Para los antecedentes de esta contestación, v. acá.
Estimado Emilio:
Acuso recibo de su comunicación. Me interesa, como
al Diario, abrir el debate sobre la legalización de las drogas. Este es un tema
que, en lo personal, me interesa desde hace varios años. Mi primera
investigación seria sobre el mismo la realicé para un Congreso de Derecho en
Mendoza, Argentina, hacia 1999. En particular, para la redacción de este
editorial revisé material de Antonio Escohotado (Historia Elemental de las
Drogas), de Thomas Szasz (Nuestro Derecho a las Drogas), de Carlos
Gaviria (Herejías Constitucionales, en la sentencia que cito en el
editorial), de Rodrigo Uprimny (el artículo que le adjunto a esta comunicación,
que condensa con excelente factura el estado de la cuestión y los argumentos en
procura de la legalización) y el viejo ensayo (original de 1986) de Fernando
Savater (cuyo enlace en Internet cito en mi editorial).
Coincido en la necesidad de que a mi regreso (para
el 25 de febrero) ampliemos este intercambio. Anticipo, sin embargo, unas
ideas. Mi editorial, muy explícitamente, se divide en dos razones: 1)
razones de costo/beneficio; 2) violaciones a la libertad personal. El
primer tipo de razones no suele comportar problemas para su admisión en el
debate público porque son razones de orden práctico. Distinto, por supuesto, es
que a que estas razones se las atienda, tanto porque las razones para mantener
la prohibición suelen ser de otro “orden práctico” (corrupto) como porque suele
justificarse su fracaso mediante la “buena intención” que (se supone) anima la
“Guerra a las Drogas” (esto, muy a pesar de los efectos perversos que esa
“buena intención” provoca). En este preciso punto se produce un enlace entre
las primeras y las segundas razones, porque precisamente porque se desconoce
la legitimidad de estas segundas razones el discurso dominante justifica
que se mantenga la prohibición de las drogas a pesar de su ineficacia y
perversión. Estas segundas razones sí son de difícil admisión en el debate
público porque son razones que implican juicios de valor moral. Yo, en
particular, sí creo que esas violaciones a la libertad personal merecen
discutirse, de manera desprejuiciada y sensata.
Si estas ideas en relación con la libertad personal,
que hallan soporte tanto en sentencias de respetables tribunales (como la Corte
Constitucional de Colombia, considerada uno de los mejores tribunales
constitucionales del mundo, pero podría citarse al Tribunal Constitucional
Federal alemán, entre otros) como en importantes pensadores contemporáneos
(Szasz y Savater, por ejemplo, entre tantos otros) para que se entiendan bien
en “las personas menos abiertas al debate” debe prescindir de la ironía que
formulo, pues coincido plenamente. Sí quiero aclarar que cuando hago referencia
a este argumento no se trata de “promover el uso” de las drogas sino de hacer
entender (con los matices que menciono de consumo privado y público, consumos
no problemáticos e indebidos, consumo per se y consumo asociado a
delitos) que cuando se trata de libertad, esa decisión le pertenece a cada
individuo, que en nuestro ámbito íntimo todos los individuos somos libres de
hacer lo que nos plazca. En un país en que la libertad se menosprecia tanto
(los notorios casos de la libertad de expresión y de la libertad de asociación,
por ejemplo, sobre los que he escrito) y más todavía en su ámbito individual
(los casos de la eutanasia y unión homosexual, sobre los que he escrito, el
caso del aborto) sí creo que es importante introducir el debate sobre los usos,
riesgos y responsabilidades de la libertad individual para, poco a poco, vencer
los prejuicios de una sociedad todavía muy conservadora. La frase de Matzneff
que cita Savater no promueve el uso de una droga tanto como (de allí que me parezca
tan hermosa) expresa (sensatamente, a mi juicio) que lo malo o lo bueno no está
en esa sustancia (llámese hachís, pero podría ser marihuana o cocaína, o
también, como consta en la frase “el amor o el vino”) sino en el uso que de
ella se haga. Sobre sustancias como la cocaína (que ingresa en el contexto de
“drogas químicas” ilegales) pues creo que el debate tanto sobre la genealogía
de su prohibición (de una sustancia producida por los laboratorios Merck
–de allí que en Argentina se la llame todavía merca-, vendida libremente
en boticas, anunciada por Sigmund Freud y consumida por Borges –sin perjuicio
para su literatura) como sobre la forma de abordar su consumo por la
legalización de las drogas (que es la postura que yo defiendo) debe hacerse,
nuevamente, de manera desprejuiciada y sensata.
Tengo disposición de propiciar el debate (ojalá)
sobre la legalización de las drogas: estoy dispuesto a cortar mi ironía y (muy
a mi pesar) cortar la frase de Matzneff y utilizar, en cambio, un argumento
extraído de un tribunal constitucional. Tengo también la disposición de ampliar
este intercambio a mi regreso al país. Le hago expresión de un abrazo
caribeño. Salute,
Xavier
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