Capitalismo de amigos

25 de noviembre de 2022

            Publicado en diario Expreso el viernes 25 de noviembre de 2019.

Que “Guayaquil no es más que un mangle con ínfulas de ciudad” escribió el historiador Julio Estrada Ycaza en la introducción del tercer tomo de su extraordinaria “Guía Histórica de Guayaquil”. Y ha ocurrido que, por el acelerado crecimiento que experimentó Guayaquil desde los años cincuenta, sus ínfulas de ciudad arrasaron con su mangle, con su naturaleza. En palabras del historiador Estrada, escritas a inicios de los noventa: “Se ha ido la belleza, y una fuente de vida; han quedado los escombros y el hedor”. Y que conste que él lo escribió antes de empezar la administración del PSC en Guayaquil.

Porque durante estos 30 años de administración del PSC, que ha sido el período de mayor expansión urbana de Guayaquil bajo un mismo gobierno, el crecimiento de la ciudad continuó con la depredación de la naturaleza. Pero hoy es mucho peor, pues esa continua depredación atenta ya contra la supervivencia misma de la ciudad. Esto, debido a que su crecimiento ha sido decididamente horizontal, gris e impermeable, lo que no sólo encareció los costos de su hechura, sino que resulta muy perjudicial para la mitigación de los daños que causarán las inundaciones que ocurrirán por la elevación del nivel del mar en razón del cambio climático. 

Desde el año 2013 se conoce, por un estudio que auspició el Banco Mundial y que consideró para el año 2050 una conservadora elevación del nivel del mar de apenas 20 centímetros, que Guayaquil es la tercera ciudad del mundo (después de Cantón en China y Nueva Orleáns en los Estados Unidos) cuya economía sufrirá más debido a las futuras inundaciones (este análisis se hizo para 136 ciudades costeras de más de 1.000.000 de habitantes). Para Guayaquil se calculó una afectación económica por encima de los 3.000 millones de dólares. 

El riesgo de inundaciones es una amenaza grave y real para la supervivencia de Guayaquil, riesgo que sólo ha podido incrementarse en las últimas décadas. La mayoría de sus zonas de expansión urbana (donde vive la inmensa mayoría) según un informe de la Corporación Andina de Fomento (CAF) del año 2013 (“La inundación de Guayaquil en marzo 2013”) ha crecido así: “lotes pequeños para las viviendas, aceras y accesos estrechos, limitadas áreas verdes, y en general una clara tendencia hacia la impermeabilización del suelo urbano”. 

En este tipo de crecimiento se ha optado como solución para eliminar las aguas de lluvia la creación de extensas redes de alcantarillado, solución ineficaz que aumenta gravemente el riesgo de inundaciones, y también, solución muy costosa en su ejecución, pues puede “llegar a aumentar en seis (6) veces los costos” si son comparados con una estrategia diseñada “bajo los conceptos de ciudades verdes, inclusivas y sustentables”. Es decir, se paga mucho pero no en beneficio de la gente. Ha sido un crecimiento urbano pensado a gusto y conveniencia de las empresas constructoras, pero maldito para el ciudadano común. 

Así, en Guayaquil, por años hemos pagado mucho (un claro sobreprecio) para construir una ciudad inundable que nos hará mucho daño. Se benefició a unos pocos, en perjuicio de la inmensa mayoría. Y éste es, en esencia, el “capitalismo de amigos”, preparándonos un nuevo legado de escombros y hedor.

Los capitalistas salvajes

18 de noviembre de 2022

            Publicado el viernes 18 de noviembre de 2022 en diario Expreso.

Para decirlo de manera gráfica: durante 30 años (durante el período de mayor crecimiento urbano de Guayaquil) se puso la basura debajo de la alfombra. Mucha basura. Muchísima. Y vinieron los capitalistas salvajes, levantaron la alfombra y han encendido un ventilador gigante. Estamos basureados.

El crecimiento urbano de Guayaquil ha sido un caldo de cultivo para que surjan los capitalistas salvajes. Ha sido un crecimiento urbano cuya ejecución de obras y servicios se ha basado en la capacidad económica del beneficiario (llevada a un extremo sádico según el cual, donde ello no resultaba rentable, simplemente la ejecución de obras y servicios no se daba) y, por ende, ello debía resultar en una creciente población receptora de obras y servicios de segunda clase, una que malvive en los amplios cinturones de miseria que rodean la ciudad.

Un informe de la Corporación Andina de Fomento del año 2013 definió así el crecimiento urbano de estos sectores de Guayaquil: “lotes pequeños para las viviendas, aceras y accesos estrechos, limitadas áreas verdes, y en general una clara tendencia hacia la impermeabilización del suelo urbano”. Añadió que esta forma de ocupación del espacio eleva la temperatura de la ciudad, produce erosión y aumenta la contaminación. Y precisó que, en estos sectores, los servicios se prestan de una forma escalonada: “Se observa que el abastecimiento de agua es el primer servicio que se atiende, seguido de alcantarillado sanitario y, finalmente, siguiendo un enfoque tradicional ligado a la instalación exclusivamente de obras de conducción, se atiende el drenaje pluvial.”

No es difícil comprender que unas personas que, además de ser pobres, reciben unas obras y servicios de segunda (si es que los reciben) se encuentran en unas circunstancias muy difíciles para superar su situación de pobreza. Esas personas viven en lo que se conoce como “trampas de la pobreza”.

Y si todo lo que puede ofrecer Guayaquil a esas personas entrampadas en la pobreza es esta vida de segunda clase, realmente no existe un ideal de comunidad que ellas se sientan obligadas a respetar. Y aquí es cuando surge el capitalista salvaje, que es aquel que se enrola en la empresa ilegal de traficar drogas para escapar de su pobreza, de manera rápida y violenta, sin respetar al resto de la comunidad, imponiéndose a bala.

En rigor, no es una situación que empieza hace uno o dos años, ni hace diez, ni siquiera hace treinta años cuando inició el modelo socialcristiano (ya modelo a secas, porque ahora no hay quien lo moteje de “exitoso”). Es una situación que atraviesa la historia de la ciudad: unas élites que miran a la inmensa mayoría como meros recursos. El surgimiento de estos capitalistas salvajes es un subproducto de esta incesante mirada, acentuada en las últimas tres décadas.

Pero ocurre que hoy la situación se les está yendo de las manos. Sin un ideal compartido de comunidad, sin sólida institucionalidad, sin voluntad política de cambiar las condiciones estructurales que son el caldo de cultivo de los capitalistas salvajes, todo lo que se puede esperar es violencia, vacunas, balas.

Después de años de exclusión y olvido, el ventilador está encendido.

La revancha popular

11 de noviembre de 2022

            Publicado en diario Expreso el 11 de noviembre de 2022.

Camilla Townsend publicó un interesante estudio sobre el desarrollo económico en Norte y en Sur América, en el que comparó a las ciudades de Baltimore y Guayaquil durante la época de independencia de esta última. Para Guayaquil, la conclusión de Townsend fue que sus élites de 1820 no eran capaces de ponerse en el lugar de la población subalterna, lo que trajo consecuencias para su desarrollo: “Cuando consideraban construir un camino, rechazaban la idea sobre la base de que costaría a muy pocos, demasiado dinero”.

Esta perpetuación de la desigualdad ha sido la práctica del PSC durante la época de mayor crecimiento urbano de la ciudad. En el Guayaquil del PSC, las obras y servicios han dependido de la capacidad económica de sus beneficiarios: mientras más dinero se tiene, más y de mejor calidad se obtiene. (Esto tiene sanción legal en las ordenanzas sobre “regeneración urbana”). Así, por esta lógica perversa, los más pobres de Guayaquil, como nada tienen, nada reciben. Sobre la base de que dar obras y servicios no era rentable, Jaime Nebot dijo en sesión de concejo de octubre de 2010: “Yo he tomado la decisión de que aquí no vamos a legalizar un terreno ni vamos a poner una volqueta de cascajo ni un metro cuadrado de asfalto ni un metro de tubería de alcantarillado o de agua potable más allá de lo que he expresado en el límite oeste, el límite de Flor de Bastión y el límite de la Sergio Toral”. Castigados por pobres.

Este crecimiento desigual de Guayaquil ha creado verdaderas “trampas de la pobreza”, extensos espacios depauperados y sin posibilidades de desarrollo para sus habitantes. El gran teórico del derecho, Ronald Dworkin, en el artículo ¿Por qué los liberales debemos preocuparnos por la igualdad? razonaba: “Si el gobierno empuja a la gente por debajo del nivel en el que pueden contribuir a forjar su comunidad y obtener de ella cosas de valor para sus propias vidas, o si el futuro brillante que les ofrece es uno en el que a sus hijos se les promete una vida de segunda clase, entonces se tira al traste la única premisa sobre la cual se podría justificar su conducta”. Lo que conduce a la pregunta: ¿de qué comunidad se les puede hablar a los excluidos de Guayaquil? 

La misma pregunta se hizo la clase trabajadora de Guayaquil hace 100 años, cuando optó por una vía revolucionaria y obtuvo la masacre del 15 de noviembre de 1922.  La respuesta del Estado y de las élites fue tirar bala a matar y que corra sangre de los pobres de la ciudad.

Esa misma pregunta se está haciendo la gente que vive entrampada en la pobreza. Frente a la exclusión por un Estado (nacional y local) que únicamente ha podido ofrecerles una “vida de segunda clase”, su respuesta ha sido organizarse, pero no para seguir un camino revolucionario como en 1922. Se han organizado en revancha y para subvertir al Estado, con el propósito de someterlo a las necesidades de su negocio ilegal. En una sociedad sin oportunidades, es su forma de escapar de la pobreza. Es, en rigor, el triunfo del capitalismo más salvaje.  

Y la respuesta del Estado y de las élites será la misma de hace 100 años: tirar bala a matar y que corra sangre de los pobres de la ciudad. No saben hacer otra cosa.   

La revolución de Urdaneta

4 de noviembre de 2022

            Publicado el 4 de noviembre de 2022 en diario Expreso.

El primer Presidente del Ecuador, el venezolano Juan José Flores, se enteró de la muerte de su coterráneo Simón Bolívar por la intercepción de la correspondencia entre otros dos venezolanos, primos entre sí, Rafael y Luis Urdaneta. 

Al momento de la intercepción de la correspondencia entre los Urdaneta, Rafael Urdaneta era el Presidente provisional de la República de Colombia, o mejor dicho, de lo que iba quedando de ella, desmembrada por el Oeste y el Sur (Venezuela y Ecuador). Su primo, Luis Urdaneta, fue el enviado del Gobierno colombiano para que el recién fundado Estado del Ecuador regrese a Colombia.

Este Luis Urdaneta es el mismo venezolano que el 9 de octubre de 1820 participó en la independencia de Guayaquil. Él es quien le comentó a León de Febres-Cordero, después de haber matado a un militar español en esa jornada del 9 de octubre, que una “revolución no es una escuela de moral”.

El 4 de noviembre de 1830, Luis Urdaneta desembarcó en Guayaquil, esta vez con la misión de terminar con la independencia del Estado al que el Departamento del Guayas (la antigua “Provincia de Guayaquil”) pertenecía, para integrarlo de nuevo a la Colombia que gobernaba su primo.

Sin embargo, el primer Presidente de los ecuatorianos se negó en redondo a la oferta de su coterráneo. Y Luis Urdaneta, entonces, hizo lo que su época demandaba: organizó una revolución para que triunfe su idea. En palabras del historiador Juan Murillo Miró:

“… la guarnición de Guayaquil , compuesta en su mayor parte, como ya hemos dicho, de granadinos y venezolanos, al invocarse la unidad de Colombia y al oír el nombre de Libertador, pronuncióse el 28 de noviembre de 1830, apoyando con su conducta la evolución de Bogotá, y nombró al citado General don Luis Urdaneta Jefe Superior interino de los tres Departamentos del Sur”.

Es decir, el Departamento del Guayas desconoció al Presidente Flores a escasos 67 días de su posesión por el Congreso Constituyente y optó por el revolucionario Luis Urdaneta, antiguo héroe de su independencia. Enseguida lo secundó el Departamento del Azuay, pero el Departamento de Quito, por su parte, sostuvo al Presidente Flores en una proclama difundida el 11 de diciembre. Urdaneta avanzó con su ejército hasta Latacunga e iba a tomarse Quito, cuando ocurrió la intercepción de la correspondencia que le enviaba el Presidente de Colombia, en la que “daba cuenta a su primo don Luis de la infausta muerte del Libertador acaecida el 17 de diciembre, a la una de la tarde, en la hacienda de ‘San Pedro Alejandrino’, a inmediaciones de Santa Marta”. 

Tras conocerse la noticia de que murió Bolívar, la causa de Urdaneta se perdió de forma irremediable: “tuvo que capitular con el Presidente Flores, salir pronto del país, y dirigirse a Panamá donde murió en un patíbulo”.

A la revolución de Luis Urdaneta la mató la muerte del Libertador el 17 de diciembre de 1830. A Luis Urdaneta lo mató en Panamá un escuadrón de fusilamiento, el 27 de agosto de 1831, por buscar lo contrario de lo que buscó en el Sur: allá buscó separar a Panamá de una Colombia que ya no gobernaba su primo. Lo capturaron y lo mataron.

“La revolución no es una escuela de moral”. Este hombre encarnó su frase.