La primera: porque fue un hecho provinciano. El 10 de agosto de 1809 es un acontecimiento que enfrentó a la provincia de Quito con sus provincias vecinas en una breve guerra civil entre aquel día y el 24 de octubre de 1809. A lo sumo, podría ser el festejo de una provincia o región (la Sierra Centro-Norte), pero para las otras provincias (Guayaquil y Cuenca) que la guerrearon a Quito no tiene lógica que festejen lo que antes combatieron.
La segunda: porque fue un fracaso. En esta guerra civil que enfrentó a Quito con sus provincias vecinas, Quito perdió muy pronto. El 24 de octubre del mismo 1809 se devolvió el poder a quien se lo habían usurpado. Por eso es que le dicen “grito”, porque no se consiguió nada. Tras una segunda Junta y después del fusilamiento de los últimos insurgentes quiteños en diciembre de 1812, Quito se fue a dormir: “quedaron postrados, desangrados y sometidos al más riguroso dominio español; sin maneras ya de sacudirse de él por sí mismos, sino esperando en la ayuda de alguien que los rescatara.”, decía de los quiteños uno de los cronistas de Quito, Luciano Andrade Marín. Y la despertaron (la dieron despertando) en 1822.
La tercera: porque no fue de independencia. Se ha querido posicionar como una lucha contra el Reino de España lo que realmente fue una lucha contra la Francia de Napoleón Bonaparte en defensa del Reino de España. En definitiva, fue una revuelta por la autonomía: lo que las élites quiteñas quisieron fue el autogobierno del territorio de su audiencia, con Quito a la cabeza. Esto fue lo que no aceptaron las provincias vecinas (Guayaquil y Cuenca, además Popayán) y por eso la guerrearon y la vencieron.
Corolario: Se festeja como el día de la independencia del Ecuador, un hecho que no es ni nacional, ni exitoso, ni tan siquiera independentista. Si uno se detiene a pensarlo, es realmente muy estúpido. Ya es hora de dejar de creer en fábulas custodiadas por el sopor y el torpor de la muy quiteña Academia Nacional de Historia.
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