La propuesta de Montalvo

23 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 23 de febrero.

El 9 de octubre de 1876, de paso por Guayaquil, el escritor ambateño Juan Montalvo publicó “El Boletín de la Paz”. Ese día se cumplía un mes y un día del inicio de la revolución originada en Guayaquil que tuvo por jefe supremo a Ignacio Veintemilla, enfrentado a las tropas del gobierno de Antonio Borrero. La pieza periodística de Montalvo empezaba así: “El derecho de gentes de las naciones modernas no permite la guerra, sino cuando la paz viene a ser imposible, habiéndose agotado los arbitrios de que Gobiernos justos y hombres filantrópicos se valen para llegar a fines honestos, por medios legales y humanos”.

A partir de esta premisa, Montalvo hizo la elaborada defensa de una propuesta “a nombre de la humanidad, la civilización, el amor que nos debemos unos a otros, un avenimiento pacífico, donde la muerte quede burlada, la barbarie sea vencida”. Su propuesta era que las partes en disputa “acepten la idea de transacción”, retiren a sus ejércitos a sus respectivos acantonamientos en Quito y Guayaquil y que licencien a sus tropas. Ambas partes entonces debían convocar a los pueblos “para que elijan tres personas que compongan un gobierno provisional, una el antiguo departamento de Pichincha, otra el del Guayas, otra el del Azuay”. 

Montalvo, incluso, se animó a proponer los nombres. Por Pichincha, Manuel Angulo; por Azuay, Manuel Vega; por Guayas, Pedro Carbo, “personas en cuya probidad confían los ecuatorianos, incapaces de compeler ni engañar a los electores”.

Una vez conformado este gobierno provisional, tanto el presidente Borrero y el jefe supremo Veintemilla dimiten, “y quedan en simples personas particulares”. En seguida, el gobierno provisional convoca a elecciones para elegir a los diputados a una convención nacional, en las que Borrero y Veintemilla podrán participar “como cualquier otro ecuatoriano”.

Y Montalvo concluyó, interpelando a ambos: “Vamos, señores, llegado es el caso de mostraros dignos del solio, pues nadie lo merece más que el que lo tiene ganado con el desprendimiento y la magnanimidad. La Convención lo remedia todo, lo salva todo; seamos cuerdos y merezcamos el bien de nuestros semejantes”. 

Por supuesto, esta propuesta de Montalvo tenía que pasar por los egos de los dos políticos enfrentados. Como Montalvo estaba por esos días en Guayaquil, la respuesta vino del bando de Veintemilla.

El cálculo político de Veintemilla no tenía otras miras ni otro plan que la inmediata gloria personal. Veintemilla no podía entender como positiva una idea que le restaba poder, pues de tener una gran posibilidad de triunfo inmediato por la fuerza, pasaría a tener una posición incierta frente al favor de la voluntad popular, que podría elegirlo a él o a cualquier otro. 

En cuanto a llegar al poder más pronto, el tiempo le dio la razón a Veintemilla, porque para diciembre de 1876 él ya era el nuevo huésped del Palacio de Carondelet (por esos mismos días, el expresidente Borrero estaba preso por orden de Veintemilla.) Con la propuesta de Montalvo, esto no habría pasado. 

En cuanto a Montalvo, el jefe supremo Veintemilla actuó con sujeción a su plan y eliminó un posible estorbo para su cumplimiento. Ordenó la inmediata prisión del ambateño y su exilio. 

La revolución de 1876

16 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el viernes 16 de febrero de 2024.

Un presidente cuencano y un comandante quiteño. La revolución se origina en Guayaquil. El año es 1876.

Durante la mayor parte de 1876, gobernó el presidente cuencano Antonio Borrero. Elegido por la voluntad popular en octubre de 1875 tras el magnicidio de García Moreno, él había sido la carta liberal frente a los candidatos conservadores Julio Sáenz y Antonio Flores. Se esperaba de él que convoque a una convención nacional para reemplazar la Constitución ultramontana de 1869. 

Pero el presidente Borrero se negó a hacerlo, hecho que lo malquistó con los liberales. Así que el 8 de septiembre de 1876 empezó a gobernar con disputa: el Concejo Municipal de Guayaquil pronunció al comandante de la plaza de Guayaquil, el quiteño Ignacio Veintemilla, como Jefe Supremo de la República y Capitán de sus Ejércitos. 

Según el acta suscrita ese día en “gran comicio público”, se lo desconoció al presidente Borrero por haber sido “inconsecuente a los principios liberales que proclamó y defendió como ciudadano”. En una proclama que puso a circular Veintemilla ese mismo día, él se declaró un ungido por Guayaquil para “la difícil y delicada tarea de salvar al país, próximo a hundirse en un abismo, a consecuencia de la política indefinible, vacilante y desleal del actual gobierno”. 

Desde el 8 de septiembre, al menos en Guayaquil, no rigió más la Constitución de 1869. Se puso en vigencia la Constitución de 1861.

Cinco días después, el 13, Antonio Borrero puso a circular su proclama frente a la revolución. Empezaba así: “Una revolución inicua, sin nombre y sin principios acaba de consumarse en Guayaquil”, para atribuirle en seguida un origen impío: “Los que niegan la Divinidad de Jesucristo, los que aseguran que el pueblo es más soberano que Dios, los que piden el matrimonio civil, son los que han buscado, como instrumento torpe y ciego, a un Jefe desleal”, es decir, a Veintemilla. Al presidente Borrero la Constitución de 1869 parecía caerle muy bien.

En apoyo a la postura del presidente Borrero salió el Concejo Municipal de Quito, el que declaró a los “autores de la inicua revolución” como “enemigos de la religión, de la autoridad, de la familia, de la propiedad, del hombre y de Dios”. Las matronas quiteñas también publicaron una grave protesta “con todo el ardor de nuestros corazones contra ese rebelión amenazadora y alarmante, y para ofrecer al Supremo Gobierno los votos y fervientes oraciones que, humilladas al pie de nuestros altares, elevaremos al Dios de los Ejércitos”.

Pero ni con los superpoderes de las matronas se pudo conjurar la revolución en marcha desde el 8 de septiembre. Se sucedieron los pronunciamientos y esta revolución originada en Guayaquil se hizo fuerte en la región litoral, mientras que fue resistida en las provincias serranas. El 14 de diciembre, en Galte y en Los Molinos, ocurrieron sendas batallas, que se saldaron con el triunfo revolucionario. 

Antes de concluir el año 1876, el 24 de diciembre, Ignacio Veintemilla y parte de su ejército entraron en Quito. Borrero perdió la disputa y Veintemilla ordenó que se lo reduzca a prisión.

Con el tiempo, el quiteño Veintemilla abandonó la causa liberal y se declaró dictador. Cayó en julio de 1883.

Olmedo al exilio

9 de febrero de 2024

             Publicado en diario Expreso el viernes 9 de febrero de 2023.

“Yo no he nacido para este puesto: el retiro, la soledad y la comunicación con las musas eran convenientes a mi genio y carácter; mandar, regir, moderar un pueblo y en revolución no es para mis fuerzas intelectuales y físicas”. En una carta fechada el 18 de octubre de 1821, siendo José Joaquín Olmedo el presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil, él le dirigió estas palabras al general Antonio José de Sucre. Son un testimonio de que Olmedo era, ante todo, un poeta.

Pero a este poeta le tocaron los tiempos revolucionarios de octubre de 1820 y, siendo Olmedo la personalidad que era en una pequeña Guayaquil de 20.000 habitantes (persona culta y leída, de 40 años, único residente que había sido diputado en las Cortes de Cádiz -el otro guayaquileño que fue diputado en Cádiz, Vicente Rocafuerte, estaba fuera del país) a él se le impuso la obligación de conducir a la patria “en revolución”: fue el primer Jefe Político de la ciudad, nombrado por el Cabildo el 9 de octubre mismo.

Olmedo renunció a los seis días, por los abusos que cometía el peruano Gregorio Escobedo, quien había sido nombrado por el Cabildo Jefe Militar de la ciudad el mismo 9 de octubre. Pero Olmedo jugó vivo: logró que el 8 de noviembre de 1820 se organice en Guayaquil un Colegio Electoral con 57 representantes de 27 territorios de la provincia de Guayaquil. Este órgano destituyó a Escobedo por su amplio catálogo de abusos, lo volvió a nombrar a Olmedo Jefe Político de la ciudad y adoptó el 11 de noviembre de 1820 la primera Constitución (el “Reglamento Provisorio de Gobierno”) para un territorio independiente de aquellos que compondrían, en 1830, el Estado del Ecuador.   

Para la Junta de Gobierno presidida por Olmedo, e integrada también por Francisco Roca y Rafael Ximena, aquel 8 de noviembre de 1820 en que se reunió el Colegio Electoral significó el día de la libertad para los pueblos de la provincia de Guayaquil, pues allí se había reunido su representación, “que es el más precioso de los derechos sociales, y el privilegio más noble de los pueblos libres”, a fin de aprobar las normas para su convivencia y para sus relaciones con los demás Estados. 

La Junta de Gobierno había convocado para el 28 de julio de 1822 a un nuevo Colegio Electoral a fin de decidir acerca del futuro de la provincia como parte de Perú o Colombia, o mantenerse como un territorio independiente. Pero el general Simón Bolívar tenía otras ideas: llegó a Guayaquil el 11 de julio, acompañado de 1.300 “bravos colombianos”, para disolver nuestra Junta de Gobierno y decidir (por el bien de la ciudad, o al menos para no hacerle daño) que Guayaquil empezaba a ser parte de Colombia. Todos los integrantes de la Junta de Gobierno partieron al exilio en Lima. Roca y Ximena jamás volvieron. 

En carta dirigida a Bolívar, fechada el 29 de julio de 1822, Olmedo le expuso a Bolívar la razón para su exilio: “Yo me separo, pues, atravesado de pesar, de una familia honrada que amo con la mayor ternura, y que quizás queda expuesta al odio y a la persecución por mi causa. Pero así lo exige mi honor. Además, para vivir, necesito de reposo más que del aire: mi Patria no me necesita; yo no hago más que abandonarme a mi destino”.

El capitán Vallejo en 1845

2 de febrero de 2024

            Publicado en diario Expreso el 2 de febrero de 2024.

Hace unos días en el Museo Municipal de Guayaquil, en un acto que contó con la presencia de algunos de sus descendientes, se develó el retrato del capitán de navío José María Vallejo y Mendoza (1793-1865), un hombre notable a quien el año 1845 le significó la pérdida de una pierna y el voto decisivo para elegir al presidente de la República del Ecuador, voto con el que salvó a otro notable. 

Ese año 1845 fue el año de la Revolución Marcista, originada en Guayaquil con el propósito de expulsar al presidente, el venezolano Juan José Flores, del territorio del Ecuador. En marzo de ese año y bajo el mando del general Antonio Elizalde, el capitán José María Vallejo formó parte de quienes se sublevaron para la toma de la plaza de Guayaquil y, producto de los varios impactos de bala recibidos, perdió una pierna. Entonces el inventor José Rodríguez Labandera le construyó a Vallejo una pierna ortopédica de madera. 

Armado de su prótesis de madera, José María Vallejo acudió como diputado por Guayaquil a la Convención de Cuenca. En esta Convención se adoptó la cuarta Constitución del Estado y se eligió a su tercer presidente, después de un gobierno de Rocafuerte y varios gobiernos de Flores. A diciembre de 1845, los dos candidatos que se disputaban la presidencia en Cuenca eran los guayaquileños Vicente Ramón Roca y José Joaquín Olmedo.

De acuerdo con la Constitución, para convertirse en presidente el candidato debía obtener las dos terceras partes de los votos de los diputados reunidos en la Convención. Por varios días se votó una, dos, ochenta veces: al final, el comerciante Roca contaba 26 votos y el poeta Olmedo contaba 14. 

El candidato Olmedo era apoyado por la prestancia y la oratoria de Rocafuerte, pero Olmedo mismo no se mostraba convencido de su candidatura. Le parecía absurdo gobernar una patria de conceptos vacíos: “¿Qué significarán estos nombres, patria, libertad, derechos del pueblo, convención, etc.?’, se preguntaba por aquellos días en una carta a un pariente. Y abundaba: “Estos esfuerzos de Rocafuerte serán inútiles porque ya es tarde […]. Yo sentiré que haga algún escándalo, y más el que yo sea la causa ocasional”.  

La noche del 7 de diciembre, el diputado Vallejo, harto de esta situación sin solución, cambió su voto por Olmedo y destrabó la elección. Su voto por Roca sumó los 27 que él necesitaba para obtener las dos terceras partes de la votación. Roca se convirtió en el presidente para el período 1845-1849.

La justificación del diputado Vallejo fue la siguiente: “Convencido de que no podrá ser elegido el candidato por quien he sufragado más de ochenta veces, que la Nación necesita con urgencia constituirse para que no se malogre la revolución por quien he derramado mi sangre como patriota y que ningún resultado producirá una resistencia indefinida: voto para presidente por el señor Vicente Ramón Roca”. Este episodio dejó una frase para la historia, aquella pronunciada por Rocafuerte tras conocer la derrota de su candidato: “Se ha preferido la vara del mercader a la musa de Junín”.

Olmedo, por su parte, declaró en carta a un familiar hallarse “muy contento de quedar libre”. En corto, seguro el cantor de Junín se lo agradeció a Vallejo.