Las legaciones quiteñas de 1809

11 de marzo de 2022


            Publicado en diario Expreso el 11 de marzo de 2022.

 

Un episodio poco conocido de la revolución quiteña de agosto de 1809 fue el envío de unas legaciones diplomáticas de la Suprema Junta Gubernativa de Quito a las provincias vecinas de Popayán, Guayaquil y Cuenca. A ninguno de estos improvisados diplomáticos le fue bien en su cometido de informar a las autoridades de Popayán, Guayaquil y Cuenca de la revolución hecha en Quito para sostener “la pureza de la Religión, los Derechos del Rey, los de la Patria”, como se lee en el Acta del 10 de agosto.

 

Cada legación se compuso de dos personas. De la legación que la Suprema Junta propuso para viajar a Popayán, Antonio Tejada declinó su participación en ella por considerar que lo actuado el 10 de agosto era sedicioso. Manuel Zambrano, por su parte, se trasladó a Tulcán, entabló conversaciones con las autoridades de Pasto y ellas le dieron largas para, finalmente, impedirle a él su entrada a la provincia de Popayán por considerar su actuación peligrosa y contraria a la ley.

 

La legación de la Suprema Junta a Guayaquil la conformaron Jacinto Sánchez de Orellana y José Fernández-Salvador. Emprendido el viaje, desde Guaranda, ellos decidieron enviarle una carta al Gobernador de la provincia de Guayaquil, Bartolomé Cucalón, para informarle del propósito de su visita a la ciudad. En su respuesta, a lo único que se comprometió Cucalón, si ellos se adentraban en la provincia de Guayaquil, era a tratarlos “sin impropiedad”. Con unas garantías tan pobres, Jacinto Sánchez de Orellana, II marqués de Villa Orellana, desistió de continuar el viaje. Por su parte, José Fernández-Salvador sí viajó a Guayaquil, pero no para el cumplimiento de su encargo, sino para dar unas “declaraciones circunstanciadas acerca del estado de los rebeldes, sus hechos y armamento”, según se relata en ‘Revolución y diplomacia: el caso de la primera junta de Quito (1809)’, del historiador Daniel Gutiérrez Ardila. Es decir, Fernández-Salvador fue a Guayaquil en calidad de delator.

 

A la legación de la Junta de Gobierno a Cuenca no le fue mejor que al resto. Emprendieron camino y, desde Riobamba, Salvador Murgueitio y Pedro Calisto, escribieron al Gobernador y al Obispo de Cuenca para que les sea garantizada la seguridad y se los ponga “a cubierto de gente torpe y ruda”. Pero sólo recibieron negativas, pues las autoridades de Cuenca nunca aceptaron que ellos entren en la provincia. Y tampoco fueron estos delegados muy de fiar, de acuerdo con el citado artículo del historiador Gutiérrez Ardila: “El regidor Pedro Calisto, pocos días después, se unió a las autoridades regentistas y trabajó activamente para disolver el gobierno revolucionario. Murgueitio, entre tanto, desempeñó un destacado papel en la contrarrevolución en Riobamba y, particularmente, en la destitución del corregidor Javier Montúfar, hijo del marqués de Selva Alegre”. Es decir, fueron traidores a la causa que se les encomendó.

 

La revolución del 10 de agosto de 1809 demoró 76 días en caer. Sin el apoyo de las provincias vecinas, sin fuerza para sostenerse, el 24 de octubre de 1809 se reculó y se devolvió el poder a la autoridad española a quien el 10 de agosto se había cesado en sus funciones, el conde Ruiz de Castilla.

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