A contramano

26 de julio de 2008

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A fines del año pasado participé de un encuentro en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil en el que se discutió, entre otras cosas, el uso de la libertad (como retórica y como práctica) en esta ciudad (y ojalá se multiplicaran y se recopilaran en publicaciones los debates de esta índole que se realizan en Guayaquil y que no solo participemos en ellos quienes somos críticos con la administración del Municipio local sino también sus autoridades y los pensadores de derechas que sintonizan con sus prácticas, para que rindan cuentas y las justifiquen). En esta columna quiero, a contramano del pensamiento homogéneo que impera en tiempos de fiestas julianas, incordiarlos un poco para que meditemos el contenido de la palabra “libertad” en el contexto local.

En principio, ¿realmente creen ustedes que Guayaquil merece representar la libertad? Yo no creo. Yo tengo la convicción, forjada en el análisis y el contraste, de que Guayaquil es una de las ciudades de América Latina en la que se restringen en mucha mayor medida los usos de la libertad: a guisa de ejemplo, los espacios públicos (esto es, el ámbito por excelencia de deliberación pública y de expresión) son escasos y controlados, la ciudadanía es pasiva y la posibilidad de discusión de las políticas públicas (que se nos impone sin consulta) es nula. Podríamos (sería lo justo y necesario) discutir todos estos hechos en función de los principios democráticos que mejor definen la libertad en un contexto político, esto es, la autonomía individual y el autogobierno colectivo. Pero lo afirmo enfático: no creo, de verdad, que estas características en materia de espacios públicos, ciudadanía y participación merezcan el nombre de “libertad”.

En realidad, la retórica de la libertad en Guayaquil se refiere, en esencia, al ámbito económico. Guayaquil, a lo largo de su historia, ha sentido que el Estado le queda lejos y que depende de su esfuerzo emprendedor. Pero ante este discurso me asaltan dos dudas: 1) a pesar del antecedente histórico, no creo que la libertad merezca reducirse solamente al ámbito de la libertad: no creo que la letra del himno a Guayaquil, cuando canta “Libertad, Libertad” merezca complementárselo solo con las palabras “de comercio, de comercio”. La libertad, si nos tomamos en serio la palabra, implica las más amplias libertades individuales y de desarrollo de la personalidad de cada uno y la mayor libertad de intervención en la gestión de los asuntos públicos; 2) a pesar de lo hermosa que suena la palabra, la libertad parece que fuera exclusiva de quienes tienen la cultura suficiente para ejercerla. La respuesta fácil ante la falta de cultura ciudadana para ejercer la libertad suele ser la exclusión de aquellos a quienes se considera “incultos” para ejercerla (que suelen ser siempre, en definitiva, los más pobres), en vez de tener un genuino interés en la inclusión de ellos mediante mecanismos de participación y de educación, para honrar, en debida y cabal forma, el ejercicio individual y colectivo de la libertad.

Solo son dos observaciones de las varias posibles, para discutir la retórica y la práctica de la libertad en el contexto local.

El negro

19 de julio de 2008

Justo hoy, 19 de julio, se cumple el primer año de la muerte de Roberto el Negro Fontanarrosa. Se nos murió el Negro en su amada Rosario y esa noche se respiró tristeza y se descorchó un malbec argentino en la cabina del que fue mi programa radial, Juguete Rabioso, para leer a viva voz el fragmento final del célebre 19 de diciembre de 1971, el gol de Aldo Poy y el infarto del viejo Casale cuando el referí pitó el final del partido que ganó el equipo al que nunca vio perder y que lo hizo vivir el día más feliz de su vida (“¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglo! ¡Así que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa”.), para recordar la afición de este rosarino por ese equipo canaya, el Rosario Central (el de Fito Páez, Alberto Olmedo, Che Guevara y Juan Carlos Baglietto, y tan fanático era el Negro que solía decir “Central es prioridad uno. No me vengan con el cumpleaños de mamá. Yo me voy a la cancha. Eso es innegociable”), para envidiar su asesoría creativa de tantos años a los míticos Les Luthiers (¡la que lo parió, qué lujo!: http://www.lesluthiers.com/), para admirar el humor de Inodoro Pereyra y Boogie el Aceitoso, de sus obras de fútbol y sexo, de las decenas de dibujos y cuentos que tienen esta extraña capacidad de decir lo profundo de manera simple e ingeniosa, para celebrar el que haya existido una persona dueña de tanta grandeza, que fuera al mismo tiempo que un genio, un tipo humilde y entrañable, tan de entrecasa como para declarar, “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»”. Es que ésa es Negro, ésa es.

Una esclerosis lateral amiotrófica que el Negro se tomó con filosofía (declaró en TV: “Cuando me explicaron de qué se trataba mi enfermedad, lo primero que pensé fue: ¿por qué a mí? Pero después entendí, ¿y por qué no?"), esto es, con inquebrantable sentido del humor, sin pérdida de risas ni disminución de grandeza, lo condujo a una muerte temprana, a los 62 años. En esa ocasión, volví a comprarme sus obras, volví a releerlas, lo tertuliamos en compañía de esos hermanos que uno escoge, los amigos (muy a la usanza del propio Fontanarrosa en la cotidiana y exquisita Mesa de los Galanes del bar El Cairo). Pero no hice en esa ocasión, lo que hago hoy: este merecido tributo que le rindo a una vida y una obra admirables. No sé si el Negro lo sepa, pero esta noche levantaré una copa de vino (argentino, ¡faltaba más!) a la buena salud de nuestra memoria, que goza a Fontanarrosa y no lo olvida.

Respuesta a Febres-Cordero

18 de julio de 2008

Respondo en breve a Febres-Cordero la carta que Diario El Universo le publicó, justo el miércoles, con relación a mi columna Miércoles y estiércoles en la que según dice él, aproveché para atacarlo “con vagas generalizaciones” sobre hechos “oportunamente juzgados”, y que “insinuar que las autoridades de la época fuimos cómplices de estos hechos resulta una insensatez”. Pero el Informe No 99/00 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre el Caso Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo Arismendy desmiente a Febres-Cordero: en este Informe el propio Estado ecuatoriano aceptó su responsabilidad por la desaparición de los hermanos Restrepo y reconoció que hubo “resultados incoherentes e ilegales” de la Policía Nacional y que “el proceso judicial interno estuvo caracterizado por demoras injustificadas, tecnicismo a ultranza, ineficiencia y denegación de justicia”. Esta aceptación de la responsabilidad estatal revela la complicidad de sus autoridades administrativas y judiciales en la desaparición de los Restrepo (complicidad concreta y, ésta sí, insensata); el que Febres-Cordero se sienta aludido, cuando el término autoridades que utilicé no hace ninguna referencia específica a él, revela mucho más de lo que sostengo en mi columna y está a contramano de su pretensión (sin atención a los hechos probados y admitidos por el Estado ecuatoriano en el proceso internacional) de distanciarse de los hechos. Umm, malos argumentos, los de Febres.

Miércoles y estiércoles

12 de julio de 2008

“Comparto la responsabilidad de esta novela con episodios de la ‘realidad objetiva’ a los que esta ficción se parece deliberada pero alegóricamente. Quienes vivimos en el Ecuador entre 1984 y 1996 fuimos testigos de una historia de abusos, inquina y muertes, pero también de coraje y humanidad. Estas páginas contienen apenas un reflejo arbitrario y parcial de lo que ocurrió o pudo haber ocurrido. No se puede pedir más a una amalgama de memoria e imaginación”. La breve novela de Diego Cornejo Menacho, Miércoles y estiércoles, se abre con este preciso y honesto párrafo; su lectura confirma, página a página, esta honestidad, tanto como nos habilita a sus lectores la posibilidad de variadas interpretaciones a partir de su trepidante narrativa.

Estas interpretaciones se pusieron de manifiesto en la presentación del libro Miércoles y estiércoles en el marco de la tercera edición de la Feria Internacional del Libro en Guayaquil (que, por cierto, merece apoyo y aplauso). Me cupo el grato honor, a instancias del Grupo Santillana y justo el miércoles, de participar en la presentación de Miércoles y estiércoles, en compañía de su autor. Un grato honor, podrán juzgar ustedes a raíz de mi columna del 5 de abril de este año ("Sargento Veneno") donde referí que esta novela trata de la desaparición de Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo y que “en esencia, nos cuenta la historia de su trágica desaparición desde la ‘lógica’ de los policías que la ejecutaron y desde la descripción del contexto político que validó sus atroces actos” y que “el discurso guerrero del combate a la delincuencia (o al terrorismo, en tiempos actuales), la torpe consigna del ‘mandar y cumplir’, la supuesta defensa del honor (de la Policía o de la Patria), que Cornejo nos describe con escabroso detalle, son las falacias que permiten que el combate a los ‘malos’ se lo haga con la ejecución de actos más atroces y criminales que los que aquellos ejecutarían, con consecuencias tales como la desaparición de los hermanos Restrepo…”.

A mí, como puede constatarse en esta cita, la novela de Diego Cornejo me interesó por su temática de derechos humanos (“porque el caso de los hermanos Restrepo partió en dos la defensa de los derechos humanos en el Ecuador: fue la primera ocasión que la sociedad civil se reunió –lo hicieron los miércoles, de allí la primera parte del título– para protestar por la desaparición de los hermanos Restrepo y los abusos de poder que se cometieron en el período presidencial de León Febres-Cordero –los estiércoles de la segunda parte del título–”); cuando conversé con Diego en la presentación de su libro, sin embargo, él se mostró mucho más interesado en la factura literaria de su obra, en su condición de novela negra (a lo Raymond Chandler, a lo Dashiell Hammett) y de las muchas voces que cuentan la historia, las voces de los policías asesinos, que la cuentan a un ritmo de vértigo, que nunca se puede abandonar. Un vértigo de unas pocas horas que Cornejo demoró 20 años en fraguar.

A mí me interesó, insisto, la valentía de la narración, que a partir de la mente obtusa y enferma de los policías asesinos y de las autoridades cómplices, nos cuenta la historia de coraje y humanidad de quienes buscaron hacerle justicia a este crimen atroz. Ese interés (de denuncia, de crítica y exposición de la estupidez y la malicia) se satisface y se complace con la lectura de Miércoles y estiércoles. No podrán negarme, esta vez tampoco, que la mesa está servida.

Defensa (en serio) de la libertad individual

7 de julio de 2008

Hace algunos meses, mi colega columnista Gabriela Calderón publicó un editorial titulado “En defensa de los desempleados y subempleados”. El enlace al artículo, acá. A mí, en general, el artículo me causó mucho ruido, pero en particular el ruido me lo provocó la idea de libertad individual que Gabriela expuso. Al respecto, le remití a ella un correo electrónico; fue el siguiente:

Gabriela:

No concuerdo con tu último artículo por varias razones. En realidad, la mayoría de mis razones podrían resumirse en que tu "defensa de los desempleados y subempleados" es, en verdad, una defensa (sea dicho con algunos matices que siempre es saludable introducir en las discusiones críticas) del egoísmo empresarial disfrazado de determinismo económico. (En realidad resumir solo en este corolario mis críticas no solo es obviar algunos necesarios matices sino omitir otras críticas pertinentes a tu artículo, pero las dejaré para que eventualmente se desarrollen y discutan en el curso del intercambio -siempre que éste suceda- epistolar.) Lo que más me preocupa de tu artículo es que terminas tu presunta "defensa..." con una referencia a la libertad individual: "si yo quiero trabajar por menos de 200 dólares al mes, y alguien me quiere contratar por ese precio, ¿por qué me lo debería prohibir alguien? Peor aún cuando prohibírmelo muy probablemente resulte en que me quede sin pan ni pedazo". No creo que esa situación de precariedad para decidir merezca el nombre de "libertad". Escoger entre dos situaciones indeseables como ganar, digamos, 100 dólares o nada (porque ganar 100 dólares para mantener una familia de cuatro personas -dos adultos y dos niños- por debajo de la línea de miseria -menos de un dólar diario por persona- merece una mejor respuesta, creo yo, que "pero podría no ganar nada"). Este tipo de argumento, que en lo particular, me parece tan crudo como repugnante, es el mismo que justifica las maquilas en Filipinas, Tailandia y China (supongo que conocerás de la situación social de las personas que allí trabajan, que no la maquilla las cifras macroeconómicas de esos países y menos las pingües ganancias de las transnacionales que se aprovechan de la debilidad institucional de esos países -no podrían hacerlo en los suyos propios- y que, en el necesario contraste, te hace conocer el profundo egoísmo del capitalismo rampante que esas transnacionales practican). Pero para volver al punto inicial, no puedo concebir que tengas en tan poca estima el concepto de libertad para que se lo atribuyas a una situación en la que precisamente lo más evidente es la carencia de la misma y lo que impera es el sometimiento de las personas a reglas crueles del capitalismo de mercado que, precisamente por ser como son, deben atemperarse de una manera inteligente (fruto de una concertación, en la medida de lo posible, de las partes involucradas) por el Estado.

Recibe mis mejores saludos,

Xavier

Por cierto, Gabriela Calderón nunca acusó recibo. Ummm, mal, eh.

Garantías jurisdiccionales

5 de julio de 2008

El eje para formular críticas sensatas al trabajo de la Asamblea Constituyente no debería ser otro que contrastar si este trabajo honra el compromiso de reformar y crear los nuevos mecanismos de participación democrática para los ciudadanos, de reformar la estructura y organización de los partidos políticos, de reformar los mecanismos de elección y vigilancia de las autoridades de control que involucren la participación activa de los ciudadanos y de reformar y crear nuevos mecanismos de exigibilidad de nuestros derechos, esto es, garantías constitucionales. En resumidas cuentas, el eje para formular críticas sensatas a la Asamblea Constituyente es contrastar si su trabajo honra el compromiso de maximizar nuestra autonomía individual y nuestro autogobierno colectivo. En el ámbito de esta columna me ocuparé de las garantías constitucionales.

El texto de garantías constitucionales que se analiza en la Asamblea Constituyente establece y desarrolla varias garantías jurisdiccionales, que merecen amplia discusión y difusión y que no podré analizar, por razones de espacio, con el necesario detalle, pero de las que sí quiero destacar algunos temas:

1) Se amplía y mejora la acción de amparo, que procederá en contra de particulares, no en la manera restrictiva en que consta en la Constitución actual (solo “cuando su conducta afecte grave y directamente un interés comunitario, colectivo o un derecho difuso”) sino de manera amplia, esto es, cuando la violación al derecho constitucional que ocasiona la acción del particular provoca, a secas, un daño grave, o cuando el afectado se encuentre, en relación con el otro particular, en estado de subordinación, indefensión o discriminación.

2) Se amplía y mejora la acción de hábeas corpus, que servirá, no para el caso restrictivo de la Constitución actual (“persona que crea estar ilegalmente privada de su libertad”) sino para recuperar la libertad de quien esté “privado de ella de forma ilegal, arbitraria o ilegítima, por orden de autoridad pública o de cualquier persona” y para “proteger la vida y la integridad física de las personas privadas de libertad” y que se interpondrá, como corresponde para garantizar la independencia e imparcialidad en la tramitación de la acción, ante un juez y no ante una autoridad política como el Alcalde. Además, el texto también desarrolla (¡al fin!) un procedimiento para los casos de desaparición forzada de personas.

3) Se desarrolla de mejor y más detallada manera la acción de hábeas data, se constitucionaliza en términos amplios la acción de acceso a la información pública y se incorpora la acción de cumplimiento (novedosa e interesante) cuyo objeto es garantizar “la aplicación de las normas que integran el sistema jurídico, cualquiera que sea su naturaleza y jerarquía” y garantizar “el cumplimiento de sentencias o informes de cortes u organismos internacionales de derechos humanos” (de nuevo, ¡al fin!).

4) Se incorpora el recurso extraordinario de amparo, que procederá “contra sentencias o autos definitivos en los que se hayan violado por acción u omisión derechos reconocidos en la Constitución”, se podrá interponer si, y solo si, “se han agotado los recursos ordinarios y extraordinarios dentro del término legal” y será rechazado si se lo presenta “para obstaculizar la justicia, retardar la ejecución de la sentencia o como una instancia adicional”. A pesar de este diseño institucional casi impecable, la práctica judicial augura, con muy altas probabilidades, un mayor retraso en la administración de justicia. En todo caso, este tema, como todos los otros que brevemente reseño en esta columna, ameritan un debate juicioso y profundo. No podrán negarme que la mesa está servida.