El nombre que Bolívar dio a nuestro país

14 de enero de 2020


Hay que admitir que como gentilicio el término “ecuatorianos” no ha producido casi ningún cemento social en quienes lo portamos, ya sea por el hecho de haber nacido dentro de los decrecientes límites del Estado ecuatoriano o por alguna otra graciosa causa. Tal vez esto se deba al hecho de que el término “ecuatorianos” fue una renuncia, en el origen del Estado, a cualquier sentido histórico de su nombre. Así lo dice Modesto Espinosa Apolo en su lúcido estudio sobre el mestizaje en el Ecuador:

“El término ‘ecuatorianos’ resulta en definitiva un término exógeno que se deriva de Ecuador, nombre exótico e insólito a nuestra realidad cultural y por tanto sumamente artificioso ya que surge a espaldas de la realidad histórica y como una identificación geográfica hecha por extranjeros a una circunscripción histórica-territorial que tenía nombre propio desde ante de la colonia: Quito.” (Espinosa Apolo, Modesto, ‘Los mestizos ecuatorianos y las señas de identidad cultural’, Tramasocial Editorial, Quito, 2000, p. 200)

Pero este “nombre propio desde antes de la colonia” no se impuso en el naciente Estado, pues se decidió por “Ecuador” como “parte de una estrategia unionista semifederalista de las élites independentistas de los departamentos de Quito, Guayaquil y Cuenca, quienes buscan un nombre nuevo que aluda de alguna forma a todos los poderes político-económicos regionales que conformaban el nuevo Estado” (Espinosa, p. 200-201).

“Ecuador” es un nombre “exótico e insólito” porque fue obra de Bolívar y su borrachera de poder. Ana Buriano, en un estudio sobre el origen del nombre “Ecuador”, llama a este entusiasmo renombrador del Libertador la “revelación misional exaltada que vive Bolívar” por la que…

“…surge y se expande el impulso nominativo del gran padre de las patrias andinas; ése que lo impele a crear, nombrando. Son muchos los ejemplos que se pueden invocar: pueblos que se convierten en villas, como Plato; ciudades que cambian de nombre, Trujillo-La Libertad; capitales a las que se le quita la santidad, Santa Fe de Bogotá por Bogotá; países que se crean, Colombia, retomando la propuesta de Francisco de Miranda; departamentos que engloban viejas capitales y que se rebautizan, Ecuador.” (Buriano, Ana, ‘Ecuador, latitud cero. Una mirada al proceso de construcción de la nación’, en: Chiaramonte, José Carlos, Marichal, Carlos, & Aimer Granados (comp.), Crear la nación. Los nombres de los países de América Latina, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2008, p. 179)

Pero cambiar el nombre de la provincia de Quito por el “Departamento del Ecuador” era una medida que cortaba de un solo tajo cientos de años de historia: la Kitu del indígena y la Quito hispánica construida desde 1534 sobre las ruinas de la Kitu del indígena, pasaba simplemente a llamarse “Ecuador”, porque así lo decidió un arrebatado venezolano, su primer gobernante por fuera del Reino de España.

La separación del Distrito del Sur de Colombia al que pertenecían los Departamentos de Quito, Guayaquil y Azuay pudo poner fin a este arrebato bolivariano, pero en cambio se aprobó “por aclamación” (Buriano, p. 185) el nombre de “El Ecuador en Colombia” para los tres Departamentos del Distrito del Sur unidos en un nuevo Estado (que únicamente pasó a ser “República del Ecuador” desde 1835).

En realidad, este acuerdo entre los tres departamentos se debe a un hecho que se discutió en la correspondencia entre el Vicepresidente Francisco de Paula Santander y el Ministro del Interior Juan Manuel Restrepo, cuando el Distrito del Sur pertenecía a la Colombia que ellos gobernaban: “Cuenca y Guayaquil no se ligan con los quiteños”. Por ello, indica Ana Buriano en su estudio que en 1830 “nacía un nuevo y débil Estado bajo un nombre común, caracterizado como una ‘tregua semántica’ para evitar que, siquiera en ese plano, Quito tuviera primacía jerárquica sobre las demás” (p. 186). 

Para acomodar la resistencia de Guayaquil y Cuenca frente a Quito terminó por triunfar en 1830 el nombre “Ecuador”, que en su “revelación misional exaltada” (AKA Borrachera de Poder) el venezolano Bolívar se inventó para la provincia de Quito.

La dolarización contra las élites

10 de enero de 2020


Realmente, la dolarización nos terminó gustando a los ecuatorianos porque es un límite a nuestras posibilidades de hacernos daño (¡?). Es increíble cómo una medida adoptada en modo freak pudo ser tan exitosa, al punto que es la única medida económica adoptada desde la vuelta a la democracia que los ecuatorianos solemos mirar con aprecio.

El economista Pablo Lucio-Paredes, en su columna ‘La dolarización y lo social’, explica claramente las dos formas en que, desde la dolarización el año 2000, los ecuatorianos ya no podemos hacernos daño entre nosotros, tan auto-destructivos como somos.

Primero: la élite económica ya no puede abusar de su posición, pues como explica Lucio-Paredes: “Las personas de mayores ingresos tenían acceso a mejor información y mejores canales financieros que les permitían manejar sus activos en dólares y así protegerse de la pérdida de valor del sucre”, en lo que él veía como una “injusticia inaceptable, que incrementaba las brechas sociales”.

La segunda forma en que los ecuatorianos ya no podemos hacemos daño desde la adopción de la dolarización el año 2000 se debe a que la élite política perdió facultades por la pérdida de una moneda propia. Desde que la dolarización se implantó hace 20 años y un día, “hay un panorama de más estabilidad y más largo plazo” pues por ella se han evitado “pérdidas frente a devaluaciones e inflaciones no anticipadas”. Los políticos perdieron sus competencias monetaria y cambiaria: esta mutilación es lo que la gente celebra.

Así, el ecuatoriano promedio agradece la dolarización, pues limita a los otros que él percibe como fundamentalmente pillos y abusivos: las élites económica y política del Ecuador.

Su éxito, realmente, es el triunfo de la desconfianza mutua.

Si Cynthia fuera Lenín...

9 de enero de 2020


… en cierto modo, sería cosa buena, porque Guayaquil se ahorraría $6 millones al año en sueldos.

Pero Cynthia no es Lenín, porque Cynthia no traiciona a Nebot como Lenín sí lo hizo con Correa. Una vez que Nebot terminó su período como alcalde, ella lo ha prolongado. Si bien ella ha tomado la figura de mando, todavía es él quien manda. Se notó mucho en las fiestas de octubre/protestas, se acaba de revelar en el rol de pagos, por la investigación de diario Expreso.

Que Cynthia Viteri permita que el exalcalde Jaime Nebot mantenga su presencia en el Municipio depende de que sus muchachos consten en la nómina del Municipio. Por supuesto, la alcaldesa Viteri puede poner a su gente, pero lo que ella no puede hacer (en deferencia al exalcalde) es quitarle a sus muchachos. Por ello, la alcaldesa Viteri debió sacrificar la eficacia a la política: duplicó puestos, o los creó, únicamente para satisfacer apetencias políticas de su mentor, sin que ello nos reporte un beneficio a los ciudadanos.

¡Lo que nos cuestan los ojoseco del exalcalde! Por lo menos ahora Teleamazonas y Expreso se animan a criticarlo.

El Padre Fundador contra el Consejo Transitorio

8 de enero de 2020


Una crítica formulada por el porteño y finisecular Juan José Flores (1800-1864), fundador* y primer Presidente del Estado ecuatoriano, expuesta a modo de respuesta a esta simple pregunta:

P: ¿Qué tan atrasada puede juzgarse la evaluación hecha por el Consejo Transitorio?

R: Pues tanto como para que quien fuera el primer Presidente de los ecuatorianos (que no el primer Presidente ecuatoriano, pues nació en Puerto Cabello, Venezuela), en su mensaje de instalación del Congreso Constituyente el 14 de agosto de 1830, año de la fundación del Estado ecuatoriano, nos pueda revelar su injusticia. En dicho mensaje, dirigido a los veinte diputados constituyentes y a la posteridad, Flores advirtió la injusticia de que se apele ante el mismo órgano que ha resuelto en la instancia inferior. Así que adoptó, como el Jefe Supremo del Ecuador que era durante ese agosto, el siguiente arbitrio:

“Habiendo necesidad de crear un tribunal que entendiese en los recursos de que antes conocía la Alta Corte, oído el parecer de las personas de buen consejo, se determinó que la de apelaciones del Ecuador continuase dividida en dos salas, y que juzgando indistintamente úna y ótra en lo civil y en lo criminal, conociese en última instancia la que quedase expedita. Toca a la sabiduría del Congreso resolver sobre i sea ó no conveniente la creación de un Tribunal Supremo, fuente perenne de justicia” (Salazar, p. xxi*).

A juzgar por esta experiencia en los albores del paisito, un diseño como el que impuso el Consejo Transitorio el 2018, donde el órgano que resolvió en primera instancia es el mismo que falla después en la apelación, es injusto, incluso si es juzgado con los parámetros del año 1830.

No se diga, si juzgado con los parámetros de la Corte Interamericana.

* Salazar Arboleda, Francisco Ignacio, ‘Actas del primer Congreso Constituyente del Ecuador (año de 1830)’, Impreseñal, Quito, 1998.
** El título de “fundador” se otorgó al general Juan José Flores por la Convención de Ambato celebrada en 1835.

Un café con JJ

6 de enero de 2020


Esta mañana me entrevistaron en el programa “Un café con JJ” sobre la sensación de calor en Guayaquil, ese notable y calcinante efecto de la falta de planificación, o mejor dicho, de la perversa planificación del crecimiento urbano de la ciudad por parte de su Municipio, ocurrido durante el tiempo de las alcaldías socialcristianas (1992 en adelante), pero también desde mucho antes de ellas (proceso de crecimiento muy acentuado desde la década de los cincuenta del siglo pasado y que originó los enormes “cinturones de miseria” que tanto caracterizan a esta ciudad).

Esta es la entrevista:

 
La conversación duró, literal, lo que demoré en beberme la taza de café que me ofrecieron y que siempre es un gusto compartir con ellos.

35º de subdesarrollo

5 de enero de 2020


La siguiente observación de Leopoldo Benítez Vinueza sobre Guayaquil, escrita al inicio de “Ecuador: drama y paradoja”, demuestra todo lo mal que lo hemos hecho en esta ciudad:

“Por la sombra grata de los soportales, pasea desde la tarde el viento marinero que viene recorriendo las áridas llanuras con los pies mojados de humedad salubre como el viento homérico de la Ilíada. Y a pesar de que su nombre evoca ideas de calor sofocante, [en Guayaquil] la temperatura no sube ni aun en la época húmeda y caliente a más de 35 grados centígrados en horas de la tarde”.

Esto, ahora, es pura ciencia ficción. El extraordinario libro “Ecuador: drama y paradoja” de Benítez Vinueza fue publicado el año 1946. Desde entonces, Guayaquil ha crecido como una gran mancha de cemento, proceso que durante las administraciones del PSC de León Febres-Cordero y de Jaime Nebot se acentuó mucho: cada vez eran menos árboles y más adoquín (¿más ciudad?). Esto seguro le dio billete a los promotores de palmeritas y adoquines asociados al PSC, pero elevó la temperatura de la ciudad en varios grados centígrados. Hoy es bastante común, en días de invierno, que la temperatura de Guayaquil esté por encima de los 35 grados.

Y este cambio, realmente, es posterior a 1946. Un error de las últimas tres generaciones de habitantes que prefirieron la angurria por el billete a la planificación urbana.

Así, como se lo advierte en el prólogo de la edición  de “Ecuador: drama y paradoja” del año 1996, con ocasión de los 50 años de su publicación, en el Ecuador sigue existiendo una estructura injusta “que privilegia a una minoría a costilla de la gran mayoría”. Guayaquil no es una excepción a esta regla y las palmeritas y los adoquines son un claro ejemplo de esto: hay una minoría que se ha hecho una pila de plata (“Capitalismo de Amigos”, que le dicen) con la consecuencia imbécil de convertirla a Guayaquil en un infierno, por un fenómeno que en la ciencia (esa desconocida local, porque huele a planificación) se llama el “efecto de isla de calor”.

Y para comprender el “efecto de isla de calor” (“Heat Island Effect”) que se está viviendo en Guayaquil, esta explicación del arquitecto Eduardo McIntosh es muy clara:

“… la mayoría de zonas transitables en la ciudad han sido progresivamente despojadas de su cobertura arbórea. Los nuevos proyectos de regeneración urbana, por algún extraño motivo, incluyen especies de insignificante cobertura, por ejemplo, las palmeras. Esta política del municipio ha incrementado la incidencia del ‘Heat Island Effect’ en Guayaquil, que se da cuando las superficies sin cobertura arbórea como pavimento y veredas se calientan por la incidencia solar muchas veces hasta cincuenta grados centígrados más que el aire alrededor de ellas. Esta energía se acumula durante todo el día y permanece hasta la noche, aumentando la temperatura real de la ciudad. Este proceso aumenta el estrés de los ciudadanos, las enfermedades respiratorias, la elevación de gases invernadero y la elevación de gastos económicos y energéticos por el uso de aires acondicionados. Que en Guayaquil la incidencia del sol es inclemente es verdad y es exactamente esa la mayor razón para hacer algo al respecto”.

Guayaquil es una ciudad mucho más calurosa, porque no se ha sido desarrollada en beneficio de sus habitantes, sino de la privilegiada minoría vinculada al sector de la construcción, del que surgió el propio Alcalde Nebot. Su crecimiento, en consecuencia, ha producido una gran mancha gris, de escasas áreas verdes.

Dos botones de muestra:



Guayaquil, ya fue dicho, está repleta de giles que se creen sabidos. Ellos son totalmente incapaces de adjudicar el calor extremo que padecen día a día a las malas administraciones de la ciudad que habitan.

Y esta incapacidad, dado el número de giles, es uno de los motores de nuestro subdesarrollo.