 euros por concepto de indemnización de daño material (p. d. 14), a pagarle a Daniel Tibi y sus familiares 207.123,00 euros por concepto de daño inmaterial (p. d. 15), a pagarle a Daniel Tibi 37.282,00 euros por concepto de costas y gastos de los procesos interno e internacional (p. d. 16), a que las obligaciones pecuniarias se cancelen en euros (p. d. 17), a que esos pagos no se afecten, reduzcan o condicionen por motivos fiscales actuales o futuros (p. d. 18), a que estas reparaciones se cumplan en el período de un año (p. d. 19) y que se sujetan a supervisión por parte de la Corte IDH (p. d. 20). Le recordé al auditorio que esas obligaciones corresponden a lo que la Corte IDH denomina restitutio in íntegrum (restitución integral) que comprende una serie de medidas (muchas de ellas, mencionadas en Tibi vs. Ecuador) que intentan reparar el daño cometido y evitar el daño futuro (esto es, funcionar como “garantía de no repetición”), a saber, indemnizaciones, medidas de derecho interno (reformas legales, implementación de políticas públicas), persecución penal a los responsables de los hechos, disculpas públicas, reparaciones simbólicas, etc.

Dicho toda esta teoría antecedente, entré a la parte sabrosa de mi intervención: a contrastar esta teoría que expone la Corte IDH con la realidad del cumplimiento de las sentencias en el plano local. En particular, el Estado ecuatoriano suele cumplir con las obligaciones pecuniarias (porque de difícil justificación es su incumplimiento: o pagas o no pagas) y las obligaciones de ejecución simple en la que el Estado no suele sufrir mayor desgaste (publicaciones y disculpas, por ejemplo). En aquellas obligaciones, en cambio, en las que el Estado tiene que ejecutar políticas continuadas o que implican un cambio sustancial del statu quo el Estado nos prueba la vergüenza institucional que suele ser: me refiero, en este punto y en el caso concreto de Tibi (aunque ejemplos análogos en otros casos en que se responsabilizó a Ecuador de violaciones a los derechos humanos, sobran) a las investigaciones para identificar, juzgar y sancionar a los autores de las violaciones a los derechos humanos (p. d. 10) y a la implementación de políticas públicas que constituyan una garantía de no repetición de estos atroces hechos (p. d. 13): el Estado amaga (torpemente, pero pretende amagar) y nunca cumple.

Se pueden buscar varias explicaciones para este notorio déficit; yo encuentro que la principal razón era que el diseño institucional era inadecuado. Me explico: en los procesos internacionales litiga en (vale decirlo, muy penosa) representación del Estado la Procuraduría General del Estado, y quien antes tenía la obligación de cumplir las sentencias que esta Procuraduría General perdía era… la propia Procuraduría. Con lo cual, no solo que el Estado le aseguraba a su contraparte en el proceso un litigio mediocre (los funcionarios de la PGE son bien simples de argumentos –la generosidad de estos términos que utilizo me conmueve) y partícipe de una no escasa y muy reprochable cuota de desidia y mala leche, sino que le aseguraba también a las víctimas que el cumplimiento de las reparaciones a las que el Estado se obliga por la sentencia de la Corte IDH sería tortuoso e irresponsable. Este diseño institucional se modificó con un Decreto Ejecutivo de setiembre de este año que instituyó al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos como entidad a cargo de la ejecución de las sentencias que emitan órganos internacionales, entre ellos, la Corte IDH. Los funcionarios de este Ministerio provienen de organismos de derechos humanos; son personas comprometidas y conocedoras de esta materia. Lo dije en el foro por experiencia propia (porque me encuentro en fase de ejecución de un caso que sentenció la Corte IDH, el Caso Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez vs. Ecuador): sentarse a conversar con funcionarios del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos es muy diferente a conversar con funcionarios de Procuraduría: en principio, las ideas no son torpes ni tampoco se tiene la mala leche de entorpecer un proceso; más todavía, se siente que uno conversa un mismo idioma y que se quiere conducir el proceso de reparaciones a un mismo propósito: la reparación integral de las víctimas.

Concluí con estas ideas mi intervención, la que quiso describir (de manera breve e insuficiente, insisto) la naturaleza de las obligaciones en materia de reparaciones y valorar también el cumplimiento de las mismas en el derecho interno, con énfasis en las que fueron sus deficiencias de antaño (a cargo de Procuraduría) que esperemos que se conviertan en las mejoras de hogaño (a cargo del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos). No menos puede esperarse de un Estado que ha sabido anteponer a la justicia sus puercas razones (esas razones de Estado que, Sabina dixit, nos han fastidiado, y más todavía en el caso local, chingado, tetraculiado) que ahora sea ésta, la justicia, la que (con sobra de merecimientos) prevalezca.

P.S.- La última compañera de Tibi, Frederique, declaró ante la Corte IDH que sentía “temor de que el señor Daniel Tibi se autoinfiera heridas. Se ha enterado de que padece de cáncer de estómago y lo ve desesperanzado”. Su temor no fue de recibo y la desesperanza terminó por cobrar su víctima: Daniel Tibi se suicidó. Nunca, nunca habrá palabras suficientes para despreciar a quienes le hicieron tanto daño.

Quiero suponer que fue Río...

20 de noviembre de 2008

Ayer Gabriela Calderón publicó en diario El Universo “Acato pero no obedezco”, columna que escribió en Río de Janeiro. Yo quiero suponer que la muy fascinante ciudad de Río de Janeiro no le concedió a la Calderón el tiempo necesario para escribir una columna que valga la pena. Río es así: yo sé en carne propia cuán difícil resulta escribir una columna porque estuve en Río en octubre del año pasado y el envío de una columna fue un acto acrobático, que sólo porque las pasiones agudizan el ingenio (Séneca dixit), alcanzó a concretarse con Bijari. Sé también, dicho sea de paso, lo que es una favela porque estuve allí: después de un concierto de la enorme María Creuza en el bar Garota do Ipanema (sito en Ipanema, calle Vinicius de Moraes al 49 –todo un lujo para el alma) nos fuimos, en compañía de un pana brazuca a tomarnos unas birras, entrada la madrugada, en una cantina de la favela Rozinha. Aquella fue toda una experiencia, que constituye una de las formas vivenciales del realismo mágico.

Dicho lo antecedente, veamos. El artículo de Gabriela me hace mucho ruido porque su crítica de la situación de anomia social en las favelas brasileñas (lo que en el campo del derecho se llama “zona gris”) es descriptivamente correcta; el remedio que sugiere, sin embargo, es partícipe del absurdo. Suponer que el solo hecho de que el Estado intervenga mediante impuestos y permisos es razón suficiente para que se “acate pero no se obedezca” constituye un reduccionismo económico muy ingenuo. La economía, dijo Fernand Braudel, influencia a la política, la cultura y la sociedad; es cierta también, acotó Braudel, la influencia en sentido viceversa. Y en este caso, es precisamente lo viceversa lo que de veras importa, y lo que brilla por su ausencia. Ya ruido no me causa, pero sí mucha gracia, el que Gabriela cite a Suecia como modelo de sociedad que brinda seguridad a sus ciudadanos porque Suecia se encuentra en las antípodas del ideario liberal que suele defender en sus columnas. Yo nunca he visitado la patria de Ingmar Bergman (lo más cerca que he estado de allí fue liarme con la hija de un embajador acreditado en Suecia: sucedió en México, en tiempos de la Eurocopa 2004) pero una cuatacha, Cecilia Sandoval, que vivió allí y que escribió una indignada carta al diario El Comercio en razón de un artículo de ese señor con nombre de cantante berreta, Montaner, nos lo cuenta en detalle: “Este señor no sabe que en Suecia el sueldo básico mínimo de cualquier asalariado es 20 dólares la hora, y eso no es lo importante: toda la educación es subvencionada por el Estado: desde la guardería hasta la universidad, son gratuitas. Reciben colación y almuerzo en sus centros escolares hasta los 18 años. Todos los niños y jóvenes reciben subsidio del Estado para gastos personales hasta los 18 años. El servicio médico de toda la población corre por cuenta del Estado: operaciones, tratamientos, terapias, partos, cesáreas, enfermedades terminales, prótesis, lo que sea. Las madres se quedan un año con sus hijos recién nacidos, recibiendo paga completa. Las personas desempleadas reciben un subsidio temporal mientras consiguen trabajo. Todo está incluido dentro de los altísimos impuestos que los suecos pagan al Estado, el cual redistribuye esta riqueza y la revierte a su pueblo en salud, educación y una vida digna para todos. En Suecia inclusive se paga un impuesto a la riqueza”, y sigue, pero dejémoslo ahí. Dicho lo cual, es chistoso que en el párrafo que cierra su columna Gabriela refiera que la principal función del Estado debería ser la “protección de la vida y la propiedad de los ciudadanos”. ¿Y entonces, Suecia? Ummmm.

Quiero suponer que fue Río…

Matrimonio en campo abierto

19 de noviembre de 2008

Una idea común de la grey católica, evangélica y de otro personal de similar ralea es, dicho sea con palabras del cabecilla de la misma y de otras tantas ideas retrógradas, monseñor Arregui, que los homosexuales pueden llamar a su unión “de cualquier forma, menos matrimonio”. Esta idea suele hallar amparo en la idea tradicional que se tiene y se divulga sobre la institución matrimonial. Esta idea no solo que constituye, en esencia y de manera evidente, la falacia de apelación a la tradición (argumentum ad antiquitatem) sino que, para mayor inri, se erige sobre premisas falsas: el matrimonio no fue siempre, ni mucho menos, aquella sacra y ritual institución en los términos ramplones en que suele ensalzarlo esta grey.

De la larga y compleja historia de esta institución (en esencia) mercantil que llamamos matrimonio tenemos la erudita narración de Stephanie Coontz en Marriage, a history. From obedience to intimacy or how love conquered marriage (el libro se puede, o se podía conseguir, en Mr Books y en Librimundi, traducido al español). El libro resulta interesante, en particular, como herramienta útil para desasnar a tanto papanatas que pretende fundamentar una discriminación actual en una historia que no conoce, y su amplia generosidad en detalles, matices y enfoques ilustran, sin asomo de aburrimiento (sensación a la que los matrimonios son muy propensos) el objeto de su estudio. Así, Coontz nos cuenta (Pág. 145-147) la historia del ingenioso obispo parisién Pedro Lombardo, quien argumentó que si la consumación de la relación sexual era necesaria para que un matrimonio se considere válido, María y José no habrían estado legalmente casados; a partir de esta premisa, el buen Pedrito argumenta que un intercambio de promesas dichas en tiempo presente “hacía que un matrimonio fuera legal y sacramentalmente vinculante aun en el caso de que la pareja no mantuviera relaciones sexuales”. Coontz constata que las opiniones de Lombardo “llegaron a ser la enseñanza oficial de la Iglesia”, y afirma, tajante: “la doctrina de Lombardo se redujo a lo siguiente […] Si una joven decía, utilizando el tiempo presente: ‘Te acepto como esposo’ y el muchacho respondía ‘te acepto como esposa’, quedaban casados, con o sin testigos, amonestaciones, bendiciones o cualquier otra cosa, así dijeran las palabras en una capilla, una cocina, un campo abierto o un granero, hubieran tenido o no relaciones sexuales, o hubieran convivido o no bajo el mismo techo. […] El principio básico del matrimonio cristiano era que el consentimiento de las dos partes creaba un vínculo indestructible [por lo que] en la Europa medieval era más fácil casarse sin el permiso de los padres y los superiores en el orden social de lo que había sido antes o de lo que aún era en la mayoría de los reinos o imperios contemporáneos”.

Omito cualquier referencia (aunque mucho podría decirse al respecto como contribución a este debate) a la institución matrimonial como vínculo comercial, cual es su auténtica naturaleza (no poco podría decirse también de su función como opresora de la mujer). Me interesa destacar, para efectos de este post, que resulta difícil argumentar el respeto a la tradición de un acto cuya historia lo revela tan prosaico que podía ejecutárselo a campo abierto o en un granero y en el que el detalle importante era el consentimiento de los involucrados. Si yo fuera homosexual, no tendría (como no lo tengo en mi condición de heterosexual) ningún interés en la institución del matrimonio; pero entiendo muy bien que algunos homosexuales se sientan discriminados porque otras parejas si participan de una institución de la que ellos no pueden participar, más todavía, si los “argumentos” para esa discriminación se reducen a la etimología de la palabra matrimonio* y a una apelación a la tradición que, vista en su contexto histórico y (más todavía) analizada a la luz de las circunstancias actuales, carece de toda validez.

* Vuelta a monseñor Arregui, luz de luces en estos tópicos: “matrimonio viene de madre, matrimonio es dos seres que se unen para traer vida. Matrimonio es fecundidad y esto descalifica a la unión de homosexuales”. Si nos tomamos en serio esta necedad, tenemos buenas noticias para los ociosos: la palabra trabajo “deriva del latín vulgar trepaliare ‘torturar’ de tripalium ‘cierto instrumento de tortura’” (Gómez de Silva, Guido, Breve diccionario etimológico de la lengua española, Pág. 686). La prohibición de la tortura tiene rango constitucional y aval del derecho internacional (en condición de jus cogens). Tonces, chau camello. ¿Ridículo, no?

P.S.- Como nunca falta alguien que sobra (Charly dixit) me permito aclarar que, con todos los antecedentes antes expresados, hago expresa referencia al derecho de los miembros de la comunidad GLBTT a exigirle al Estado que elimine en el matrimonio civil la prohibición para que los miembros de esa comunidad puedan ejecutar ese acto civil. No sugiero en ningún momento que se le deba imponer a ninguna iglesia la obligación de reconocer, en su seno, los matrimonios de parejas homosexuales: una imposición de esa índole sería ilegítima, tanto como lo es (por supuesto) que los miembros de las iglesias pretendan imponernos sus creencias a quienes no participamos de ellas.