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La oportunidad de cambio llegó

12 de mayo de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 12 de mayo de 2023.

La marcada decadencia del PSC en Guayaquil en estos últimos cuatro años posibilitó que haya cambio en la administración de la ciudad. Casi 31 años después de aquel lejano 10 de agosto de 1992 cuando León Febres-Cordero inició el rescate de una ciudad viciada de roldosismo, en este Guayaquil del 2023 y dado su brutal declive, la administración que empieza Aquiles Álvarez tendrá como misión un nuevo rescate.

Por necesidad, el camino a recorrer por la administración de Aquiles Álvarez debe ser el opuesto al que transitó el PSC, en dos aspectos fundamentales. Tan fundamentales que atañen a nuestra vivencia de la ciudad y a la supervivencia misma de la ciudad.

El primero de ellos: el nuevo modelo de administración de la ciudad debe orientar su atención a los sectores populares de una manera planificada y técnica. Contrario a lo que muchos quisieron creer cuando valía el catecismo del éxito de la administración del PSC en Guayaquil, en esta ciudad existen amplios sectores que viven en un casi total abandono de equipamiento urbano. Si se quiere cambiar la convivencia en Guayaquil, estos sectores tienen que ser atendidos de manera prioritaria, con mucha inversión social, planificación y políticas públicas basadas en la evidencia.

Este cambio es necesario, porque no es sostenible vivir en una ciudad en donde uno tiene que planificar sus salidas a la calle como unas experiencias de supervivencia.

El otro aspecto fundamental: el nuevo modelo de administración de Guayaquil tiene que tomarse en serio las amenazas que la ciudad tiene por las inundaciones que ya sufre. 

Esta temporada de lluvias ha sido muy decidora de la situación de la ciudad. No es que ella no haya sido conocida por las autoridades, porque la propia alcaldía de Guayaquil encargó el año 2017 a unos expertos de la Corporación Andina de Fomento (CAF) la elaboración de un informe que se tituló: “Vulnerabilidad y adaptación al cambio climático en Guayaquil”. Allí se describió una situación crítica: muchos sectores de alta vulnerabilidad, y muchísimas industrias, comercios, centro de salud e instituciones educativas con una alta probabilidad de empezar a ser sub-acuáticas. 

Por fortuna, el citado informe del año 2017 contiene también unas medidas para la adaptación al cambio climático muy razonables y oportunas para enfrentar estas graves amenazas que sufre Guayaquil. Este informe propone una serie de medidas para reforzar la capacidad adaptativa así como medidas de adaptación verdes, híbridas y grises, que se las desarrolla con mucho detalle: la justificación de cada medida, su alcance, objetivos y finalidad, el potencial, los costos estimados y la duración prevista, además de un análisis de las oportunidades y barreras para su aplicación.  

El final de la administración de Nebot y toda la administración de Viteri ignoraron, casi en su totalidad, las medidas propuestas por la CAF el año 2017. Así, queda casi todo por hacer en un tema que atañe a la supervivencia misma de la ciudad. Y si no se toman importantes medidas, como las que se recomendaron en el informe de la CAF, a este año 2023 lo recordaremos como apenas los arrabales del infierno.

La oportunidad de cambio llegó y hay un rescate por hacer.

El patrón de Lasso

24 de marzo de 2023

            Publicado en diario Expreso el viernes 24 de marzo de 2023.

La derrota que encajó el Presidente Lasso tras la consulta popular del 5 de febrero de 2023 siguió un patrón. Antes de la emergencia de Guillermo Lasso como representante de la derecha ecuatoriana en la Presidencia de la República, desde el retorno a la democracia en 1979, dos gobernantes de derecha, ya desgastados en su popularidad, hicieron una consulta al pueblo. Fueron Febres-Cordero y Durán Ballén. Ambos perdieron. Lasso es el tercero de esta lista. 

El primero de junio de 1986, a mitad del período de León Febres-Cordero, el Presidente le preguntó a sus mandantes lo siguiente: “Compatriota: ¿Quiere usted que los ciudadanos independientes tengan pleno derecho a ser elegidos sin necesidad de estar afiliados a partido político alguno, confirmando así la igualdad de todos los ecuatorianos ante la ley?”. 

El asunto preguntado era un reclamo social de la época y fue redactado con un claro sesgo (“confirmando así la igualdad”). A pesar de ello, el Presidente Febres-Cordero sufrió una grosera derrota: el Sí obtuvo 781.409 votos (24.96%) mientras que el No obtuvo 1.779.697 votos (56.85%). 

El 26 de noviembre de 1995, a menos de un año de concluir el gobierno de Sixto Durán-Ballén, el Presidente le preguntó a sus mandantes sobre varios temas: descentralización, derecho a escoger el régimen de seguridad social, distribución equitativa de recursos, prohibición de paralizar servicios públicos, disolución constitucional del Congreso Nacional por el Presidente de la República, elecciones distritales y uninominales y período legislativo de cuatro años, elección del presidente del Congreso Nacional cada dos años, reestructuración de la Función Judicial, eliminación de privilegios en el sector público y creación del Tribunal Constitucional y su regulación. 

Fueron un total de once preguntas. En todas y cada una de ellas ganó el No. El Sí siempre se mantuvo en la franja del 30% de los votos, mientras que el No se mantuvo en la franja del 40% de los votos. Fue una derrota contundente.

Febres-Cordero y Durán-Ballén tenían una baja popularidad al momento de hacer las consultas populares en 1986 y 1995, que funcionaron como una evaluación al gobierno del Presidente postulante. Evaluación que perdieron.

Ese es el patrón que siguió la consulta popular de Guillermo Lasso el 5 de febrero de 2023. Un gobierno de derecha, con una baja popularidad (una encuesta comparativa publicada en estos días lo ubica a Guillermo Lasso como el Presidente peor evaluado de América latina, con el 17% de aceptación a su gestión), que convocó a una consulta popular para legitimar su actuación en el resto del período. Ocho preguntas el Presidente presentó, en todas las ocho preguntas perdió. Aunque muchas eran preguntas tentadoras: tal es el tamaño del desafecto popular a la gestión presidencial.

En el Ecuador, desde 1979, se han convocado un total de doce consultas populares. Éstas tres, de Febres-Cordero, Durán-Ballén y Lasso, son las únicas que el pueblo ha negado.

En el caso de Lasso, esta derrota lo coloca a él en la situación de gobernar por más de dos años, sin apoyo del arco político y sin respaldo popular. 

Una posición difícil de afrontar, más parecida a languidecer que a gobernar.

Oportunidad de cambio

14 de octubre de 2022

            Publicada el 14 de octubre de 2022 en diario Expreso.

La elección para la Alcaldía de Guayaquil que se celebrará el 5 de febrero de 2023 será un momento especial para la ciudad. Ello obedece a cuatro causas:

Primero, el Partido Social Cristiano (PSC) vive unas horas bajas. Su máximo líder está en su ocaso (el federalismo que propuso generó más rechazo que aceptación). El PSC está débil y se le nota, pues muchos de sus integrantes lo han abandonado. Así ha ocurrido con Cristina Reyes, César Rohon, Nicolás Lapentti y Andrés Gushmer, entre otros, que fueron figuras de relevancia en el PSC y salieron a buscar su futuro político en otra parte. Y compitiendo contra el PSC.

Segundo, Cynthia Viteri es la candidata más débil del PSC desde el año 1992. El porcentaje que obtuvo en la elección del 2019, el 52,6 %, es el menor de cualquier candidato ganador. Y ese porcentaje, en una administración que sufrió la altísima mortandad de la pandemia y en cuyo período Guayaquil se convirtió en una de las ciudades más violentas del mundo, debe sufrir un desgaste, cuya gravedad dependerá de la campaña electoral.

Tercero, el panorama electoral es inédito. En las anteriores siete elecciones a la Alcaldía, en las que invariablemente triunfó el PSC, compitieron 51 candidatos (algunos en varias elecciones; en total, intervinieron 43 personas). En estas siete elecciones, la contienda electoral se redujo a un triunfante candidato PSC y a un (más o menos) desafiante segundo puesto, pues del tercer puesto para abajo los candidatos fueron de relleno. Desde 1992, el único tercer puesto que obtuvo más del 3 % de los votos fue Kiko Fernando Barreno (8,21%, PRIAN, 2004).

Pero en esta elección 2023 hay dos candidatos de peso que buscarán el desgaste de la candidata PSC: Jimmy Jairala, que ha obtenido alrededor del 30 % de los votos en dos ocasiones (2004 y 2019), y Aquiles Álvarez, candidato del movimiento de Rafael Correa. Además, en ninguna elección anterior había existido una cuña del mismo palo y ahora les salió Duart, un candidato peleón surgido de sus entrañas.

Cuarto y último, la situación de Guayaquil es problemática y se ha roto su relato de “éxito”. Hasta octubre de 2019, Nebot habló de un modelo de éxito por defender (de los habitantes del páramo). Pero pandemia y violencias mediante, en ninguno de sus discursos de julio y octubre de este año, Viteri se ha atrevido a hablar de un modelo de éxito. Y es lógico: nadie en su sano juicio puede creer que una ciudad en la que da miedo salir a la calle es un caso “exitoso”. 

Tras 30 años de gobierno del PSC, Guayaquil desembocó en la ciudad No. 50 a nivel mundial en número de muertos por cada 100.000 habitantes (¡manerita de celebrar un aniversario!). Y cada vez más gente se aviva y se resiste a creer que en materia de seguridad el principal rol de una Alcaldía sea vocear una queja constante de lo mal que lo hacen los otros en la capital.

Así: un partido débil y una candidata debilitable, un panorama electoral inédito y áspero para el PSC, que tiene un relato trunco de “éxito”.En Guayaquil hay una marcada sensación de malestar, que es punto de partida para el cambio (pues nadie desea la continuidad de un malestar). Cambio que, a estas alturas, resulta de necesidad. 

La oportunidad será en febrero.

Treinta años

5 de agosto de 2022

            Publicado en diario Expreso el 5 de agosto de 2022.


El año 1992 fue un parteaguas en la historia de Guayaquil. Es el año en que el ingeniero León Febres-Cordero, Presidente entre 1984 y 1988, se convirtió en el segundo alcalde (después de José Luis Tamayo) que, antes de asumir la Alcaldía, había ejercido la Presidencia de la República. (Febres-Cordero es el único en haber ejercido ambas dignidades por la voluntad popular.) Y 1992 es el año en que inició el dominio del PSC en Guayaquil.


Durante una buena parte de este dominio del PSC, un lema de la Alcaldía decía que Guayaquil era ‘exitosa’. Ese discurso ya no es creíble: nadie puede considerar un ‘éxito’ el estar viviendo en una ciudad violenta e insegura, donde salir a la calle implica tener una estrategia contra el prójimo. Así como tampoco debería ser creíble atribuirle la responsabilidad de la violencia y la inseguridad a otros que no administran la ciudad, como se lo pretende hacer. Esto, porque si tras treinta años de dominio de Guayaquil lo único que el PSC pudo lograr es seguir soportando el fracaso de los demás, es porque también su administración ha sido un fracaso. (La perpetua queja no es una política pública.) Al final, cuando menos, han sido cómplices de haber llegado a la decadencia actual.


En algún momento de la historia de Guayaquil el PSC encarnó un modelo de superación, una vía al desarrollo. En parte, la razón para que se lo haya podido pensar así es porque el PSC logró mantener bajas las expectativas de la población. No se trató de una vía al desarrollo basada en estándares internacionales o en casos de éxito (Curitiba, Medellín, Singapur), pues se basó en no recaer en el roldosismo. Fue el desarrollo de la ciudad como un escape.


Pero es al roldosismo adonde el escape del PSC ha terminado llevando. Esta Guayaquil modelo 2022 actualiza el lejano caos roldosista, con atributos como las ya citadas inseguridad y violencia, y el crecimiento urbano sin solución de necesidades básicas (hechos muy relacionados), la falta de controles ambientales y la contaminación de ríos y esteros, el fracaso del transporte masivo terrestre (sólo se han hecho tres de las siete troncales de la Metrovía –y ninguna en la actual administración) así como el fracaso y la deuda gigante de la Aerovía, la nula prevención de las inundaciones que ocurrirán por efecto del cambio climático, las sospechas de corrupción en los proyectos de arte o por los terrenos cercanos al nuevo aeropuerto en Daular… Esto, además de una máxima autoridad con un histrionismo de teatro escolar y unas altas dosis de chabacanería (‘vístanse como quieran, y desvístanse como quieran y con quién quieran’ es su legado).


Este entramado de ineficacia, sospechas de corrupción y chabacanería tiene unos aires de familia con el final del período roldosista, en el que gobernó la otra alcaldesa que ha tenido la ciudad, Elsa Bucaram. Salvo que esta Guayaquil del tramo final del PSC está aún peor, por la notoria descomposición de la ciudad y su crisis de seguridad que hoy causa zozobra y que la ha situado a Guayaquil entre las 50 ciudades más violentas del mundo.


Efeméride: este partido sin solución para los problemas de los guayaquileños, este 10 de agosto de 2022, cumplirá treinta años administrando la ciudad.

A Guayaquil la democracia le sienta mal

23 de octubre de 2021


El fenómeno más importante de los últimos años en el Ecuador es su acelerada urbanización y, como consecuencia, el crecimiento del rol de las ciudades para articular y dar sentido a la vida de las personas. Desde la década del cuarenta (después de perder la guerra con el Perú, después de la Segunda Guerra Mundial, en el año de N. S. de 1947) se empezó a elegir a los presidentes de las municipalidades por el voto de la población de su jurisdicción. Para el caso del cantón Guayaquil esto implicó, entre 1947 y la actualidad (es decir, sus buenos 74 años), la elección popular de un total de trece autoridades, once hombres (Guerrero por dos veces, Guevara, Estrada, Robles, Menéndez, Assad Bucaram por dos veces, Huerta, Hanna, Abdalá Bucaram, Febres-Cordero por dos veces y Nebot por cuatro veces) y dos mujeres (E. Bucaram y C. Viteri).

 

Hasta la llegada del socialcristiano al poder en Guayaquil, la ciudad vivió una época de honda inestabilidad. Entre los 45 años que van desde 1947 hasta 1992, únicamente los alcaldes Rafael Guerrero Valenzuela en 1947, Luis Robles Plaza en 1957 y Assad Bucaram Elmhalin en 1967 lograron terminar sus períodos. En ese mismo tiempo, un total de nueve autoridades (ocho hombres y una mujer) no terminaron sus períodos en la Alcaldía: el mismo Rafael Guerrero Valenzuela tras su reelección en 1949, Carlos Guevara Moreno en 1951, Emilio Estrada Icaza en 1955, Pedro Menéndez Gilbert en 1959, Assad Bucaram Elmhalin en su primera elección en 1962, Francisco Huerta Montalvo en 1970, Antonio Hanna Musse en 1978, Abdalá Bucaram Ortiz en 1984 y Elsa Bucaram Ortiz en 1988. Tres períodos concluidos vs. nueve períodos que no. Un récord lamentable.

 

Desde 1992, la Alcaldía de Guayaquil ha vivido un período de estabilidad, en claro contraste a los 45 años precedentes. En estos últimos 29 años todos los Alcaldes han terminado su período: el Alcalde Febres-Cordero entre 1992 y 2000 y el Alcalde Nebot entre 2000 y 2019. Ahora está en el Sillón de Olmedo, desde el 2019, la Alcaldesa Cynthia Viteri, auténtica Jocelyn Mieles de la administración pública que ha sobrevivido a tantos actos absurdos en su período que es seguro que lo terminará (la prensa de Guayaquil es generosa con –o debo decir: perra de- la derecha local).

 

Esta estabilidad se debe al dominio absoluto en Guayaquil de una tienda política, el Partido Social Cristiano. Su invariable triunfo ha sido el triunfo de la perversión (v. ‘El lado perverso del socialcristianismo’ y ‘Guayaquil y el modelo que tocó fin’) y, por ende, un derrotero seguro a la auto-destrucción por inundaciones. Es cuestión de tiempo.

 

Pobre Guayaquil: en tres generaciones ha pasado de una honda inestabilidad a una estabilidad perversa, en decidido rumbo a ser una ciudad estúpida y sub-acuática.

El lado perverso del socialcristianismo

22 de octubre de 2021


Sostengo que la ciudad de Guayaquil vive las horas más bajas de su historia. La premisa fundamental para esta idea la he desarrollado en mi artículo ‘Dworkin, Guayaquil, y asaltar el Tía, que es un análisis en clave guayaca del artículo de Ronald Dworkin Why Liberals Should Care About Equality? (¿Por qué debe importar a los liberales la igualdad?). Mi artículo sobre Dworkin y asaltar el Tía lo concluí con la siguiente reflexión:
 
‘¿(D)e qué comunidad se les puede hablar a estos excluidos? Ellos, lo que realmente quieren, es asaltar el Tía, y cuando tienen chance, pues lo hacen. Y Guayaquil, que se joda.
Que es exactamente lo que piensan los tipejos de las empresas constructoras, mientras cuentan su billete, na’ más que a otra escala. Y es por esto, por esta generalizada desidia de los pobres y de los ricos hacia la ciudad que habitan, así como por la ausencia de pensamiento crítico en su clase media, que estamos tan, pero tan mal. Y es por la sostenida estupidización que ha tenido lugar aquí, que ni siquiera nos damos cuenta.
Salvo los del Tía. Ellos sí que se dan cuenta’.
 
Ocurre que ahora no únicamente los del Tía se dan cuenta de los violentos frutos del largo y sostenido proceso de casi 30 años de exclusión social bajo el dominio socialcristiano. Este año 2021, lleno de violencia y muertes en la cárcel de Guayaquil y en la ciudad entera, ha puesto en evidencia que la exclusión social (es decir, la incapacidad de responder a la pregunta ‘¿de qué comunidad se les puede hablar a estos excluidos?’) ha producido una violencia en las calles que no se experimentaba, por lo menos, desde los años noventa (1).
 
Así, el lado perverso del modelo socialcristiano es la exclusión social que han producido sus políticas de crecimiento urbano (2). El de Guayaquil ha sido un crecimiento no planificado, orientado al beneficio de las grandes empresas constructoras (sector de donde emergió el Alcalde socialcristiano que lo fue por 19 de los 29 años del dominio del PSC en la ciudad) y con un enfoque diferenciado para la satisfacción de las necesidades básicas en los sectores de clase media y en los sectores populares, donde (mal)viven la inmensa mayoría de habitantes de la ciudad. Un informe de expertos de la Corporación Andina de Fomento, que fue pedido el 2013 por la propia Alcaldía de Guayaquil, describió con precisión el (mal)vivir en los sectores populares:
 
lotes pequeños para las viviendas, aceras y accesos estrechos, limitadas áreas verdes, y en general una clara tendencia hacia la impermeabilización del suelo urbano –inclusive en las divisorias y laterales de calles y avenidas construidas en fechas recientes. Este tipo de ocupación aumenta notablemente la temperatura de la ciudad, incrementa significativamente los picos y la velocidad del escurrimiento durante las crecidas de la escorrentía superficial, produce erosión y aumenta la contaminación de las aguas pluviales(3).
 
Esto es lo que les toca en Guayaquil a las personas que no pueden acceder al mercado formal de vivienda, que son la inmensa mayoría. Porque el credo del Municipio PSC es que una persona vale tanto como el dinero que ella tenga. Si tiene dinero, puede acceder a la oferta del mercado formal de bienes raíces. Si no lo tiene, queda excluido. Nadie lo pudo expresar con mayor claridad y desdén como el líder de la administración del PSC que mejor encarnó este credo, el abogado Jaime Nebot, quien en una sesión del Concejo Municipal de octubre de 2010 en la que se debatió la ampliación de los límites urbanos de la ciudad, postuló como única alternativa para el ‘hombre pobre’ de Guayaquil que…
 
vaya compre una vivienda, vaya compre un terreno urbanizado del Gobierno, vaya compre un terreno en un lote o en una casa urbanizada por el Municipio […] voy a hacer una campaña de comunicación para decirle al hombre pobre, vaya compre una vivienda…’. (4)
 
El mismo año en que el Alcalde Nebot comunicó esta sandez, la ONU-Hábitat publicó el informe ‘Estado de las Ciudades de América Latina y el Caribe’, en el que explicó que la no existencia ‘de un programa habitacional institucional público dirigido hacia la población que no cuenta con la capacidad económica suficiente para participar en el mercado de vivienda constituye una ruptura definitiva con la posibilidad de atender las necesidades habitacionales de los hogares de bajos ingresos’. Esta exclusión, que es promovida de forma activa por el Municipio socialcristiano de Guayaquil en aras de beneficiar a sus Grandes Amigos del Negocio de la Construcción (5), produce y reproduce las ‘condiciones que contribuyen a la creación de la pobreza y a su realimentación, algunas de las cuales hacen parte del concepto que las define como trampas de pobreza(6). Vivir en una trampa de pobreza implica para los excluidos, necesariamente, una ruptura con cualquier ideal de comunidad que incluya a las autoridades públicas.
 
Una ciudad así diseñada es campo fértil para que un choque externo produzca un aumento de la violencia y que ella se tome las calles. Este choque externo ocurrió y fue la creciente presencia, desde 2016, de los carteles mexicanos del negocio de la droga, principalmente de la cocaína (7). Sumado a este escenario, una continua desinstitucionalización del Estado, en especial de su sector carcelario (8), más su habitual ineficacia y su consabida corrupción: sólo queda esperar por tiempos peores.  
 
Guayaquil es campo fértil porque no hay una idea de comunidad, es la tierra del sálvese quién pueda. El que puede pagar por una vivienda, accede a una vivienda como lo dejó muy claro el Alcalde Nebot. El que puede pagar por una vivienda en una ciudadela cerrada, pues la paga y se resguarda. Y si puede pagar por seguridad privada, la obtiene. El mantra parece ser que si uno se esfuerza mucho-mucho, podría huir a los extramuros de Guayaquil y ponerse a salvo. Por ejemplo, en la isla Mocolí, como lo hizo el mismísimo Alcalde Nebot.
 
Guayaquil es un campo fértil para la violencia porque la administración del PSC en Guayaquil ha despedazado el ideal del bien común. En Guayaquil no hay parques decentes (el negocio era las palmeritas), ni su administración ha sido capaz de controlar el deterioro del patrimonio común (los ríos y los esteros, las canteras). Hacia el futuro, la administración del PSC tampoco ha sido capaz de pensar las consecuencias de su modelo de desarrollo frente a las inminentes inundaciones por la elevación del nivel del mar (spoiler alert: va a ser un desastre). Sus grandes proyectos de transporte público han sido: la Metrovía un fracaso, la Aerovía un fraude. Y su norte, maldita sea, ha sido la satisfacción de los intereses económicos de unos pocos en perjuicio de las grandes mayorías (en perjuicio de los componentes social y ambiental del desarrollo sostenible). En crudo, el lado perverso del socialcristianismo ha sido el triunfo de un burdo credo individualista, que ha destrozado todo posible ideal comunitario en la ciudad (puro pinga, nunca minga). La mayor muestra del desinterés del PSC por el bien común de Guayaquil es que jamás, durante una administración iniciada en el ya lejano ’92, ha existido una clara planificación de la ciudad, por la sencilla razón de que ha resultado mejor para el grupo en el poder operar a río revuelto y en la opacidad.
 
Una ciudad así pensada y construida por casi 30 años es una trituradora serial del ideal de comunidad, un cante jondo al sálvese quién pueda. Un lugar donde la pregunta ‘¿de qué comunidad se les puede hablar a estos excluidos?’ tiene, desde este año, por respuesta las balas.
 
~*~
 
(1) Tal vez no sea únicamente una coincidencia que, tanto ese surplus de violencia noventera como el actual, sean simultáneos a la coexistencia en funciones de un gobierno nacional programáticamente de derechas (en los noventas fue el gobierno del Presidente Durán-Ballén, ahora es el de Lasso: son los dos únicos, después del gobierno de León Febres-Cordero) y una autoridad socialcristiana en la Alcaldía de Guayaquil. En los noventas, esa autoridad socialcristiana fue el mismísimo exPresidente Febres-Cordero, duro entre los duros, capo di tutti capi, mientras que ahora es una versión pop y femenina de esa fiereza inicial: es como haber hecho de Kiss, una Locomía. La Alcaldesa Viteri, como Alcaldesa de una ciudad de dos millones y medio de habitantes, es una gran Jocelyn Mieles: da la impresión de vivir en otra realidad, ajena a una ciudad que explota y arde.
(2) El lado amable del socialcristianismo es una ilusión de modernidad de la ciudad, que, como lo habrá advertido el lector perspicaz, es apenas su lado perverso pero lavado, olorizado y talqueado por los mass media.
(3) Corporación Andina de Fomento, ‘La inundación de Guayaquil en Marzo 2013’, pp. 12-13.
(4) Acta del Concejo Cantonal de Guayaquil, Sesión del 7 de octubre de 2010, pp. 11-12
(5) Lo que ocurre en Guayaquil es un evidente caso de ‘Capitalismo de Amigos’, v. ‘Explicando el negocio de la Alcaldía socialcristiana’.
(6) ONU Hábitat, Estado de las ciudades de América latina y el Caribe’, v. pp. 115-138.
(7) BBC, ‘Cómo Ecuador pasó de ser país de tránsito a un centro de distribución de la droga en América Latina (y qué papel tienen los carteles mexicanos)
(8) Lo ha dicho claramente la actual Secretaria de Derechos Humanos, Bernarda Ordóñez: ‘Por ejemplo, se eliminó el Ministerio de Justicia hace tres años; se eliminó el centro de inteligencia; el presupuesto para el eje de justicia y para lo que tiene que ver con la Secretaría de Derechos Humanos y el SNAI ha sido reducido considerablemente. Todas estas acciones contribuyen a que hoy en día tengamos un problema en el sistema de rehabilitación social. Si eso fue intencionado o no, si es que fue planeado, eso se tiene que investigar y la Fiscalía General del Estado está llamada aquí a investigar’, v. ‘Vera a su manera – 15 Octubre 2021’, min. 10:03.

Guayaquil y el modelo que tocó fin

10 de abril de 2020


Publicado en Revista Común el 10 de abril de 2020.

Este 2020 la ciudad de Guayaquil conmemora los 200 años de su independencia del Reino de España. La madrugada del 9 de Octubre de 1820, un grupo de guayaquileños y algunos extranjeros asaltaron los cuarteles de las tropas españolas y apresaron al Gobernador. La asonada inició a las dos de la mañana y concluyó, con éxito, al alba. Según el recuerdo de uno de los extranjeros que participó en ella, el luisianés José de Villamil: “Al aparecer el Sol en todo su brillo por sobre la cordillera, Cordero vino a mí corriendo, y obligándome, sin mucha ceremonia, a dar media vuelta, me dijo: mire Ud. al Sol del Sud de Colombia. ‘A Ud. en gran medida lo debemos’, le dije. Nos abrazamos con ojos húmedos”. 

El Cordero al que alude Villamil en su relato, publicado en Lima en 1867 y titulado ‘Reseña de los acontecimientos políticos y militares de la provincia de Guayaquil, desde 1813 hasta 1824 inclusive’, es el venezolano León de Febres-Cordero, el verdadero héroe de la revolución del 9 de Octubre. El orgullo de Guayaquil se debe a que una vez que se independizó del Reino de España y pasó a ser una provincia libre y republicana, nunca más volvió a caer en las manos de la Monarquía Católica. En esto se diferenció de Cuenca y de Quito, las otras capitales de las provincias que, junto con la provincia de Guayaquil, terminaron por conformar el Estado del Ecuador en 1830. Cuenca se independizó el 3 de noviembre de 1820, pero fue recapturada por los españoles. A Quito, en cambio, hubo que entrar a liberarla del dominio español, liberación que sucedió tras la batalla del Pichincha, ocurrida el 24 de mayo de 1822 en las faldas del volcán de ese nombre. En la ficción que Guayaquil ha construido sobre su gesta libertaria, la acción de los soldados guayaquileños es decisiva para liberar a la pobre y sometida Quito ese 1822.

La creación de ficciones es la clave para comprender a esta Guayaquil en los tiempos del coronavirus, porque lo ocurrido en esta ciudad a inicios del año 2020 se reconduce a que su ficción fundamental ha explotado, voló por los aires, se convirtió en confeti. Esta ficción es el llamado modelo “exitoso” de desarrollo. Un alcalde que administró esta ciudad por casi veinte años, Jaime Nebot, hizo popular dicha ficción. Era su estribillo.

El problema es que era un simple estribillo, que tenía escasa relación con la realidad. Ahora ya lo sabemos, muy dolorosamente ya lo aprendimos: a una auténtica ciudad “exitosa” no se le muere su gente en las calles.

*

El daño del COVID-19 en Guayaquil ha llamado la atención en el mundo. Por estos días, los titulares son elocuentes: ‘Coronavirus en Ecuador: el drama de Guayaquil, que tiene más muertos por covid-19 que países enteros y lucha a contrarreloj para darles un entierro digno’ (BBC, 1 de abril), ‘Cadáveres en las aceras: ciudad de Ecuador es una horrible advertencia del coronavirus en la región’ (El Nuevo Herald, 2 de abril), o ‘Bodies lie in the streets of Guayaquil, Ecuador, emerging epicenter of the coronavirus in Latin America’ (Washington Post, 3 de abril). Las noticias que recorren el mundo son desgarradoras: se trata de una ciudad desbordada, sin la capacidad sanitaria ni funeraria para tratar a los enfermos ni enterrar a sus muertos. A las imágenes de los cadáveres apiñados en los pisos de los hospitales, unos sobre otros, o de los cadáveres dispersos en las calles de la ciudad (algunos en ataúdes y otros tirados a la maldita sea), ya no se les puede añadir nada. Se hace un nudo en la garganta, ganas de llorar.

Guayaquil parece una zona de guerra, pero de una guerra que se está perdiendo. 

Y esto ocurre porque el “éxito” del modelo de Guayaquil está en otra parte. Su verdadero éxito está en las ganancias del sector de la construcción. (El autor del estribillo, Jaime Nebot, provenía él mismo de ese sector). El año 2013 un informe de expertos de la Corporación Andina de Fomento (CAF) sobre las inundaciones en Guayaquil, elaborado a petición de la Alcaldía de Nebot, arrojó como resultado que el crecimiento horizontal de la ciudad aumenta en seis veces los costos de su construcción, comparados con una estrategia integral propia de “ciudades verdes, inclusivas y sustentables”, estrategia para la que, según estos expertos, “Guayaquil ofrece condiciones inmejorables”. Pero que cueste más, nomás: precisamente, es que de eso se trata.

Así, por este modelo que beneficia a unos pocos, Guayaquil ha crecido como una mancha gris, repleta de cemento y de adoquines. (El adoquín es el objeto fetiche del modelo “exitoso” de desarrollo”.) El informe de la CAF del año 2013 describe muy bien el crecimiento de la ciudad durante estos años de aplicación del modelo: “lotes pequeños para las viviendas, aceras y accesos estrechos, limitadas áreas verdes, y en general una clara tendencia hacia la impermeabilización del suelo urbano”. En este informe se señala, asimismo, la falta de una intervención integral de la alcaldía: “Se observa que el abastecimiento de agua es el primer servicio que se atiende, seguido de alcantarillado sanitario y, finalmente, siguiendo un enfoque tradicional ligado a la instalación exclusivamente de obras de conducción, se atiende al drenaje pluvial”. Este “enfoque tradicional” es el que previene que Guayaquil se convierta en una ciudad “verde, inclusiva y sustentable” (porque ello no le conviene -$$$- a los que instalan “obras de conducción”).

Así también, en este informe de la CAF se advierte de la existencia de un aprovechamiento político de la pobreza en los barrios populares, a diferencia de lo que ocurre en los sectores regularizados de clase media: “Paradójicamente, como en otras ciudades de la región, la expansión de la ciudad irregular ocurre en forma cuasi organizada, generalmente por emprendedores que invaden propiedades privadas –con o sin acuerdo del propietario de la tierra- y con ello activan un mercado sumergido de la tierra urbana que se inicia con la ocupación ilegal de lotes sin servicios básicos de aguas, alcantarillado y drenaje. En algunos países es frecuente que políticos utilicen estos mismos mecanismos que promueven la ocupación informal de la tierra para obtener réditos electorales”. Los expertos de la CAF escogieron sus palabras, porque este informe se lo entregaron en sus manos al alcalde Nebot, pero la obtención de estos “réditos electorales” también ocurre en Guayaquil.

Por la impermeabilización del suelo urbano, el llamado “efecto de isla de calor” eleva la temperatura de Guayaquil en unos 4 ó 5 grados centígrados. Por su crecimiento horizontal, Guayaquil es una ciudad que tiene un tráfico intenso, y mientras más se construye en ella, más intenso se torna. Una ciudad calurosa y traficada, con escasas áreas verdes, sin una atención integral de los servicios básicos y, en el caso de los barrios populares, con un aprovechamiento político de sus necesidades y, en consecuencia, con una satisfacción de ellas a cuentagotas. Si resumimos el modelo “exitoso” en una sola frase, ella sería: “para la mayoría, los servicios llegan tarde, pero para los más pobres, llegarán tarde y mal”.

Así, para un observador imparcial, el hecho de vivir en una ciudad de estas características le haría abrigar unas instantáneas dudas sobre si él está viviendo en una ciudad que merezca el rótulo de “exitosa”. No le ocurre así al guayaquileño: de manera generalizada, el hecho de vivir en una ciudad de esas características no es asociado por él a una mala gestión municipal. Todo lo contrario: la administración del alcalde Nebot, aquel promotor incansable de su estribillo, fue ratificada varias veces en las urnas. Elegido el año 2000, Jaime Nebot fue reelegido en el 2004, 2009 y 2014. Nunca obtuvo menos de la mitad de los votos y siempre obtuvo la mayoría en el concejo municipal. El 2019, el pueblo de Guayaquil eligió a quien Nebot había designado como su sucesora, Cynthia Viteri.

Para explicar el porqué de esta rareza (una ciudad mal hecha, cuya administración cuenta con el aplauso de sus habitantes) se debe acudir a la historia. Hacia el año 1992, Guayaquil había sido devastada por las malas administraciones municipales. En 1984, Guayaquil eligió a Abdalá Bucaram como alcalde, y en 1988, la eligió a Elsa, hermana de Abdalá. Ninguno de los Bucaram terminó su período, y ni ellos ni sus sucesores hicieron un buen trabajo. El saldo de estos ocho años de bucaramato fue asociar la alcaldía de Guayaquil con la ineficacia y la corrupción. El recuerdo que se conserva de este Guayaquil de los Bucaram es el de unas calles llenas de basura y una alcaldía repleta de “pipones” (funcionarios que cobraban un sueldo sin hacer ninguna tarea). Frente a este escenario de terror, en 1992 presentó su candidatura a la alcaldía un expresidente (1984-1988), quien era, además, homónimo del héroe venezolano de tiempos de nuestra independencia de España (descendiente de uno de sus primos): León Febres-Cordero, rico empresario que decía tener, por mejor amigo, a su pistola.

Febres-Cordero se lanzó a la alcaldía de Guayaquil por el Partido Social Cristiano (PSC) ese 1992, y arrasó: obtuvo el 65% de los votos. En un mérito que se le debe reconocer a Febres-Cordero, él empezó un rescate administrativo de la alcaldía: eliminó a los “pipones” y procuró imponer orden en la ciudad, fiel a su estilo, a veces con mano dura. En todo caso, fue él quien inició los 28 años de dominio del PSC que se han vivido en Guayaquil desde 1992: ocho años los gobernó él, entre 1992 y 2000; diecinueve Nebot, entre 2000 y 2019; uno todavía no ha cumplido su sucesora, Cynthia Viteri. Pero este primer año de Viteri, por lo visto, bien podría ser el principio del fin de este dominio.

El porqué se asocia el “éxito” a la administración del PSC en Guayaquil requiere algunas explicaciones. Una primera es que, durante demasiados años, las alcaldías socialcristianas construyeron su imagen por contraste a las alcaldías de los Bucaram de los años ochenta y de principios de los noventa. El recuerdo de estas alcaldías era tan espantoso (los Bucaram tuvieron casi toda la prensa de Guayaquil en su contra) que la actuación del PSC en el rescate de la ciudad adquirió un estatus de cruzada cívica. Así, todo aquel que se oponía a lo que hacían los alcaldes del PSC en Guayaquil, era considerado como persona contraria a los intereses de la ciudad, un sectario, un aliado de los Bucaram y su aciago recuerdo. Este recurso les funcionó durante toda la administración de Febres-Cordero y la mayor parte de la de Nebot.

Por supuesto, esta aureola de cruzada cívica es importante en el plano simbólico, pero es insuficiente por sí misma: el poder real está en otras partes. El dominio socialcristiano en Guayaquil se ha asentado en mecanismos tales como la cooptación de varios órganos para-municipales (de la Junta Cívica a las distintas autoridades de tránsito), en la creación de un entramado de “fundaciones” encargadas de las obras y de los servicios (de las obras de “regeneración urbana” en el centro a la prestación de los servicios de salud) y en el establecimiento de un sistema de participación de los ciudadanos sometido a un control vertical, con el alcalde en la cúspide. La opacidad en los procedimientos, el silenciamiento de las voces críticas y la discrecionalidad en las decisiones del alcalde son los objetivos de estos mecanismos de control.

Una explicación última, pero imprescindible, es la alianza entre las alcaldías socialcristianas y los medios de comunicación de masas. Esto es particularmente cierto durante el período de Jaime Nebot (Febres-Cordero era mucho más confrontativo con la prensa.) El PSC es un partido de derechas, y a diferencia de los populistas Bucaram, el PSC recibe todo el apoyo del periodismo burgués de Guayaquil, en particular, de la televisora Ecuavisa y del diario El Universo (Ecuarrisa y El Perverso, para los amigos), así como de numerosas radios, todas en el rol de pagos de la alcaldía. Al PSC en Guayaquil, su alianza con los medios de comunicación le lavaba la cara todos los días. De los errores o de las deficiencias de su gestión, nunca se hablaba.

Este es el cóctel de razones por las que en Guayaquil existe un “éxito” que realmente no existe. Pero hemos llegado, justo este 2020, a un episodio de la historia en que esta ficción se ha vuelto insostenible. Los titulares, las noticias, las imágenes de lo que ha ocurrido en Guayaquil por la pandemia del COVID-19 son incontestables. Se ha mostrado la ciudad tal cual es, y el COVID-19 nos obliga a hablar de lo que antes se había callado. Porque, de súbito, en Guayaquil apareció el horror. Y este horror exige respuestas.

*

¿Por qué es Guayaquil la ciudad epicentro del coronavirus en América latina, según dice el Washington Post? ¿Por qué nos pasa esto a nosotros? La respuesta no puede ser episódica, tiene que ser estructural: esto ocurre por la forma cómo hemos construido (o permitido que se construya) Guayaquil, gracias a este modelo “exitoso” impuesto por el PSC. Por los efectos de dicho modelo, es que el horror ha aparecido y nos ha golpeado de la manera en que lo ha hecho.

Porque hay algunos defensores del modelo “exitoso” (¡todavía existen!) que sostienen una postura “episódica” en el marco de esta catástrofe, esto es, atribuyéndole la responsabilidad de este triste episodio al viejo y confiable centralismo, en pocas palabras, que la culpa no es del gobierno seccional de Guayaquil, sino del gobierno nacional del Ecuador. Pero aceptar esto es buscar desentenderse de las cifras que construyó el modelo de desarrollo del PSC: esos “lotes pequeños” que describieron los expertos de la CAF en su informe del año 2013 se reconducen a que en Guayaquil el 20.70% de los hogares vivan en hacinamiento, mientras que esa cifra en Quito es del 8.25% y en Cuenca, del 9.61%. La forma en que se ha construido la ciudad (resumida, líneas arriba, como: “para la mayoría, los servicios llegan tarde, pero para los más pobres, llegarán tarde y mal”) tiene su correlato en una situación de pobreza generalizada: en Guayaquil el 41.45% de sus hogares tiene, al menos, una necesidad básica no satisfecha, lo que en Quito es el 22.17% y en Cuenca, el 19.69%. En el hacinamiento y la pobreza están dos claves para comprender el daño que ha causado el COVID-19 en Guayaquil.

Parece innegable que aquel que quiera descargar las culpas del daño hecho a Guayaquil por las alcaldías del PSC en el gobierno nacional, o es tonto, o se hace mucho el tonto. Porque es querer sostener una ficción de “éxito”, contra toda evidencia. Incluida la evidencia de los muertos por esta pandemia.

Pero Guayaquil es una ciudad que ha malvivido de ficciones. En la redacción de su historia independentista, que viene a cuento por la celebración del bicentenario este 2020, todavía en Guayaquil se mantiene la ficción de que su lucha por independizar a las provincias de Cuenca y de Quito sólo conoció el heroísmo hasta la liberación de esta última. Así se lo relata, por ejemplo, en los libros de historia financiados durante la alcaldía de Guayaquil de Jaime Nebot como “Historia de Guayaquil”, publicado el año 2008.

Porque en los hechos, la historia es muy diferente a cómo la han escrito en ese libro. Muy a vuelo de pájaro: en los tiempos de la independencia, en Guayaquil hubo traidores, como el Jefe Militar Gregorio Escobedo, y hubo persecuciones, como la que se emprendió en contra del militar venezolano Febres-Cordero porque a pesar de ser él (como lo reconoció Villamil) el “alma de la revolución”, debido a la derrota de las tropas guayaquileñas en la batalla de Huachi en noviembre de 1820 se lo sometió a juicio y a vejaciones, por las que él abandonó la provincia decepcionado por el trato dispensado (luego volvería, pero se iría definitivamente a Venezuela en 1833).

También hubo la defección de uno de los dos batallones que componían las tropas de Guayaquil, el que actuó en contra de su independencia en la llamada “Contrarrevolución de las lanchas” ocurrida el 17 de julio de 1821, y más adelante (en 1826, cuando éramos parte de Colombia), la proclamación de la dictadura de Simón Bolívar por el concejo municipal. Pero en el libro que editó la alcaldía el año 2008 para contarnos una historia de Guayaquil a su medida (hay que ver lo laudatorios que se ponen sus autores cuando les llega el momento de hablar de las alcaldías de Febres-Cordero y Nebot, es el clímax) todos estos hechos son omitidos o distorsionados, en aras de sostener su ficción súper-heroica. El bicentenario debería ser una ocasión para repensar y reescribir todos estos hechos, con una investigación rigurosa y a fondo.

Pero mucho más grave que los desvaríos de nuestra historia, como digo, es el haber permitido que se mantenga la ficción del modelo “exitoso” de desarrollo. En Guayaquil hemos sostenido, con aplausos, un modelo que nos ha hecho mucho daño. Hemos hecho del que era un fresco puerto tropical surcado por brazos de mar (como una “Ámsterdam del Pacífico”, la lisonjeaba Bolívar) un sitio caluroso, traficado, con escasas áreas verdes y una prestación deficiente de los servicios básicos, propensa a las inundaciones (Guayaquil, según un estudio de la revista Nature Change publicado el año 2013, es la cuarta ciudad en el mundo con el estimado más alto de pérdidas económicas anuales por inundaciones causadas por la elevación del nivel del mar, de entre 136 ciudades costeras sometidas a análisis –y casi nada se ha hecho al respecto), pero por sobre todo, una ciudad que se ha construido en beneficio de los sectores regularizados de su clase media y en perjuicio de una enorme masa de desposeídos, que viven en situación de hacinamiento y de pobreza, sobreviviendo al día, es decir, librados a la maldita sea, como ciudadanos de segunda clase en su propia ciudad. Esto es lo de fondo en Guayaquil: esta es la desigualdad cruel que está causando tantos muertos en los tiempos del coronavirus.

En Guayaquil, la ficción de su “éxito” ha tocado fin. El conteo de sus muertos, todavía no. Y, lamentablemente, en una ciudad tan mal hecha (he concluido este artículo la tarde del 8 de abril), no estamos ni cerca.

35º de subdesarrollo

5 de enero de 2020


La siguiente observación de Leopoldo Benítez Vinueza sobre Guayaquil, escrita al inicio de “Ecuador: drama y paradoja”, demuestra todo lo mal que lo hemos hecho en esta ciudad:

“Por la sombra grata de los soportales, pasea desde la tarde el viento marinero que viene recorriendo las áridas llanuras con los pies mojados de humedad salubre como el viento homérico de la Ilíada. Y a pesar de que su nombre evoca ideas de calor sofocante, [en Guayaquil] la temperatura no sube ni aun en la época húmeda y caliente a más de 35 grados centígrados en horas de la tarde”.

Esto, ahora, es pura ciencia ficción. El extraordinario libro “Ecuador: drama y paradoja” de Benítez Vinueza fue publicado el año 1946. Desde entonces, Guayaquil ha crecido como una gran mancha de cemento, proceso que durante las administraciones del PSC de León Febres-Cordero y de Jaime Nebot se acentuó mucho: cada vez eran menos árboles y más adoquín (¿más ciudad?). Esto seguro le dio billete a los promotores de palmeritas y adoquines asociados al PSC, pero elevó la temperatura de la ciudad en varios grados centígrados. Hoy es bastante común, en días de invierno, que la temperatura de Guayaquil esté por encima de los 35 grados.

Y este cambio, realmente, es posterior a 1946. Un error de las últimas tres generaciones de habitantes que prefirieron la angurria por el billete a la planificación urbana.

Así, como se lo advierte en el prólogo de la edición  de “Ecuador: drama y paradoja” del año 1996, con ocasión de los 50 años de su publicación, en el Ecuador sigue existiendo una estructura injusta “que privilegia a una minoría a costilla de la gran mayoría”. Guayaquil no es una excepción a esta regla y las palmeritas y los adoquines son un claro ejemplo de esto: hay una minoría que se ha hecho una pila de plata (“Capitalismo de Amigos”, que le dicen) con la consecuencia imbécil de convertirla a Guayaquil en un infierno, por un fenómeno que en la ciencia (esa desconocida local, porque huele a planificación) se llama el “efecto de isla de calor”.

Y para comprender el “efecto de isla de calor” (“Heat Island Effect”) que se está viviendo en Guayaquil, esta explicación del arquitecto Eduardo McIntosh es muy clara:

“… la mayoría de zonas transitables en la ciudad han sido progresivamente despojadas de su cobertura arbórea. Los nuevos proyectos de regeneración urbana, por algún extraño motivo, incluyen especies de insignificante cobertura, por ejemplo, las palmeras. Esta política del municipio ha incrementado la incidencia del ‘Heat Island Effect’ en Guayaquil, que se da cuando las superficies sin cobertura arbórea como pavimento y veredas se calientan por la incidencia solar muchas veces hasta cincuenta grados centígrados más que el aire alrededor de ellas. Esta energía se acumula durante todo el día y permanece hasta la noche, aumentando la temperatura real de la ciudad. Este proceso aumenta el estrés de los ciudadanos, las enfermedades respiratorias, la elevación de gases invernadero y la elevación de gastos económicos y energéticos por el uso de aires acondicionados. Que en Guayaquil la incidencia del sol es inclemente es verdad y es exactamente esa la mayor razón para hacer algo al respecto”.

Guayaquil es una ciudad mucho más calurosa, porque no se ha sido desarrollada en beneficio de sus habitantes, sino de la privilegiada minoría vinculada al sector de la construcción, del que surgió el propio Alcalde Nebot. Su crecimiento, en consecuencia, ha producido una gran mancha gris, de escasas áreas verdes.

Dos botones de muestra:



Guayaquil, ya fue dicho, está repleta de giles que se creen sabidos. Ellos son totalmente incapaces de adjudicar el calor extremo que padecen día a día a las malas administraciones de la ciudad que habitan.

Y esta incapacidad, dado el número de giles, es uno de los motores de nuestro subdesarrollo.

Guayaquil, bastión de la derecha autoritaria

8 de octubre de 2019


Es 8 de octubre de 2019, víspera de las fiestas de independencia de la ciudad, y Guayaquil es la capital de un país dividido y el bastión de un gobierno impopular.

Con el Decreto Ejecutivo No. 888 del día 8 de octubre, el Presidente Lenin Moreno decretó el traslado de la “Sede de Gobierno a la ciudad de Guayaquil”. Así, Guayaquil se ha convertido en la capital administrativa del Ecuador mientras dure el estado de excepción (o visto desde otro ángulo: Quito se convirtió transitoriamente en Machachi in the parlance of la Guadalupe). El Presidente Lenin Moreno y su Gabinete sesionan desde el Gobierno Zonal en Guayaquil, en el opulento edificio que perteneció al Banco del Progreso y que Ricardo Patiño adecuó para el servicio público. Allí se reúnen las principales autoridades de las cinco Funciones del Estado ecuatoriano.

La historia es larga pero para hacerla corta, desde que los guayaquileños empezamos a elegir por voto popular al alcalde de nuestra ciudad (es decir, desde 1947), Guayaquil ha sufrido de tres populismos: el del CFP, el del PRE y el del PSC. Este último populismo es de carácter autoritario y de derechas, y está enquistado en la Alcaldía desde 1992.

Como a Guayaquil la democracia no le ha sentado bien, a fines de los ochenta y principios de los noventa la ciudad se hallaba en la mala: llena de basura, por fuera y por dentro del Palacio Municipal. El PSC se hizo fuerte frente al notorio fracaso del populismo del PRE, pues se erigió como la facción que “recuperó” a Guayaquil de esa etapa mala, con un caudillo autoritario y carismático como León Febres-Cordero a la cabeza.

Por este relato “heroico” del PSC es que creo que la facción de la derecha autoritaria (AKA “el fascismo”) en Guayaquil pudo emerger tan victoriosa frente al descalabro de los hermanos Bucaram, elegidos para el Sillón de Olmedo en 1984 (Abdalá) y 1988 (Elsa), pero incapaces de completar sus períodos. En la siguiente elección para la Alcaldía, en 1992, le llegó su turno al PSC, cuando ocurrió lo que según el filósofo italiano Norberto Bobbio justificó la emergencia del fascismo en la Italia de los años treinta: “la conquista del poder por parte del fascismo fue el resultado de una fecunda alianza entre precisos intereses de clase y turbios ideales, favorecidos por la crisis moral, social y económica que atravesaba un [cantón] como el nuestro, por larga tradición más acostumbrado a la opresión que a la libertad”. Donde se lee cantón, se leía (en el texto original de Bobbio) “país”… pero este reemplazo no altera un ápice el sentido de la frase, tan real en un caso como en el otro. En Guayaquil, fue la crisis de la ciudad por el gobierno del PRE lo que favoreció al emergente PSC, el partido de la derecha autoritaria de Guayaquil.

Ahora, ¿por qué digo que el PSC es de derechas? Porque el negocio de la Alcaldía del PSC, en la planificación y en la ejecución de las políticas públicas, es satisfacer a los intereses de las empresas constructoras. El crecimiento de Guayaquil, horizontal y de cemento, cuesta seis veces más que un crecimiento vertical y ambientalmente sostenible: es decir, el llamado “modelo exitoso” del PSC despilfarra una fortuna en hacer las cosas mal, siendo Guayaquil una de las ciudades más vulnerable a las inundaciones que hay en el mundo.

En otras palabras, el crecimiento de Guayaquil es económicamente estúpido… salvo que seas parte del negocio de la construcción (de cuyas filas emergió el Alcalde Nebot, boca abierta). Pero lo peor no es el despilfarro de los recursos (que te embuten como éxito para todos, cuando lo es para pocos), lo peor es el riesgo real que corre Guayaquil debido a las inundaciones en un futuro no muy lejano (una o dos generaciones más), sobre lo que nada efectivo se ha hecho.

Y luego, ¿por qué el PSC es autoritario? Pues por la forma vertical de su administración, en la que se ejecuta lo que ha decidido la cúpula. La concreción legal de esta verticalidad ocurrió en la “Ordenanza que regula el sistema de participación ciudadana del cantón Guayaquil”, que es una burla a la idea de gobierno democrático pues habilita a participar en la Asamblea Cantonal de Guayaquil únicamente a los 117 “representantes de la sociedad” que están mencionados en la Ordenanza. Pero si con acotar el número era insuficiente, la Alcaldía le ha repartido dinero de forma generosa a varios (acaso la mayoría) de estos 117 privilegiados en una ciudad de casi 3 millones de habitantes.

Y por si no quedaba claro quién mandaba, la Ordenanza en cuestión le reservó al Alcalde y un concejal un voto calificado en la Asamblea Cantonal del 51%. Como que esta norma se la hizo durante la Alcaldía de Jaime Nebot, sólo podía aspirarse con ella a que se haga su voluntad. O como lo advirtió quien entonces era Secretario del Municipio, Vicente Taiano, la norma debía diseñarse “para evitar intromisiones en las gestiones del Alcalde”.

Entonces, en estos días la Guayaquil del PSC ha llegado a una cúspide: se ha erigido como la capital administrativa del Ecuador. Como Guayaquil es la casa de la derecha autoritaria desde 1992, es natural que sea la sede de un gobierno nacional que ha adoptado unas medidas tan favorables a las empresas y tan perjudiciales para el ciudadano común.

Y, por supuesto, a la derecha autoritaria de Guayaquil le sienta muy bien el racismo que se pone en evidencia en un país dividido, así que es apenas natural que se adopte su tono para la marcha de mañana (pues su telón de fondo es, no nos engañemos: “aquí no pasarán estos indios brutos” –con palabras un poco más elegantes, claro).

Es por eso, conciudadanos de Guayaquil, que la marcha de mañana 9 de octubre más que una resistencia, es una celebración. Es la celebración de la derecha autoritaria y de los áulicos del Presidente más impopular e infradotado de los últimos tiempos. Y un triste papel, siendo ya el 2019.

Los dos funcionarios municipales del verano del '92

3 de junio de 2019


La Alcaldía de Guayaquil tiene directores de larga duración. En su nómina de directores al día de hoy, la Alcaldía de Guayaquil cuenta con cinco funcionarios que Jaime Nebot heredó a su vez del Alcalde León Febres-Cordero. Ellos son Jorge Berrezueta en Obras Públicas, Gustavo Zúñiga en Aseo Urbano, Ernesto Romero en Salud, Patricio Medina en Recursos Humanos, y Melvin Hoyos, quien pasó de la dirección de “Museo” a la de “Cultura” con su habitual intrascendencia.

Berrezueta [2000]

Zúñiga [2000]
Berrezueta y Zúñiga [Verano de 1992]
 
En el caso de Jorge Berrezueta y Gustavo Zúñiga, ellos son los dos funcionarios que se vincularon a la Alcaldía de León Febres-Cordero desde sus inicios en agosto de 1992. Casi 27 años después de empezado el “proceso socialcristiano” en Guayaquil, dos de los departamentos más importantes para su desarrollo urbano se mantienen en manos de las mismas personas desde 1992. Como bien dice un pana, Gustavo Zúñiga es el Edgar J. Hoover de Guayaquil.

Sin comprender la continuidad de estos funcionarios, una historia del fracaso del desarrollo urbano de Guayaquil no podría escribirse.