Superhéroes

31 de marzo de 2007

“Estás buscando direcciones en libros para cocinar, estás mezclando el dulce con la sal”. Esta frase es clave para comprender algunas actitudes de este Gobierno: su autoritarismo, su demagogia, su improvisación. La conjugación de estos atroces atributos se evidencia con actos tales como la propuesta de tribunales electorales ad hoc, la declaración de irrespetar una eventual resolución del Tribunal Constitucional, el respaldo que otorga mediante la fuerza pública al cumplimiento de arbitrarias resoluciones, la redacción de un estatuto de paupérrima factura y palmaria inconstitucionalidad, el apoyo a propuestas que el propio Presidente no estima convenientes solo por razones demagógicas o de maleva estrategia, el descrédito que le concede a toda crítica sin importar su origen o razones, la pretensión de iniciar demandas internacionales sin sustento suficiente, la creación de un Ministerio sin presupuesto ni sólido discurso (el de Cultura) y una grandilocuencia que, aupada en la intempestiva retórica de Correa, nos convoca a preocuparnos en virtud del ostentoso desprecio que manifiesta hacia los procedimientos constitucionales y legales que, muy a su despecho, constituyen la condición necesaria para consolidar la fortaleza de las instituciones y la solidez de la democracia.

Supongo que para las gentes del Gobierno y sus bullangueros fans estas “nimiedades” que refiero son parte de un complejo guión que, quienes creemos en el estado de derecho y en la defensa de la institucionalidad, no alcanzamos a entender. Intuyo que consideran la ejecución de tales actos como un mero expediente para el cumplimiento de la misión heroica para la que se sienten elegidos. Recuerdo, a este respecto, a Carlos Monsiváis, quien sentenciaba que “héroe es el valiente elevado por la grandeza de la Patria inminente” (que por cierto, en nuestro caso ya volvió, ¡seamos dichosos!) y que en idéntico tono de ironía añadía, “héroe es el trasunto del redentor, que nada guarda para sí y reconstruye el género humano en países doblegados por siglos de colonialismo”. Redentor, altruista y reconstructor: ¿no les huele demasiado a “Pasión por la Patria”? Lo realmente grave, en todo caso, es que bajo el amparo de esta misión los prospectos locales de héroes se sienten en posesión de una licencia especial para actuar fuera de la ley si las circunstancias lo requieren porque las leyes, para ellos, no son sino la expresión de los intereses de los villanos, etcétera (acompáñese este fragmento de la retórica presidencial al uso). En este mundo maniqueo, de buenos y malos, y digno de Marvel Comics®, se desenvuelve la lógica del Gobierno. Valdría recordar entonces la sensatez de Bertold Brecht: “Desdichado de aquel país que necesita héroes”.

Pero la sensatez no se compadece con los actos del Gobierno. Su composición y afanes me recuerdan a ese dibujo animado de mi niñez, La Liga de la Justicia, entidad compuesta de animosos superhéroes. La encabezaba Superman (por cierto, ¿han notado el parecido que tiene el presidente Correa con Christopher Reeve, en versión mestiza? El resto de analogías se las dejo a ustedes para su particular entretención). Todos tenían superpoderes y eran queridos y buenos, casi como este Gobierno. Pero no necesitamos a Superman para componer este país. Necesitamos, en contraste y para empezar, muy terrestres procesos de respeto a las instituciones y las leyes, aspectos sobre los que este Gobierno, que afirma representar el cambio, debería darnos ejemplo. Pero continúa torpemente empeñado en buscar direcciones en libros de cocina y mezclar el dulce con la sal. Esta frase, por cierto, le pertenece a Charly García y consta en una canción cuyo título es, precisamente, Superhéroes, de 1982. De su época de scout, Presidente, parece que sabe usted cantarla (sus actos de gobierno lo demuestran). En cuyo caso, no me cuente para el coro.

El símbolo Delfín

24 de marzo de 2007

Publicado en diario El universo el 24 de marzo de 2007.

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“El fin de Delfín” se titula el último post que se publicó en el laudatorio blog oficial del cantante Delfín Quishpe, que se dedicó por entero a la adoración de su objeto de culto. Esta ciberpágina recogió los videos de sus conciertos en Ecuador y en el extranjero, expuso los homenajes de sus admiradores de varios países, divulgó sus entrevistas y ofreció sus ringtones. Pero este blog cerró la semana pasada, y sus razones son elocuentes: “Logramos lo que queríamos, darle a este chico pero gran país [Ecuador] un espacio en el mundo globalizado y por sobre todo, divertirnos. Pero la diversión se acabó, ya no creemos en Delfín, es una pena enorme pero así es la vida, es creer y dejar de creer”.

Pero, ¿quién es Delfín? Este Diario le dedicó un reportaje en su edición del domingo 4 de febrero; en su ciberpágina, él se compara con “artistas de la talla de Ricky Martin, Shakira, Juanes” . Originario del poblado San Antonio de Encalado, cantón Guamote, provincia de Chimborazo, puede predicarse sin error que Delfín Quishpe era famoso entre los miembros de los estratos populares de la Sierra central a la que él se pertenece. El estrecho ámbito de su fama se multiplicó, sin embargo, gracias a YouTube: su canción Torres Gemelas se publicó en este portal el 1 de diciembre del 2006 y se convirtió en un éxito instantáneo. Torres Gemelas tiene, según Delfín, “una letra triste y un ritmo alegre”; su género es el “folclore tecnoandino” y sus características, lo kitsch y la carencia de sintaxis. Hasta hoy, este video ha recibido en YouTube cerca de 1’000.000 de vistas y 4.000 comentarios, que se dividen entre expresiones de desprecio e insultos racistas y valoraciones de Delfín como feliz baluarte de la comicidad involuntaria e ícono de la contracultura.

Delfín, por su parte, afirma que con Torres Gemelas pretende rendirle “homenaje a todos los compatriotas que perdieron sus vidas el 11 de septiembre del 2001”. La mayoría de los miembros de los estratos populares entienden, en efecto, que Torres Gemelas no es otra cosa que la triste historia de un compatriota migrante; las clases medias y las élites, en cambio, tienden a burlarse de este video y lo hacen, la mayoría de las veces, con ostentación de una no disimulada carga de superioridad cultural. Así, el éxito de Delfín nos pone de manifiesto un hecho capital, esto es, que somos un país esencialmente fragmentado, en el que las clases medias y las élites usualmente no entendemos ni queremos entender el imaginario y la estética de los miembros de los estratos populares (y sino, díganme cómo entender estos dos ejemplos: el fenómeno de los chanchitos en la pared que pintó Daniel Adum, que histerizó a los residentes de las ciudadelas burbuja de Samborondón, o que en Quito no se haya podido exhibir en el Museo de la Ciudad el trabajo Divas de la Tecnocumbia). Y los ejemplos podrían multiplicarse, en ámbitos individuales o sociales, por centenas. Delfín Quisphe, entonces, se revela como un claro símbolo de las severas averías existenciales que supone la ecuatorianidad y del hecho triste y cierto de que ser ecuatoriano constituye un mero acto de fe en un país de no creyentes. 

"Bluff" legal

17 de marzo de 2007

En las Cartas al Director que publicó este Diario el viernes 9 de febrero del 2007 aparece una que redactó el abogado guayaquileño Carlos Andretta Schumacher, en la que expuso con solvencia las razones de la falta de competencia del Estado ecuatoriano para demandar al Estado colombiano ante el Tribunal Internacional de Justicia (en adelante, TIJ) de La Haya. La recapitulo y comento: el TIJ es el órgano judicial principal de la Organización de las Naciones Unidas; Ecuador, como todo país miembro de esa organización (Carta de Naciones Unidas, art. 93) es parte en el Estatuto del TIJ. El artículo 36 del Estatuto establece los casos en razón de los cuales el TIJ tiene competencia para resolver un asunto que se someta a su conocimiento y solo son tres: 1) el sometimiento voluntario del asunto ante el TIJ por decisión de los Estados parte en el mismo; 2) la aplicación de una cláusula de jurisdicción (esto es, una cláusula que prevea la remisión de un asunto al TIJ) que conste en un tratado internacional que vincule a ambas partes; 3) la declaración unilateral de los Estados de la aceptación obligatoria de la competencia del TIJ.

La pretensa demanda ecuatoriana ante el TIJ no cumple con ninguno de los supuestos de competencia que refiere el mencionado artículo 36 del Estatuto. En el primer caso, se necesita que ambas partes en el asunto decidan someter el caso y es evidente que no contamos con la voluntad de Colombia para tal efecto; en el segundo caso, el único tratado que podría aplicarse para la remisión del caso al TIJ, esto es, el Tratado Americano de Soluciones Pacíficas del 30 de abril de 1948, no puede invocárselo porque Ecuador no lo ha ratificado; en el tercer caso, de los 66 Estados que han realizado la declaración unilateral de aceptación obligatoria de la competencia del TIJ ninguno de ellos es Ecuador o Colombia. Como lógica consecuencia, la demanda no es posible en razón de la falta de competencia del TIJ para conocerla. La constatación del primer supuesto es un dato de la realidad; la información que verifica lo dicho en el segundo y tercer supuestos puede obtenerla cualquiera que tenga un mínimo de acuciosidad en las ciberpáginas del TIJ y de la Organización de los Estados Americanos. Queda salva la aparente posibilidad de iniciar un procedimiento ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que sirva para responsabilizar al Estado de Colombia por las violaciones de derechos humanos que suponen los mismos hechos que motivan la demanda ante el TIJ. En este sentido, los argumentos que expresé en la columna ‘Denunciemos a Colombia’, del 23 de diciembre del 2006, deben leerse a la luz del reciente Caso Interestatal No. 1/06, Nicaragua c. Costa Rica y propiciarse un detenido análisis sobre la pertinencia de su inicio. Un análisis que, sobra decirlo, no existe en relación con esta pretensa demanda ante el TIJ, que constituye un mero bluff legal que me recuerda la frase “mucho ruido y pocas nueces”, título, como bien se sabe, de una deliciosa comedia de William Shakespeare. Curiosa paradoja, porque este asunto que me ocupa no merece tanto la risa como sí una profunda reflexión acerca de la ligereza de los dichos de Cancillería con relación a nuestro impasse con la vecina Colombia.

Constatación, reflexión y propuesta

10 de marzo de 2007

Me proponía, en esta columna, realizar un análisis del discurso de varios actores políticos. Quería criticar el discurso de este Gobierno, cuyo locuaz e intempestivo Presidente ostenta ciertos rasgos autoritarios (proposición de tribunales ad hoc, pretenso desconocimiento de resoluciones que no se acomodan a sus intereses), cuya retórica “altiva y soberana” peca de una grandilocuencia que no halla refrendo en los hechos (la comicidad involuntaria de “La Patria ya es de todos” o el manejo del conflicto con Colombia me relevan, en este sentido, de mayor comentario) y cuya improvisación es evidente, incluso en asuntos capitales como la Consulta Popular (el Decreto 002, que reflejó su principal propuesta de campaña, contenía una redacción primaria –esto es, de escuela primaria–) y no se diga en otros ámbitos, como es el caso por ejemplo del recién creado Ministerio de Cultura, que carece no solo de presupuesto sino siquiera de un discurso que le sirva de fundamento para una política seria en la materia que le corresponde.

Me proponía también criticar el discurso de la oposición a este Gobierno, que podría calificar sin pérdida de patético. Caduco, hacendatario o militar (dependiendo de si hablamos del PSC, Prian o PSP), conocedores de las mañas pero nunca del contenido de la democracia, no mucho puede esperarse de estos partidos cuyo principal argumento (adornado de falacias y pastiches) es la calificación de Correa de comunista y chavista, para lo cual casi las únicas pruebas que aportan son su propia ignorancia de los detalles de ambas afirmaciones y su desparpajo para expresarlas.Tales eran mis propósitos para este sábado. Pero el escenario que resultó de esta semana modificó mis planes y me lega, para la columna de hoy, una constatación, una reflexión y una propuesta.

Mi constatación: un señor de nombre Édison, como el apellido del célebre inventor norteamericano, que fungió de Presidente encargado el día que el Congreso Nacional expidió la Resolución que destituyó al Presidente del TSE, tiene mañas, como su nombre anuncia, de inventor. En efecto, Édison Chávez, de PSP, defendió con triste desparpajo la invención de la figura jurídica de “sustitución” mediante la absurda interpretación del artículo 209 de la Constitución y en violación del procedimiento establecido y del principio de legalidad. Este prospecto de inventor merece, por supuesto, una calificación de 0 en Derecho Constitucional y tampoco marcan muy distinto los otros 51 comparsas de ese absurdo, que motivó la ilegal reacción del TSE. Estos hechos fundamentan mi reflexión, misma que no extenderé demasiado porque ayer la expresó con cabales términos Orlando Alcívar: en este país “se ha hecho costumbre romper la Constitución descaradamente sin que nadie sea responsable de nada” porque “impera el poder y no el derecho”; Alcívar preguntaba si este país constituye un Estado de Derecho y la respuesta obvia es no. Mi propuesta, finalmente: la entidad más desprestigiada de este país, el Congreso Nacional, debe recular: ya probaron de su propia medicina y sus reclamos de respeto a la legalidad suenan a broma de pésimo gusto: sin posición dominante ni legitimidad alguna que defender, deberían dialogar para volver a fojas cero el problema con el TSE y darle paso a la Consulta Popular que, para bien o para mal, es un anhelo de la mayoría. Pero tanta sensatez les ha sido siempre esquiva: ustedes tranquilos, lectores: ya vendrán tiempos peores.

Museos: Medellín y Guayaquil

3 de marzo de 2007

“El museo fue siempre solamente una ruina de la esfera pública, una privatización burguesa del espacio público hecha lo suficientemente segura para aventurarnos a visitarla. La verdadera esfera pública moderna fue siempre el lugar de trabajo […] Esa es la esfera pública –el lugar donde el conflicto social tiene voz-”. La frase le pertenece al artista contemporáneo Gareth James; puede decirse que el Museo de Antioquia, mediante el “Encuentro Medellín 07 / Prácticas artísticas contemporáneas”, la hace propia.

Es así, porque el Encuentro Medellín 07 sucede no solo en los museos sino, principalmente, en calles, parques y espacios públicos; como lo reconoce el Boletín No 2 del citado Encuentro “el arte contemporáneo es un ‘niño terrible’ al que no le gustan las ataduras. Sus lemas son la libertad, las mezclas, la irreverencia, el humor, el diálogo, la participación, la observación, las nuevas relaciones[, porque] una obra de arte contemporáne[o] no existe sin un espectador que la perciba, que la complete, que participe en ella”. Este Encuentro propone una reflexión acerca de la noción de hospitalidad, a la que concibe como “una estrategia para activar e incentivar las formas de comunicación entre las prácticas artísticas y la ciudad”, porque la hospitalidad, como nos recordaba Jacques Derrida, “consiste en hacer todo lo posible para dirigirse al otro”. (Una reflexión, sobra decirlo, que resulta muy pertinente para la ciudad de Guayaquil, donde el diálogo de las autoridades que imponen el orden en los espacios públicos con los ciudadanos suele reducirse al uso de silbatos y el cumplimiento de nebulosas “órdenes superiores”.)

En las antípodas de este Encuentro Medellín 07 está el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (Maac) de Guayaquil. El Maac, ni es niño ni es terrible: es una dama de sociedad, apoltronada en la comodidad burguesa de su salón de té. El único proyecto con el cual el Maac, en su momento, arriesgó y con el que podrían trazarse analogías con la propuesta del Encuentro Medellín 07 se llamó “Ataque de Alas”: duró poco y se descontinuó hace mucho. Desde entonces, la noción de arte contemporáneo que tiene el Maac solo sirve para justificar el principio de la cita de Gareth James que abre esta columna. Más aún, la tarea que despliega el Maac puede criticársela también desde otras perspectivas: flexibilización laboral, prácticas burocráticas y políticas culturales en general, son algunas de ellas. El ámbito de esta página no alcanza para la descripción y análisis de sus necesarios matices y detalles, pero el antropólogo Xavier Andrade explicita varios de estos en un artículo de la Revista Íconos y en algunos de sus ensayos en la ciberpágina www.experimentosculturales.com que merecen, todos ellos, propicia discusión.

Patético: si llama usted al teléfono 2327402 que se asigna al Maac en la página de información que administra la Municipalidad de la ciudad una mecánica voz le indicará que “el número que Ud. marcó no está asignado a cliente alguno”. Llame y compruébelo: no existe comunicación. Una lástima que esa misma inexistencia se manifieste, muy a despecho de su nombre, entre esta institución que se llama Maac y el arte contemporáneo.