Dos observaciones sobre la disputa entre
trabajadores informales y Municipio local:
1) La afirmación
de las autoridades del Municipio local de que son ellos la única institución
que otorga permisos para marchar es mentirosa. El Reglamento Orgánico Funcional
del Régimen Seccional Dependiente del Ministerio de Gobierno, Policía, Cultos y
Municipalidades establece en su artículo 11, numeral 12, la atribución del
Intendente General de Policía para “autorizar y controlar las marchas y
movilizaciones gremiales, religiosas y culturales”. El Municipio local también
puede otorgar permisos: los artículos 105 y 107 de la Ordenanza de Uso del
Espacio y Vía Pública le conceden amplísima discrecionalidad para hacerlo;
dicha discrecionalidad, por cierto, conoce de arbitrariedades y discriminación
(véase mi columna, “El derecho de
reunión”, del 18 de agosto de 2007).
2) La
criminalización que las autoridades del Municipio local hacen de la postura de
los vendedores informales (acusarlos de “vándalos” que “insultan y pretenden
tomarse las calles”, de “politiqueros” y de traer “de vuelta el caos”) es útil
para justificar que el Alcalde Nebot sostenga este patético concepto de diálogo
de “yo digo y si quieren, ustedes escuchan” y para que subalternos del Municipio
reciban la propuesta de los trabajadores informales solo para que Nebot, en esa
vena autoritaria que parece nunca abandonarlo, declare que “todo lo que venga
de ellos va al archivo”. (Esta criminalización no es rara como respuesta a
críticas y protestas, recuérdese el caso de quienes protestaron contra la
Metrovía; véase, entre otras, mi columna “El derecho a la
protesta”, del 19 de agosto del 2006). Pero para quienes se resistan a
participar de los prejuicios sobre los trabajadores informales les transcribo
su propuesta, tal como la consignó La Calle de Guayaquil (uno de esos diarios
de notoria impronta pro-Municipal que se obtienen gratis en la Metrovía): “que
se cree una comisión de evaluación y diseño de nuevas ordenanzas que estaría
conformada por un delegado del Municipio, un delegado del Gobernador, un
delegado de los mercados, un delegado de los comerciantes ambulantes y un
delegado de los comercios tradicionales, así como definir las zonas de trabajo,
los productos que se puedan vender, otorgar permisos de funcionamiento para los
vendedores, la entrega de un carné de funcionamiento y creación de un programa
de capacitación con temas como atención al cliente, manejo de negocios y
tributación”. Una propuesta razonable, ¿o no? En efecto, nada en esta propuesta
merece que no sea escuchada o su directa remisión al archivo y el olvido. En
consecuencia, la actitud del Municipio local no merece aplauso sino reproche,
porque nos evidencia su pueril autoritarismo.
Ni
yo, ni nadie sensato, puede discutirle al Alcalde Nebot el que tanto él, como
Febres-Cordero, han superado las miserias de la administración roldosista y han
construido una importante obra pública. Pero esos méritos no pueden obnubilar
un merecido juicio crítico sobre el modelo de administración de la ciudad, un
modelo que desconoce derechos individuales y que no fomenta ni permite el
autogobierno colectivo (¿a quiénes de los ciudadanos escucha, a quiénes
consulta?), que se niega a dialogar con aquellos a quienes excluye, que
pretende la imposición de modelos de ciudadanía a toletazos o silbatazos (¿hay
alguien tan torpe que pueda pensar que la ciudadanía puede crearse mediante la
represión?), que criminaliza los discursos disidentes, que se resiste a
cualquier posibilidad de autocrítica de sus rasgos autoritarios, que desconoce
la sensata práctica del diálogo plural y la inclusión social que todo sociedad
democrática merece. No permanezcamos en los márgenes y, con un mínimo de
esfuerzo y buena voluntad, hagamos una discusión de fondo sobre la ciudad, como
corresponde en una sociedad civilizada y democrática.
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