Publicado en diario El Telégrafo el 5 de septiembre del 2014, bajo el título "Control de armas en EE.UU. y Australia".
El 17 de abril del 2013, el Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, dio un discurso sobre la negativa del Congreso de su país de tratar un proyecto de ley que proponía limitar el acceso a las armas de fuego. La propuesta en sí no era radical: consistía esencialmente en una regulación más estricta del acceso a las armas de fuego para personas con antecedentes criminales o con desequilibrios mentales. Pero el Senado la negó por la aplicación de un procedimiento que el Presidente Obama calificó como una “distorsión” de sus reglas y que consiste simplemente en nunca cerrar el debate. Tan simple como eso: unos senadores se ponen de acuerdo (en este asunto de las armas fueron los del Partido Republicano, pero también lo han hecho los del Demócrata) para mantener el debate abierto de manera tal que el asunto jamás pasa a la etapa de aprobación. Esta práctica se la conoce con el nombre de “filibusterismo”. Para romper con ella, según las reglas del Senado son necesarios más votos que para la aprobación misma de la ley, pues mientras para lo primero se requieren 60 votos, para lo segundo basta con una mayoría simple de 51. Las cifras de esta votación en el Senado sobre el cierre del debate fueron de 54 senadores a favor y 46 en contra. Es decir, una mayoría suficiente para la aprobación de la ley, pero que resultó insuficiente para hacerla aprobar: eso es, precisamente, lo que Obama denominó una “distorsión”.
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El 17 de abril del 2013, el Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, dio un discurso sobre la negativa del Congreso de su país de tratar un proyecto de ley que proponía limitar el acceso a las armas de fuego. La propuesta en sí no era radical: consistía esencialmente en una regulación más estricta del acceso a las armas de fuego para personas con antecedentes criminales o con desequilibrios mentales. Pero el Senado la negó por la aplicación de un procedimiento que el Presidente Obama calificó como una “distorsión” de sus reglas y que consiste simplemente en nunca cerrar el debate. Tan simple como eso: unos senadores se ponen de acuerdo (en este asunto de las armas fueron los del Partido Republicano, pero también lo han hecho los del Demócrata) para mantener el debate abierto de manera tal que el asunto jamás pasa a la etapa de aprobación. Esta práctica se la conoce con el nombre de “filibusterismo”. Para romper con ella, según las reglas del Senado son necesarios más votos que para la aprobación misma de la ley, pues mientras para lo primero se requieren 60 votos, para lo segundo basta con una mayoría simple de 51. Las cifras de esta votación en el Senado sobre el cierre del debate fueron de 54 senadores a favor y 46 en contra. Es decir, una mayoría suficiente para la aprobación de la ley, pero que resultó insuficiente para hacerla aprobar: eso es, precisamente, lo que Obama denominó una “distorsión”.
Este proyecto de ley se lo
presentó a raíz de la masacre de Newport, sucedida en esa ciudad del Estado de
Connecticut en diciembre del 2012, cuando un demente mató a 28 personas
(incluidos él mismo, su madre y 20 niños) en la escuela primaria Sandy Hook.
Familiares de las víctimas estaban junto al Presidente Obama mientras él daba
su discurso; uno de ellos, padre de un niño de siete años muerto en esta
tragedia, lo antecedió en el uso de la palabra. Obama recordó en su
intervención que un abrumador 90% de estadounidenses querían que se regule de una
manera más estricta el acceso a las armas (las encuestas arrojan cifras en una
franja entre el 83% y el 91% de la población). Ante el fracaso en el Congreso de
una propuesta que contaba con un cifra de apoyo tan amplia como ésa, el Presidente
Obama se preguntó con crudeza: “¿A quiénes representamos?”. Porque resultó claro
que a las aspiraciones de una gran mayoría de los estadounidenses, sus
representantes en el Senado simplemente las ignoraron.
Ahora, uno puede
preguntarse qué tan efectiva era la propuesta que el Senado rechazó. En
general, ¿funciona limitar el acceso a las armas de fuego para reducir el
número de masacres? En este sentido, el caso de Australia resulta interesante. Hubo
allí en abril de 1996 un hecho similar al de Newport, como fue la masacre de
Port Arthur. En este acontecimiento, sucedido en un poblado de la isla de Tasmania,
un desequilibrado mató a 35 personas e hirió a 23. Esto sucedió durante el primer
período de gobierno del Primer Ministro conservador John Howard, quien gobernó
Australia por cuatro períodos consecutivos (desde marzo de 1996 hasta diciembre
del 2007) y quien decidió tomar inmediatas medidas ante los hechos en Port
Arthur: en menos de seis meses, su gobierno presentó y aprobó legislación
restrictiva del acceso y del uso de armas de fuego e inició la compra forzada
de rifles y pistolas, la que financió con un incremento transitorio de
impuestos para recaudar los 500 millones de dólares australianos que costó el
plan. En consecuencia, el gobierno australiano compró y destruyó (enfrentando
una tenaz oposición del sector rural) un total de 631.000 armas. En los
dieciocho años anteriores a la masacre de Port Arthur, Australia había padecido
al menos 13 masacres; después de Port Arthur y de las medidas adoptadas por el gobierno
del Primer Ministro Howard, nunca ha sucedido ninguna otra y ha decrecido,
también, la proporción de suicidios y de homicidios en general. Con el paso del
tiempo, incluso personas que para 1996 se oponían a las medidas gubernamentales,
han reconsiderado su postura y aceptado que sus resultados han sido
beneficiosos.
¿Por qué en un país su
máxima autoridad se lamenta de la ineficacia de su sistema político para
atender los deseos de sus ciudadanos mientras en otro su equivalente puede
hacerlo de una manera rápida y eficaz? La respuesta corta: la NRA. En Estados
Unidos, un grupo pequeño, pero bien financiado y mejor organizado, la
Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) tiene la
capacidad de presionar a los legisladores y someterlos a sus intereses. En
particular, en Estados de los Estados Unidos que son conocidos como pro-gun (favorables al acceso y uso de
las armas) los legisladores son particularmente susceptibles a las presiones de
la NRA. Y el Director Ejecutivo de la NRA, Chris Cox, para este caso de Newport,
fue muy explícito en declarar que todo voto a favor de la propuesta de reforma
“sería considerado en las futuras evaluaciones de candidatos”.
Por supuesto, hay otros
razones para que el resultado en materia de regulación de armas en los Estados
Unidos sea distinto al de Australia. Se puede tomar en consideración razones de
tipo estructural (sistema presidencialista vs. sistema parlamentario), de tipo
jurídico (el peso interpretativo de la segunda enmienda de la Constitución en Estados
Unidos) o de tipo cultural. Pero en todo caso, es real la presión y el miedo que
ejerce la NRA en los legisladores. El propio Presidente Barack Obama acusó a la
NRA (sin mencionarla de manera específica) de mentir para alcanzar sus fines y
se refirió a la forma cómo se presionó a los representantes en el Senado:
“desafortunadamente, este patrón de difundir falsedades sobre la legislación
cumplió sus propósitos, porque esas mentiras enojaron a una intensa minoría de
propietarios de armas de fuego y ello, a su vez, intimidó a varios senadores”,
cuya preocupación era que esa minoría “les pasaría factura en futuras
elecciones”.
El éxito de la NRA se debe
a que es un grupo que tiene un único propósito y es capaz de movilizar a sus
miembros (un total de 4 millones de personas, un 1.33% de la población de
Estados Unidos) para defenderlo. Su único propósito es que se regule lo menos
posible el acceso y el uso de las armas. Sus miembros son personas con
capacidad de movilizarse para defender su agenda y proclives a decidir su voto
por el solo hecho de que el candidato tenga o no una postura contraria a las
políticas de la NRA. Obama lo dijo claramente en ese discurso de abril del
2013: “Ellos están mejor organizados. Ellos están mejor financiados. Ellos han
estado en esto más tiempo. Y ellos se aseguran de mantenerse enfocados en este
único tema durante el período electoral. Y esa es la razón por la cual puedes
tener algo que es apoyado por el 90% de los americanos y no puedes hacerlo
tramitar por el Senado o por la Cámara de Representantes”. En pocas palabras,
poco más de un (organizado) 1% de los habitantes triunfó por sobre las
aspiraciones de casi 9 de cada 10 estadounidenses. Como lo definió el
columnista Ryan Lizza en un artículo para The
New Yorker, lo sucedido en este episodio de la política norteamericana es
una muestra de cuan “anti-democrática y disfuncional” es la arquitectura
política estadounidense.
Contadas desde 1996, en los Estados Unidos han existido casi dos decenas de masacres con armas de fuego en las que se ha acabado con la vida de casi 200 personas. En Australia, después de Port Arthur, han habido cero masacres y cero víctimas. En resumen, en los Estados Unidos los intereses de unos pocos prevalecieron por sobre las aspiraciones de la mayoría de sus habitantes; mientras en Australia, puesto en claro y juzgado por sus resultados, triunfó el sentido común.
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