El heroísmo del villano

30 de diciembre de 2022

            Publicado en diario Expreso el viernes 30 de diciembre de 2022.

Se suele decir que el 10 de agosto de 1809 en Quito fue el primer grito de la independencia y se lo ha querido convertir en un episodio fundacional de la República del Ecuador, con más pena que gloria. Porque si algo, Quito buscó exterminar al Ecuador. Y tras su fracaso en ese propósito, surgió la República del Ecuador.

El 10 de agosto de 1809 en Quito es la búsqueda de remediar un fracaso, fracasando de nuevo. La modernidad (los barcos que ya podían cruzar el Cabo de Hornos, las telas más baratas y de mejor calidad provenientes de Inglaterra) y las reformas borbónicas desbarataron su industria obrajera. La ciudad conoció una gran pobreza y la pérdida de jurisdicción por todas partes: en 1779 un nuevo obispado en Cuenca privó a Quito de la jurisdicción eclesiástica sobre Guayaquil, Portoviejo, Loja, Zaruma y Alausí; en 1793 Esmeraldas, Tumaco y La Tola pasaron a administrarse desde Popayán; en 1802 Mainas pasó a ser administrada desde la Península; en 1803 Guayaquil pasó a administrarse desde Lima. El 10 de agosto fue la revancha de Quito, hoy disfrazada de heroísmo ecuatoriano.

Porque lo que se presume como heroísmo fue un intento quiteño de imposición sobre los territorios vecinos, la vana pretensión de recuperar los territorios perdidos en años recientes. Desde la Junta de Gobierno de Quito se ordenó la destitución de las autoridades de las provincias vecinas de Popayán, Cuenca y Guayaquil, y el nombramiento de nuevas autoridades adictas al régimen de Quito. El rechazo que siguió fue terrible: en el curso de un año, la Junta de Gobierno de Quito cayó, se persiguió penalmente a sus principales cabecillas y se mató a la mayoría de ellos en la cárcel, y además al 1% de la población de la ciudad. Las provincias vecinas, a Quito, le impidieron su revancha y la castigaron por atrevida. Mucha pena, poca gloria.

Pasó el tiempo y en 1830, dos de las tres provincias que apalearon a Quito en 1809-1810 (Guayaquil y Cuenca), en conjunto con la provincia de Quito, formaron el Estado del Ecuador (todavía no era República). En el primer período de gobierno, el país derivó a una guerra civil entre la Costa y la Sierra. En enero de 1835, el Ejército de la Costa, cuyo Jefe Supremo era Vicente Rocafuerte y su Comandante Juan José Flores, triunfó sobre el ejército de la Sierra. 

El triunfo de la Costa en la primera guerra civil ecuatoriana produjo que desde Quito se declare la disolución del Estado del Ecuador y la anexión de la provincia a Colombia (por entonces, Nueva Granada). El Ecuador subsistió porque al vecino país le pareció descabellada la propuesta quiteña. Nuevo fracaso doble: mucha pena, poquita gloria. 

Quito en 1809 no fundó nada, pues lo que ocurrió fue la paliza de las provincias vecinas a una provincia levantisca (un país llamado Ecuador no existía ni como concepto). Y cuando las provincias se unieron para formar el Ecuador, fue Quito en 1835 la que declaró la no existencia del Ecuador y su voluntad de unirse a otro territorio. Cuando fracasó en ello, se unió con las otras provincias ecuatorianas para fundar la República del Ecuador.

Así, la de Quito y la fundación del Ecuador es la historia del héroe que es, en realidad, un villano. Mucha pena, poquitita gloria. 

Caso Suárez Rosero vs. Ecuador

23 de diciembre de 2022

            Publicado el 23 de diciembre de 2022 en diario Expreso.

Fue en los agrestes años noventa cuando empezó el largo historial de condenas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en contra del Estado del Ecuador por violaciones a los derechos humanos. El Estado recibió su primera condena en el caso Suárez Rosero, un proceso totalmente noventero: los hechos (la detención arbitraria de Suárez Rosero y el inicio de un proceso penal abusivo por encubrimiento de tráfico de drogas) ocurrieron en 1992, la denuncia de estos hechos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos fue en 1994, la elevación del caso por la Comisión Interamericana ante la Corte Interamericana en 1995 y la sentencia condenatoria de la Corte Interamericana en 1997. 

La temática del caso Suárez Rosero es también muy noventera. Los noventas fueron la peor época (la más tosca en los conceptos, la más grosera en los procedimientos) de la represión estatal auspiciada por la Ley sobre Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas  aprobada en septiembre de 1990. 

El caso Suárez Rosero resulta ilustrativo de la época. Por una denuncia anónima sobre una supuesta quema de droga en Zámbiza (Quito) hecha por personas que habían llegado en un vehículo “Trooper”, agentes de la Policía Nacional detuvieron a Rafael Iván Suárez Rosero la madrugada del 23 de junio de 1992 mientras conducía un vehículo “Trooper” por las calles de Quito. Podría tratarse de una confusión, pero Suárez Rosero ya estaba jodido.

A Suárez Rosero lo apresaron sin una orden de detención en su contra y sin que exista delito flagrante. Lo condujeron a una celda en un cuartel de policía, de cinco por tres metros, compartida con otros dieciséis presos, húmeda y poco ventilada, asquerosa. Suárez Rosero no pudo comunicarse ni con sus familiares ni con sus abogados, pues desde el día de su detención hasta el 28 de julio de 1992 se lo mantuvo incomunicado. Durante los días que estuvo incomunicado, según su testimonio en la audiencia ante la Corte Interamericana, fue torturado. Nunca se supo el nombre del denunciante “anónimo” que lo condujo a este infierno.

Por su incomunicación, Suárez Rosero fue desprovisto de las garantías judiciales básicas. Por tratarse de un caso de narcotráfico, los recursos judiciales que intentó no fueron efectivos, e invariablemente fueron lentos. El recurso de hábeas corpus demoró 14 meses (cuando la legislación hablaba de horas) hasta su denegación. El proceso penal demoró más de cuatro años (tres años, ocho meses y seis días permaneció Suárez Rosero en prisión) para desembocar en una sentencia de condena a dos años de prisión. 

El caso Suárez Rosero ilustra a un Estado kafkiano y marcó el inicio del largo historial de condenas contra el Estado del Ecuador por violaciones a los derechos humanos. En Suárez Rosero la Corte lo condenó por violar los derechos a la integridad personal, a la libertad personal, a las garantías judiciales y a la protección judicial. 

Como violador serial de derechos humanos, el Estado tiene un récord lamentable: desde Suárez Rosero en noviembre de 1997 hasta este final del 2022 (25 años y contando, un cuarto de siglo), la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha absuelto al Estado del Ecuador en un chulla caso y lo ha condenado en treinta y tres.

Nast en Guayaquil

16 de diciembre de 2022

            Publicado en diario Expreso el viernes 16 de diciembre de 2022.

El hombre que inventó a la máxima expresión del capitalismo, el Santa Claus obeso y rojo y sonriente que simboliza el paso de una fiesta cristiana a una vorágine de consumo, murió en Guayaquil. Se llamó Thomas Nast, fue cónsul de los Estados Unidos de América en esta ciudad y fue víctima de la fiebre amarilla en diciembre de 1902.

Nacido en Alemania (Landau, Baviera, 26 de septiembre de 1840) y emigrado a los Estados Unidos de América a los seis años, Thomas Nast se convirtió en el caricaturista más influyente de la segunda mitad del siglo XIX en su país de adopción. Contribuyó con sus caricaturas en varias publicaciones, principalmente en Harper’s Weekly; peleó contra la corrupción en Nueva York y apoyó la candidatura presidencial (finalmente vencedora) del general Ulysses Grant. Nast fue el autor de símbolos de la política estadounidense tan notables como el elefante que identifica al Partido Republicano y el burro que identifica al Partido Demócrata.  

En 1886 Nast abandonó Harper’s Weekly e intentó con su propia revista. Fracasó. Por un tiempo se dedicó a la pintura, pero cayó en honduras. En la acuciante necesidad de obtener un puesto estable, acudió a los amigos que tenía en el gobierno demócrata del presidente Theodore Roosevelt. Entonces a Nast le fueron ofrecidos algunos puestos diplomáticos, ninguno de gran valor. Finalmente escogió el puesto de cónsul en Guayaquil, pues de los ofrecidos era el más cercano a Nueva York. 

Thomas Nast partió de Nueva York rumbo a Guayaquil el 1 de julio de 1902. Se vino de avanzada, dejando a su familia atrás. Asumió su cargo de cónsul en Guayaquil el 19 de julio de 1902 y lo ejerció hasta su muerte, 4 meses y 16 días después, víctima de una fiebre amarilla que lo tumbó desde los inicios de diciembre. En esos días guayaquileños, Nast se forjó una idea de la ciudad en la que vino a hallar la muerte. Y no fue una idea feliz.   

En los días que vivió en Guayaquil (en sus últimos días), el cónsul Nast experimentó una profunda amargura. Era su opinión que la vida en Guayaquil se complicaba porque “el fuego, la fiebre amarilla y el polvo no ayudan a aclarar la mente”. Lo incomodaba la naturaleza chismosa de la sociedad guayaquileña y la suciedad (“oh, qué lugar es este para el chisme. Corre salvaje, como las ratas”). Su mayor felicidad en Guayaquil fue que su esposa Sallie no lo haya acompañado al desempeño de este puesto diplomático, pues así ella no padecía lo que él estaba padeciendo.

Todavía nadie se ha preocupado de estudiar las opiniones de Nast para obtener su mirada crítica del Guayaquil de principios del siglo XX, siendo que Nast ejerció un cargo de relevancia y tenía una exquisita capacidad de observación. Un historiador interesado podría acudir a la Rutherford B. Hayes Presidential Center en la ciudad de Fremont, Ohio, pues esa institución compró el año 1959 la Thomas Nast Collection, en la que se encuentran las cartas y dibujos del “período de servicio consular de Nast en el Ecuador durante 1902”, según informa su página web.

Thomas Nast murió el 7 de diciembre de 1902. Sus restos fueron trasladados por su viuda Sallie a los Estados Unidos y hoy reposan en el cementerio Woodlawn, en el Bronx, Nueva York.

Sobre la fundación de Quito

9 de diciembre de 2022

            Publicado el 09 de diciembre de 2022 en diario Expreso

El conquistador Diego de Almagro fue el fundador de una ciudad y una villa en una agitada quincena del mes de agosto de 1534, fundaciones hechas en la llanura de Liribamba, en las cercanías de la laguna de Colta. La ciudad se convertiría en Santiago de Guayaquil y la villa (ascendida a ciudad en marzo de 1541 por el rey Carlos I de Castilla) se convertiría en San Francisco de Quito. Esto significa que Guayaquil y Quito comparten un mismo fundador y un mismo lugar de fundación, siendo Guayaquil anterior a Quito por trece días. 

Diego de Almagro fundó la ciudad de Santiago el 15 de agosto de 1534 y la fundó para oponerla a las pretensiones de otro conquistador, Pedro de Alvarado, como evidencia de una anticipada posesión de la tierra por los españoles comandados por Francisco Pizarro, de quien Almagro era su representante. Este hecho lo disuadió a Alvarado de continuar con su empresa de conquista: negociaron entre conquistadores el 26 de agosto y Alvarado aceptó el pago de 100.000 pesos de oro y volverse por donde vino. Esta ciudad de Santiago fundada el 15 de agosto se la trasladó a la Costa y se la terminó asentando en un cerro el año 1547, tomando el apellido “de Guayaquil” por el nombre de un cacique del sector. 

La villa de San Francisco, por su parte, Diego de Almagro la fundó después de este arreglo entre conquistadores, el 28 de agosto de 1534. Y la fundó con el específico propósito de ocupar el espacio que entonces ocupaba un pueblo indígena. Lo decía claramente su acta de fundación del 28 de agosto, en la que se autorizaba el traslado de la villa de San Francisco “al sitio e asiento donde está el pueblo que en lengua de indios se llama Quito, que estará treynta leguas más o menos de esta ciudad de Santiago”. 

La villa de San Francisco, apellidada “de Quito” por el nombre indígena de la zona que se estaba conquistando, cumplió este traslado indicado en su acta de fundación el 6 de diciembre de 1534. Ese día, entonces, empezó la ocupación y total destrucción por los españoles del pueblo indígena llamado Quito, para erigir una villa española a su entero gusto. En un libro laudatorio de Quito (“La Real Audiencia de Quito. Claustro en los Andes”), su autor, Ricardo Descalzi, cita a Luciano Andrade Marín para resaltar que de la Quito indígena los españoles lo destruyeron todo “sin dejar una piedra sobre piedra en todo lo que había sido palacio real, almacenes, templos, fortalezas y sepulcros de los antiguos Reyes […] Una vez demolida la Quito Inca, los conquistadores se amoldaron a levantar sus viviendas”. 

Entonces, sobre la fundación de Quito: Primero, no ocurrió el 6 de diciembre de 1534, pues ese fue el día en que se cumplió el traslado de la villa, pero su fundación (en cuya acta se prefiguraba el postrer traslado) ocurrió el 28 de agosto de 1534, trece días después de fundada la ciudad de Santiago. Segundo: lo que finalmente se conmemora, cuando se recuerda el 6 de diciembre en Quito, es la ocupación y total destrucción de un pueblo indígena. Y salvo por un profundo desprecio hacia el mundo indígena, las autoridades de la franciscana ciudad deberían revisar la fecha que cada año conmemoran. 

Porque esa fecha, además de falsa, es malosa.  

Historia de dos ciudades

2 de diciembre de 2022

            Publicado en diario Expreso el viernes 2 de diciembre de 2022.

En un cabildo abierto celebrado el 11 de julio de 1688, hartos de los recurrentes incendios y de los ataques de corsarios y piratas, los cabildantes guayaquileños decidieron solicitar al Virrey del Perú que autorice la mudanza de su ciudad. Para 1688, Guayaquil seguía en el mismo emplazamiento en que había quedado tras su asentamiento definitivo en 1547: era una pequeña ciudad española, de unos 3.000 ó 4.000 habitantes, desbordándose en un cerrito al fondo del golfo en el Pacífico Sur que lleva su nombre. Pero pronto dejaría de ser eso, pues en 1693 el Virrey del Perú decidió acoger la petición de los guayaquileños y autorizó su mudanza. 

Guayaquil pasó entonces a establecerse en la “sabaneta”, un espacio que el historiador Julio Estrada Ycaza ha situado en “un cuadrado de cinco cuadras de frente (Luque a Colón) y cinco de fondo (Pichincha a Boyacá)”. Se mudaron allí casi todos: el Corregidor en 1693, el Cabildo en 1696, los vecinos más adinerados, los grupos religiosos (salvo los dominicos), la iglesia parroquial y el Santísimo Sacramento. Pero otros tantos (en general, los más pobres) se quedaron habitando en el cerro. De su resistencia surgieron las dos ciudades: la ciudad que se estableció en la sabaneta pasó a ser conocida como “Ciudad Nueva” y la que se quedó en el cerro pasó a ser conocida como “Ciudad Vieja”.  

Hacia 1710, por gestión del Corregidor Jerónimo de Boza, Guayaquil empezó a construir un puente de madera de 800 varas de largo y 2 de ancho, para unir a la Ciudad Vieja con la Ciudad Nueva. Este puente de 800 varas (equivalentes a unos 664 metros) atravesaba los cinco esteros que había entre el cerro y la sabaneta, que eran, de Norte a Sur: Villamar, Junco, Campos, Morillo y Lázaro.

Esta pintoresca ciudad tropical, partida en dos pero unida por un largo puente que cruzaba cinco esteros, empezó a crecer: al menos desde 1738, según María Luisa Laviana Cuetos (“Guayaquil en el siglo XVIII. Recursos naturales y desarrollo económico”) se empezó a poblar el barrio del Bajo, “que constituyó una especie de suburbio habitado por indígenas y gentes pobres” en los alrededores del puente de las ochocientos varas. También surgió el barrio del Astillero, que fue la prolongación de la Ciudad Nueva hacia el Sur. Más adelante, se formaron el barrio de Las Peñas en el cerro Santa Ana (en ese entonces, “habitado principalmente por pescadores”), una extensión del barrio del Astillero que siguió al Sur pasando el estero de San Carlos (que hoy, rellenado, es la avenida Olmedo) y el barrio de la Sabana, que fue la prolongación del barrio del Bajo por detrás de la Ciudad Nueva.

El crecimiento de la ciudad borró todo vestigio de que Guayaquil fue alguna vez dos ciudades unidas por un puente. Primero, una calzada de piedra reemplazó al puente de las ochocientas varas, y a cada estero lo cruzaba un puente de madera. Luego cegaron los esteros y tumbaron los puentes: progreso, que le dicen. Y del resto se encargó el fuego: el Incendio Grande del 5 y 6 de octubre de 1896 lo quemó todo al Norte de la calle Aguirre y desapareció totalmente el antiguo barrio del Bajo.

Una historia empezada a fines del siglo XVII con una mudanza, concluyó a fines del siglo XIX por el fuego.